Editorial Random House. 274 páginas. Libros
escritos en 1997, el primero y en 1982-84 el segundo. Esta edición es de 2015.
Cuando Random House publicó este ejemplar con dos novelas y otro con
Diario de un canalla y Burdeos, 1972 le oí hablar de ellos
al escritor Alberto Olmos y un día
que quedamos le pedí que me los prestara. Sólo encontró éste del que hablo hoy.
Lo cierto es que para ser un libro prestado lo he estado reteniendo en casa sin
leer demasiado tiempo. Ya comenté que había vuelto a acercarme a Mario Levrero (Montevideo 1940-2004) a
raíz de ser invitado a escribir un artículo sobre él para la revista Quimera. Así que, por ahora, he
leído seguidos los dos libros de Random House de los que estoy hablando.
Fauna está
escrita en 1979, y no está mal recordar que una novela de detectives tan
disparatada como Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo
la escribió Levrero en 1975. Fauna
está dedicada, entre otras personas, a Raymond Chandler, y en ella un escritor
de textos parapsicológicos, que colabora en revistas y periódicos, pero que
también tiene que regentar (junto a un socio) un quiosco para poder sobrevivir,
recibe un día en su casa la visita de una rubia exuberante que ha de abandonar
de forma inmediata Montevideo y que, tras poner en sus manos una buena cantidad
de dinero, le encargará buscar a su hermana y liberarla de las garras de
Monsieur Victor. En la página 28 el narrador afirma: «Me sentía un poco como un
investigador privado, y creo que inadvertidamente había adoptado el aire de un
detective neoyorkino.» En los días siguientes a los de la visita de la rubia
desconocida, acompañaremos al narrador por Montevideo, primero tendrá que
encontrar un sustituto para él en el quiosco, pasará a frecuentar el bar en el
que la rubia, a la que empieza a llamar «Fauna», le ha comentado que puede
encontrar a su hermana Flora. La encontrará y comenzará a relacionarse con
ella. Flora es una mujer mucho más apocada y mustia que Flora, de la que el
narrador ha caído enamorado y anhela su regreso a Montevideo. También ha
empezado a recibir amenazas, supuestamente de Monsieur Victor, y cuando se
siente agobiado acude a unos billares para jugar a las máquinas recreativas,
cuya descripción se acaba convirtiendo en uno de los motivos de la novela.
Fauna funciona
como parodia de la novela de detectives, a la que se añaden unos ligeros
elementos parapsicológicos que incrementan su encanto. De hecho, esta novela, Fauna, me ha gustado bastante más que Nick
Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo, que me
resultó en exceso surrealista. Fauna,
dentro de su juego a favor de la trasgresión de géneros (acaban cobrando
importancia en la trama los sueños, la telepatía…), es una obra mucho más
contenida que la de Nick Carter.
Podríamos señalar que el narrador de
Fauna se asemeja a la figura del
Levrero que el lector ya conoce por sus libros marcadamente autobiográficos. En
esta obra existe un poso de deseo sexual irrealizado, de proyección fantástica
en la rubia exuberante y misteriosa que representa Fauna, una representación que en gran medida procede del mundo de
la ficción.
Si Fauna está dedicada,
entre otras personas, a Raymond Chandler,
Desplazamientos,
por su parte, se inicia con una cita de Carl
Jung. En esta novela, escrita entre 1982 y 1984, el narrador visita una
casa, dividida en departamentos y que pertenece a su familia, para cobrar los
alquileres. En el pasado, esta tarea la hacía su padre, que ha fallecido recientemente.
La cita de Jung que abría el libro comenzaba diciendo: «A todo individuo le
sigue una sombra». La sombra que sigue al narrador de Desplazamientos es la de
su padre muerto, al que los vecinos del inmueble parecen temer y que ahora
proyectan sobre él sus miedos. El nuevo arrendador quiere dar de su mismo una
visión más humana que la que parecía proyectar su padre y promete a los vecinos
reformas del edificio y aplazamientos de los pagos si los ve apurados (aunque,
por otro lado, también piensa que va a tener que soportar abusos). Al final, el
tema que mueve la trama es el sexual: el narrador sentirá una gran atracción
por dos hermanas que viven en una de sus piezas, Nadia y Blanca. Si bien, al
principio la atracción es hacia Nadia, también será hacia Blanca. El sexo de Desplazamientos acaba siendo, en muchos
momentos, angustioso y violento. «Todo fue muy rápido y de inmediato me sentí
lleno de culpa, por ella y por mí, y de alguna manera también por Nadia»,
leemos en la página 160, después de un encuentro sexual con Blanca.
En un momento dado asistimos también
a una escena sadomasoquista, que se produce en una habitación en la que también
hay presente un bebé. Esto me ha recordado al sexo violento del que hablaba Osvaldo Lamborghini en El
fiord. En realidad, toda la novela está teñida de un halo de
irrealidad, narrada como si se estuviera describiendo un sueño.
Uno de los recursos estilísticos más
peculiares de esta novela es que la trama, de vez en cuando, vuelve sobre sí
misma. Es decir, se narra una escena en la que el protagonista entra en una
habitación, ocurre algo y después sale a la calle. En el párrafo siguiente, el
narrador está volviendo a entrar en la misma habitación que antes y esto está
descrito casi con las mismas palabras, hasta que en un momento dado ocurre algo
ligeramente diferente que en la primera escena leída. Así la realidad se va
alterando ligeramente, y se pueden llegar a callejones sin salida narrativa que
quedan invalidados en la siguiente versión de la misma escena.
Si bien en Fauna se idealizaba a la mujer y el deseo sexual desde una lectura
refrescante y luminosa, en Desplazamientos
este deseo sexual se vuelve más angustioso y oscuro. Dentro de la evolución de
la obra de Levrero, Desplazamientos
se encontraría cercano a los planteamientos narrativos de París. Si bien, como ya
ocurría al comparar Fauna con Nick
Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo, donde
en la primera novela se acababa rompiendo ligeramente la verosimilitud
narrativa y no abiertamente como en la segunda obra, el planteamiento
trasgresor de Desplazamientos también
está mucho más contenido que el de París.
Yo, como lector, disfruto mucho más de esta contención y, dentro de las dos
novelas ofrecidas en este volumen, he disfrutado más del humor tierno de Fauna que de la angustia violenta de Desplazamientos.
Al acercarme a estos libros que
estoy leyendo ahora de Mario Levrero no puedo evitar compararlos con la obra de
César Aira. Tengo la sensación de
que Aira concibe la literatura como un juego, y cuando escribe se deja llevar
más que por su inconsciente por su deseo de juego y parodia literarias. Levrero
se deja llevar más bien, y directamente, por su subconsciente y de este modo en
su obra se van repitiendo una serie de obsesiones de una forma que no lo hacen
en la de Aira, más centrado en la idea literaria del juego en sí mismo que en el
análisis de su propio yo, como parece hacer Levrero. En este sentido me parece
que la obra de Mario Levrero es más personal y por tanto más valiosa y
perdurable que la de César Aira.
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