Mi
amigo el poeta mallorquín Javier Cánaves,
ganador del premio Hiperión de 2003 con su gran poemario Por fin has conseguido
que odie el blues, leyó mi poemario doble El bar de Lee. Sobre él escribió una
entrada en su blog (Tú cita de los martes), donde entre otras cosas apunta:
“Es
evidente la influencia de escritores como Cesare Pavese, Juan Luis Panero
(“como una terca imagen del fracaso”, podemos leer en el poema que da título al
segundo poemario), Charles Bukowski o Roberto Bolaño. Tal vez por esto, los
poemas de David Pérez son auto-referenciales y narrativos, generalmente largos,
como pequeños relatos a los que se obligara a encajar en estructuras poéticas,
aunque convendría no olvidar, en este punto, que Pérez Vega creció y forjó su
mitología literaria leyendo, sobre todo, novelas. En este sentido, las
diferentes citas que pueblan ambos poemarios son especialmente reveladoras. Tal
vez en Móstoles era una fiesta se intenta un mayor vuelo lírico, pero
es en El calvo del Sonora, a mi modo de ver, donde David Pérez Vega
encuentra su voz más personal, la que maneja con mayor soltura. En este
poemario se encuentran los mejores poemas del conjunto. Estos poemas, si cabe,
son más narrativos, más prosaicos, y esta característica les sienta muy bien.
También percibo mayor madurez en ellos, una mirada más incisiva, un mejor
manejo de las herramientas idiomáticas. Contraponiendo ambos poemarios, creo
que el primero es más irregular que el segundo: alterna grandes poemas con
otros menos logrados. Esta fluctuación, pienso, no se da en El calvo del
Sonora, de un nivel más sostenido.”
Ver
el comentario completo AQUÍ.
Al
final de la entrada reproduce dos poemas de El bar de Lee. El primero es Nieve,
que abre el primero poemario, Móstoles era una fiesta, escrito en 1997, y el
segundo es uno de los poemas de El calvo del Sonora, escrito en 2008. Reproduzco
aquí los dos poemas:
NIEVE
Montevideo
era verde en mi infancia
absolutamente verde y con tranvías
(...) era tan diferente, era verde.
MARIO BENEDETTI
Blanca, limpia sobre las capotas de los
coches,
entre los dedos deshojados de los árboles,
leves puntadas amarillas en las copas
oscuras como un oro enlutado de tiempo
caído en el fango del invierno,
así ha caído esta noche la nieve de la
infancia
sobre las capotas de los coches.
Parece ya una fotografía tan lejana,
coches antiguos, rojos desvaídos, camuflados
por el esplendor
del blanco, resignados sobre el asfalto roto,
enmohecido
sobre el que jugábamos al fútbol, cuando no
había
tantos coches rojos cubiertos por la nieve.
Jugábamos en la calle. Veo la farola
escuálida que era un poste y el árbol
deshojado, descarnado, que era el otro, con
nieve en sus horquillas
y la puerta verde que no estaba en mi
infancia.
Yo era un Arconada de gomaespuma con mis
guantes de gomaespuma
bajo los palos del mismísimo cielo;
a veces amanecía nevado, igual que hoy, 14
años atrás, y
nos lanzábamos bolas fulgurantes de risa, de
latón y de agua
con la nieve recogida del capó de los coches
que hoy ha vuelto a caer entre los dedos
huesudos
de los árboles, con pinceladas impresionistas
de hojas
amarillas gastadas por el ladrido de los
perros,
sobre el aparcamiento incesante de árboles
marrones.
Cuando podaban esos árboles saltábamos sobre
las
ramas apiladas, cavábamos túneles en ellas,
eran una cama elástica y un refugio de guerra.
Y ahora, estudiando Análisis Contable, esas
ramas
vuelven a crecer igual que vuelve a caer la
nieve.
Entre las nubes frías de la mañana lo observo
desde la terraza, esperanzado
de que así vuelva a crecer la infancia.
5-12-97.
CHARLES BUKOWSKI
Que tiempos tan frustrantes fueron aquellos años: tener el deseo y la
necesidad de vivir pero no la habilidad.
C. B.
No en la biblioteca, fue en un bar.
El Vudu-Mama –otro local ya sólo persistente
en el itinerario de nuestros recuerdos,
en el vagar de las palabras por la ciudad
invisible-
allí escuché por primera vez a The Doors,
The Who o The Clash… Es decir, su dueño
(con un anillo en forma de ojo) moldeó
gran parte de la banda sonora de mi vida…
y los cuidados cartelitos tras la barra:
Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones
Charles
Bukowski
La máquina de follar
Charles
Bukowski
Un cantante pensé, hasta que leí la noticia
sobre la publicación de su biografía. Mataba
el tiempo en la biblioteca de la calle
Quintana
antes de ir a la academia de Físicas. Allí, en
1994,
una semana antes de su muerte, nos
encontramos.
Yo era un lector entonces de ciencia-ficción
o terror. Me evadía, pero eso ya no era
suficiente,
estaba perdido, bloqueado, necesitaba
respuestas,
claves para entender a los otros o a mí mismo,
y apareció aquel tipo de la generación de mis
abuelos
y del otro lado del mundo. Llegué a conocer su
vida
mejor que a la de mis padres. No podía creer
que su colegio de Los Angeles en la década de
los 30
fuese igual que el mío en el Móstoles de los
80.
Y si la literatura posee alguna magia ha de
ser ésta.
Un consejo para principiantes:
si quieres escribir como Bukowski antes de
beber
como Bukowski intenta leer como Bukowski.
Estuve meses en la biblioteca de Móstoles
buscando los mismos libros que él sacaba
de la biblioteca de La Ciénaga en Los Angeles,
cincuenta años antes, porque a mí tampoco
me gustaba estar donde me había tocado
y no tenía muchas cosas a las que aferrarme
y el sarcasmo feroz y tierno de Bukowski
representó para mí, en cierto modo, la estaca
que pude clavarle al corazón
podrido de la realidad de entonces.
Y después leería a muchos más escritores,
repletos de recursos, pero hay ciertas
filiaciones
que perduran más en relación con la necesidad
que con el intelecto.
Con él aprendí
dos cosas que aún me acompañan:
que si no la traicionaba siempre tendría
a la literatura a mi lado para salir adelante.
que cuando estalla un mundo, aunque sea
el tuyo, si aguantas con el coraje suficiente,
estarás allí para ver resurgir otro de sus
cenizas.
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