Editorial Candaya. 157 páginas. 1ª edición de 2017.
De Sergio Galarza (Lima, 1976) había
leído, hasta ahora, dos libros: Paseador de perros (2009) y La
librería quemada (2014), que forman parte de una especie de trilogía
«sobre Madrid y la soledad en las ciudades contemporáneas» (leemos en la
contraportada de su último libro), de la que me falta por leer la novela
central, que sería JFK (2012). Sobre estas dos primeras novelas escribí reseñas en
mi blog. Me gustaron.
Hace unos meses,
empecé a ver en el muro de Facebook de Galarza que Una canción de Bob Dylan en la
agenda de mi madre se publicaba en Perú y en Chile antes que en España.
Aquí, la novela la han sacado sus editores habituales, Candaya. Antes de su publicación en España leí alguna de las
críticas aparecidas en Hispanoamérica, que me interesaron. Cuando vi el anuncio
de la presentación en Madrid (un sábado por la mañana en la librería Cervantes de la calle del Pez),
me apeteció ir.
Hice un alto en
la lectura de los Cuentos completos de John
Cheever y leí la novela un viernes por la tarde, casi de un tirón.
En Paseador de perros y La librería quemada, Galarza jugaba con
la autoficción. En clave irónica, usaba experiencias de su vida en Madrid muy
cercanas a las propias y las transfería a sus personajes. Galarza trabajó como
paseador de perros y ahora mismo es librero en La Casa del Libro de Gran Vía.
De estas experiencias han surgido las dos ficciones que he leído. Sin embargo,
en estos libros, la identificación entre personaje y escritor no era total y frecuentemente
se recurría al humor para mostrar la realidad de unos personajes distanciados
de sus sueños y aspiraciones. En Una
canción de Bob Dylan el tono es diferente: la ironía ‒y a veces la
picaresca‒ han dado paso a la hondura y la elegía, puesto que este libro es una
conversación de Sergio Galarza con su madre, muerta de cáncer. En este caso, no
hay distancia entre personaje y autor: el narrador es el autor. Sobre el género
del libro, Galarza escribe una frase muy significativa en la página 122: «Me
remordía algo que he ido recordando a lo largo de esta novela autobiográfica,
crónica, ensayo, homenaje, ajuste de cuentas, libro de autoayuda sin consejos,
como se quiera leer».
La novela
empieza cuando Galarza, ya instalado en Madrid, ciudad a la que decidió emigrar
desde su Lima natal para cumplir sus sueños de escritor, recibe la noticia ‒a
través de su hermana Lupe, que vive en Seattle‒ de que su madre está enferma de
cáncer. La madre (algo que Galarza aún no sabe) decidió no sufrir amputaciones
por su cáncer de mama y morir entera.
El presente de
los hechos narrados en la novela se sitúa en torno al 2009, y Galarza, desde
unos años de distancia (en torno a 2016), se acercará a aquel momento crítico
de su vida en el que tuvo que regresar a Lima para estar cerca de su madre en
sus últimos momentos.
El libro se
divide en cuatro partes. En la primera (Malas
noticias para la primavera), tras recibir la noticia de la enfermedad,
Galarza evoca su infancia en Perú y nos habla de la historia de su familia,
destacando la figura de la madre: abogada por vocación, mujer siempre activa en
organizaciones vecinales, amante de la literatura y escritora aficionada que llegó
a publicar un poemario.
Galarza sabe que,
al ser el menor de tres hermanos, su madre y su abuela eran más indulgentes con
él; desde la distancia, se reprocha a sí mismo los disgustos que le dio a su
madre durante su adolescencia y primera juventud: «Yo soy el hijo pequeño, el
que fue un buen estudiante y acabó como el peor de la clase, el que se peleaba
todas las semanas en el colegio, el que se drogaba hasta que el cuerpo le decía
basta, el que estudió en la universidad más cara de Lima y nunca ha ejercido su
carrera, el escritor que lleva una vida relajada, el que se enamora como un
loco porque nunca se mide, el que no piensa sus decisiones, el que quiere meter
goles para que lo celebren» (pág. 35).
La segunda parte
(Escenas familiares) ahonda en el
pasado de la familia Galarza Ramírez. En la tercera parte (Viaje por España en una agenda) se narra el viaje que madre e hijo
hicieron por España, no mucho antes de que Galarza conociera la enfermedad de
su madre. Lo más probable es que ella ya supiera que estaba enferma.
Finalmente, en la cuarta parte (Adiós,
mamá) se relata la vuelta del autor a Lima para despedirse de su madre y
poder acudir al entierro.
El título del
libro, Una canción de Bob Dylan en la
agenda de mi madre, hace referencia a la sorpresa que supuso para el autor
encontrarse en la última página de la libreta personal de su madre, la misma en
la que ella escribía a lo largo del viaje que compartió con él por España, la
letra copiada de Blowin´ in the wind.
Este hecho sorprende al autor porque su madre nunca se había mostrado como una
hippie en su juventud.
En gran medida,
este libro constituye un canto a la muerte de la madre, una súplica de perdón
por las veces que no supo estar a su lado, o no supo comunicarle lo que
verdaderamente sentía, algo que decide hacer cuando ya es tarde para la
realidad, pero no para la literatura. Los autorreproches son continuos en el
libro: «Yo nunca había hecho visible mi orgullo por su vitalidad, no le había
dado mi opinión favorable sobre su libro de poemas, no la había hecho sentir
que formaba parte de mi vida durante los últimos años» (pág. 117).
En cualquier
caso, si ‒como ya he apuntado‒ en este libro Galarza trata de saldar cuentas
(en su contra) con la madre muerta, la novela no es sólo un panegírico, sino que
acaba siendo una ventana a una familia de clase media en los conflictivos
barrios de las afueras de Lima, puesto que, en su adolescencia, el autor
coincidió allí con los atentados de Sendero Luminoso. También se trata de un
canto a la vocación literaria (impulsada también por la madre): en su búsqueda
del éxito literario, Galarza ha intentado siempre conseguir la admiración de su
madre.
Cuando reseñé La librería quemada, apunté que Sergio
Galarza había decidido borrar de su escritura cualquier modismo lingüístico
peruano y había escrito su novela en un correcto español de España. Es de
señalar que en este último libro, enfrentado a su pasado peruano, el autor retoma
el vocabulario de su país natal con términos como «pata» («amigo»), «huayco», «huacha»,
«garúa», «chifa»…
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