Editorial Mondadori Argentina.
190 páginas. 1ª edición de 2010.
Éste es otro de los libros que,
en las pasadas Navidades, me mandó mi amigo Leandro Hernández desde Chile, porque Mondadori no se decide a
publicar toda la obra de Mario Levrero
(Montevideo, 1940-2004) en España. Así que edita 2.500 ejemplares en el barrio
de Avellaneda en Buenos Aires, y de ahí los distribuye a Argentina, Uruguay y
Chile. Lo que sigo pensando que es un error: Mario Levrero ya tiene el
suficiente número de lectores en España como para que su edición aquí sea
rentable, o Mondadori debería apostar –opino, sin tener sus cuentas de
resultados en la mano, claro– por el futuro: debería ser un orgullo para ellos
tener a un autor de la categoría de Mario Levrero en su catálogo. Yo aún sigo
esperando que Mondadori edite la antología de cuentos de Levrero que había seleccionado
Ignacio Echevarría y que se
anunciaba en la contraportada de La novela luminosa, editada en 2008.
Leo en la wikipedia que de La
banda del Ciempiés, fechada en enero-marzo de 1988, apareció una
versión abreviada, publicada como folletín, en el suplemento Verano/12 del
diario Página/12, Buenos Aires, en enero-febrero de 1989, y que la versión
completa la ha publicado por primera vez Mondadori en 2010.
Entre las obras de Levrero que he
leído, La banda del Ciempiés guarda una estrecha relación con la
novela Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo,
fechada en 1973, libro que ya comenté en el blog hace unos meses (ver AQUÍ).
Como en Nick Carter, la acción de La
banda del Ciempiés se sitúa en una indeterminada ciudad norteamericana, y
además los nombres de los personajes son anglosajones; estos dos elementos
–ubicación norteamericana y nombres anglosajones– le sirven a Levrero para
jugar en su novela al género policial con tintes paródicos.
En ambas novelas nos encontramos
con un famoso detective que debe resolver un enigma que supera a la policía.
El hecho terrorífico que asola a
la ciudad donde se desarrolla la acción queda descrito en la segunda página de
la novela de este modo:
“El origen de todo esto había
sido una voz de mujer que gritó apenas dos palabras: ¡El Ciempiés!
En efecto: a pocos metros de la
salida del cinematógrafo se había formado una vez más el aterrador muñeco que
aparecía a cualquier hora del día y de la noche con la única aparente finalidad
de provocar el pánico, y tenía en jaque tanto a la policía como al resto de los
ciudadanos. El cuerpo del muñeco estaba formado por un largo trozo de tela muy
liviana, calada, con forma de gusano, que cubría a una cincuentena de hombres
que, de este modo, cobraban la apariencia de un gigantesco ciempiés. Estos
hombres corrían disciplinadamente, moviendo sus piernas en forma perfectamente
acompasada, mientras algunos de ellos hacían sonar unas matracas de madera y
otros unas pequeñas panderetas (...).
Los hombres corrían, haciendo
ondular el largo cuerpo del muñeco, y destruían lo que tocaban: vidrieras,
vidrios de automóviles o cualquier otro objeto que encontraban en su camino,
mientras que a la gente la golpeaban con gruesos palos o la herían con finos
estiletes o la atropellaban y pisoteaban o simplemente la acometían a
puñetazos, disparados sin detenerse en ningún momento la marcha del muñeco
galopante. Al llegar a la esquina siguiente se quitaban la tela que los cubría,
y esa tela o bien era abandonada en la calle o bien era plegada cuidadosamente
entre dos de esos hombres, y uno de ellos la guardaba entre sus ropas, mientras
los cuarenta y ocho restantes se dispersaban rápidamente”.
Sé que la cita es especialmente
larga, pero creo que merecía la pena reproducirla: si uno abre un libro y en la
segunda página lee lo entrecomillado arriba creo que será difícil que no se le
escape una sonrisa.
Si bien Nick Carter parecía una parodia de los principios freudianos, La banda del Ciempiés es más bien una
parodia de los folletines del siglo XIX y de varios géneros de literatura
barata (sin olvidar las pulsiones freudianas, como el deseo sexual compulsivo
de algunos personajes).
Aquí, a diferencia de lo que
ocurría en Nick Carter –aunque en La banda del Ciempiés las relaciones
causales entre unos hechos y otros son absurdas–, se conserva más la lógica
física; es decir, mientras que en Nick
Carter el detective salía de casa saltando cinco pisos desde la ventana, o
los espejos mostraban una realidad diferente a la que debería aparecer
reflejada en ellos, los personajes de La
banda del Ciempiés son más humanos (el detective no lleva a su ayudante en
una bolsa) y están más sometidos a leyes universales, como la de la gravedad.
He detectado la parodia en esta
novela al menos a los siguientes géneros:
Al de detectives: en este caso el
gran detective se llama Carmody Trailler, y sus ayudantes –John Adams o Angus
McCoy– tienen también un peso importante en el desarrollo de la historia.
Trailler tiene un estricto código de trabajo: no puede actuar contra la banda
del Ciempiés porque nadie ha contratado sus servicios.
Al de espías, mezclado con las
tensiones de la guerra fría: el conflicto de la banda del Ciempiés lleva al
jefe de policía, Smithe Andrews, a seguir una posible pista falsa: detener a
los chinos de la ciudad, lo que ocasionará un conflicto internacional, con los
embajadores de diversos países. Y que además podrá ocasionar una guerra mundial.
Al puramente folletinesco: una
pobre chica que vende flores y que es secuestrada por una banda de criminales
–no necesariamente la banda del Ciempiés–, es salvada y protegida por una bailarina
de striptease, que la educa y la refina como una moderna Pigmalión.
Al género erótico: existe una fuerte
atracción sexual entre la bailarina de striptease y la vendedora de flores.
El ritmo de La banda del Ciempiés es durante casi toda la novela desenfrenado
(con acciones que transcurren paralelas en el tiempo), y el planteamiento
inicial –detener a la peligrosa banda– se va diluyendo entre variadas
digresiones narrativas, que parecen seguir los vaivenes de la imaginación o del
capricho de Levrero; y a pesar de esto, no le importa al autor plantear
estrictos cambios de ritmo y dibujar, por ejemplo, la escena de unos tranquilos
días de playa, o de repente dedica un pequeño capítulo a las extrañas
actividades de una ardilla, cuya bellota golpeó en la cabeza a uno de los
protagonistas en el capítulo anterior.
Quizás La banda del Ciempiés es un libro más puramente paródico y
divertido que Nick Carter, ya que las
pulsiones freudianas de esta novela a veces la hacían un tanto angustiosa.
Y como ya apunté al hablar de Nick Carter, La banda del Ciempiés sigue siendo una entretenida novela menor
respecto a las obras más destacadas de Levrero, que a mí me gusta leer, entre
otras cosas, por afán coleccionista y porque no son fáciles de encontrar.
Es curioso que si hace una
semana, al comentar Sin creer en nada de Elvio
E. Gandolfo, escribí que la lectura de Gandolfo me hacía pensar en Levrero,
ahora debería apuntar –como ya hice en otra ocasión– que la lectura de Levrero
(de este Levrero) me ha hecho pensar mucho en César Aira.
Aún tengo en casa sin leer otra
obra de Mario Levrero: su libro de cuentos La máquina de pensar en Gladys,
y he visto en internet que Mondadori Argentina ha sacado allí, hace poco, uno
nuevo: El alma de Gardel, que acabaré comprando (ya veremos cómo).