Traducción de José Ramón Monreal.
Hasta ahora había leído a algunas de las figuras más destacadas de la
novela francesa del siglo XIX, como a Gustave
Flaubert, Émile Zola y Stendhal, pero me faltaba uno de los
más importantes: Honoré de Balzac
(Tours, 1799-París, 1850). Si quería leer a Balzac, lo más lógico era acercarme
a su novela más emblemática, Las ilusiones perdidas. Llevaba años
hojeándola en las librerías o en las bibliotecas. Me decidí a comprarla el
verano de 2015 en la Casa del Libro de Goya. Fue una compra impulsiva. No
pensaba leerlo a corto plazo, pero sabía que, si me lo llevaba a casa, tarde o temprano
lo acabaría leyendo. Me he acercado a él en mayo de 2016, casi un año después
de su compra (lo que no está mal, teniendo en cuenta que en mi casa hay libros
sin leer de hace más de veinte años y nunca he pensado en deshacerme de ellos).
Las ilusiones perdidas está
formado por tres novelas: Los dos poetas (1835), Un
gran hombre de provincias en París (1839) y Los sufrimientos del inventor
(1843), que en su momento se publicaron de forma independiente, aunque en la
actualidad el lector las encuentra siempre en un único volumen.
La primera y la última transcurren en Angulema, ciudad natal de Lucien
Chardon (o Lucien de Rubempré).
En Los dos poetas conocemos
a los jóvenes Lucien y David. Al principio el personaje principal parece ser
David, que ha estudiado en París el arte de la edición y, al regresar a
Angulema, hereda de su padre la imprenta con la que éste se ha ganado la vida
desde hace años, a pesar de ser analfabeto. El negocio no es muy boyante y el
padre de David se lo traspasa en unas condiciones muy desfavorables para los
intereses del hijo, que es un joven aficionado a la literatura y a las
ciencias. En esta primera parte, David soñará con ser inventor (aspecto que se
desarrollará más en la tercera). Su amigo del colegio, Lucien, comparte con él
la afición por la literatura y la ciencia, aunque él se decanta sobre todo por
la literatura. Gracias a los versos que ha realizado en el colegio, Lucien entrará
en contacto con madame de Bargeton, mujer perteneciente a la nobleza de
Angulema y de notable belleza.
De los autores franceses que citaba más arriba, al último que leí fue a
Stendhal, en concreto su novela Rojo y negro, que se publicó en
1830. Teniendo en cuenta su fecha de publicación, parece evidente que esta obra
influyó en la creación de Las ilusiones
perdidas, cuya primera parte se publicó en 1835. Ambas novelas tienen como
personaje principal a un arribista: Julien Sorel en Rojo y negro y Lucien Chardon en Las ilusiones perdidas. En ambas, la voz principal es un narrador
omnisciente que nos informa de lo que debemos pensar sobre los personajes: si
en Rojo y negro el adjetivo «hipócrita»
precedía al protagonista, Julien, en Las
ilusiones perdidas es «ambicioso» el calificativo que antecede el nombre de
Lucien. El narrador suele interrumpir la historia para describirnos ciertos
aspectos al detalle (las leyes de la época, las costumbres de Angulema...).
Así, por ejemplo, leemos en la página 41 de Los
dos poetas: «Pero es tanto más necesario dar aquí algunas explicaciones
sobre Angulema cuanto que ayudarán a comprender mejor a madame de Bargeton, uno
de los personajes más importantes de esta historia».
Otra característica de la voz narrativa del siglo XIX es que suele ser
muy sentenciosa. He aquí algunos ejemplos:
Página 22: «Las personas generosas son malos comerciantes».
Página 26: «La avaricia, como el amor, posee el don de la visión de
los acontecimientos futuros, que presiente y adivina».
Página 36: «Una de las desgracias a las que se ven sometidas las
grandes inteligencias es la de comprender por fuerza todas las cosas, tanto los
vicios como las virtudes».
Página 49: «A falta de ejercicio, las pasiones se empequeñecen al
agrandarse las nimiedades».
Yo mismo podría ponerme sentencioso y afirmar que estas grandes
novelas del siglo XIX francés, que explican al lector en todo momento lo que
tiene que pensar sobre los personajes, resultan poco sutiles desde una
perspectiva actual, pero sin embargo, terminan siendo muy agudas.
En Los dos poetas existe otro marcado paralelismo con Rojo y negro: la historia de Lucien,
como la de Julien, es la historia de un seductor, y gran parte de la trama de
la novela trata de las vicisitudes que vive el joven Lucien cuando trata de
conquistar a madame de Bargeton.
Bajo mi punto de vista, la fuerza de Las ilusiones perdidas radica principalmente en su segunda parte, Un
gran hombre de provincias en París, que retrata la llegada de Lucien y
madame de Bargeton a la capital, la traición de madame de Bargeton y el ascenso
y caída de Lucien en el mundo de las letras. Lucien ha escrito en provincias un
poemario, titulado Las margaritas, y
una novela a lo Walter Scott titulada El
arquero de Carlos IX. Todo lo que me había resultado anticuado en la
primera parte de esta gran novela de aprendizaje, se vuelve ágil y rítmico en
la segunda. En cierto modo ‒aunque es verdad que entre la publicación de ambas
partes pasaron varios años‒, es como si Balzac se volviera un autor mucho más
moderno en la segunda parte. Las ambiciones de Lucien chocarán con París, donde
descubrirá que de entrada no se puede ser nadie sin la vestimenta adecuada, y
para conseguirla hipotecará los ahorros de David, su mejor amigo y también
cuñado. Lucien acabará viviendo en el barrio Latino y pasando penalidades mientras
persigue su sueño de ser escritor. En este sentido la novela entronca con toda
una tradición de novelas sobre los sueños literarios: Martin Eden de Jack London o Hambre de Knut Hamsun podrían ser deudoras de Las ilusiones perdidas.
Un gran hombre de provincias en París es una sátira del mundo
de las ambiciones literarias, pero sobre todo es una sátira del mundo del
periodismo cultural, que empezaba a cobrar una gran importancia en el mundo del
ocio de la década de 1820 (principalmente las críticas de las novedades
literarias y los estrenos teatrales). Lucien, una vez que ha perdido el favor
de madame de Bargeton, se dedicará a aprender por su cuenta en la biblioteca y
a vivir frugalmente. Conocerá a un grupo de jóvenes idealistas, trabajadores y
abnegados, personas francas, a las que no les importa pasar penalidades y que
nunca traicionarían sus altos ideales artísticos, o científicos, por el éxito
inmediato. Pero también va a conocer a otro joven escritor que se gana la vida
como reseñista en un periódico, alguien que le introducirá en ese mundo de
dinero fácil y corrupciones, pues el reseñismo de novedades literarias y
estrenos teatrales, descubrirá Lucien, no tiene tanto que ver con el gusto del
crítico sino con la capacidad del editor o del promotor teatral de pagar las
reseñas.
En esta segunda parte podemos leer frases como las siguientes: «Hoy
día, para triunfar, hay que relacionarse. Todo es fruto del azar, como puede
ver. No hay nada más peligroso que tener inteligencia y quedarse solo en un
rincón» (pág. 294). En la página 398, los personajes deciden la estrategia a
seguir para primero desdeñar el libro que acaba de publicar un compañero y
luego, más tarde, ensalzarlo para conseguir los beneficios de la polémica: «Y
terminas afirmando que la obra de Natham es el libro mejor y más agradable de
nuestro tiempo. Que es como no decir nada, porque se dice de todos los libros».
Cualquiera que lea las fajas de las novedades literarias actuales puede saber
que esto que escribió Balzac en 1839 no ha cambiado en absoluto.
En la tercera parte, Los
sufrimientos del inventor, volvemos a Angulema y retomamos la vida de
David, que alcanza más protagonismo que Lucien. David trata de hacer realidad
su sueño: hacerse rico mediante la creación de un papel para la edición de
libros más barato que el habitual. Sin embargo, los acreedores (en gran parte debido
a la ruindad de su padre y al exceso de generosidad que David tuvo con Lucien)
no cesarán de perseguirle.
Las ilusiones perdidas
–sobre todo la segunda parte, como ya he apuntado– es una gran novela de aprendizaje,
un libro que debería leer cualquier joven aspirante a escritor, porque su
sarcasmo y su crítica de costumbres le resultarán muy instructivos y
reconocibles. «¡Ah, querido!, aún tiene ilusiones», le dice con ironía un
personaje a Lucien cuando éste empieza a relacionarse con escritores y
periodistas culturales. Y quizás en esto resida lo más importante de la novela:
saber que en el mundo de las letras es casi imposible triunfar y, aun así, conservar
la ilusión de seguir escribiendo.
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