domingo, 3 de febrero de 2019

El amor es más frío que la muerte, de Ednodio Quintero.


El amor es más frío que la muerte, de Ednodio Quintero.

Editorial Candaya. 221 páginas. 1ª edición de 2017.

En mayo de 2017 fui a la presentación de esta novela, que tuvo lugar en la librería La buena vida de Madrid. Conocía el nombre de Ednodio Quintero (Las Mesitas, Venezuela, 1947) de haberlo visto en el catálogo de la editorial Candaya. El amor es más frío que la muerte es su cuarto título en esta editorial. Paco, uno de los editores de Candaya, me contó algunas cuestiones interesantes sobre Quintero y los escritores venezolanos en España. Ednodio Quintero es admirado por escritores como Juan Villoro o Enrique Vila-Matas. Hace años, algunos reputados escritores que publicaban en Anagrama (me gustaría poder contar esta historia con más precisión, pero he olvidado los detalles) recomendaron a Jorge Herralde que publicara a Ednodio Quintero, pero Herralde no lo hizo por motivos más económicos que literarios. Durante la década de 1980 o 1990, en Venezuela existía una industria fuerte del libro, lo que hacía, en primera estancia, que a sus escritores les preocupase menos ser publicados en España que a los de otros países; y, por otro lado, si una editorial española fuerte apostaba por un autor venezolano luego le costaba mucho sacarlo allí, porque tenía que competir con la potente industria local. Entre otras cosas, parece que estos motivos hicieron que en España no conociéramos a muchos escritores venezolanos durante las décadas pasadas. Ahora es mucho más frecuente que publiquen en España, debido a que –tras la deriva política del país durante los últimos años– muchos de estos escritores viven ahora aquí.

También compré, el mismo día de la presentación, el conjunto de cuentos El combate, que los editores de Candaya me indicaron como su libro más representativo.

Me he acercado a El amor es más frío que la muerte un año después de haberlo comprado; ha sido uno de los títulos que estoy intercalando entre un libro y otro, pues quería leer todas las novelas de Manuel Puig.

El narrador de El amor es más frío que la muerte, que se apellida Montilla, es escritor, y cuando empieza la novela tiene más de sesenta años. En el primer capítulo, el narrador ha llegado a las montañas de la Cordillera Occidental. «Yo venía huyendo de la peste negra que se había ensañado en el aire, las aguas, los pastos, las bestias y la gente de mi país natal»: ésta es la primera frase del libro, y sabiendo que el autor es venezolano, es difícil no abstraerse a la lectura política de esa «peste negra» que parece asolar su «país natal». En el camino, el narrador tiene que abrirse paso «entre pandillas de menesterosos, asaltantes de caminos, guardias forestales, chicas vestidas para matar y traficantes de papel toilette –que se tasaba a precio de oro–» (pág. 8). Creo que el dato del «papel toilette» también resulta significativo. En cualquier caso, aunque las primeras páginas parecen apuntar hacia el camino de la novela política, El amor es más frío que la muerte no se puede considerar una novela política, puesto que el substrato que yace en las escenas dibujadas es otro.

Montilla ha llegado a la montaña huyendo del hospital para apestados en que se encontraba internado, sin acabar de saber si está vivo o ha empezado ya a flotar en un limbo ambiguo de muerte o delirio.

Esta situación de partida sirve a Quintero para que su personaje evoque distintos momentos de su vida desde el recuerdo o la ensoñación, con diversos saltos en el tiempo y entre países o continentes. El hilo principal de estos recuerdos o ensoñaciones parece ser la pulsión de los encuentros eróticos con diversas mujeres. En algún caso, no se trata de un encuentro personal, sino, por ejemplo, de la narración (debida al padre) de la aventura que vivió un amigo de su padre con una bruja. Digamos desde ya que El amor es más frío que la muerte no es una novela realista: en sus páginas pueden aparecer eróticas brujas o eróticas elfas; ninfas o hadas; y también animales fantásticos como las quimeras. «Y en cuanto al verosímil que tanto atormenta a los escritores realistas, a mí me tiene sin cuidado», se afirma en la página 47.

En ningún momento de la novela aparece la palabra «Venezuela», pero sí el nombre de ríos, montañas, regiones y pueblos que pertenecen a este país, y por tanto la trama principal del libro transcurre en el país natal de autor. Ya he comentado que Montilla, el narrador de la novela, es escritor y, de vez en cuando, comenta algunos encuentros que ha tenido con otros escritores más o menos famosos. Estas páginas parecen estar sacadas directamente de las vivencias de Ednodio Quintero. Así, en la página 21 podemos leer: «Sergio Pitol me invitó a almorzar una tarde de comienzos de octubre de 1997». En la misma página, el narrador afirma: «Yasunari Kawabata, mi escritor predilecto», un dato que bien se puede corresponder con el gusto real del autor, ya que es conocida su gran pasión por la cultura japonesa.

El discurso de Montilla trata de imitar al de un narrador oral, un narrador oral del interior de Venezuela y –seguramente– proveniente de un pueblo, a pesar de haber adquirido con posterioridad una gran cultura. En este discurso oral son comunes las invocaciones religiosas, a Dios o al Diablo, según se tercie. Este detalle da al relato una corporeidad vetusta, que se contrarresta con las numerosas referencias pop que jalonan sus páginas (comentarios sobre Tarzán, los Rolling Stones o el punk, por ejemplo).
Como se trata de una narración oral, Montilla también emplea en su discurso refranes («cada oveja con su pareja», por ejemplo), y expresiones hechas o coloquiales («y basta ya», «me supo a gloria», «me tiene sin cuidado», «ni corta ni perezosa»…). Sin embargo, el lenguaje no resulta vulgar en ningún momento, más bien, y en contra de lo que pudiera parecer al hablar de oralidad, el lenguaje está, en realidad, muy cuidado. Son frecuentes los párrafos largos sin comas y plagados de metáforas y adjetivos. En cualquier caso, la composición no resulta barroca y las páginas fluyen con soltura.

La narración es oral, como ya he comentado, y Montilla se dirige a un público, que normalmente aparece en el texto señalado con un «ustedes», que también puede darse en singular («usted»). En ocasiones, cuando parece sentir en sus interlocutores imaginarios la tentación de juzgarle, se dirige a ellos con el irónico apelativo de «señores del jurado»; y también, cuando considera que el discurso se le está yendo de las manos, aparece un narrador que actúa como alter ego irónico para quitar gravedad a lo narrado e introducir el humor, un humor celebrativo de la vida que aparece mucho en la novela. «Como ven, ese maldito alter ego, ese otro yo del doctor Merengue, me la tiene jurada, me interrumpe cada vez que le da la real gana con sus opiniones sarcásticas e irreverentes, y lo peor del caso es que casi siempre acabo concediéndole la razón», leemos en la página 198.

El propio escritor es consciente de que la narración que propone en El amor es más frío que la muerte tiende a la dispersión. Así, podemos leer comentarios como éstos: «Al parecer este relato se está convirtiendo en un popurrí, ¿qué piensa usted?» (pág. 80); «Veo que esto se está convirtiendo en una colección de citas» (pág. 173). Sin embargo, para este aparente desmañamiento existe una justificación: «Por aquellos días la fiebre me subía y bajaba como si anduviera yo montado en una maldita montaña rusa, oscilaba como la gráfica de un terremoto, y quizá por ello mis recuerdos se mezclan sin orden ni concierto, las más de las veces no alcanzo a dilucidar si determinado recuerdo pertenece a un retazo de sueño o a un suceso real» (pág. 83).

Me he acercado a El amor es más frío que la muerte con interés, con ganas de descubrir a un nuevo (para mí) autor hispanoamericano, y me he encontrado con una prosa brillante, imaginativa y divertida en muchas de sus páginas; con la narración de un erotómano, de un voyeur que, a través de la contemplación y el acercamiento a las mujeres, celebra una vida que empieza a írsele de las manos. Pero también me he encontrado con una novela dispersa, con una construcción narrativa endeble, que apuesta por la sucesión de anécdotas de índole sexual sin mucho orden y sin haber trabajado una trama en la que evolucione alguna consideración o descubrimiento personal sobre la vida por parte del autor.

Tengo la impresión de que El amor es más frío que la muerte no era el mejor libro para adentrarme en el universo narrativo de Ednodio Quintero. Me he quedado con ganas de acercarme a los cuentos de El combate, que presiento que me van a gustar más que esta novela.

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