jueves, 5 de diciembre de 2013

Llaves, un poema de El bar de Lee


Dejo aquí un poema de la primera parte del poemario El calvo del Sonora (segundo libro incluido en El bar de Lee). Esta primera parte se titula En  mi territorio y pretende ser una indagación en los orígenes de la vocación literaria. La búsqueda de esa vocación se va haciendo en cada poema hacia atrás en el tiempo. El poema titulado Llaves es el último de esta sección; es decir, refleja el recuerdo personal que podría considerar el punto de partida de mi vocación literaria.



LLAVES

Como si en realidad fuesen tres hermanos
me sigue pareciendo complicado diferenciar
entre los cuentos de Andersen y los de los Grimn.
Yo aún no sabía leer, esperaba a que mi padre
regresara del trabajo y tras cambiarse de ropa
le hacía sentarse en el sofá. Como en la apoteosis
de un rito antiguo deseaba que cobrasen vida
los signos negros encerrados en el fino papel,
se abrirían para mí entonces, en aquellas tardes
primeras, las vertiginosas puertas de estos libros
que hoy conservo: La sombra y otros cuentos
de Andersen y Cuentos de Jacob y Wilhelm Grimn,
en las baratas y cuidadas ediciones de Alianza.

Se aclaraba la garganta y bajo el bigote la voz,
en ese momento el niño que era yo sucumbía
a la magia que invocaban las palabras,
magia que le conduciría a vigilar su sombra
de repente presentida como un ser autónomo,
a pensar en princesas verdaderas que detectaban
guisantes bajo una montaña de almohadas,
a interrogarse con ceño fruncido si de verdad
en algún lugar del mundo los sapos hablaban.

Ahora sé que sí: lo hacían en los estanques
de aquellas frases que mi padre conjuraba
en el sofá de casa tras su trabajo de ingeniero.
En una ocasión le pregunté si él escribía
cuentos. Yo no sabía leer pero pensaba
que quien leía cuentos debería también querer
escribirlos. Confuso, sorprendido, imaginaba.

Recuerdo entre todos uno: La llave de oro.
Un niño sale a buscar leña en un crudo
día de invierno, entre la nieve encuentra
una llavecilla de oro, después un cofre
y en él una cerradura. Y entonces le dio
una vuelta; y ahora hemos de esperar hasta
 que haya terminado de abrirlo y levante la tapa:
 entonces nos enteraremos de las cosas
 maravillosas que contiene el cofrecillo. Finalizó
mi padre abrupto la lectura. No podía creerlo,
me tomaba el pelo, tenía que saber
qué contenía el cofrecillo, necesitaba saberlo.
Insté a mi padre a que pasase el dedo
por las palabras según las repetía. Ni una más.
Éramos víctimas de un error. Llegué a coger
una lupa en busca de los restos de una supuesta
página arrancada donde, sin otra posibilidad,
tendría que encontrarse resuelto el misterio.

Puedo ver a mi padre: sonreía observando
a aquel niño que no sabía leer, su indagar
en el lomo esquivo de un libro de bolsillo.
Quizás él haya olvidado esta extraña escena
que regresa a mí con terquedad de símbolo,
porque, sin duda, lo más extraño de todo
es que tres décadas después
el niño que era yo, convertido en adulto,
aún sigue
buscando lo que había en aquel cofrecillo.

4 comentarios:

  1. Estupendo poema para un Buenas Noches y empezar un largo y relajado fin de semana.

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    1. Hola Arreco:

      Cuánto tiempo, a ver si te animas a seguir más con el blog!!!

      Gracias por tus palabras, y que pases un buen fin de semana tú también.

      Saludos

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  2. David: Gran poema. Hay un mundo que a fuerza de olvido se ignora muchas veces. Los adultos olvidamos hasta ignorar que también hemos sido niños. Y las relaciones de poder que se traman entre hijos y padres se debe quizás a ese querer olvidar, querer ignorar aquel momento de vida. Es notable como la infancia se reduce a simples líneas en las biografías. Es porque lo importante de ella no rige en el mundo adulto como algo importante. Tiene una lógica que olvidamos, muy parecida a la de los sueños.

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    1. Hola Javier:
      Gracias por tus palabras.
      Siempre es interesante recordar cuando hemos sido niños.

      saludos

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