Conocí a Francisco Bescós (Oviedo, 1979) en una presentación de Salto de Página. Luego supe que tenía
aceptada en esa editorial su novela El costado derecho, que se ha
publicado en 2016. Desde aquel primer día hemos coincidido en algún evento
literario más en Madrid (presentaciones de libros, la Noche de los Libros…) y
siempre me ha parecido una persona muy divertida y cercana. Cuando supe que la
publicación de El costado derecho era
inminente, le escribí a su editor, Pablo
Mazo, para que me mandara el libro y así poder hacerle una reseña. Como le
comenté a Pablo, además, que tenía pensado acudir a la librería Tipos infames el día de la presentación, en vez de
enviármelo por correo me lo entregó en mano en la propia librería. La
presentación de El costado derecho,
que corrió a cargo del periodista cultural Daniel
Arjona, fue muy entretenida.
En la presentación, entre Arjona
y Bescós desgranaron algunas de las claves de El costado derecho. Me llamó la atención, sobre todo, la referencia
a la historia bíblica de Job. Carlos Nogueroll –el protagonista de El costado derecho–, catalán afincado en
Madrid, podría erigirse en paradigma de los años por los que ha pasado
últimamente nuestro país: empresario de la construcción durante la época de la
burbuja económica, todo parecía ir bien para él. Tenía una empresa pequeña,
pero próspera, una mujer y un hijo. En el verano de 2010 –el tiempo narrativo
de la novela– su suerte ha cambiado: su empresa quebró y ahora trabaja como
dependiente en el Leroy Merlín del Parque del Oeste de Alcorcón; su mujer
–Ángela– le ha dejado por otro, y su hijo –Mateo–, que se está convirtiendo en
un consentido niño obeso, empieza a llamar «papá» a la nueva pareja de su
exmujer. Pero no acaban aquí las desgracias para Nogueroll: debido a un error
médico, en una operación en apariencia sencilla le extraen un riñón sano. Un
riñón que parece convertirse en el símbolo narrativo de la crisis de un país en
el que las personas no sólo han sufrido pérdidas económicas, sino otras más
profundas, que tienen que ver con la identidad personal (simbolizada, como
apunto, por la mutilación física).
A Job la vida le va bien y es un
gran creyente. Pero Satán reta a Dios: privará a Job de sus riquezas y de su
familia para comprobar si su fe sigue intacta. Nogueroll no acaba de entender
qué le está pasando y, al igual que ocurría con Job, parece acabar creyendo que
es objeto de una gran conspiración. El libro nos ofrece una trama de corrupción
y de tráfico ilegal de órganos en la que, además de las personas más ricas del
país, pueden estar involucrados el gobierno o los extraterrestres.
Las fantasías paranoicas de
Nogueroll se activan al entrar en contacto con Gonzalo Montes –Gonzom, en las
redes sociales–, su compañero en Leroy Merlín. Gonzom es un magufo. Una palabra que tanto Arjona
como Bescós usaron con entusiasmo en la presentación y que, a pesar de que no aparece
en el DRAE, podría definirse así: «Quien ejerce o “investiga” una
pseudociencia. Puede ser un reportero de revista ufológica, un astrólogo o
vidente, un divulgador, o un “activista” con cierta influencia. A diferencia
del crédulo, está activamente comprometido con su pseudociencia, posiblemente a
nivel profesional» (la fuente es una web de Ono).
Gonzom está convencido de que el
gobierno nos oculta la verdad: las visitas de los extraterrestres o la
extracción de órganos para investigaciones ajenas a la Tierra. Un cada vez más
desequilibrado Nogueroll acabará dejándose convencer por las delirantes ideas
de Gonzom y su equipo de investigadores exopolíticos.
En la contraportada del libro se
define la novela como «tragicomedia quijotesca cargada de humor surrealista», y
es una definición que me parece acertada, pero más de una vez me he encontrado
pensando que si bien Gonzom podría ser un Quijote moderno, alguien que en vez
de haber leído novelas de caballerías ha pasado demasiado tiempo en internet
leyendo páginas de investigaciones con escaso rigor científico, Nogueroll, más
que un Sancho Panza, funciona en la narración como una especie de Ignatius J.
Reilly, el personaje creado por John
Kennedy Toole en La conjura de los necios. Nogueroll,
como Ignatius, se lanza al mundo convencido de poseer una verdad que va a
chocar en más de una ocasión con la realidad que le rodea.
Gran parte de El costado derecho está escrito en
segunda persona (en otros momentos leemos los fragmentos de un diario que empieza
a escribir Nogueroll). El narrador interpela constantemente a Nogueroll sobre
el sentido o el sinsentido de sus acciones. Este recurso, que podría parecernos
anticuado, propio de las novelas del siglo XIX (en la página 99, Bescós
escribe, por ejemplo: «Relatemos a continuación, Nogueroll, lo que pasó aquel
día»), se usa aquí con intenciones cómicas, ya que la mirada y las
interpelaciones del narrador a su personaje suelen ser irónicas y en ocasiones
sarcásticas. A pesar de la mirada del narrador sobre él, Nogueroll resulta un
personaje tan patético que el lector acabará acercándose a él con compasión, perdonándole
sus múltiples meteduras de pata y las miserias de las que es capaz.
El costado derecho es la segunda novela de Francisco Bescós. Antes
había publicado El baile de los penitentes, con la que ganó el Certamen Internacional de Novela Negra
Ciudad de Carmona y que fue editada por Almuzara. Comento esto porque uno de los puntos fuertes de El costado derecho es la consistencia de
su trama, algo que acaba siendo primordial para escribir una novela negra. En El costado derecho, además de magufos,
paranoia y sociedades secretas y delirantes, también nos encontramos con
abogados, más o menos corruptos, y detectives privados, más o menos oscuros;
con pistolas y cúteres escondidos en
bolsillos. El costado derecho no es
exactamente una novela negra, pero, en algunas ocasiones, de forma paródica o
humorística, se acerca al género, igual que puede coquetear con la ciencia-ficción.
Me comentaba Francisco Bescós, en
la última ocasión en la que nos vimos, que se había sentido más libre
estilísticamente al escribir El costado
derecho que cuando escribió El baile
de los penitentes, puesto que el estilo de esta última era más seco, más
desprovisto de metáforas y adjetivos. El estilo de El costado derecho, siendo funcional en muchas ocasiones, también
gusta de la metáfora y el juego (en más de un capítulo la narración –y el
estilo contribuye a ello– tiende al disparate y al estilo zumbón de las novelas
de detectives de Eduardo Mendoza).
El costado derecho tiene 330 páginas. Lo comentaba el otro día con
Francisco: algunos capítulos se podían haber suprimido y la trama de la novela
no se habría visto afectada. Son capítulos en los que se recrea el pasado de
Nogueroll o se analiza la sociedad de marcas y de consumo en la que vivimos. A
Francisco le gustaban esos capítulos (que enriquecen al personaje) y a mí
también; de hecho, me parece que hay una narrativa joven española en la
actualidad que tiende a escribir obras muy cortas; y se echan de menos novelas
de más calado, de más ambición, aunque esta ambición (una condición ni
necesaria ni suficiente) se concrete en el número de páginas. Francisco es
publicista y algunos capítulos de los que podríamos calificar de «prescindibles»
para la trama son, precisamente (como la crítica a la filosofía chillout de Steve Jobs o el análisis
sociológico de las personas que usan la thermomix), de los más divertidos del
libro.
Me ha gustado El costado derecho. Me ha parecido una
novela bastante original; quizás, sin conocerlas todas, gracias a su trasfondo
de novela negra, de novela magufa, de
ciencia-ficción o de metáfora bíblica, nos encontremos ante una de las narraciones
más originales de las que se han publicado en España en los últimos años con la
coletilla de «novela de la crisis».
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