Editorial Salto de página. 177 páginas. 1ª edición de 2017.
De Aixa de la Cruz (Bilbao,
1988) leí en 2015 su libro de relatos Modelos animales (Salto de página,
2015), un libro del que guardo un buen recuerdo. Cuando en mayo de este año, Pablo Mazo –el editor de Salto de
Página– me comentó que después del verano iba a sacar una novela de Aixa de la
Cruz me la apunté para pedírsela, a pesar de que al contarme el argumento me la
destripó casi entera. No pasa nada, mi interés por la lectura es capad de vencer
cualquier spoiler.
Pese a su juventud, La línea del
frente es la tercera de De la Cruz, que empezó a publicar en 2007; es
decir, a los dieciocho o diecinueve años.
La protagonista y narradora de la novela es Sofía Rodríguez Icaza, de
veintinueve años y originaria de Bilbao. En el primer capítulo, Sofía llega a
la casa de veraneo que su familia posee en una urbanización de Laredo, cuando
ya ha pasado la temporada turística. Esto hace que sólo vaya a encontrarse allí
con Agustín, el conserje; con un hombre, diez años mayor que ella y que vive en
una casa ubicada en otra urbanización, un posible drogadicto que se pasa los
días vegetando; y un gato. «Ya estamos todos. Personajes de una novela de
aventuras. En esta orilla, Robinson Crusoe, y en la opuesta, el Castillo de If,
la prisión de el conde de Montecristo.», así acaba el primer capítulo en la
página 22.
El conde de Montecristo, insinuado en el párrafo anterior, es Jokin,
novio del instituto de Sofía, y que en la actualidad cumple condena en la
prisión de El Dueso, cerca de la casa de Sofía en Laredo.
Sofía se ha mudado desde Barcelona (dejando a su novio Carlos) a
Laredo con un doble propósito: quiere acabar de escribir la tesis que tiene
entre manos sobre el escritor y exetarra Mikel Areilza, que se suicidó en
Argentina al adentrarse en el Río de la Plata con los bolsillos llenos de
piedras (igual que Virginia Woolf, se dice en el texto); y también desea poder
verse con Jokin, con quien ha vuelto a cartearse después de haber finalizado su
noviazgo una década atrás.
Sofía se ha vuelto a interesar por Jokin desde que, dos años antes, lo
vio en la televisión, cuando se encontraba en Barcelona. Jokin participaba en
un enfrentamiento con la Ertzaintza, que tiene lugar cuando unos manifestantes
tratan de defender a un rapero al que querían detener por unos comentarios en
redes sociales, en los que enaltecía el terrorismo. Después del alto el fuego
de ETA, la Ertzaintza sigue actuando en el País Vasco con la contundencia de
los peores tiempos del terrorismo, parece considerar Sofía.
Sofia empieza a sentir que ella nunca se involucró, de ningún modo, en
el llamado «conflicto vasco», que su familia adinerada siempre hizo esfuerzos
para acercarla al mundo de la cultura, mientras que la alejaba del de la
política. Sin embargo, siente ahora, Jokin sí tomó el camino de la
significación, algo que empieza a considerar como una decisión valiente, y que
puede hacerle ahora contemplar a su exnovio bajo el prisma del «heroísmo». Esto
la llevó a contactar con él en la cárcel y a iniciar una correspondencia que le
ha hecho dejar a su actual novio, al hacerle revivir una relación del pasado.
En Laredo empezará a visitarle en la cárcel, mediante encuentros ordinarios, a
través de un cristal, y otros con vis a vis.
La fijación de Sofía por el escritor Mikel Areilza proviene de su
renovado interés por Jokin. Entre los dos empieza a establecer paralelismos,
hasta el punto de querer indagar en los motivos de la lucha política de Jokin
igual que lo hace en el pasado de Areilza al escribir su tesis. Para tratar de
alumbrar la vida de Areilza, Sofía dispone del diario del escritor argentino
Arturo Corazowski, quien trató en Buenos Aires con Areilza porque consiguió
embarcarlo en el proyecto teatral del «biodrama». Éste consistía en subir al
escenario a una persona real para que hiciera de sí mismo y observar cómo puede
uno cambiar su historia o su pasado al sentirlo como una representación. Algo
que pudo destrozar a Areilza y, tal vez, conducirlo al suicidio.
Esta idea del «biodrama» es importante en la construcción de la
novela, puesto que en La línea del frente
De la Cruz se ha propuesto reflexionar sobre la influencia que tienen las
ficciones en nuestra mirada sobre el mundo. En la página 114 podemos leer: «Mi
gran pecado ha sido siempre la inacción, la parálisis. Durante veintisiete años
no hice nada heroico ni ruin salvo dejarme contagiar por aquellos vivas a ETA
que se coreaban al final de los conciertos, mirar hacia otro lado, pero sin
saber, siquiera, que lo hacía. No tengo derecho al examen de conciencia del que
tanto se habla últimamente; nadie quiere que yo pida perdón. El cómputo suma
cero. Y aunque es paradójica esta culpa por no haber cometido ninguna falta, es
culpa, después de todo. La culpa inútil del empresario al que atormentan las
hambrunas, la culpa que me inoculó Jokin cuando irrumpió en mi burbuja a través
de una pantalla de plasma.»
Sofía parece experimentar hacia Jokin una doble culpa: la de su
inacción y la de la mala conciencia de clase, puesto que, aunque compartieron
aulas en el instituto, ella pertenecía a una clase social más alta que la de
él. «A finales de los ochenta, cuando se implantó el modelo de inmersión
lingüística en vasco, los colegios públicos se llenaron de clase media-alta, de
la prole de abogados y políticos nacionalistas que querían predicar con el
ejemplo. Mis padres, a quienes era indiferente aquella lengua que jamás aprendieron,
se dejaron llevar por la moda.» (pág. 19). Además, para ella Jokin supone un
misterio, puesto que no consigue averiguar cuáles son los motivos que le
llevaron a enfrentarse a la policía y que le condujeron a la cárcel.
La novela comienza con un tono intimista, puesto que Sofía ha decidido
recluirse voluntariamente en la casa de una urbanización sin vecinos, y con muy
pocas ocasiones de interactuar con otros seres humanos (el conserje, el vecino
de la otra urbanización y Jokin). Pero no toda la novela está escrita con la
voz narrativa de Sofía, puesto que el lector puede acercarse a algunas de las
páginas de los diarios de Arturo Corazowski, referidas a su relación con Mikel
Areilza. Además los encuentros en la cárcel entre Sofía y Jokin están narrados
como si se tratasen de actos teatrales, con diálogos y anotaciones en tercera
persona de este estilo: «Desde el lado
opuesto del cristal, Jokin imita el gesto y sitúa su mano sobre la silueta de
la mano de Sofía.» (pág. 53). En estos capítulos, de un modo sutil, se
índice en la idea de la representación, en la idea acerca de cómo la concepción
narrativa de nosotros mismos o de los demás cala en nuestra forma de actuar.
Muchas de las comparaciones de la novela son muy actuales, abundando
las referencias a series de televisión, pero también a textos literarios más
clásicos.
La línea del frente es una
novela relativamente corta, pero compuesta por múltiples capas. En muchas
páginas, el lector tiene la sensación de que las ideas expresadas en el texto
están simplemente sugeridas y que le corresponde a él llevar a cabo una labor
de indagación en sus significados. Esto le hace leer en un estado de alerta
permanente. Posiblemente, Aixa de la Cruz podría haber escrito una novela mucho
más larga, mostrando el pasado de los personajes, por ejemplo, pero ha escrito
un libro de 177 páginas y éstas parecen suficientes para sustentar su mundo de
sugerencias y escenas a media luz. He tardado poco en leer el libro, me
apetecía seguir leyendo cuando lo tenía en las manos. Me ha gustado La línea del frente.
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