domingo, 14 de septiembre de 2014

La muerte pegada a las uñas, por Enrique Murillo

Editorial Bruguera. 93 páginas. 1ª edición de 2007.

La semana pasada ya comenté aquí otro de los libros de Enrique Murillo (Barcelona, 1944), titulado Qué nos pasa (2002). Hablé un poco de la trayectoria profesional del autor y conté que me había enviado a casa estas dos novelas suyas.

La muerte pegada a las uñas empieza, igual que la novela anterior, en un aeropuerto. En este caso la ciudad de la que procede el personaje, Ramón Pons, está mostrada de forma más explícita: él es de Barcelona y con frecuencia, por motivos de trabajo, tiene que hacer el puente aéreo Barcelona-Madrid. Esta es la primera frase de la novela: “Pertenezco a la populosa raza de los usuarios del puente aéreo que une Madrid con Barcelona”.
El tiempo de la novela es el de una mañana: se está produciendo un retraso en su vuelo y es posible que Ramón Pons no llegue a su primera cita del día en Madrid. Ramón Pons es el narrador de La muerte pegada a las uñas, y no conoceremos su nombre hasta las páginas finales. Está intranquilo porque sus desgracias del día no parecen acabar en el retraso que va a sufrir el vuelo: se acaba de sentar a su lado en el avión un viajero muy nervioso, que contraviene casi todas las normas tácitas que la “raza de los usuarios del puente aéreo” se han impuesto entre sí; la primera de ellas parece ser la de viajar sin dirigirse la palabra.
Debido al tamaño de su vecino de asiento, el narrador comenzará a referirse a él como “el oso”. Al final de la novela sabremos que su verdadero nombre es Raúl Fontana. El oso bebe whisky de una petaca, ingiere varios tranquilizantes, y aun así no se queda dormido. Va a empezar a contarle a Ramón una historia, que al principio nuestro narrador no quiere escuchar (le hace ver a su compañero que está leyendo un periódico, por ejemplo), pero ante la que acabará sucumbiendo; hasta el punto de acabar interpelando a su compañero de vuelo con un perentorio “qué ocurrió entonces” cuando su interlocutor se sumerja en un inesperado silencio.

Raúl, madrileño, vuelve de Barcelona a su ciudad después de haber cumplido con el último deseo de su mujer, muerta una semana antes: arrojar sus cenizas al mar de la que fue su ciudad natal, Barcelona. Al haber perdido el tren de regreso, ha tenido que tomar el vuelo, lo que no es de su agrado.
Raúl le cuenta a Ramón que es un fotógrafo profesional, con un relativo éxito, que se casó con una bella modelo llamada María. Ésta deseó comprar un piso antiguo en uno de los barrios más caros de Madrid, y tras una discusión marital porque los padres de ella –barceloneses de visita en Madrid– piden a su hija que se vaya a vivir a Barcelona, éstos van a sufrir un accidente que les causará la muerte. María se libra porque, debido a la discusión con Raúl, no se había ido esa noche a Barcelona con sus padres. A partir de aquí la distancia entre Raúl y María se acrecienta, y la mujer empieza a perder las ganas de vivir. Empezará a encontrarse cada vez más obsesionada con la historia trágica de los antiguos dueños de la casa en la que viven. Historia que Raúl irá reconstruyendo gracias a los vecinos y que María parece recibir de primera mano, de las voces de los fantasmas que parece escuchar a través de las paredes del edificio.

Como viene ocurriendo desde Otra vuelta de tuerca de Henry James, será tarea del lector decidir si está leyendo una novela de fantasmas o de locura.

Me ha gustado el juego entre las dos voces narrativas de la novela. La primera persona de Ramón Pons le cede la voz a la primera persona de Raúl Fontana, que al final se convierte en el principal narrador de la historia, aunque en parte nos llegue filtrada por la presencia de Ramón, el narrador-testigo.
Las dos voces narrativas me parecen, gracias a su forma de expresarse y a los intereses que muestran, más literarias que la del personaje de Arturo de la novela anterior, en la que el personaje propuesto me parecía, como ya comenté, que adolecía de algunas contradicciones.

El tono de la novela es más sobrio que el de Qué nos pasa. La comedia bufa que proponía esta novela –tono que podría hacernos pensar en el humor socarrón de Eduardo Mendoza–, deja paso aquí, en La muerte pegada a las uñas, a una narración más contenida, más de influencia anglosajona. Ya comenté la semana pasada que Murillo ha sido traductor de Henry James, y ha seleccionado y traducido, por ejemplo para Anagrama, a algunos de sus autores anglosajones emblemáticos, como Martin Amis, Ian McEwan, o John Fowles, y por tanto es un gran conocedor de la narración anglosajona, que siempre ha mostrado ese saber hacer en el relato fantástico y más concretamente en el de fantasmas.

Aunque La muerte pegada a las uñas tenga 95 páginas y Qué nos pasa 176 yo diría que son prácticamente de la misma extensión, y que la diferencia de páginas es sólo una cuestión de la diferencia de formato entre la editorial Destino y Bruguera.

Creo que ha sido un acierto haber leído estas dos novelas de Enrique Murillo en orden cronológico, y quedarme con el buen sabor de boca de haber leído la que más me ha gustado al final. La muerte pegada a las uñas es una novela corta de fantasmas o de locura de escritura contenida, en la que el autor ha sabido trasladar muy bien el relato fantástico anglosajón a un reconocido e inquietante (casi toda la narración tiene lugar en el aire, durante el vuelo del avión) espacio físico cercano a nosotros.

Me gustaría acabar esta entrada recomendando la lectura de una entrevista que José Serralvo hace a Enrique Murillo para la revista Jot Down, en la que Murillo habla de su trayectoria como editor y sobre el mundo editorial español sin muchos tapujos. En esta entrevista podrán leer (PINCHAR AQUÍ), mis queridos amantes de la literatura verdadera, preguntas y respuestas tan interesantes como ésta:

José Serralvo: ¿Qué me dices de los premios literarios? ¿Las agencias presionan a los jurados?

Enrique Murillo: No, no es exactamente así. El problema empieza en las editoriales, que fingen convocar concursos que en realidad no son concursos. Yo he sido cocinero de muchos premios literarios. Casi todos los premios literarios son una inversión de dinero muy grande que ninguna editorial que se precie puede jugarse dándoselo a alguien que nadie conoce y que por tanto venderá pocos ejemplares. Son operaciones de marketing y, como tales, lo que pretenden es encontrar un libro que venda muchísimo y que cubra el anticipo enorme que se paga por el premio. Es lo que hacen muchas editoriales, y la historia de los premios literarios de los últimos veinte años lo demuestra: ¿por qué lo ganan siempre autores muy conocidos que ya venden muchos ejemplares? Por eso, el cocinero del premio tiene que dedicarse durante un año entero a buscar a alguien que quiera ganar ese premio. Los premios literarios son una mentira. Lo digo con todas las letras.

4 comentarios:

  1. Pues me tientas más con esta novela. Estas tramas en las que no plantea la duda de si estamos antes una historia de fantasmas o de locura siempre me tientan.
    Besotes!!

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    1. Hola Margari:

      Esta novela estás muy bién; lo único es que no sé si será muy fácil encontrarla porque esta Bruguera dejó de editar esta colección. Tal vez se pueda encontrar en iberlibro.

      Besos

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  2. Gracias por tu reseña, se nota que te has dedicado al libro con detalle y atemción. La trama parece interesante.
    Un abrazo,
    Sonia

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    1. Hola Sonia: Gracias por tus palabras.
      La trama está muy bien llevada, pese a que se desarrolla en pocas páginas.

      Merece la pena, también, acercarse a alguno de los libros que está editando ahora Murillo en Los libros del lince. Me parece que está haciendo un gran trabajo.

      Un abrazo
      Saludos

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