Francisco Bescós (Oviedo, 1979) es autor de la
novela negra El baile de los penitentes (editorial Almuzara, 2014), con la
que ganó el VIII Certamen Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona. En
2016 ha publicado El costado derecho
en la editorial Salto de Página. Pinchando AQUÍ puedes leer la reseña que escribí sobre esta última novela.
Paco Bescós, foto de Lea Farren |
Francisco, tú has nacido en Asturias, has estudiado
en Navarra y vives en Madrid. ¿Por qué has elegido que Carlos Nogueroll –el
protagonista de El costado derecho–
sea catalán?
En un principio,
Carlos Nogueroll era Carlos Noguerol, con una sola «l». A medida que la novela
iba construyéndose en mi cabeza, yo me daba cuenta de la importancia que el
concepto de identidad individual tenía en ella. Llegado un momento, decidí
dotar a mi personaje de rasgos de identidad muy marcados, con el único
propósito de despojarle de ellos y dejarlo desnudo. Así, Noguerol pasó a ser
Nogueroll. Pero Nogueroll no sólo es catalán: por un lado, también es un
catalán en Madrid, y, por otro, es un castellanoparlante en Cataluña. Dos
características muy definitorias y, supuestamente, muy sólidas, que de nada le
van a servir cuando la casualidad empiece a cebarse con su suerte.
Si tu anterior novela –El baile del los penitentes– pertenece al género negro, ¿piensas
que El costado derecho puede
inscribirse en algún género concreto, o la escribiste con la voluntad de transgredir
los límites del género?
Soy un defensor
de la lectura y de la escritura sin complejos. Esto significa, entre otras
cosas, disfrutar como un niño de los géneros más populares. Pero también
saltarse sus normas, digan lo que digan los puristas. El costado derecho no nació con esa intención; quiso ser,
sencillamente, una comedia negra, negrísima. Lo que ocurre es que, dada mi forma
de leer, siempre se filtran en mis textos muchos elementos del noir, del cómic, de la fantasía… Así, El costado derecho está lleno de
alusiones al género negro en clave de humor: hay un misterio, hay una
investigación, hay un detective, hay intentos de perpetrar crímenes… Pero
tampoco faltan los elementos propios de la ciencia ficción: conspiraciones y
conspiranoicos, exopolítica, quizá incluso extraterrestres… Tanto los amantes
de The Wire como los de Expediente X encontrarán sus
referencias.
¿Crees que a aquellas personas que leyeron El baile de los penitentes les podrá
gustar El costado derecho –y viceversa‒,
o estas dos novelas están dirigidas a públicos diferentes?
Pensaba que ni
de coña, que eran dos productos tan distintos que no podrían contentar al mismo
lector. Sin embargo, he recibido comentarios muy positivos de lectores que
disfrutaron mucho con El baile. Creo
que, aun siendo El baile de los
penitentes una novela de estilo desnudo, absolutamente opuesto al de El costado derecho, en ella no pude
evitar introducir escenas bastante cómicas, muy crueles, y personajes
esperpénticos, que son rasgos, no ya de mi estilo, sino de mi sentido del
humor. Y, al mismo tiempo, en El costado
derecho, aun estando trabajada en un estilo barroco con un lenguaje más
descarado, también se cuelan situaciones de peligro, momentos de acción y giros
argumentales rotundos que la emparentan con mi primera novela. Uno no puede
evitar ser quien es.
En tu novela un narrador, que podría identificarse
contigo, interpela continuamente a su protagonista, a veces de forma irónica,
pero también sarcástica. ¿Por qué tanto sadismo sobre Nogueroll, un pobre tipo
que parece haberlo perdido casi todo?
Yo necesitaba
apalear a Nogueroll. Necesitaba torturar a ese ególatra arrogante, a ese
ingenuo optimista absolutamente desarmado, falto de recursos. Nogueroll es la
síntesis de todos nosotros (yo el primero) cuando perdemos el pensamiento
crítico, cuando nos tragamos el primer meme de Facebook que nos dice que
estamos destinados a ser lo que queramos, porque somos muy especiales. Esto nos
hace dramáticamente vulnerables al fracaso. Hay que aprenderlo a palos.
A Carlos Nogueroll le resultó muy motivador el
famoso discurso de Steve Jobs en la universidad de Stanford. ¿Qué opinas de su
«stay hungry, stay foolish»? ¿Este «permanecer insaciable y alocado como un niño»
te parece un lema válido para aquellas personas a las que la crisis económica
de 2008 ha golpeado con más dureza?
Como decía, creo
que debemos recuperar el pensamiento crítico, empezando por el autocrítico. Nos
han contado que el talento y el esfuerzo sirven para alcanzar el éxito y que
éste sirve para alcanzar la felicidad. Pero no es así: el talento y el esfuerzo
no bastan para conseguir el éxito y éste no conlleva necesariamente a que seas
más feliz. Pero, mientras no nos damos cuenta de ello, nos convertimos en
esclavos vocacionales que trabajan en la profesión de sus sueños con una beca
no remunerada. Y de repente viene el bofetón de realidad: no llegarás a
triunfar nunca, porque, a pesar de que tienes talento, te faltan ciertas
capacidades tan valiosas como el talento. Porque no sabes caerle bien a los
clientes, porque no sabes estar donde hay que estar en el momento en el que hay
que estar, o porque no encuentras las palabras adecuadas cuando tienes que
pronunciarlas. Éstas se tratan de cualidades tan legítimas como el talento o el
esfuerzo. Pero no se habla de ellas: ¿te imaginas al CEO de una multinacional
dirigiéndose a universitarios para decirles que él alcanzó el éxito mediante el
talento, el esfuerzo y la succión de los culos adecuados?
¿Qué es un «magufo»? ¿De dónde viene tu interés por
ellos?
Un magufo es un
acrónimo que integra las palabras mago y ufólogo. La magufería me interesa
desde tiempo atrás porque es la manifestación más radical de suspensión del
pensamiento crítico. El personaje de Gonzom es una parodia del magufo
ordinario, pero no resulta tan paródico. La característica más inquietante de
Gonzom es su capacidad para solventar disonancias cognitivas: convertir
evidencias contrarias a sus convicciones en pruebas rotundamente a favor de las
mismas. Por ponerte un ejemplo del mundo real: una vez escuché a un famoso
escritor, fascinado por el fenómeno OVNI, esgrimir el hecho de que se le habían
velado las fotos de su cámara como evidencia rotunda de que había presenciado
la aparición de una nave extraterrestre extraordinariamente luminosa. A eso
habría que contestarle: Yo no digo que esté usted mintiendo, pero el hecho de
que sus fotos de una nave extraterrestre estén veladas no es evidencia de que ese
encuentro haya sucedido. El magufo es muy hábil en eso: tratar de darle la
vuelta a una prueba para convertirla en un story
telling favorable a sus argumentos… por delirantes que sean.
¿Con qué acaba teniendo Carlos Nogueroll más
problemas, con la casualidad o con la causalidad?
Digamos que el
verdadero problema de Nogueroll aparece cuando intenta dotar de un sentido
causal a la pura casualidad. Desmitificar la casualidad, la idea de serendipia,
el «que todo ocurre por alguna razón» es algo que me seduce muchísimo. Nuestro
cerebro está preparado evolutivamente para interpretar las casualidades como
patrones con significados maravillosos. Si recibes una llamada telefónica de
una persona justo en el momento en que estabas pensando en esa misma persona,
es probable que lo identifiques como una señal del destino; no te paras a
recordar cuántas veces has recibido una llamada de ese sujeto en un momento en
que no pensabas en él. Es decir, las casualidades tienden a grabarse en tu
memoria y tu cerebro necesita un significado para ellas. Esto es muy jugoso
cuando se trata de explicar las desgracias. Si la casualidad quiere que yo me
rompa una pierna el mismo día en que me han robado la moto, es posible que mi
cerebro se pregunte quién me ha echado mal de ojo. La casualidad es el fenómeno
que más explicaciones irracionales genera, que más nos hace comportarnos como
pollos sin cabeza. Como tal, es un objeto de estudio literario interesantísimo.
Eso le ocurre al pobre Nogueroll: no se puede creer que tanta desgracia le haya
caído encima sin sentido, y por eso empieza a dar crédito a las teorías que lo
sitúan como víctima de una conspiración interplanetaria.
¿Cuándo escribías El costado derecho había alguna obra literaria (o cinematográfica)
en tu cabeza que actuara como referente creativo, como faro inspirador?
Yo creo que, más
que una obra, podemos hablar más bien de un bagaje. El cine de los Coen es algo
que me ha influido mucho. En cuanto a obras literarias contemporáneas, podría
hablar de Antonio Orejudo como referente. Fue precisamente Antonio Orejudo
quien me señaló, en una entrevista que tuve la oportunidad de hacerle para la
revista suburbano.net, que la comicidad en sus obras era deudora del Siglo de
Oro, especialmente de Cervantes. Y esto conecta con otra influencia clarísima
que puede encontrarse tras El costado derecho,
a pesar de que, al escribirla, no me daba cuenta de que estaba allí. Un amigo
que leyó el manuscrito fue quien me dijo que era una obra tremendamente quijotesca;
incluso el epílogo se resuelve de forma parecida a la gran novela de Cervantes.
Y es cierto. El Quijote es una mano fantasma que me ha ayudado a escribir esta
novela. Tanto es así que, uno de los capítulos más divertidos de El costado derecho, el del asalto al
Instituto del Frío, es casi un calco del ataque de don Quijote a los molinos. Yo
no me daba cuenta de esto, pero ahora me siento orgulloso de haber
interiorizado de esta forma la tradición literaria española.
Tras leer El
costado derecho, tengo la impresión de que eres un autor al que le gusta el
humor. Recomiéndanos una novela con humor.
Con seis o siete
años, la primera novela completa que leí en mi vida fue Fantasmas de día, de Lucía Baquedano. Mis padres me oían reírme a
solas. No sé si se preocuparon por mi cordura. Desde luego que, si me haces
reír, te ganarás una posición privilegiada en mi memoria sentimental. Esto me
ha ocurrido con La conjura de los necios,
de Toole, La broma infinita, de
Foster Wallace, Wilt, de Sharpe, Los papeles póstumos del club Pickwick, de
Dickens, El buscón, de Quevedo, El misterio de la cripta embrujada, de
Eduardo Mendoza, Tierra, de Stefanno
Benni, la colección de El pequeño Nicolás,
de Goscinny… También agradezco
muchísimo que una novela introduzca elementos de humor, por muy serio que sea
el tema que la ocupa. Por ejemplo, el personaje de Catarella, en la serie de
Montalbano, de Andrea Camilleri, me ha hecho reír como nadie. También los
tejemanejes de Nick Corey, el genial personaje de Jim Thompson en 1280 almas. O aquel capítulo de Rayuela en el que Oliveira acompaña a su
casa, por pena, a una pianista fracasada, y acaba siendo acusado de intento de
violación… Creo que es de las pocas cosas de esa novela que han resistido el
paso del tiempo en mi memoria.
Recomiéndanos, también, una novela sin humor, una
novela muy dramática o muy seria.
Libros que me
han enganchado como ninguno, pero que han borrado de mí las ganas de sonreír
durante, al menos, una semana, podrían ser Voces
de Chernobil, de Svetlana Alexievich, Plop,
de Rafael Pinedo, El corazón de las
tinieblas, de Conrad. Luego, en tierra de nadie, está el arte de Kurt
Vonnegut, que consigue legitimar el humor en un universo asquerosamente
violento y carente de sentido. No sé si hay alguien que haya conseguido hacer
lo mismo. Por eso lo amamos.
En la reseña que escribí sobre tu novela, apunté que
El costado derecho me parecía una
novela bastante original dentro del panorama literario español y la nueva
acuñación de «novelas de la crisis». ¿Es El
costado derecho una novela de la crisis? ¿Has leído alguna novela de las
llamadas «de la crisis»? ¿Qué opinas de ellas? ¿Nos recomendarías alguna?
Escribí esta
novela en torno a 2011, durante el período más duro de la crisis. Cuando hice
los primeros intentos de publicarla, la presentaba, efectivamente, como una
novela de la crisis, así, como etiqueta. Sin embargo, me tocó esperar mi
oportunidad. Y, mientras tanto, otro tipo de novelas fueron apropiándose de esa
etiqueta. Se trata de libros de corte mucho más ideológico, que miran a la
crisis frontalmente, desde un punto de vista social y político. Son textos que,
además de un rotundo contenido crítico, se atreven muchas veces a proponer
hojas de ruta, acertadas o no. Me di cuenta de que esas novelas sí eran novelas
de la crisis, mientras que El costado
derecho utilizaba el holocausto económico, no como tema central, sino como
un desencadenante más de la defenestración personal de Carlos Nogueroll. Por
tanto, me apresuré a abandonar dicha etiqueta, y ahora me alegro de haberlo
hecho. De esas novelas a las que me refiero, quizá la que más se parezca a El costado derecho sea Democracia, de Pablo Gutiérrez, pues es
la única, que yo sepa, en la que su personaje principal pierde el norte, además
del empleo. Otras que recomendaría son La
trabajadora, de Elvira Navarro, sobre la precarización del trabajo, o Tiempo de encierro, de Doménico Chiappe,
sobre los desahucios.
Tú eres publicista y en algunas páginas de El costado derecho se reproducen las
letras de anuncios de la televisión. ¿Te parece la publicidad un ruido de fondo
de la sociedad en la que vivimos?
No, por dios.
Hoy por hoy, en nuestra sociedad, y entre el público adulto (excluyo a los
niños), la publicidad es una de las más inofensivas formas de comunicación que
existen. Antes de explicarme, que quede claro que me refiero a lo que se define
técnicamente como publicidad, dejo de lado otras formas de marketing más
subrepticias. Si hablamos de publicidad, en cuanto un mensaje es firmado por
una marca, el cerebro humano lo acota. Puedes insistir en que una cerveza es
posiblemente la mejor cerveza del mundo, pero sabes que el cerebro de tu
receptor no lo creerá hasta que lo ponga a prueba. Es decir: sabemos leer
publicidad. Me parece mucho más complicado decodificar los mensajes que se dan por
ciertos y se difunden masivamente en redes sociales, que tienen multitud de
fines, desde publicitarios hasta propagandísticos. Es una paradoja del mundo
actual: somos lo suficientemente maduros para poner en duda que Ariel lave más
blanco, pero creemos y difundimos muchos posts emitidos por cuentas fake, o nos tragamos a pies juntillas
que las vacunas son dañinas porque lo dice Jim Carrey. Me gustaría que las
personas fueran capaces de someter todos esos mensajes a los mismos filtros
críticos que emplean con la publicidad.
Nogueroll, arquitecto técnico, tuvo una pequeña
empresa, pero en el tiempo de la novela trabaja en el Leroy Merlín del Parque
del Oeste. ¿Por qué en el Leroy Merlín? ¿Por qué en Alcorcón?
Quería someter a
Nogueroll a la humillación de desempeñar un trabajo común, con el que no se
hubiera conformado ni por asomo unos años antes. En cuanto a por qué el Parque
del Oeste, Alcorcón… Creo que obedece a mi experiencia. Recuerdo haber visitado
ese centro comercial un día de verano en que el calor casi derretía el asfalto
del aparcamiento. Algo quedó grabado en mi memoria con la suficiente intensidad
como para poder reproducirlo con cierta viveza en las páginas de la novela.
Finalmente, por qué Leroy Merlín y no IKEA, por ejemplo: bueno, hay otro motivo
de experiencia personal, pero si lo cuento desvelaría un importante spoiler de la novela.
Una novela negra, una novela marciana, ¿qué va a ser
lo siguiente?
Estoy pensando.
Gracias, Francisco.
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