La poeta y novelista Ariadna G. García publicó en la
revista Oculta una reseña de mi libro de relatos Koundara. La dejo aquí:
Estamos cambiando de periodo histórico, económico y
social. Occidente ha entrado en una nueva etapa. Europa vive una crisis sin
parangón desde los años 30. El desempleo, el auge de los nacionalismos y
precariedad actuales parecen invocados como demonios que no fueron bien
exorcizados. Los escritores –algunos, al menos–, tienen –tenemos– puesto su
punto de mira en las transformaciones que esta crisis está generando. De ahí,
que regresen con fuerza la narrativa realista y la distópica, hermanadas por su
espíritu crítico. Hablo de novelas como Cenital, de Emilio Bueso (2012); La trabajadora, de Elvira Navarro (2014); Inercia, de quien escribe (2014); Los valientes, de Roberto de Paz (2015); La gran ola, de Daniel Ruiz García (2016); y Cuando todo era fácil, de Nando López (2017). Me refiero a
libros de relatos como Contratiempos, de Pilar Tena (2014) o el que nos
ocupa hoy: Koundara, de David Pérez Vega (2016). Con estos
libros los lectores pueden auscultar el pecho de su época, pues trasladan al
papel los mundos que sospechamos, pero que nuestra sociedad –pensada para el
consumo y la satisfacción de los deseos– nos impide ver. No obstante, para eso
escriben sus obras los autores, para hacernos mirar en dirección opuesta a los
anuncios, la telebasura y el discurso político de autocomplacencia. Estos
títulos describen cómo los recortes de la administración incrementan la sensación
de fracaso colectivo, cómo la clase obrera ha perdido derechos con la nueva
reforma laboral, cómo las mujeres y los hombres que han acabado en el paro
deben reinventarse para sobrevivir, cómo se ha abierto un abismo entre los
sueños de juventud y los logros de adultez, cómo el mercado laboral se ha
vuelto despiadado, cómo miles de españoles preparan la maleta del exilio, o
cómo la incertidumbre, el miedo y la frustración se han enquistado en la
ciudadanía.
Koundara es el primer libro de relatos de David Pérez Vega (1974), profesor
de Economía y de Matemáticas, y autor de las novelas Los
insignes (2015), El hombre
ajeno (2014) y Acantilados de
Howth (2010); de los poemarios El
bar de Lee (2013) y Siempre
nos quedará Casablanca (2011); así como de un sinfín de reseñas que
ha ido publicando o bien en su blog (Desde
las ciudad sin cines) o en la Revista Eñe. Con la excepción de la última
novela, todas sus obras han visto la luz en Baile del Sol, una editorial
prestigiosa, alternativa, que lleva veinticinco años dando a conocer nuevas
voces de la literatura española.
El libro lo integran siete
relatos organizados en dos secciones («Los viajes» y «Bajo
determinadas circunstancias»). Me han gustado mucho cuatro de ellos:
«Koundara», «Maestro», «Cazadores» y «Tetras de ojos rojos». Sin embargo, voy a
comenzar mi reseña por los tres restantes.
«Acrópolis» tiene un arranque sorprendente (el gerente de una
empresa abandona, con precaución y nervios, la nave donde trabaja, por temor a
un atraco), pero la abrumadora retahíla de datos que ofrecen –a continuación–
narrador y personajes frena la historia. Las intervenciones de los
interlocutores, por otro lado, son demasiado largas, lo que resta credibilidad
a los diálogos. Así y todo, me gusta el sentido del relato, si bien no su
construcción: la mirada nostálgica hacia el pasado donde el protagonista sentía
una seguridad que ahora le falta.
«La
balada de Upton Park» toca un
tema interesante y actual: la emigración de españoles por culpa de la crisis.
El prólogo promete una entretenida historia de terror, pero el relato que lo
sigue frustra enseguida las expectativas de los lectores. El desarrollo de la
historia es lento por la profusa aparición/desaparición de personajes, y por la
meticulosidad con que describen escenas al margen de la trama principal.
«Quitasol» es un relato anodino, en el fondo y en la forma;
que desmerece al lado de sus compañeros. Y es que dentro de la colección hay
cuatro relatos realmente muy buenos. A saber:
«Koundara» tiene el atractivo de la localización espacial
(Guinea Conakry); de unas descripciones muy plásticas, de gran poder evocador,
que apelan a cada uno de los sentidos («El olor es lo primero en África; un
olor carnal, igual que una gasa invisible sobre el cuerpo. Nada más bajar del
avión, una presencia de cuero y sudor rancio»); de la sutil ironía a la que
recurre el autor para criticar la actividad que desarrolla la Iglesia en
Koundara (escolarización en sus centros únicamente de estudiantes ricos), así
como de los privilegios de los que disfrutan sus representantes (instalación de
tendido eléctrico y suministro de agua); el último aliciente del relato
descansa en la aparición de personajes a los que estamos poco habituados
(monjas que conducen todoterrenos de aspecto militar).
«Maestro» destaca por el tema: la denuncia de las precarias
condiciones laborales en las que realizan su trabajo los maestros y profesores
de un colegio privado (para el nivel de bachillerato) y concertado (para las
etapas de primaria y secundaria). El narrador nos relata los esfuerzos de la
dirección del centro por despedir a docentes con contrato indefinido, por minar
su moral completando su horario con asignaturas para las que no están
cualificados, por presionar al claustro para que los estudiantes aprueben sin
abrir un libro, o por colocar a
dedo a un representante sindical afín a sus intereses. Se nota que
Pérez Vega conoce el oficio desde dentro.
«Cazadores» se sustenta en una estructura muy bien trabajada,
donde varios relatos se insertan unos dentro de otros, como en las antiguas
colecciones árabes de cuentos. Dos hombres divorciados se citan en un
restaurante chino para cenar, y en la conversación se confiesan en qué momento
se percataron de que sus matrimonios no les satisfacían. Este segundo estrato
de la historia, que gira en torno a un perro, desemboca en un tercer recuerdo
del protagonista, esta vez situado en un bar de Malasaña. Esta nueva charla con
otro amigo, gemela a la de la historia-marco, sirve para rememorar un lance de
la infancia en la facultad de Veterinaria de la Complutense, donde experimentó
el horror de ver animales amputados y agonizantes. Estos flashback freudianos
nos perfilan a un personaje inseguro, temeroso de los hombres que conforman su
mundo. De ahí que el desenlace del relato nos reconforte.
«Tetras
de ojos rojos» es el texto más
lírico –simbólico– de las siete piezas. Su fuerza radica en la espléndida
caracterización psicológica del personaje principal, la madre de un alumno
diagnosticado con TDA (Trastorno por Déficit de Atención). Relatada, ahora, por
un narrador omnisciente, la obra pasa revista a las emociones que Mónica padece
tras entrevistarse en varias ocasiones con el tutor del chico y luego con éste:
ira, desconcierto, desconsuelo, impotencia, miedo, furia, decepción. Pérez
Vega, de nuevo, recurre a su experiencia docente para añadir al retrato del
personaje la pintura de los obstáculos que dificultan la concentración de los
adolescentes de hoy: los videojuegos, internet, el móvil y la televisión. Un
acuario de peces servirá de remanso de las pasiones, banco de pruebas de
madurez, y de metáfora de la extrañeza incómoda que siente una madre cuando
asiste a los cambios de sus hijos. La incorporación de los diálogos al texto me
parece una fórmula acertada, pues dota al texto de agilidad.
En resumen, Koundara es
un buen libro de relatos, con cuatro piezas excelentes en las que el autor
demuestra que tiene oficio, domina la técnica y posee una aguda mirada para
observar el mundo. David Pérez Vega radiografía nuestra sociedad
para ofrecernos un mosaico de personajes entre los treinta y los cuarenta años
cuyas vidas, lejos de estar asentadas, zozobran en la incertidumbre. Raro será
que los lectores no se identifiquen con alguno de ellos.
Muchas gracias, Ariadna.
Puedes leer la reseña original pinchando AQUÍ.
A ti, David. Un abrazo
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