Editorial Fondo de Cultura Económica. 150 páginas. 1ª edición de 1968;
ésta es de 2013.
Durante las Navidades de 2016-17,
leí el primer volumen de Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia. En este libro
–subtitulado Años de formación– Piglia hablaba bastante de su amistad con el
joven escritor Miguel Briante
(General Belgrano, provincia de Buenos Aires, 1944 – 1995). En 1968, Miguel
Briante tiene veinticuatro años, pero ya ha publicado un libro de cuentos, en
1964, titulado Las hamacas voladoras, del que la crítica destacó su fuerte
filiación juvenil con Jorge Luis Borges. En 1967, con veintisiete años,
Ricardo Piglia había publicado su primer libro, el volumen de cuentos La
invasión, tan solo unos meses antes de que Briante publicara los
cuentos de Hombre en la orilla. El
libro de Piglia tuvo más repercusión que el de Briante, y Piglia recoge en sus
diarios algún episodio de celos literarios por parte de Briante. Este joven
escritor casi desaparece de los diarios de Piglia en el volumen dos y se vuelve
a hablar de él en el tercero. En este último Piglia, cuando habla del joven
escritor Alan Pauls, escribe: «Alan
es muy inteligente y escribe muy bien. Tengo con él la misma sensación que tuve
cuando leí las primeras cosas de Miguel Briante, que también a esa edad
mostraba gran destreza y un estilo notable. Sin embargo parece que Alan Pauls
tiene mayor futuro, Miguel terminó enredado en el mito del escritor precoz y le
costaba mucho volver a escribir. Alan, en cambio, es –o intenta ser, me parece
a mí– más completo, más culto, y se puede esperar de él lo mejor.»
Al leer los Diarios de Piglia tenía la sensación de que conocía a la mayoría de
los escritores con los que se relacionaba: Juan
José Saer, David Viñas, Haroldo Conti, Manuel Puig o Andrés Rivera,
pero no me sonaba de nada Miguel Briante.
A pesar del síndrome del «escritor precoz» del que habla Piglia, Briante sí
siguió escribiendo y publicó una novela, Kincón (1975), pero en gran medida
se dedicó al periodismo cultural y no hizo una carrera literatura.
En Años de formación, Piglia habla mucho del proceso creativo de los
cuentos de La invasión, y me apeteció
leer este libro. A principios de 2017 visitaba en Moncloa la librería Juan Rulfo y vi que tenían
allí los dos libros: La invasión de
Ricardo Piglia y Hombre en la orilla
de Miguel Briante. Me pareció que sería una buena idea comprarlos para leer los
dos seguidos. El proyecto era bueno, pero, como me suele ocurrir, me he
acercado a estos libros más de un año después de que me propusiera leerlos.
Hombre en la
orilla ha sido reeditado en 2013 por la editorial
Fondo de Cultura Económica, en una colección llamada Serie del recienvenido. La colección estaba dirigida por Piglia y
en ella rescataba obras un tanto olvidadas de la literatura argentina. Le dio
tiempo a sacar trece títulos antes de su muerte.
La primera frase del prólogo de
Piglia para Hombre en la orilla dice:
«Conocí los relatos de Hombre en la
orilla mientras Briante los estaba escribiendo.»
Piglia ya nos pone en antecedentes,
en su prólogo, sobre las influencias y las intenciones narrativas de Briante:
«Ese modo de narrar viene de Faulkner.»
Hombre en la
orilla está formado por tres relatos, relativamente largos (16, 18 y 28 páginas)
y una novela corta (75 páginas). Aunque cada relato se puede leer como una
unidad independiente, las cuatro historias están relacionadas, puesto que
hablan del mismo pueblo de la provincia de Buenos Aires y en sus calles se
cruzan los mismos personajes (Rojas, Gonzales, el Torcido…), que paran en los
mismo lugares (el Rotary Club, el balneario…), y se habla también de las mismas
grandes familias (los Laver, los Ingleses). En la novela corta se revela el
nombre del pueblo: General Belgrano (pág. 129) y el nombre del río que lo
atraviesa: el Salado (pág. 80). Es decir, Briante está hablando en este libro
de su pueblo natal.
El primer cuento se titula Habrá
que matar los perros y me ha parecido muy bueno. Un narrador de
procedencia marginal, el Torcido, un peón que se fue del pueblo para trabajar
en un circo y regresó a él tras sufrir un accidente que le hace cojear, trabaja
en la casa de la Inglesa, y es testigo de la decadencia de una de las familias
ricas del pueblo. La desgracia del juego ha llevado al marido de la Inglesa al
suicidio, y las deudas le siguen devorando a ella, que ha de ir vendiendo las
tierras, mientras que su treintena de perros aúlla de hambre. En el cuento de Juan Rulfo, No oyes ladrar los perros,
los ladridos simbolizan la esperanza y en el cuento de Briante la decadencia y
la desesperanza. La prosa condensada y precisa de Rulfo puede ser un referente
para Briante, pero la influencia más marcada parece la de William Faulkner. Habrá que matar los perros está
narrado por un ser marginal, muy propio de las narraciones de Faulkner, y el
estilo es oral. Aunque un estilo oral muy elaborado, que tiende a la frase
precisa, dura y elegante. Briante habla de la decadencia de una familia o una
región igual que Faulkner hablaba de la decadencia del sur de Estados Unidos.
La novela corta, titulada A lo
largo de la calle que da al río, también está muy influida por Faulkner.
El estilo sigue siendo oral, pero ahora esta historia está narrada mediante el
uso de la primera persona del plural. Un sujeto múltiple trata de reconstruir
la historia del pueblo General Belgrano, y posa su mirada sobre una colección
de seres marginales que tuvieron una muerte violenta. «Van a pasar cosas, todo
lo que no vale la pena recordar.» (pág. 150). Se reconstruye el pasado del
pueblo desde un punto de vista nostálgico («Ahora que todo está cambiado y esto
es como una ciudad balneario más, muerta por el invierno, apurada en el
verano.», pág. 126), se traen al presente hechos difusos que «pertenecen al
olvido» y se reconstruyen desde distintos puntos de vista que se contradicen
unos a otros. En el conjunto que forman todas las voces va surgiendo el mito de
los hechos vividos o no vividos, olvidados o recreados.
En cierto modo, la recreación del
pasado del pueblo me ha recordado a la tristeza de los poemas de Jorge Teillier.
El segundo relato se titula Hombre
en la orilla y, si en el primer cuento el elemento simbólico era el
ladrido hambriento de los perros, aquí el elemento simbólico, que sirve para
crear una atmósfera alterada, será el del tamborileo de la lluvia sobre el
techo del boliche en el que están reunidos los protagonistas de este cuento. El
narrador es un joven que se fue del pueblo y ha vuelto ahora, justo cuando se
está produciendo una crecida del río, convertida ya en inundación. Los
contertulios del boliche están pensando en ir en una barca a rescatar al testarudo
Rojas, que ya aparecía en el primer cuento. La escena final, con Rojas
rechazando a sus rescatadores con una escopeta es muy faulkneriana. Este
cuento, tras leer el primero me ha sorprendido menos, aunque también está muy
bien construido.
El tercero es La Vasca y el narrador es
un adolescente que vuelve al pueblo en verano, porque durante el resto del año
vive en Buenos Aires. Aquí se cuenta una historia sobre primeros amores y
amistades desde el futuro y la nostalgia: «Fue el último verano de tres meses
que pasé en el pueblo.» (pág. 49). Este cuento me ha recordado a los de Haroldo Conti, que también hablaba de
pueblos de la provincia de Buenos Aires, como Bragado o Chivilcoy, desde una
tristeza que evocaba a la del italiano Cesare
Pavese, un autor que Briante seguramente también había leído.
El rescate de Hombre en la orilla me parece pertinente. Sorprende que este libro
esté escrito por alguien tan joven, por un escritor de veinticuatro años. En
algunos momentos me ha parecido que dependía demasiado de un modelo (el estilo
de William Faulkner), pero su prosa me ha resultado muy precisa y bella.
Quizás, este tipo de narraciones (también me pasa al leer a Faulkner) adolecen
de un pequeño problema para mí: la forma se prioriza mucho a la hora de escribir
frente a la construcción de una trama sólida. Es decir, el joven Miguel Briante
parece aquí un ingeniero literario de la forma, un estudioso serio y aventajado
de un modelo literario reconocido y exitoso (el de Faulkner) y lo lleva a su
terreno, a la explicación mítica de su territorio, el pueblo de General
Belgrano. Pero, como me ocurre con Faulkner, la narración resulta a veces un
tanto áspera, una forma de contar que no es amable con el lector, perdido un
poco en las distintas capas argumentativas que van matizando unos hechos, unos
nudos narrativos, imprecisos y desdibujados.
Tengo cierta curiosidad por saber
cómo es la novela que Briante publicó en 1975, la titulada Kincón.
Una última reflexión: si Briante,
tras escribir Hombre en la orilla,
hubiese seguido escribiendo literatura de forma asidua, madurando sus
propuestas, seguramente hoy estaríamos hablando de un escritor muy conocido y Hombre en la orilla sería recordado y
reeditado de forma habitual, porque el potencial que muestra aquí aquel joven
escritor de veinticuatro años es tremendo. Al ser un libro que se quedó un
tanto aislado, sin una verdadera carrera literaria posterior para sustentarlo,
cayó en el olvido. La literatura es el camino del olvido, quizás esto lo
descubrió pronto el joven y talentoso Briante.
Ahora empezaré a leer La invasión, el primer libro de Ricardo
Piglia, para poder compararlos.
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