Dejo aquí un poema de la primera parte del poemario El
calvo del Sonora (segundo libro incluido en El bar de Lee). Esta
primera parte se titula En mi
territorio y pretende ser una indagación en los orígenes de la vocación
literaria. La búsqueda de esa vocación se va haciendo en cada poema hacia atrás
en el tiempo. El poema titulado Llaves es el último de esta sección;
es decir, refleja el recuerdo personal que podría considerar el punto de partida
de mi vocación literaria.
LLAVES
Como si en
realidad fuesen tres hermanos
me sigue pareciendo complicado
diferenciar
entre los cuentos de Andersen y los
de los Grimn.
Yo aún no sabía leer, esperaba a
que mi padre
regresara del trabajo y tras
cambiarse de ropa
le hacía sentarse en el sofá. Como
en la apoteosis
de un rito antiguo deseaba que
cobrasen vida
los signos negros encerrados en el
fino papel,
se abrirían para mí entonces, en
aquellas tardes
primeras, las vertiginosas puertas
de estos libros
que hoy conservo: La sombra y otros cuentos
de Andersen y Cuentos de Jacob y Wilhelm Grimn,
en las baratas y cuidadas ediciones
de Alianza.
Se aclaraba la garganta y bajo el
bigote la voz,
en ese momento el niño que era yo
sucumbía
a la magia que invocaban las
palabras,
magia que le conduciría a vigilar
su sombra
de repente presentida como un ser
autónomo,
a pensar en princesas verdaderas
que detectaban
guisantes bajo una montaña de
almohadas,
a interrogarse con ceño fruncido si
de verdad
en algún lugar del mundo los sapos
hablaban.
Ahora sé que
sí: lo hacían en los estanques
de aquellas frases que mi padre
conjuraba
en el sofá de casa tras su trabajo
de ingeniero.
En una ocasión le pregunté si él
escribía
cuentos. Yo no sabía leer pero
pensaba
que quien leía cuentos debería
también querer
escribirlos. Confuso, sorprendido,
imaginaba.
Recuerdo entre todos uno: La llave de oro.
Un niño sale a buscar leña en un
crudo
día de invierno, entre la nieve
encuentra
una llavecilla de oro, después un
cofre
y en él una cerradura. Y entonces le dio
una
vuelta; y ahora hemos de esperar hasta
que haya terminado de abrirlo y levante la
tapa:
entonces nos enteraremos de las cosas
maravillosas que contiene el cofrecillo.
Finalizó
mi padre abrupto la lectura. No
podía creerlo,
me tomaba el pelo, tenía que saber
qué contenía el cofrecillo, necesitaba saberlo.
Insté a mi padre a que pasase el
dedo
por las palabras según las repetía.
Ni una más.
Éramos víctimas de un error. Llegué
a coger
una lupa en busca de los restos de
una supuesta
página arrancada donde, sin otra
posibilidad,
tendría que encontrarse resuelto el
misterio.
Puedo ver a mi
padre: sonreía observando
a aquel niño que no sabía leer, su
indagar
en el lomo esquivo de un libro de
bolsillo.
Quizás él haya olvidado esta
extraña escena
que regresa a mí con terquedad de
símbolo,
porque, sin duda, lo más extraño de
todo
es que tres décadas después
el niño que era yo, convertido en
adulto,
aún sigue
buscando lo que había en aquel
cofrecillo.
Estupendo poema para un Buenas Noches y empezar un largo y relajado fin de semana.
ResponderEliminarHola Arreco:
EliminarCuánto tiempo, a ver si te animas a seguir más con el blog!!!
Gracias por tus palabras, y que pases un buen fin de semana tú también.
Saludos
David: Gran poema. Hay un mundo que a fuerza de olvido se ignora muchas veces. Los adultos olvidamos hasta ignorar que también hemos sido niños. Y las relaciones de poder que se traman entre hijos y padres se debe quizás a ese querer olvidar, querer ignorar aquel momento de vida. Es notable como la infancia se reduce a simples líneas en las biografías. Es porque lo importante de ella no rige en el mundo adulto como algo importante. Tiene una lógica que olvidamos, muy parecida a la de los sueños.
ResponderEliminarHola Javier:
EliminarGracias por tus palabras.
Siempre es interesante recordar cuando hemos sido niños.
saludos