domingo, 3 de octubre de 2021

Yo el Supremo, por Augusto Roa Bastos

 


Yo el supremo, de Augusto Roa Bastos

Editorial Alfaguara. 896 páginas. 1ª edición de 1974, ésta es de 2017.

 

Me gustan las ediciones conmemorativas de clásicos de la literatura en español que hace la RAE en colaboración con Alfaguara. Además del libro, con múltiples notas, estas obras cuentas con varios estudios previos y posteriores al texto. En esta colección he releído El Quijote de Miguel de Cervantes y Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Así que cuando en las estanterías de La Central de Callao vi la edición de la RAE de Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos (Asunción, Paraguay, 1917-2005) me apeteció comprarlo. En este caso la edición de 2017 conmemoraba que se cumplía un siglo del nacimiento del autor.

 

Hace más de dieciocho años (tiene el precio en pesetas) compré en la Cuesta de Moyano El baldío, un libro de cuentos de Roa Bastos publicado en 1966. El baldío está formado por trece relatos y en aquel momento leí los seis primeros y no continué. Decidí dejarlo para una ocasión futura. Es muy raro que yo deje un libro sin terminar. Recuerdo que aquellos relatos de El baldío me resultaban bastante densos y no los acababa de disfrutar. Posiblemente esto debería haberme dado una pista seria de la que podía ser mi experiencia lectora con Yo el Supremo, pero aun así quise acercarme a este libro. A mí siempre me ha interesado mucho la narrativa latinoamericana y conocía el prestigio de esta novela, una de las más importantes –si no la «más importante»– dentro de la corriente de «novelas de dictador».

 

Dejo los artículos sobre el libro para el final y empiezo con la novela. Ésta comienza con un pasquín encontrado en las puertas de la catedral de Asunción. El pasquín imita el estilo de los edictos de José Gaspar Rodríguez de Francia, que fue dictador de Paraguay entre 1814 y 1840, durante un periodo que se llegó a llamar el de «la Dictadura Perpetua». El doctor Francia es un hombre ilustrado, un afrancesado con una amplia cultura (histórica, filosófica, literaria…), que usa citas de forma continua.

En el pasquín, supuestamente firmado por el doctor Francia, éste pide que su cadáver sea decapitado, y que sus servidores y militares sufran pena de horca. El pasquín es entregado al doctor Francia por su secretario personal, Policarpo Patiño. El Dictador quiere que la letra del pasquín sea cotejada con la de todas las personas que pueden tener algo contra él –según Patiño son más de 8.000– y así encontrar a los culpables.

Estamos en octubre de 1840, el Dictador Perpetuo tiene ya ochenta y cuatro años y le queda poco tiempo para morir. Augusto Roa Bastos escribió esta novela en Buenos Aires, exiliado por la dictadura del general Alfredo Stroessner, y el libro se publicó en esta ciudad en 1974. Roa Bastos, que siempre había sentido fascinación por la figura del doctor Francia, tardó cinco años en escribir su obra más conocida. Al parecer –según he leído en los análisis que acompañan al libro– el doctor Francia sigue siendo un personaje controvertido en la historia paraguaya, puesto que por un lado encarna la creación de Paraguay como una nación moderna, fuera ya del ámbito colonial español, y además consiguió que el territorio del nuevo país no fuera absorbido por Argentina o Brasil, que deseaban que se convirtiera en una más de sus provincias, sin entidad propia, pero por otra parte el doctor Francia también es un dictador, con toda la conducta arbitraria que esto conlleva.

 

La novela comienza con una conversación entre el doctor Francia y su secretario Patiño, como decía. Los diálogos están insertos en el cuerpo del texto y no separados con guiones.

Hay diferentes niveles textuales del discurso en la novela: las conversaciones entre el doctor Francia y Patiño, las conversaciones que el Dictador mantiene con su perro (siendo este un detalle alucinado muy cervantino) o las que el Dictador mantiene con personajes históricos con los que se encontró en el pasado y con los que habla a través de las brumas de la demencia senil. Estos personajes históricos son principalmente líderes de la independencia argentina o brasileña, como Manuel Belgrano o Antonio Manoel Correira de Cámara. También conversará con algunos científicos (sobre todo naturalistas) que vivieron en Paraguay unos años y luego escribieron en Europa libros sobre la aislada dictadura paraguaya, como Amadeo Bonpland.

 

No solo nos encontramos en la novela conversaciones, más o menos oníricas, con estos personajes históricos, sino que Roa Bastos también nos acerca a páginas de un diario que escribe el dictador para su intimidad, con páginas que dicta a Patiño para crear ordenanzas; en total nos encontramos con estas clasificaciones: «Circular perpetua», «En el cuaderno privado», «Cuaderno de bitácora», «Voz tutorial» o «Auto supremo», cada uno de estos tipos de escritura tiene un estilo propio.

Además, por encima de las diversas voces sobrepuestas del Supremo, nos encontramos con la voz de un Compilador, que se identificaría con la voz del propio Augusto Roa Bastos, quien prefiere retirarse él mismo de la propia escritura del texto, sustituyéndose por esta figura del «Compilador» e insinuar que el libro emana directamente del «Pueblo» paraguayo, al que cede la voz. Las notas del compilador aparecen, casi siempre, como texto a pie de página a dos columnas. En la página 287 se produce un salto temporal, que nos lleva desde 1840 hasta 1932 cuando el Compilador recuerda algunos episodios vividos en su escuela elemental, cuando –a través de un compañero– trata de hacerse con una pluma que perteneció al Supremo.

En otros casos, las notas del Compilador a pie de texto sirven para aclararse al lector sobre qué va divagando exactamente el Supremo. En más de una ocasión el discurso de nuestro Dictador casi moribundo se hace errático, principalmente porque trata de justificarse ante sí mismo, ante sus competidores históricos imaginarios, o ante sus compatriotas, las decisiones que tomó en el pasado, para las que siempre encuentra un motivo patriótico y que, en más de un caso, considera poco celebradas o comprendidas. Entonces el Compilador explica el contexto histórico al que se refiere el Supremo, o bien contrasta su discurso con las opiniones (tomadas de libros reales, me parece) de las personas de las que está hablando.

 

En más de un momento, estas notas del Compilador me han servido para no perderme, porque, debo decir desde ya, que Yo el Supremo no es una novela fácil ni cómoda. Ramiro Domínguez señala que Yo el Supremo pone «esmero en soslayar la línea argumental, que elude la forma episódica o acumulativa y por una suerte de collages de elementos estructurales disímiles –drama-novela-crónica-fábula-historia-glosa– desarticula cualquier prenoción de géneros literarios convencionales.» Y quizás aquí se ha encontrado para mí el problema del libro. Si ya de entrada cuesta identificarse con un protagonista que es un dictador ególatra, más aún cuando su discurso es, en la mayoría de las veces, alucinatorio y además se eluden las líneas argumentales. La voz narrativa avanza dando vueltas sobre sí misma, salta de una cosa a otra. En más de un momento me he encontrado fuera del texto, leyendo pero sin saber dónde estaba.

Quizás no me he acercado a este libro en el mejor momento, un libro que requería gran dedicación, un libro que me ha resultado huraño y poco grato para el lector, o al menos poco grato para el lector que he sido yo en el verano de 2020. La novela nos da información sobre personajes que un lector no paraguayo no sabe quiénes son, y esta información no acaba de formar un episodio narrativo cerrado, sino que avanza, retrocede, se habla de otra persona, o el Compilador le tiene que contar al lector sobre quién está hablando el Supremo, porque el propio Compilador (o el escritor) debe entender que el lector no sabe sobre qué o quién está recibiendo información.

El lenguaje de la novela está muy trabajado; Roa Bastos juega a insertar palabras guaranís en su culto castellano, y además usa términos inventados. Al final del libro existe un diccionario de términos guaranís, palabras propias de Paraguay y palabras inventadas, así como un diccionario de nombres históricos, que pueden ayudar al lector.

 

Hay momento bellos en la novela, como cuando el Supremo va a la selva en busca de un meteorito que luego decorará su despacho, porque quiere «controlar el azar», y en la segunda mitad (mitad en la que ya he entrado mejor en la novela) hay páginas que relatan la relación del Supremo con el argentino Belgramo que tienen más continuidad y más fuerza episódica. Pero, siendo honesto, he de señalar que para mí también ha habido muchos momentos aburridos en este libro, páginas y páginas que he leído por inercia o por tozudez, porque no iba a abandonarlo a medio camino. Es posible que si me hubiera acercado a la novela en otro momento de mi vida el resultado hubiera sido diferente. Recuerdo que a los veintidós años me encantó el Ulises de James Joyce, aunque durante bastantes páginas no estaba muy seguro de qué me estaban hablando. Quizás si en esa época temprana de lector deslumbrado por la dificultad hubiera leído Yo el Supremo me hubiera metido más en la lectura y la hubiera disfrutado más. Ahora mismo tengo la impresión de que, sin renunciar a una estructura novelística compleja, necesito libros que además de hacerme pensar me entretengan. No se debe olvidar que, al fin y al cabo, la lectura debe ser un entretenimiento y aunque soy consciente de que la apuesta artística de Roa Bastos ha sido fuerte en Yo el Supremo no estoy tan seguro de que haya conseguido crear una obra que pueda transmitir una gratificante experiencia al lector. Cuando he hablado de este libro en las redes sociales, han aparecido amigos lectores que me han mostrado su entusiasmo por él, amigos con los que coincido en gustos en muchas ocasiones. Además la edición de Alfaguara que he leído está plagada de comentarios elogiosos de escritores famosos y de críticos. Simplemente, pese a la decepción que he sentido, hay que aceptar que, aunque un libro puede ser un clásico de reconocido prestigio, no es el libro que me convenía en un momento dado. Como decía al principio, que me dejara a medias el libro de relatos El baldío debería haberme dado una pista de que mi yo lector no se identifica con el yo escritor de Augusto Roa Bastos. No siempre se acierta al elegir lecturas.

4 comentarios:

  1. El género 'novelas de dictador' fue -es todavía, véase por ejemplo "La fiesta del chivo" de Vargas Llosa- un tipo de novela muy habitual en sudamérica durante el pasado siglo. Se dice que quizás el género encuentra su germen en el valleinclanesco "Tirano Banderas", au nque si nos atenemos exclusivamente a Hispanoamérica es Miguel Angel Asturias y su "El señor presidente" el que marca un claro principio. Luego vendrían ya títulos del cubano Alejo Carpentier que tu reseña al tratarse de un dictador histórico me ha hecho recordar; el título de Carpentier que leí hace mucho y que me permito recomendarte es "El recurso del método". Se llega luego ya a GArcía Marquez con por ejemplo "El otoño del patriarca" y luego ya Vargas Llosa que parece haberse especializado en novelas de dictadores ("Conversación en la Catedral" y la ya citada de "La fiesta del chivo " que es novela relativamente reciente).
    Es seguro que alguna se me escapa. Pero lo que tu reseña me ha hecho pensar es que no he leído ésta de "Yo, el Supremo" que es considerada como de lo mejor en el género. Intentaré, pese a la dificultad que señalas leerla.
    Una reseña muy muy clarificadora, David. Te la agradezco porque además me parece muy sincera.
    Un abrazo

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    1. Hola, Juan Carlos:

      Sí, toda una tradición la novela de dictadores. La de Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, también podríamos meterla en esta clasificación.

      Espero que te guste Yo el Supremo si te acercas a ella.
      Saludos

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  2. Hola, soy un lector bastante básico, pero Yo el supremo me pareció una obra monumental. Es verdad lo que decís sobre que q veces se vuelve aburrida y confusa, pero los momentos en los que atrapa son tan potentes que de alguna manera compensan esos momentos de zozobra. La deconstrucción y el manejo de las palabras (el lenguaje en sí). Son sublimes. Obvio que mi intención no es relativizar tu experiencia, pero la mejor manera de ha sido la de estar frente a una obra maestra por momentos perfecta.

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    1. Hola, Julián, me alegro de que disfrutaras tanto de este libro. Quizás a mí me pilló en un mal momento.
      Saludos

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