domingo, 21 de octubre de 2018

Huérfanos de Brooklyn, por Jonathan Lethem


Editorial Random House. 340 páginas. 1ª edición de 1998, esta de 2015.

En la primavera de 2013 leí Chronic City, publicada originalmente en 2009. Fue mi primera incursión en el universo de Jonathan Lethem (Nueva York, 1964) y se convirtió en una de mis mejores lecturas de aquel año. Realmente me impresionó ese libro y empezaba a ser extraño para mí mismo no haber repetido con este autor, después de lo que me había gustado aquella novela. No sabía si acercarme a La fortaleza de la soledad (2003) o a Huérfanos de Brooklyn (1999); ninguna de las dos estaba en las bibliotecas que suelo frecuentar. Al final, me decidí por Huérfanos de Brooklyn cuando esta novela volvió a la mesa de novedades de las librerías porque Random House volvió a ponerla en circulación, con una faja que apunta que es un libro de «Fondo de editor», algo parecido a lo que hizo Anagrama con sus rescates de color rojo.

En enero de 2017 me lo regaló mi novia por Reyes, después de haberme visto más de una vez hojeando el ejemplar en La Central de Callao.

Cuando comenté Chronic City escribí lo siguiente: «Chronic City puede leerse como un sentido homenaje, como una carta de amor desde el espacio, de Jonathan Lethem a la isla de Manhattan. “Manhattan es eso, un universo de bolsillo”, se afirma en la página 369». En este caso, Huérfanos de Brooklyn es un sentido homenaje al barrio neoyorquino de Brooklyn, si bien la acción de la novela no transcurre sólo aquí, ya que también aparece con fuerza Manhattan y, hacia el final de la narración, la historia traslada sus escenarios a un pueblo de Maine.

Chronic City era una novela de personajes en una Nueva York distópica, una narración influida por Philip K. Dick o Thomas Pynchon, y Huérfanos de Brooklyn está escrita al estilo de las novelas negras. Como buen posmoderno, Lethem usa los géneros literarios para hablar de otros asuntos, y, sin bien en Huérfanos de Brooklyn hay un crimen, una agencia de detectives, varios sospechosos, persecuciones en coche por las calles de Nueva York y personajes que son encañonados con pistolas, decir que Huérfanos de Brooklyn es sólo una novela negra sería una forma de desmerecerla.

La novela empieza con su narrador, Lionel Essrog, y su compañero, Gilbert Coney, vigilando desde un coche la entrada de un zendo en Nueva York. Aparecerá su jefe, Frank Minna, que se dispone a entrar en el zendo y les pedirá que le escuchen a través de un micrófono. Si pronuncia unas palabras clave, ellos deberán entrar en el centro a rescatarle. Minna sale del local, acompañado de un personaje al que Lionel siempre se referirá como un «gigante», y comienza una trepidante persecución por Nueva York, que acabará con Minna asesinado.
En el segundo capítulo, Lionel nos explicará la relación que tiene con Minna: junto con Gilbert y dos chicos más (Tony y Danny) se ha criado en un orfanato de Brooklyn llamado Saint Vincent. Cuando Lionel tiene trece años, en 1979, los cuatro empiezan a recibir las visitas de Minna, que entonces tiene veinticinco. Minna requiere sus servicios para una empresa de mudanzas que, desde el principio, parece esconder algo turbio. Minna desaparece y dos años después volverá para acoger definitivamente a los cuatro huérfanos (los «Hombres de Minna»), bajo el amparo de una empresa de detectives, que se hace pasar por un servicio de limusinas.

Tras el segundo capítulo, en el que después del acelerado comienzo de persecuciones y disparos, el lector acaba conociendo los lazos que unen a los personajes, la narración vuelve a 1994. Lionel se ha propuesto descubrir quién ha asesinado a Minna, que no sólo es su jefe, sino también una figura paterna para los cuatro «huérfanos de Brooklyn».

Uno de los grandes logros de esta novela es la creación de la voz narrativa de Lionel, quien sufre el síndrome de Tourette, lo que le lleva a comportarse de modo compulsivo, pues a veces siente, por ejemplo, el irresistible deseo de tocar los hombros de sus interlocutores un número determinado de veces, o debe repetir series de palabras, que normalmente acaban en ladridos o insultos. Lógicamente, este comportamiento desconcierta a sus interlocutores (sobre todo cuando no le conocen) y hace que sus tareas de detective no puedan ser discretas y tiendan siempre al disparate y el caos. El lenguaje de Lionel, además de describir sus ataques de tics, juega de forma dinámica con la modernidad, y sus comparaciones y metáforas se adaptan bien a su experiencia de urbanita, de chico de una calle de Brooklyn, acostumbrado al cine. Así, por ejemplo, en la página 26 podemos leer: «Nuestro grupo se fragmentó y alcanzó la cola del suyo, ambos se fundieron, como naves espaciales en un videojuego antiguo» y un poco más abajo: «Los dientes musitaron un a la mierda con mueca de Joker por mero placer».

Lionel es una gran construcción, y esto hace que Huérfanos de Brooklyn no sea sólo una novela negra, como apuntaba más arriba (aunque, por supuesto, las grandes novelas negras no son sólo eso). Huérfanos de Brooklyn es consciente de las fuentes narrativas de las que bebe y así, en más de una ocasión, se cita, por ejemplo, a Philip Marlowe, y además de a detectives literarios, se cita a otros del cine o de las series de televisión. También, en alguna ocasión, se interpela de forma irónica al lector de la novela.

«Nueva York es una ciudad touréttica», nos dice Lionel en la página 129. Ya he apuntado que Huérfanos de Brooklyn es, como parece habitual en la obra de Lethem, una canción de amor a su ciudad, un lugar del que su narrador casi nunca ha salido.

Me ha resultado curioso que en el 1994 de la novela, el uso del móvil es aún una novedad tecnológica que llama mucho la atención del narrador.

Huérfanos de Brooklyn es una novela prolija en diálogos, como ocurre en cualquier buena novela negra, aunque se trate de una con más de un componente irónico como ésta. Huérfanos de Brooklyn tiene sentido del ritmo; menos en el explicativo capítulo dos, la novela avanza en su planteamiento detectivesco de forma bastante acelerada y el lector tendrá que tener cuidado con los detalles, puesto que los motivos que hacen avanzar la narración suelen estar escondidos, a menudo, en pequeños vericuetos de la más pura minucia narrativa. Huérfanos de Brooklyn es, en definitiva, una grata lectura, narrada por un personaje memorable, aquejado por el llamativo síndrome de Tourette, pero que para mí no alcanza las cotas de excelencia literaria de Chronic City, una novela más compleja y honda, con mucha más capacidad para despertar la capacidad de maravillarse del lector. Tengo ganas de acercarme a otros libros de Lethem; me han hablado muy bien de Los jardines de la disidencia, su última novela, y sobre La fortaleza de la soledad me estoy encontrando con opiniones enfrentadas. La verdad es que me está apeteciendo leer las dos. De la generación literaria de escritores norteamericanos nacidos en la década de 1960, Jonathan Lethem me sigue pareciendo uno de los más interesantes. Volveré a él.

2 comentarios:

  1. Hola, David. Este libro fue el primero que leí del autor, hace más de diez años (tengo el de la colección 21, con lomos amarillos, de DeBolsillo). Guardo buen recuerdo. Luego me acerqué a "La fortaleza de la soledad", que me gustó mucho en su primera parte y luego me decepcionó un poco. Desde entonces (hace ocho o nueve años) no he vuelto a leer a Lethem. Pero me apunto "Chronic City". Un saludo.

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    1. Hola Jesús:

      El de "La fortaleza de la soledad" le he querido leer en algún momento, a ver si lo busco. Y el de "Chronic City" me encantó. Espero que lo busques y que te guste.

      Saludos

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