Editorial Comba. 150 páginas. 1ª edición de 2017.
En 2013 leí El peor de los guerreros, una novela
publicada por la editorial Libros del
Lince. La acción se situaba en el desierto de Atacama. Su autor, Rodrigo Díaz Cortez (1977), es un
chileno nacido en Santiago, pero que se siente de allí, del desierto de
Atacama, de donde proviene su familia paterna (esto podemos leerlo en la
solapa).
A principios de 2017, Rodrigo me escribió a través de Facebook para
comentarme que había publicado un nuevo libro de relatos y para proponerme su
envío. Al final acabamos intercambiando un libro de relatos por otro: él me
envió Metales rojos y yo le envié mi Koundara.
Me he puesto con su libro al comenzar las vacaciones de verano, dentro
de mi plan personal para bajar la pila de libros pendientes, enviados por las
editoriales o los autores.
Metales rojos está formado
por doce cuentos de unas doce páginas cada uno.
El primero se titula Río abajo, y trata sobre una
conversación que tiene lugar entre dos compañeros de pensión. Uno de ellos le
cuenta al otro que acaba de asesinar a un hombre tras una discusión de bar y lo
ha arrojado río abajo. La acción se sitúa en la periferia de Barcelona, dentro
de un ambiente marginal de recogedores de chatarra o cartón. El compañero de
pensión con el que se confiesa el asesino es un joven chileno que lee novelas
muy gruesas y escribe en un cuaderno pringoso. El personaje del joven chileno
que lee novelas, escribe y se mueve en un ambiente marginal barcelonés me hizo
pensar de forma inmediata en Roberto
Bolaño. De hecho, antes de empezar con esta reseña he releído la que
escribí hace cuatro años sobre El peor de
los guerreros y me encuentro con que el libro se habría con una cita de
Bolaño. Así que la comparación me parece pertinente, pero, desde luego, no
podría afirmar que este libro de cuentos se ha escrito (en conjunto) bajo la
influencia de Bolaño.
El segundo cuento, Insecto metálico, ambientado en el
desierto de Atacama, sobre un joven de pueblo y su relación con su primo mayor,
me ha parecido el mejor del conjunto; el cuento más equilibrado y evocador de
los doce que podemos encontrar en este libro. Creo que al leer a un autor
chileno mi mente empieza a buscar, rápidamente, comparaciones con otros autores
chilenos. Por su aparente sencillez, su contundencia y su poder para mostrar la
realidad, este cuento me ha recordado a los de Marcelo Lillo.
En el tercero ‒titulado Payaso de Tárrega‒ volvemos a una
Barcelona marginal, en la que se encuentran un payaso mayor, posiblemente a
punto de retirarse, con una mujer, que piensa en sí misma como si fuese una
niña, pero que hace tiempo que dejó de serlo. Es un cuento sobre la máscara y
lo grotesco y, siguiendo la línea de pensamiento de la que hablaba antes, me ha
hecho pensar en el gusto por la máscara y lo grotesco de José Donoso. Me ha gustado, es original, pero quizás el nudo
narrativo me ha resultado un tanto forzado.
Al leer el cuarto, Me dirijo al infierno, ya me empezó
a parecer que Díaz Cortez tenía una tendencia a recargar el relato de elementos
en exceso dramáticos. En más de uno de ellos se habla de personajes tan
extremos que se convierten en asesinos, como ocurre aquí. También ocurría en el
primero, y hay otros más adelante. Lo cierto es que a mí me gusta más la
sutileza de un cuento como Insecto
metálico. El tremendismo en un cuento puede acabar siendo un recurso fácil.
Mujer desnuda en la ventana vuelve a retratar una Barcelona
marginal. Sus protagonistas son albañiles, una profesión que aparecerá en otros
relatos. Además, aparece un tipo de personaje que vuelve a aparecer en otros
cuentos: la del hombre de mediana edad con pocas luces, que vive con su madre,
la cual le trata como un niño. De nuevo hay aquí un asesinato, pero el relato
es más sutil que el anterior y me gusta más.
Retrato de animal es un cuento sobre personajes alucinados y
marginales. Frente al anterior, en el que se produce un choque entre varios
personajes, ésta es una narración mucho más sencilla y que me gusta menos.
Noelia y el loco del violonchelo, sobre los conflictos entre
dos hermanas y la pareja de una de ellas, retrata, de nuevo, una Barcelona
marginal de drogas, prostitución y mendigos. Los cuentos están escritos en
primera persona o tercera, y la tercera persona suele estar muy centrada en uno
de los personajes; pero aquí tenemos tres puntos de vista para contar la
historia, y esto hace que Noelia y el
loco del violonchelo sea uno de los cuentos destacados del libro.
Señor Simulos es un cuento que repite el esquema del joven
adulto desequilibrado que vive con su madre. La variante es curiosa: el hijo no
soporta al nuevo novio de la madre, al que considera un impostor.
Quizás El concurso sea el cuento que menos me gusta del libro. La
acción transcurre en torno a un taller literario al que acude un joven
empresario que ha heredado su negocio, que siente que no tiene imaginación para
escribir. Un cuento sobre las imposturas de la escritura y el plagio, de final
muy previsible. Un cuento al que se le ven demasiado los engranajes y que juega
con la supuesta sorpresa final.
Cara de pendejo habla de la relación entre dos hermanos. Uno de
ellos, fotógrafo, ha escapado del entorno marginal de su niñez, pero su hermano
le encuentra y le envuelve en sus asuntos turbios. De nuevo, creo que el
tremendismo final va en detrimento de la fuerza del cuento.
Fiesta sobre ruedas, sobre los abusos sexuales en una fiesta de
militares, podría ser, de forma velada, un cuento sobre el pasado dictatorial
de Chile.
El último cuento es Metales rojos. En él volvemos a una
Barcelona marginal de albañiles; en este caso, el cuento está protagonizado por
un joven inmigrante sin papeles, cuya mayor obsesión es conseguirlos.
En comparación con su novela El peor de los guerreros, el estilo de
Díaz Cortez en estos cuentos es menos barroco. Ya he comentado que no me gusta
demasiado cuando los cuentos tienden al tremendismo de muertes y asesinatos (creo
que éste es un recurso que conviene dosificar cuando quieres mostrar la
realidad) y tampoco me gusta la búsqueda del final excesivamente redondo en que
cae algún cuento. Me gusta más cuando el autor describe los ambientes
marginales de Barcelona desde premisas realistas más sutiles. Creo que Rodrigo
Díaz Cortez se muestra en Metales rojos
como un narrador nato que no necesita hacer metaficción para contar una
historia interesante. Y la verdad es que, hasta cierto punto, me he quedado con
ganas de leer un relato de autoficción suyo, porque la vida de Díaz Cortez me
parece muy curiosa: se compró el pasaje de Chile a Barcelona vendiendo sus
propios libros por bares y ahora trabaja de taxista en Barcelona, siendo su
escritorio el salpicadero del coche.
Aunque, como he apuntado, algunos relatos me han parecido mejores que
otros (algo inevitable en un libro de cuentos), Metales rojos tiene al menos un gran cuento ‒ que sería Insecto metálico‒ y más de uno notable ‒Río abajo, Payaso de Tárrega,
Mujer desnuda en la ventana o Noelia y el loco del violonchelo‒.
Además, el estilo narrativo es maduro, eficiente y conseguido.
Cuando leí El peor de los
guerreros, me pareció que se trataba de una novela interesante que estaba
teniendo poca repercusión. Me da la impresión de que lo mismo está pasando con los
cuentos. Creo que Rodrigo Díaz Cortez, que tiene alguna de sus obras traducida
al alemán y alguna más editada por Random
House Chile (su novela El pequeño comandante), merecía
tener más lectores en España.
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