domingo, 2 de julio de 2023

La mujer de la arena, por Kobo Abe

 


La mujer de la arena, de Kobo Abe

Editorial Siruela. 206 páginas. 1ª edición de 1962. Ésta es de 2006.

Traducción de Kazuya Sakai

 

Ya he comentado que, a principios de 2022, me apeteció volver a leer al premio Nobel de literatura de 1994 el japonés Kenzaburo Oé, del que había leído cinco libros a finales de los años 90. Después me apeteció seguir con literatura japonesa, y leí libros de Natsume Soseki, Osamu Dazai y de Yuriko Miyamoto. En la mayoría de las páginas web que consultaba, en busca de los autores japoneses más relevantes, solía aparecer también el nombre de Kōbō Abe (Tokio, 1924 – 1993), al que suelen, además, denominar el «Kafka japonés».

 

Tomé de la biblioteca de Móstoles su novela El mapa calcinado (1967), que era la única que tenían. Pero, según la información que leía en internet, ésta no estaba entre sus novelas más señeras, así que saqué, antes de leer la otra, en préstamo, de la biblioteca de Ciudad Lineal, La mujer de arena (1962), que sí se suele señalar como una de sus novelas más significativas.

 

El protagonista de La mujer de la arena se llama Jumpei Niki, aunque este dato del nombre no lo sabremos hasta, exactamente, la última página del libro, cuando podamos leer una ficha de «persona desaparecida», en la que se muestran algunos de sus datos personales. Gracias a esta misma ficha, sabremos que la acción de la novela comienza en agosto de 1955. Jumpei tiene treinta y un años, y este dato sí se da en el propio cuerpo de la narración.

«Cierto día de agosto, un hombre desapareció. Aprovechando sus vacaciones, había ido a una playa, que estaba a medio día de viaje en tren, y no se volvió a saber de él. La búsqueda que emprendió la policía y los avisos en los diarios no dieron ningún resultado.», con este párrafo, en el que se adelanta el propio final de la historia, comienza el libro.

 

El hombre sin nombre —o que solo adquiere uno en la última página del libro—, que protagoniza la novela trabaja como maestro y vive solo en una residencia. Además es un entomólogo aficionado y, precisamente, ha acudido a la playa con la intención de capturar insectos para su colección. «El verdadero placer de los entomólogos es mucho más sencillo, más directo; consiste en descubrir nuevos especímenes. Cuando esto ocurre, el nombre del descubridor aparece en las enciclopedias ilustradas de entomología junto con el nombre técnico en latín del insecto descubierto: es la consagración. Sus esfuerzos serán coronados por el éxito si su nombre se perpetúa en la memoria de los hombres, aunque sea asociado con un insecto.» (pág. 19) En este párrafo creo encontrar humor en Abe, al asociar el triunfo de su personaje a algo nimio, a un propósito intrascendente. Pero además, creo encontrar un homenaje a Franz Kafka. Su famosa novela breve La metamorfosis (1915) comienza así: «Cuando Gregor Samsa despertó una mañana de un sueño inquieto, se encontró en la cama convertido en un monstruoso insecto.»

Ya he comentado que al leer durante 2022 a escritores japoneses me ha llamado la atención la influencia de la literatura occidental sobre ellos: en Kenzaburo Oé y Osamu Dazai se notaba la influencia de la literatura francesa (lengua que estudiaron en la universidad) y en Natsume Soseki la influencia de la inglesa (lengua que estudió en la universidad). Si bien Kobo Abe estudió medicina en la universidad, como su padre (una profesión que no llegó a ejercer), me parece clara la influencia de Kafka, el autor checo de habla alemana. En La metamorfosis, Samsa se va a ver convertido, de un modo simbólico, en un insecto, y en La mujer de la arena, Abe va a jugar continuamente a la idea de que su protagonista se va a ver atrapado en una trampa para insectos, pasando a ser él uno de esos insectos que venía persiguiendo.

 

El argumento de La mujer de la arena es, en apariencia, sencillo. Jumpei Niki busca insectos en unas dunas cercanas a una playa. En estas dunas hay un pueblo, con unas casas extrañamente cavadas en las dunas. Un viejo le pregunta si es un inspector del gobierno y al contestarle que no, parece relajarse. El viejo indica a Jumpei que se le ha hecho tarde para regresar a la ciudad y que lo mejor será que pernocte en el pueblo. Le conducirá a una casa, en la que vive una mujer. Solo se puede acceder a la casa, bajando por una escala, ya que la vivienda se encuentra en un pozo excavado en las dunas. Será una sorpresa para Jumpei descubrir que a la mañana siguiente, desde arriba, han retirado la escala y que se encuentra atrapado allí. La mujer le contará que desde el último tifón se ha quedado viuda y ha perdido a su hijo. Así que parece que los habitantes del pueblo han querido reemplazar al hombre muerto por otro para que pueda ayudar a la mujer en sus tareas. «Era una pesadilla demasiado fantástica.», va a pensar Jumpei en la página 52.

La mujer, ayudada ahora por el hombre, debe sacar arena para tratar de que la duna no acabe de derrumbar su casa.

En un momento se insinúa que la cooperativa de la aldea vende la arena y hace negocio con ella, pero en realidad ‒quizás porque olvidé algún párrafo‒ no he acabado de tener claro si la arena que mueven la mujer y el hombre acaba siendo sacada hasta la superficie. En realidad, Jumpei ha caída en un sueño de Sísifo, obligado a mover arena con el único fin de no morir aplastado con ella. Aquí la novela, gracias a este simbolismo expresionista, nos habla sobre la inutilidad de los esfuerzos humanos, que es también uno de los temas de Kafka.

Son continuas las metáforas y las comparaciones que se establecen en la novela entre la situación del personaje y el mundo de los insectos. Así por ejemplo leemos: «Y él había caído estúpidamente en una trampa, en un hormiguero.» (pág. 52), «El hombre parecía una de esas moscas grandes y negras que creen estar volando y solo consiguen chocar contra el vidrio.» (pág. 105) o «Hasta la sensación de vergüenza quedó borrada, como un ala de libélula consumida en un instante por el fuego.» (pág. 173).

La novela está escrita en tercera persona, pero, en más de una ocasión, se pasa a la primera persona de Jumpei, y así el lector puede acceder de un modo directo a sus pensamientos.

 

También se habla de la arena con profusión, casi como si se tratase de un ser vivo. «En última instancia pienso que el mundo es como la arena… No se puede conocer su verdadera naturaleza mientras se la considera como cuerpo estático… No es que la arena fluya; el fluir mismo es la arena…» (pág. 91)

«La belleza de la arena pertenecía al reino de la muerte.» (pág. 157)

 

En la novela se habla en algún momento, muy de pasada, de la guerra, que ha finalizado una década antes. «Recordaba cómo unos diez años antes, cuando solo quedaban ruinas de la guerra, todos anhelaban la libertad de no seguir caminando. Y ahora, pensó, ¿será que nos hemos cansado de la libertad de dejar de caminar? ¿Acaso él mismo no se había dejado seducir por esta arena, cansado ya de juegos caprichosos?» (pág. 82)

 

En la novela también podemos encontrar un componente erótico. Ya dije que Jumpei tiene treinta y un años y la mujer con la que va a pasar a convivir tiene treinta. Entre ellos se establecerá una relación marcada por el deseo y la desconfianza.

 

Ya he hablado de las referencias a La metamorfosis de Kafka, pero diría que La mujer de la arena guarda también referencias a otro de los relatos más famosos de Kafka, el titulado La guarida, que empieza así: «He terminado la guarida y parece que ha quedado bien. Desde fuera solo se puede ver un gran agujero, pero éste, en realidad, no conduce a ninguna parte; después de un par de metros se levanta una pared rocosa natural.» Esta guarida de la que habla Kafka le va a suponer mucho trabajo al ser que la habita y siempre estará teniendo que reparar los continuos derrumbes que sufre, como les ocurre a los protagonistas de la novela de Abe.

En la página 172 leemos la siguiente frase: «A menos que uno fuera un artista del trapecio, tarde o temprano llegaría al límite de la resistencia.» Un artista del trapecio es uno de los más famosos cuentos de Kafka, y esa cita, donde se da el título de forma literal, no puede ser una casualidad.

 

Hacia el final, el protagonista exclama: «¡Su Señoría, exijo que se me diga cuál es el contenido de la acusación! Exijo que se me comunique el motivo de mi sentencia.» (pág. 185), que parece otra referencia clara a la obra de Kafka, en este caso a la novela El proceso, donde su protagonista, Joseph K., se encuentra una mañana con el aviso de que está en un proceso, pero nadie le dice de qué se le acusa.

 

Así que hemos podido comprobar que el apelativo que se le da a Kobo Abe de «el Kafka japonés» está justificado. En definitiva, La mujer de la arena me ha parecido una angustiosa, erótica, bella y misteriosa novela, y Kobo Abe uno de los escritores más originales (pese al peso de Kafka sobre su obra) de los japoneses que he leído hasta ahora.

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