Editorial Joaquín Mortiz. 139
páginas. 1ª edición de 1967, ésta de 1997.
Quizás leer en un avión a Jorge Ibargüengoitia (1928, Guanajuato,
México-1983, Mejorada del Campo, Madrid), que murió en un accidente aéreo,
pueda considerarse un homenaje o un acto temerario. Y en mi caso creo que ha
sido más bien lo segundo, porque –después de acabar con Maten al león– leí entero
este libro en el aire, en el vuelo de Dallas a Madrid, en vez de dormir. Lo que
ha contribuido a que después de una semana aún siga teniendo jet lag; y que
bajo sus premisas me despierte a las 4 de la mañana con nula capacidad de
continuación hasta las 7 (las 10 de la noche en San Francisco), momento en el
que me vuelve a entrar sueño.
La ley de Herodes es el
único libro de relatos que Ibargüengoitia publicó como tal (aunque mi amigo –a
estas alturas ya personaje del blog– el escritor mexicano Federico Guzmán Rubio me ha comentado que muchas de sus crónicas
periodísticas son muy parecidas a estos relatos). El libro está formado por 11 textos
de marcado carácter autobiográfico. La unidad compositiva de todos los relatos
es muy fuerte; en ellos nos encontramos siempre con una voz narrativa en
primera persona, que el lector asume que es en todos los casos la misma y que
además se correspondería con la del propio autor. Esta última sospecha es más
que razonable al encontrarnos en los relatos, en varias ocasiones, con que los
demás personajes implicados en la historia se dirigen al narrador llamándole Jorge o bien Ibargüengoitia. Por ejemplo:
En el tercer cuento: “Ella salió
de entre la multitud y me puso una mano en el antebrazo. ‘Jorge’ me dijo” (pág.
23)
En el séptimo cuento: “Pues
imagínese, señor Ibargüengoitia –me dijo doña Amalia–, que ya el abogado tiene
los papeles y órdenes de embargo” (pág. 66).
En el décimo cuento: “¿No me
dijeron que iban a San Antonio? ¡Me han engañado! Yo les di aquella carta
creyendo que los Ibargüengoitia eran gente decente” (pág. 124).
Además, nos encontramos con
sucesos narrados que fácilmente se pueden relacionar con la propia vida del
autor; como las gestiones que tiene que realizar para conseguir alguna de las
becas que le concedieron diversas fundaciones, o los momentos en los que habla
de su actividad literaria o resulta ganador de un importante premio.
Los cuentos tienen (además de la
unidad de voz narrativa) bastantes características comunes. Una de las más
claras, que asalta al lector nada más empezar el primer párrafo de cada
composición, es que el autor siempre se adelanta a lo narrado. Ibargüengoitia
nos expone alguna de las consecuencias de lo que le ha ocurrido, y luego nos
explica cómo sucedieron los hechos para llegar hasta allí. Así empieza el
primer cuento: “El episodio cinematográfico sucedió hace cuatro años. Yo estaba
embargado y mi aventura con Ángela Darley había entrado en una etapa negra. Una
noche me salí de su casa olvidando, o mejor dicho, fingiendo olvidar, la cabeza
etrusca que ella me había regalado después de tantos ruegos de mi parte. Yo
estaba furioso porque ella había insistido en leer las líneas de la mano del
joven Arroyo y le había dicho lo mismo que me había dicho a mí tres años antes”
(pág. 9).
La mayoría de los cuentos están
escritos con mucha ironía, no exenta de sarcasmo, y suelen reflejar momentos de
apuro o de frustración que acontecen al narrador. Estos fracasos son en muchos
casos sexuales; como ya se deja ver en el párrafo que he transcrito arriba,
correspondiente al comienzo del cuento titulado El episodio cinematográfico.
Bajo el impulso narrativo
comentado se podría incluir un cuento que reveladoramente se titula La
mujer que no, y también La vela perpetua, ¿Quién
se lleva a Blanca? y posiblemente What became of Pampa Hash? Estos
cuentos podrían interpretarse también como una crítica a unas costumbres
sociales, en torno al sexo, que el autor encuentra anticuadas y poco naturales
(nada de sexo antes del matrimonio, etc.) y que no acaban de solucionarse al
poder relacionarse con la extranjera Pampa Hash del quinto cuento señalado,
donde la mexicanidad ejercida por Ibargüengoitia acaba chocando con las
costumbres foráneas.
Otros cuentos critican la
corrupción de las instituciones; y aquí destacaría la frustración que provoca
al autor comprar un terreno que perteneció a la Iglesia, o la posibilidad de
que le embarguen la casa –que construye en ese terreno– los usureros que le
hicieron un préstamo. El primer cuento sería Manos muertas (“Como las
órdenes religiosas no tienen derecho a tener propiedades y sin embargo las
tienen, cada orden nombra depositario a una persona de honorabilidad reconocida
y catolicismo a prueba de bomba. La función del depositario consiste en hacer
fraude a la Nación fingiéndose propietario de algo que es de la orden”, pág.
41), y el segundo Mis embargos (“Doña Amalia tuvo la culpa de que yo no le
pagara, por no presentarse a tiempo a cobrar, porque no le convenía que yo le
pagara; porque no andaba tras de su dinero, sino de mi casa”, pág. 64).
Si bien en muchos cuentos el tono
es irónico, o incluso sarcástico –como ya he apuntado– y en cierto modo, aunque
el narrador acaba siendo el perjudicado, son narraciones con un trasfondo
picaresco (“Los domingos, invitaba a una docena de personas a comer a mi casa y
les decía a todos:
—Traigan un platillo.
Con las sobras comíamos el resto
de la semana”, pág. 63 del cuento Mis embargos); hay otros momentos –y
el más señalado es la narración Cuento del canario, las pinzas y los tres
muertos– en que el tono se vuelve más serio y emotivo. En el cuento
citado, Ibargüengoitia nos describe sus diversas reacciones ante gente que
llama a su puerta para pedir dinero; mendigos o desconocidos que dicen
representar a algún trabajador relacionado con la casa… y ante los que se finge
ingenuo y crédulo porque prefiere condescender y ayudarlos a cerrarles la
puerta.
Quizás más que en los otros
libros que llevo leídos de este autor –siendo siempre una característica de su
estilo– en La ley de Herodes el uso
del lenguaje oral es más acusado.
Voy a destacar dos cuentos. El
primero sería Conversaciones con Bloomsbury, donde el narrador nos acerca a
Bloomsbury, un gringo que llega a México, representando a una fundación, con la
idea de ayudar a escritores locales, y cómo ninguno de ellos quiere
relacionarse con él porque le consideran un espía de la CIA. Este cuento, de un
libro publicado en 1967, me ha recordado mucho a algunas páginas de Los
detectives salvajes de Roberto Bolaño, publicado en 1998. Aunque Bolaño
nunca cita a Ibargüengoitia en Entre paréntesis, estoy seguro de que
había leído sus libros en su etapa mexicana y La ley de Herodes y otras obras de este autor influyeron en su
obra.
También me parece claro que el estilo irónico, nostálgico y chistoso de Ibargüengoitia ha influido en el escritor mexicano Juan Villoro.
El otro cuento sería Falta
de espíritu scout, donde Ibargüengoitia nos conduce a sus 12 años y a
su pasado scout, organización que acabará expulsándole de sus filas por
cuestionar su competencia. El ansia de mando de Nicodemus, el jefe scout, parece
quedarse grabada en el espíritu del niño Ibargüengoitia, y aflorar, años
después, en una obra que en gran parte es una gran burla de los dictadores.
La próxima semana ya no hablaré
de Jorge Ibargüengoitia, aquí se acaban las lecturas que realicé durante mi
viaje a San Francisco. Pero aún tengo en casa sin leer Los relámpagos de agosto
y Los
pasos de López, libros a los que no creo que tarde mucho en acercarme y
a los que uniré la compra de Dos crímenes, para así leer la obra
narrativa completa de este destacado autor mexicano.
Me encanta la idea de ser personaje del blog. Y sí, en el caso de Ibargüengoitia, la división entre cuentos y crónicas me parece a veces un tanto caprichosa. Quizás sea el Ibargëngoitia que más me gusta pues, como los grandes humoristas, cuando se ríen de sí mismos es cuando nos resultan más simpáticos.
ResponderEliminarAbrazo!
Federico
Hola, creo que recordar que me contaste que en España una parte del las crónicas las había publicado Javier Marías en su editorial Reino de Redonda. Habrá que buscarlas.
ResponderEliminarsaludos
Sí, hace un par de años, creo, REvolución en el jardín. Una maravilla, como todas las publicaciones que tengo de Reino de Redonda. Mi pasión mariísta es quizá exagerada, pero he aprendido a convivir con ella.
ResponderEliminarA propósito, hoy he recomendado a un alumno del correccional a tu admirado Philip K. Dick. Andaba con un libro de Asimov entre manos, me acerqué y estuve charlando con él...
Hola Detective:
ResponderEliminarLos libros de Reino de Redonda lo he hojeado pero no le leído aún ninguno. Tienen muy buena pinta, debería leer alguno.
Sobre Philip K. Dick: detective, creo que ya se han dado varias casualidades de estas. El próximo domingo cuelgo una entrada sobre mi apreciado Dick. He procurado que sea una entrada emotiva por lo que representa Dick para mí. Según mussi va a ser una de las entradas más bizarras del blog.
saludos