domingo, 17 de junio de 2018

Hombre en la orilla, por Miguel Briante


Editorial Fondo de Cultura Económica. 150 páginas. 1ª edición de 1968; ésta es de 2013.

Durante las Navidades de 2016-17, leí el primer volumen de Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia. En este libro –subtitulado Años de formación– Piglia hablaba bastante de su amistad con el joven escritor Miguel Briante (General Belgrano, provincia de Buenos Aires, 1944 – 1995). En 1968, Miguel Briante tiene veinticuatro años, pero ya ha publicado un libro de cuentos, en 1964, titulado Las hamacas voladoras, del que la crítica destacó su fuerte filiación juvenil con Jorge Luis Borges. En 1967, con veintisiete años, Ricardo Piglia había publicado su primer libro, el volumen de cuentos La invasión, tan solo unos meses antes de que Briante publicara los cuentos de Hombre en la orilla. El libro de Piglia tuvo más repercusión que el de Briante, y Piglia recoge en sus diarios algún episodio de celos literarios por parte de Briante. Este joven escritor casi desaparece de los diarios de Piglia en el volumen dos y se vuelve a hablar de él en el tercero. En este último Piglia, cuando habla del joven escritor Alan Pauls, escribe: «Alan es muy inteligente y escribe muy bien. Tengo con él la misma sensación que tuve cuando leí las primeras cosas de Miguel Briante, que también a esa edad mostraba gran destreza y un estilo notable. Sin embargo parece que Alan Pauls tiene mayor futuro, Miguel terminó enredado en el mito del escritor precoz y le costaba mucho volver a escribir. Alan, en cambio, es –o intenta ser, me parece a mí– más completo, más culto, y se puede esperar de él lo mejor.»

Al leer los Diarios de Piglia tenía la sensación de que conocía a la mayoría de los escritores con los que se relacionaba: Juan José Saer, David Viñas, Haroldo Conti, Manuel Puig o Andrés Rivera, pero no me sonaba de nada Miguel Briante. A pesar del síndrome del «escritor precoz» del que habla Piglia, Briante sí siguió escribiendo y publicó una novela, Kincón (1975), pero en gran medida se dedicó al periodismo cultural y no hizo una carrera literatura.

En Años de formación, Piglia habla mucho del proceso creativo de los cuentos de La invasión, y me apeteció leer este libro. A principios de 2017 visitaba en Moncloa la librería Juan Rulfo y vi que tenían allí los dos libros: La invasión de Ricardo Piglia y Hombre en la orilla de Miguel Briante. Me pareció que sería una buena idea comprarlos para leer los dos seguidos. El proyecto era bueno, pero, como me suele ocurrir, me he acercado a estos libros más de un año después de que me propusiera leerlos.

Hombre en la orilla ha sido reeditado en 2013 por la editorial Fondo de Cultura Económica, en una colección llamada Serie del recienvenido. La colección estaba dirigida por Piglia y en ella rescataba obras un tanto olvidadas de la literatura argentina. Le dio tiempo a sacar trece títulos antes de su muerte.
La primera frase del prólogo de Piglia para Hombre en la orilla dice: «Conocí los relatos de Hombre en la orilla mientras Briante los estaba escribiendo.»
Piglia ya nos pone en antecedentes, en su prólogo, sobre las influencias y las intenciones narrativas de Briante: «Ese modo de narrar viene de Faulkner.»

Hombre en la orilla está formado por tres relatos, relativamente largos (16, 18 y 28 páginas) y una novela corta (75 páginas). Aunque cada relato se puede leer como una unidad independiente, las cuatro historias están relacionadas, puesto que hablan del mismo pueblo de la provincia de Buenos Aires y en sus calles se cruzan los mismos personajes (Rojas, Gonzales, el Torcido…), que paran en los mismo lugares (el Rotary Club, el balneario…), y se habla también de las mismas grandes familias (los Laver, los Ingleses). En la novela corta se revela el nombre del pueblo: General Belgrano (pág. 129) y el nombre del río que lo atraviesa: el Salado (pág. 80). Es decir, Briante está hablando en este libro de su pueblo natal.

El primer cuento se titula Habrá que matar los perros y me ha parecido muy bueno. Un narrador de procedencia marginal, el Torcido, un peón que se fue del pueblo para trabajar en un circo y regresó a él tras sufrir un accidente que le hace cojear, trabaja en la casa de la Inglesa, y es testigo de la decadencia de una de las familias ricas del pueblo. La desgracia del juego ha llevado al marido de la Inglesa al suicidio, y las deudas le siguen devorando a ella, que ha de ir vendiendo las tierras, mientras que su treintena de perros aúlla de hambre. En el cuento de Juan Rulfo, No oyes ladrar los perros, los ladridos simbolizan la esperanza y en el cuento de Briante la decadencia y la desesperanza. La prosa condensada y precisa de Rulfo puede ser un referente para Briante, pero la influencia más marcada parece la de William Faulkner. Habrá que matar los perros está narrado por un ser marginal, muy propio de las narraciones de Faulkner, y el estilo es oral. Aunque un estilo oral muy elaborado, que tiende a la frase precisa, dura y elegante. Briante habla de la decadencia de una familia o una región igual que Faulkner hablaba de la decadencia del sur de Estados Unidos.

La novela corta, titulada A lo largo de la calle que da al río, también está muy influida por Faulkner. El estilo sigue siendo oral, pero ahora esta historia está narrada mediante el uso de la primera persona del plural. Un sujeto múltiple trata de reconstruir la historia del pueblo General Belgrano, y posa su mirada sobre una colección de seres marginales que tuvieron una muerte violenta. «Van a pasar cosas, todo lo que no vale la pena recordar.» (pág. 150). Se reconstruye el pasado del pueblo desde un punto de vista nostálgico («Ahora que todo está cambiado y esto es como una ciudad balneario más, muerta por el invierno, apurada en el verano.», pág. 126), se traen al presente hechos difusos que «pertenecen al olvido» y se reconstruyen desde distintos puntos de vista que se contradicen unos a otros. En el conjunto que forman todas las voces va surgiendo el mito de los hechos vividos o no vividos, olvidados o recreados.
En cierto modo, la recreación del pasado del pueblo me ha recordado a la tristeza de los poemas de Jorge Teillier.

El segundo relato se titula Hombre en la orilla y, si en el primer cuento el elemento simbólico era el ladrido hambriento de los perros, aquí el elemento simbólico, que sirve para crear una atmósfera alterada, será el del tamborileo de la lluvia sobre el techo del boliche en el que están reunidos los protagonistas de este cuento. El narrador es un joven que se fue del pueblo y ha vuelto ahora, justo cuando se está produciendo una crecida del río, convertida ya en inundación. Los contertulios del boliche están pensando en ir en una barca a rescatar al testarudo Rojas, que ya aparecía en el primer cuento. La escena final, con Rojas rechazando a sus rescatadores con una escopeta es muy faulkneriana. Este cuento, tras leer el primero me ha sorprendido menos, aunque también está muy bien construido.

El tercero es La Vasca y el narrador es un adolescente que vuelve al pueblo en verano, porque durante el resto del año vive en Buenos Aires. Aquí se cuenta una historia sobre primeros amores y amistades desde el futuro y la nostalgia: «Fue el último verano de tres meses que pasé en el pueblo.» (pág. 49). Este cuento me ha recordado a los de Haroldo Conti, que también hablaba de pueblos de la provincia de Buenos Aires, como Bragado o Chivilcoy, desde una tristeza que evocaba a la del italiano Cesare Pavese, un autor que Briante seguramente también había leído.

El rescate de Hombre en la orilla me parece pertinente. Sorprende que este libro esté escrito por alguien tan joven, por un escritor de veinticuatro años. En algunos momentos me ha parecido que dependía demasiado de un modelo (el estilo de William Faulkner), pero su prosa me ha resultado muy precisa y bella. Quizás, este tipo de narraciones (también me pasa al leer a Faulkner) adolecen de un pequeño problema para mí: la forma se prioriza mucho a la hora de escribir frente a la construcción de una trama sólida. Es decir, el joven Miguel Briante parece aquí un ingeniero literario de la forma, un estudioso serio y aventajado de un modelo literario reconocido y exitoso (el de Faulkner) y lo lleva a su terreno, a la explicación mítica de su territorio, el pueblo de General Belgrano. Pero, como me ocurre con Faulkner, la narración resulta a veces un tanto áspera, una forma de contar que no es amable con el lector, perdido un poco en las distintas capas argumentativas que van matizando unos hechos, unos nudos narrativos, imprecisos y desdibujados.
Tengo cierta curiosidad por saber cómo es la novela que Briante publicó en 1975, la titulada Kincón.

Una última reflexión: si Briante, tras escribir Hombre en la orilla, hubiese seguido escribiendo literatura de forma asidua, madurando sus propuestas, seguramente hoy estaríamos hablando de un escritor muy conocido y Hombre en la orilla sería recordado y reeditado de forma habitual, porque el potencial que muestra aquí aquel joven escritor de veinticuatro años es tremendo. Al ser un libro que se quedó un tanto aislado, sin una verdadera carrera literaria posterior para sustentarlo, cayó en el olvido. La literatura es el camino del olvido, quizás esto lo descubrió pronto el joven y talentoso Briante.
Ahora empezaré a leer La invasión, el primer libro de Ricardo Piglia, para poder compararlos.

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