domingo, 24 de julio de 2016

Las ilusiones perdidas, por Honoré de Balzac.

Editorial Debolsillo. 712 páginas. 1ª edición de 1835-1843; ésta de 2014.
Traducción de José Ramón Monreal.

Hasta ahora había leído a algunas de las figuras más destacadas de la novela francesa del siglo XIX, como a Gustave Flaubert, Émile Zola y Stendhal, pero me faltaba uno de los más importantes: Honoré de Balzac (Tours, 1799-París, 1850). Si quería leer a Balzac, lo más lógico era acercarme a su novela más emblemática, Las ilusiones perdidas. Llevaba años hojeándola en las librerías o en las bibliotecas. Me decidí a comprarla el verano de 2015 en la Casa del Libro de Goya. Fue una compra impulsiva. No pensaba leerlo a corto plazo, pero sabía que, si me lo llevaba a casa, tarde o temprano lo acabaría leyendo. Me he acercado a él en mayo de 2016, casi un año después de su compra (lo que no está mal, teniendo en cuenta que en mi casa hay libros sin leer de hace más de veinte años y nunca he pensado en deshacerme de ellos).

Las ilusiones perdidas está formado por tres novelas: Los dos poetas (1835), Un gran hombre de provincias en París (1839) y Los sufrimientos del inventor (1843), que en su momento se publicaron de forma independiente, aunque en la actualidad el lector las encuentra siempre en un único volumen.
La primera y la última transcurren en Angulema, ciudad natal de Lucien Chardon (o Lucien de Rubempré).

En Los dos poetas conocemos a los jóvenes Lucien y David. Al principio el personaje principal parece ser David, que ha estudiado en París el arte de la edición y, al regresar a Angulema, hereda de su padre la imprenta con la que éste se ha ganado la vida desde hace años, a pesar de ser analfabeto. El negocio no es muy boyante y el padre de David se lo traspasa en unas condiciones muy desfavorables para los intereses del hijo, que es un joven aficionado a la literatura y a las ciencias. En esta primera parte, David soñará con ser inventor (aspecto que se desarrollará más en la tercera). Su amigo del colegio, Lucien, comparte con él la afición por la literatura y la ciencia, aunque él se decanta sobre todo por la literatura. Gracias a los versos que ha realizado en el colegio, Lucien entrará en contacto con madame de Bargeton, mujer perteneciente a la nobleza de Angulema y de notable belleza.

De los autores franceses que citaba más arriba, al último que leí fue a Stendhal, en concreto su novela Rojo y negro, que se publicó en 1830. Teniendo en cuenta su fecha de publicación, parece evidente que esta obra influyó en la creación de Las ilusiones perdidas, cuya primera parte se publicó en 1835. Ambas novelas tienen como personaje principal a un arribista: Julien Sorel en Rojo y negro y Lucien Chardon en Las ilusiones perdidas. En ambas, la voz principal es un narrador omnisciente que nos informa de lo que debemos pensar sobre los personajes: si en Rojo y negro el adjetivo «hipócrita» precedía al protagonista, Julien, en Las ilusiones perdidas es «ambicioso» el calificativo que antecede el nombre de Lucien. El narrador suele interrumpir la historia para describirnos ciertos aspectos al detalle (las leyes de la época, las costumbres de Angulema...). Así, por ejemplo, leemos en la página 41 de Los dos poetas: «Pero es tanto más necesario dar aquí algunas explicaciones sobre Angulema cuanto que ayudarán a comprender mejor a madame de Bargeton, uno de los personajes más importantes de esta historia».
Otra característica de la voz narrativa del siglo XIX es que suele ser muy sentenciosa. He aquí algunos ejemplos:
Página 22: «Las personas generosas son malos comerciantes».
Página 26: «La avaricia, como el amor, posee el don de la visión de los acontecimientos futuros, que presiente y adivina».
Página 36: «Una de las desgracias a las que se ven sometidas las grandes inteligencias es la de comprender por fuerza todas las cosas, tanto los vicios como las virtudes».
Página 49: «A falta de ejercicio, las pasiones se empequeñecen al agrandarse las nimiedades».

Yo mismo podría ponerme sentencioso y afirmar que estas grandes novelas del siglo XIX francés, que explican al lector en todo momento lo que tiene que pensar sobre los personajes, resultan poco sutiles desde una perspectiva actual, pero sin embargo, terminan siendo muy agudas.

En Los dos poetas existe otro marcado paralelismo con Rojo y negro: la historia de Lucien, como la de Julien, es la historia de un seductor, y gran parte de la trama de la novela trata de las vicisitudes que vive el joven Lucien cuando trata de conquistar a madame de Bargeton.

Bajo mi punto de vista, la fuerza de Las ilusiones perdidas radica principalmente en su segunda parte, Un gran hombre de provincias en París, que retrata la llegada de Lucien y madame de Bargeton a la capital, la traición de madame de Bargeton y el ascenso y caída de Lucien en el mundo de las letras. Lucien ha escrito en provincias un poemario, titulado Las margaritas, y una novela a lo Walter Scott titulada El arquero de Carlos IX. Todo lo que me había resultado anticuado en la primera parte de esta gran novela de aprendizaje, se vuelve ágil y rítmico en la segunda. En cierto modo ‒aunque es verdad que entre la publicación de ambas partes pasaron varios años‒, es como si Balzac se volviera un autor mucho más moderno en la segunda parte. Las ambiciones de Lucien chocarán con París, donde descubrirá que de entrada no se puede ser nadie sin la vestimenta adecuada, y para conseguirla hipotecará los ahorros de David, su mejor amigo y también cuñado. Lucien acabará viviendo en el barrio Latino y pasando penalidades mientras persigue su sueño de ser escritor. En este sentido la novela entronca con toda una tradición de novelas sobre los sueños literarios: Martin Eden de Jack London o Hambre de Knut Hamsun podrían ser deudoras de Las ilusiones perdidas.

Un gran hombre de provincias en París es una sátira del mundo de las ambiciones literarias, pero sobre todo es una sátira del mundo del periodismo cultural, que empezaba a cobrar una gran importancia en el mundo del ocio de la década de 1820 (principalmente las críticas de las novedades literarias y los estrenos teatrales). Lucien, una vez que ha perdido el favor de madame de Bargeton, se dedicará a aprender por su cuenta en la biblioteca y a vivir frugalmente. Conocerá a un grupo de jóvenes idealistas, trabajadores y abnegados, personas francas, a las que no les importa pasar penalidades y que nunca traicionarían sus altos ideales artísticos, o científicos, por el éxito inmediato. Pero también va a conocer a otro joven escritor que se gana la vida como reseñista en un periódico, alguien que le introducirá en ese mundo de dinero fácil y corrupciones, pues el reseñismo de novedades literarias y estrenos teatrales, descubrirá Lucien, no tiene tanto que ver con el gusto del crítico sino con la capacidad del editor o del promotor teatral de pagar las reseñas.

En esta segunda parte podemos leer frases como las siguientes: «Hoy día, para triunfar, hay que relacionarse. Todo es fruto del azar, como puede ver. No hay nada más peligroso que tener inteligencia y quedarse solo en un rincón» (pág. 294). En la página 398, los personajes deciden la estrategia a seguir para primero desdeñar el libro que acaba de publicar un compañero y luego, más tarde, ensalzarlo para conseguir los beneficios de la polémica: «Y terminas afirmando que la obra de Natham es el libro mejor y más agradable de nuestro tiempo. Que es como no decir nada, porque se dice de todos los libros». Cualquiera que lea las fajas de las novedades literarias actuales puede saber que esto que escribió Balzac en 1839 no ha cambiado en absoluto.

En la tercera parte, Los sufrimientos del inventor, volvemos a Angulema y retomamos la vida de David, que alcanza más protagonismo que Lucien. David trata de hacer realidad su sueño: hacerse rico mediante la creación de un papel para la edición de libros más barato que el habitual. Sin embargo, los acreedores (en gran parte debido a la ruindad de su padre y al exceso de generosidad que David tuvo con Lucien) no cesarán de perseguirle.


Las ilusiones perdidas –sobre todo la segunda parte, como ya he apuntado– es una gran novela de aprendizaje, un libro que debería leer cualquier joven aspirante a escritor, porque su sarcasmo y su crítica de costumbres le resultarán muy instructivos y reconocibles. «¡Ah, querido!, aún tiene ilusiones», le dice con ironía un personaje a Lucien cuando éste empieza a relacionarse con escritores y periodistas culturales. Y quizás en esto resida lo más importante de la novela: saber que en el mundo de las letras es casi imposible triunfar y, aun así, conservar la ilusión de seguir escribiendo.

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