domingo, 1 de octubre de 2017

La hija de Jezabel, por Wilkie Collins

Editorial Alba. 405 páginas. 1ª edición de 1880.
Traducción de Catalina Martínez Muñoz

De Wilkie Collins (Londres, 1824 – 1889) había leído hasta ahora dos novelas: La dama de blanco (1860) y La piedra lunar (1868). El primero es un libro entretenidísimo, una novela de misterio de la que es difícil dejar de pasar páginas. Con la segunda pasa algo similar, pero con el aliciente añadido de que sentó las bases de lo que iba a ser el moderno género de detectives. De hecho, Arthur Conan Doyle fusiló gran parte de las características de dos de los personajes de La piedra lunar para alumbrar a sus conocidas creaciones Sherlock Holmes y John Watson.
Cuando en la editorial Alba anunciaron que sacaban una nueva novela de Wilkie Collins me apeteció leerla. Se la solicité y ellos, muy amablemente, me la enviaron a casa.

Durante las primeras semanas de junio, aprovechando las vacaciones de profesor, me puse con lecturas que tenía atrasadas y que suponían para mí un compromiso, porque eran libros que me habían enviado las editoriales o los autores. Después de estar más de una semana leyendo casi un libro al día y escribiendo, también, una reseña al día, necesitaba un descanso y fue entonces cuando tomé de los altillos de mis estanterías La hija de Jezabel, que con sus 405 páginas no iba a poderla leer en un día.

El narrador de la primera parte de la novela es David Glenney, quien se sienta a escribir en 1878, siendo ya un anciano, para recordar unos acontecimientos («el caso de la hija de Jezabel», lo llama) que tuvieron lugar exactamente cincuenta años antes, en 1828, cuando era un joven que estaba comenzando a trabajar en la empresa de su tío político. Ya desde la primera página, David le informa al lector de que en su historia va a hablarle de dos viudas: la señora Wagner, tía carnal de David, y viuda del comerciante Ephraim Wagner; y de la señora Fontaine, viuda del doctor Fontaine, un investigador químico de venenos y antídotos.

«Lo que dispongo a relatar, lo vi con mis propios ojos y oí con mis propios oídos.», nos dice David en la primera página. La señora Wagner quiere dar continuidad a las ideas de su difunto marido: le apetece que entren a trabajar más mujeres en la empresa en puestos de responsabilidad y quiere llevar a cabo sus ideas sobre cómo tratar a los locos, consistentes en acercarse a ellos de forma más humana que como se hacía hasta entonces. David señala que estás ideas, aceptadas en 1878, eran muy novedosas en 1828. Para llevar a cabo sus propósitos, la señora Wagner contacta con los conservadores socios de su marido, unos alemanes de Fráncfort, a los que tiene que informar sobre la contratación de un número mayor de mujeres en la empresa; y también visita el manicomio de Bedlam, allí conocerá al interno Jack Straw, al que liberará de su encierro y llevará a su casa para convertirse en su tutora.

La novela se desarrolla entre Londres y Fráncfort. A Londres llegará el joven alemán Fritz, hijo del señor Keller (uno de los socios de la señora Wagner), que se hará de forma inmediata amigo de David (que sabe hablar perfectamente alemán). Fritz sufre de mal de amores: su padre no le deja casarse con Minna, la hija de la señora Fontaine, que no es otra que la «Jezabel» del título. En la página 35 la traductora Catalina Martínez Muñoz deja una oportuna nota: «Jezabel, mujer del rey Ahab de Israel, indujo a su marido a abandonar el culto a Yahvé por la adoración de deidades paganas como Baal. La tradición bíblica la asocia con los falsos profetas y las prostitutas.»
Jezabel es el sobrenombre con el que conocen a la señora Fontaine (de origen francés y noble) en la ciudad de Wurzburgo, donde se rumorea que ha precipitado la muerte de su marido al dejarle en la ruina. También los rumores apuntan hacia el hecho de que cuando murió el doctor desapareció su botiquín, repleto de venenos y antídotos. Se sospecha que la señora Fontaine es la responsable.
El señor Keller se opone a la boda de su hijo Fritz con Minna, «la hija de Jezabel», por la mala reputación de su madre. Al señor Keller le repugnan aquellos que no pagan sus deudas.

David tendrá que dejar al afligido Fritz en Londres porque su tía le envía a Alemania para que medie por ella con los socios de Fráncfort. Aquí ocurre algo que me hizo sonreír: Fritz ha recibido la noticia de que Minna y su madre han dejado la ciudad de Wurzburgo por sentirse allí acosadas y no sabe dónde están. Lo primero que le ocurrirá a David al llegar a Fráncfort es que se va a encontrar con Minna por la calle. Es aquí cuando el lector tiene que asumir que lo que está leyendo es un folletín sobre bodas complicadas, casualidades imposibles, malas malísimas, venenos mortales y detalles góticos… El folletín fue, durante mucho tiempo, todo un género literario, y las «casualidades imposibles» (algo con lo que luego se han divertido mucho escritores posmodernos como César Aira) formaban parte de sus convencionalismos. No es ésta la única «casualidad imposible» con la que nos vamos a encontrar: John Straw, el loco al que la señora Wagner ha sacado del manicomio en Londres (Gran Bretaña), averiguaremos que en realidad trabajó como ayudante del doctor Fontaine en Wurzburgo (Alemania) y su traslado a Fráncfort, junto con la señora Wagner, va a tener una importancia fundamental en la trama.

Como buen folletín que, antes de ser libro, apareció por entregas en varios periódicos del Reino Unido, en La hija de Jezabel Collins maneja con soltura la técnica del «cliffhanger» (no sé si existe un término equivalente en español); es decir, el cierre de cada capítulo siempre contiene alguna pequeña intriga que hace que el lector quiera seguir leyendo.

En la segunda parte, David se ha tenido que trasladar a Londres y así comienza ahora la narración: «En la parte previa de esta narración he hablado como testigo presencial. En esta segunda parte, mi ausencia de Fráncfort me obliga a depender de las pruebas documentales aportadas por otras personas. Estas pruebas consisten (primero) en cartas dirigidas a mí; (segundo) declaraciones que se me hicieron personalmente; (tercero) fragmentos de un diario descubierto tras la muerte de su autor. En todos los casos, los materiales puestos a mi disposición dan prueba de la veracidad de los hechos.» (pág. 229)

Así, esta segunda parte está escrita en tercera persona. Durante algún tiempo tuve la impresión de que Collins estaba cometiendo un error: en algunos momentos parece que puede leer la mente de al menos uno de sus personajes. Al acabar el libro, vi que este detalle estaba justificado porque precisamente de este personaje era del que existía un diario al que David puede tener acceso.

Durante la lectura, notaba como Collins, mediante sus descripciones, me predisponía para que me pusiera en contra de algún personaje (no quiero contar de cuál para no desvelar demasiado las costuras de la trama). Al principio pensé que sería un truco, que habría una vuelta de tuerca: Collins quiere predisponerme en contra de este personaje, pero al final, aunque parezca que es negativo, va a ser alguien injustamente juzgado. Lo curioso es que la vuelta de tuerca funcionó para mí en un sentido inesperado: creía que había truco y, bueno, resulta que no lo había, que quien es mostrado como personaje negativo (tachan, tachan…) es, en realidad, un personaje negativo.


Como he comentado antes, si alguien se acerca a La hija de Jezabel debe saber que va a leer un folletín «sobre bodas complicadas, casualidades imposibles, malas malísimas, venenos mortales y detalles góticos…», que funciona con la técnica del «cliffhanger» y debe saber también que va a leer un libro muy divertido. Porque Wilkie Collins no era sólo alguien que escribía folletines para periódicos, sino que era todo un profesional del folletín y La hija de Jezabel es un perfecto pasapáginas, en el que los personajes están siempre bien perfilados y donde el narrador (David) se hace muy agradable. Si alguien no ha leído nada de Wilkie Collins le recomiendo que empiece con La dama de blanco y La piedra lunar (una novela muy admirada por Borges) y si alguien ha leído estos libros y le han gustado, imagino que con La hija de Jezabel se lo va a volver a pasar muy bien.

4 comentarios:

  1. Leí la Dama de blanco hace un par de años y me gustó, tengo el de La piedra lunar pendiente desde hace tiempo y este está en mi lista también. Tras tu maravillosa reseña tengo aún más ganas de leerlo. Un saludo.

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    1. Hola Alejandra:

      Sin duda "La piedra lunar" es un gran libro. Seguro que te gusta.
      Si te apetece leer la reseña que escribí hace unos años sobre este libro, sólo tienes que pinchar en (esta entrada) en la etiqueta de Wilkie Collins y ahí está.

      Saludos

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  2. Es que con Collins, el término folletín se desintegra, se convierte en otra cosa, mucho más divertida y briosa. Collins es un extraordinario creador de ambientes y tiene un oído prodigioso para el diálogo.

    No hay que olvidar, David, el tercer gran título que forma la trilogía básica de Wilkie Collins: "Sin nombre" (también en Alba y con traducción de Catalina).

    Saludos.

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    1. Hola:

      Desde luego lo de Collins ya mucho allá de un folletín convencional. Sus libros son muy divertidos y, como apuntas, es un gran creador de ambientes y de diálogos.

      Apunto "Sin nombre", a ver si me acerco a él en algún momento.

      Saludos

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