La edad media, de Leonardo
Cano.
Editorial Candaya. 318 páginas. 1ª edición de 2016.
Ya comenté hace dos meses que leí Autopsia de Miguel Serrano Larraz porque me interesa mucho lo que publica la
editorial Candaya y hasta entonces solo había leído, en esta editorial, libros
de autores hispanoamericanos y ninguno de un español. La experiencia fue muy positiva.
Autopsia me gustó mucho y cuando una
tarde me pasé por una librería de segunda mano de mi barrio, porque había visto
en Iberlibro que allí vendían un ejemplar de mi novela Los insignes y quería
saber (momento paranoide) si era un ejemplar dedicado por mí a alguno de mis
amigos (comprobé que no, por fortuna), y vi La edad media de Leonardo Cano (Murcia, 1977), sentí el deseo
de comprarla. Y lo hice aun sabiendo que los editores de Candaya me la hubieran
mandado a casa si se la pedía. Uno no puede dejar sus viejos vicios fácilmente.
En abril de 2016 coincidí con Leonardo Cano en la librería Alberti de Madrid, el día que se presentaba el libro de
relatos Estromboli de Jon Bilbao.
En los bares de después, entre un gran grupo de escritores, hablamos sobre la
nueva literatura española y la crítica en blogs destructivos. Todos nos reímos mucho;
lo pasamos bien.
Había leído bastantes reseñas positivas de La edad media y pensé que, al igual que Autopsia me había resultado un libro generacionalmente muy cercano,
era posible que me ocurriera lo mismo con esta otra novela.
Justo antes de empezar a leerla, me acerqué a una entrevista al autor
que encontré en internet. En ella, Cano hablaba, entre otras cosas, de su
admiración por Mario Vargas Llosa.
La pista es importante, aunque realmente no la necesitaba. Si hubiera leído La edad media sin conocer esa entrevista,
habría pensado que una de sus influencias más claras era Vargas Llosa. De
entrada, la influencia se nota en la estructura: Cano entrelaza en su novela
tres historias con estilos narrativos diferentes:
Para empezar, nos encontramos con una voz narrativa que, en primera
persona del plural, evoca el pasado de unos compañeros de clase del Juan Bosco,
un exclusivo colegio privado de Murcia (el nombre de la ciudad no aparece en la
novela, pero sí el nombre de varias calles. Buscando en internet, he comprobado
que son calles de Murcia). La narración en plural centra su mirada sobre todo en
el hijodelRana (más tarde Gómez), amigo de Fauró y Moya: «Un trío al que
realmente no podías parar de meterle pescozones», leemos en la página 7.
La segunda historia nos acerca ‒mediante una tercera persona un tanto
fría, pero no exenta de ironía‒ a M, un abogado que trabaja en la Ciudad de la
Justicia de Murcia. El propio autor es licenciado en Derecho y trabaja como
funcionario en el Ministerio de Justicia, así que el mundo reflejado lo conoce
bien y la sensación de realidad de lo narrado (una realidad agobiante y un
tanto kafkiana) es absoluta. M es el Moya del Bosco.
La tercera terna narrativa reproduce los mensajes intercambiados en un
chat de gmail entre Julia, una chica de veintiséis años, y su novio de treinta
Nacho Fauró (el Fauró del Bosco). Normalmente son mensajes intercambiados en
horas de trabajo: ella es consultora de Accenture y él trabaja en un banco.
Ambos son de Murcia, pero él trabaja en esta ciudad y ella en Madrid. El estilo
narrativo reproduce la oralidad de una charla de novios que escriben robándole
tiempo al trabajo. Así que aquí aparecen emoticonos, faltas de ortografía,
erratas y puntuaciones deficientes. La sensación de realidad está muy lograda.
Las tres narraciones se van dando paso, mientras que lo contado a
través de ellas avanza de forma lineal. Hacia el final de la novela, algunos de
los exalumnos del Bosco han quedado a través de Facebook para verse después de
quince años de finalizar su paso por el colegio. Así que, en la actualidad de
la novela, los protagonistas tienen unos treinta y tres años, la «edad media»
que sugiere el título.
Me ha resultado curioso constatar los puntos en común que tienen estas
dos novelas de Candaya: tanto Autopsia
como La edad media indagan en los
recuerdos adolescentes de los años noventa, unos recuerdos en gran parte de
violencia (una violencia que en el caso de Cano, al evocar las relaciones que
se establecían en el Bosco, recuerda a la del Vargas Llosa de La
ciudad y los perros), que han llevado a sus protagonistas a una
escéptica mirada sobre su realidad actual. Además, ambos emplean el recurso de
forzar el encuentro de las personas evocadas en sus recuerdos por medio de una
reunión organizada a través de Facebook.
Posiblemente, el tema central de La
edad media es el de las expectativas que nos hacemos sobre la vida en la
adolescencia y cómo estas son desbaratadas por el paso del tiempo. Parece
complicado que alguien sueñe a los catorce o dieciséis años con ser ingeniero,
médico o abogado (profesiones que parecen dirigidas por la insistencia familiar),
además de con ser popular en el instituto, cuando, precisamente, alcanzar las
notas necesarias para llegar a las carreras mencionadas juega, en la mayoría de
los casos, en contra de la popularidad adolescente. A este respecto me ha
gustado la sutilidad con que se muestra la mirada de Fauró al conservar con
Julia: ésta, más joven que él y más ambiciosa, cree en la valía laboral de las
personas con las que se cruza en su empresa y en otras; Fauró, en cambio,
señala que ha visto que muchos de sus compañeros del colegio, que tuvieron que
repetir curso y estudiar en universidades privadas porque no les llegaba la
nota para las carreras más deseadas en la educación pública, ahora son
profesionales de primera línea, y supone que habrán llegado ahí haciendo valer
sus contactos, y que cualquiera puede aprender un trabajo normal (en un banco,
por ejemplo) si alguien se lo enseña y pone atención.
El kafkiano M de la segunda historia se siente frustrado por ser sólo
un funcionario interino y tener que vivir en casa de su familia y conducir el
coche de su padre. Su mirada herida sobre el mundo del dinero moverá la trama
hacia su desenlace (no quiero adelantarlo).
Quizás, la parte que más me ha gustado de las tres ha sido la de la
adolescencia de los personajes en el Bosco. Me ha hecho pensar en mi propio
pasado y recordar un mundo de música, de marcas de ropa y referentes, que en
gran medida había llegado a olvidar.
Durante bastantes páginas leí la segunda historia (M en el juzgado) y
la tercera (el chat entre Julia y Fauró) como si fueran simultáneas en el
tiempo, pero no es así: la tercera narración es anterior a la segunda y además
acaban estando entrelazadas. Lo cierto es que el trabajo estructural de la
novela está muy logrado.
La edad media es la primera novela publicada por Leonardo Cano,
pero me queda claro que no es la primera que escribe. Es una novela muy madura
que, mediante un cuidado despliegue de diversos recursos técnicos, habla con
una incisiva mordacidad sobre el presente y el pasado de los nacidos en la
década de 1970. La voz narrativa de Miguel Serrano Larraz en Autopsia me resultó más cercana y
conmovedora que la de Leonardo Cano en La
edad media. Este último ha elegido hacer una novela guardando más las
distancias con los temas narrados, pero igualmente eficaz y perturbadora. Un
gran debut.
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