El pasado 29 de septiembre presenté, en la librería Cervantes, el tercer título de la nueva editorial madrileña La navaja suiza. Me gustó poder colaborar con este proyecto. Dejo aquí el texto que escribí para la ocasión, y que usé, a modo de notas, en la presentación (las fotos son de Isabel Hernández):
Me escribió Elsa Veiga, representante de prensa de
editoriales, para preguntarme si quería presentar el libro Asesinato de la francesa Danielle Collobert. Lo cierto es que
era la primera vez que oía hablar de esta autora. Sí que conocía, sin embargo,
a la editorial que publicaba el libro: La
navaja suiza. Una nueva editorial madrileña, creada por Agustín Márquez,
Pedro Garrido y Bárbara Pérez de Espinosa, y que comenzó su andadura, hace unos meses,
reeditando el libro de relatos En el corazón del corazón del país
del norteamericano William H. Gass.
De este libro había leído un relato en la Antología del cuento norteamericano
de Richard Ford y había hojeado, en
la cuesta de Moyano, la edición que sacó Alfaguara a principios de los años 80.
El segundo título de La
navaja suiza es La casa grande del colombiano Álvaro Cepeda Samudio, sobre la masacre de las bananeras que
ocurrió en Colombia en 1928. Creo que había leído sobre él en la relectura que
hice, hace unos años, de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, en el prólogo
de la edición conmemorativa de la RAE y Alfaguara, si no recuerdo mal hablaban
de La casa grande. Pero, como decía,
no había oído nunca hablar de Danielle Collobert, cuyo libro Asesinato es el tercer título de La
navaja suiza.
En algún momento había
pensado solicitar a esta nueva editorial En
el corazón del corazón del país o La
casa grande para poder escribir sobre ellos una reseña y apoyar así el que
me parecía un interesante proyecto editorial. Pero, por ahora, me estaba
conteniendo. El ritmo de libros que entran en mi casa es muy superior al de
libros que puedo leer y reseñar. Sin embargo, me alegró que Elsa me propusiera
poder realizar el comentario público de este nuevo libro de La navaja suiza.
Quedamos en que me enviaría el libro a mi casa y empecé a buscar información
sobre Danielle Collobert.
Lo cierto es que no se
puede encontrar en internet mucho sobre ella. En la wikipedia leemos que nació
en 1940 en Rostrenen, y se crió en la casa de sus abuelos (un dato que me hizo
pensar en la infancia de Michel Houellebecq) porque tanto su madre como su tía
formaban parte de la Resistencia Francesa.
En 1961 dejó sus
estudios universitarios y empezó a trabajar en la Galerie Hautefeuille de
París. También empezó a escribir textos que, tres años después, se integrarían
en el libro Asesinato.
Collobert publicó
algunos libros de poesía. En España se puede encontrar una antología de su obra
poética en la editorial Kokoro,
titulada Decir vivo a quién. Este libro contiene poemas en prosa
parecidos a las páginas de Asesinato.
De hecho, algunas de sus páginas y las
de este Asesinato coinciden. (AQUÍ está el enlace).
Collobert fue militante
del Frente de Liberación Nacional de Argelia.
Lo que hizo que tuviera que exiliarse a Italia.
Asesinato
se publicó en 1964 en la prestigiosa editorial
Gallimard, gracias a la recomendación del escritor Raymond Queneau.
Collobert se suicidó en
1978 el mismo día que cumplía 38 años en un hotel de París, de la misma forma
que su admirado Cesare Pavese en 1950 (a los 42 años), 28 años antes.
En el blog Lost in Marienbad podemos encontrar la
traducción de tres poemas de Collobert:
añade
sin cesar
construye
tenacidad del aliento
acumula
persigue
ávido
sin cesar
del aliento a la palabra
el mismo camino
el regreso aún
la repetición evidente
frágil
incierta
alargar la traza – prolongar
en alguna parte
en otro lugar
no borrar – borrarse
palabras además
la sangre – aún acuñar
palabras aún
trazar
para retrasar el acercamiento
fuera del alcance del silencio
blanco infinito
lucha – con la palabra – necesaria
única necesidad
lucha vana
agotamiento
sin salida
***
Siempre movimiento
De lo violento a lo imperceptible –lo inmóvil – lo inmóvil
Nunca – fingiendo fijeza, a lo sumo – fricción
Invisible en todo su cuerpo
Invisible – para no ver
Nunca visto desde donde él ve
No visto – el temblor
Sin presa – liso – sin derrame
Sin lágrima – ni sudor – estallido – ni estremecimiento – el
Frío
Inanimado – no – en algún lugar el nervio del dolor –
En algún lugar la respiración.
***
entre los muros blancos – la misma angustia cien veces encontrada – bloqueada en el instante – el tiempo denso –fugitivo – tras el que hay que caer de nuevo – cada vez –en la confusión – el magma – el trayecto perdido de un pensamiento al otro – en todos los sentidos – lo cotidiano real – el ensamblaje incierto del mundo – en la mente o al fondo-
en algún lugar
en alguna parte – ese lugar buscado desde hace tanto – tantos intentos – viajes al interior – la mayoría de las veces con ideas de agresión – tomar por asalto ese lugar - aplastarlo destruirlo de una vez por todas – que sólo quede una superficie lisa – aflorando a la mirada – a los labios – dócil a la voz aplacada – dormida – nada que pueda interrumpir el sueño – atascada – o el entumecimiento – esta vez las manos podrán transcribir con dulzura las palabras – sin crispación repentina – sin desgarramiento imprevisto
construye
tenacidad del aliento
acumula
persigue
ávido
sin cesar
del aliento a la palabra
el mismo camino
el regreso aún
la repetición evidente
frágil
incierta
alargar la traza – prolongar
en alguna parte
en otro lugar
no borrar – borrarse
palabras además
la sangre – aún acuñar
palabras aún
trazar
para retrasar el acercamiento
fuera del alcance del silencio
blanco infinito
lucha – con la palabra – necesaria
única necesidad
lucha vana
agotamiento
sin salida
***
Siempre movimiento
De lo violento a lo imperceptible –lo inmóvil – lo inmóvil
Nunca – fingiendo fijeza, a lo sumo – fricción
Invisible en todo su cuerpo
Invisible – para no ver
Nunca visto desde donde él ve
No visto – el temblor
Sin presa – liso – sin derrame
Sin lágrima – ni sudor – estallido – ni estremecimiento – el
Frío
Inanimado – no – en algún lugar el nervio del dolor –
En algún lugar la respiración.
***
entre los muros blancos – la misma angustia cien veces encontrada – bloqueada en el instante – el tiempo denso –fugitivo – tras el que hay que caer de nuevo – cada vez –en la confusión – el magma – el trayecto perdido de un pensamiento al otro – en todos los sentidos – lo cotidiano real – el ensamblaje incierto del mundo – en la mente o al fondo-
en algún lugar
en alguna parte – ese lugar buscado desde hace tanto – tantos intentos – viajes al interior – la mayoría de las veces con ideas de agresión – tomar por asalto ese lugar - aplastarlo destruirlo de una vez por todas – que sólo quede una superficie lisa – aflorando a la mirada – a los labios – dócil a la voz aplacada – dormida – nada que pueda interrumpir el sueño – atascada – o el entumecimiento – esta vez las manos podrán transcribir con dulzura las palabras – sin crispación repentina – sin desgarramiento imprevisto
Asesinato
me llegó a casa y comencé su lectura. Lo cierto es que al principio había
pensado que se trataba de una novela. Elsa Veiga me había hablado de “nuevo
título” de La navaja suiza y yo había considerado, por los dos anteriores
libros de la editorial, que se trataría de una novela o un conjunto de relatos.
Después de leerlo señalaría, más bien, que se trata de un libro de poemas en
prosa. O un libro de microrrelatos fuertemente poéticos, o tal vez de una
novela alucinada. En su web los editores de La navaja suiza se presentan así: «LA NAVAJA SUIZA nace con
el ánimo de ofrecer a los lectores propuestas literarias inéditas y recuperadas
del olvido, tanto en español como en lenguas extranjeras, no adscritas a
géneros o nacionalidades, y asentadas en la búsqueda de nuevas formas
literarias y que contribuyan a generar una conciencia social.»
En una entrevista
concedida a El país, el editor
Agustín Márquez apunta: «A veces, la buena literatura necesita un poso que no
encaja con la lectura de metro, sino de sofá.» Creo que a la lectura de Asesinato, como apunta Agustín, le
conviene más el tiempo detenido del sofá que la velocidad del metro. Asesinato se lee desde el desconcierto y
el desasosiego.
En una primera
instancia nos encontramos con una doble mirada: exterior e interior. «Es
extraño este encuentro entre el ojo interior, detrás de la cerradura, que ve, y
que descubre al ojo exterior, atrapado en flagrante delito de visión, de
curiosidad, de incertidumbre.», así empieza el libro en la página 11.
En la página 13 aparece
la idea premonitoria del suicidio: «El irrealizable y continuo suicidio de a
pedazos.»
La idea de la muerte
recorre el libro. Se insinúa la idea del asesinato en más de una ocasión: el
asesinato de uno mismo, del otro, el asesinato por parte del otro: «Soy suyo,
soy visto, descubierto, la boca entreabierta mientras duermo, y no estamos
tranquilos, pues aparece poco a poco, en la pared, el hombre al que, desde hace
unos días he decidido matar. Y me gustaría hacerlo por sorpresa, así que espero
que no esté prevenido, por ello me pregunto por su presencia aquí en la casa.
Lo mataremos de mil maneras. Sé mucho sobre el asesinato. Invento algunos cada
día. Hago morir a distintas personas, en su mayor parte ancianos, no sé por qué
exactamente.» (pág. 17-18)
El libro comienza con
una voz narrativa ensimismada en sí misma, con esa doble visión interior y
exterior, que parece contemplar el mundo desde el dolor del ser. Poco a poco el
narrador irá saliendo de casa y verá una fábrica, obreros, el mar, los barcos…
Aunque también apunta que le cuesta salir de «su laberinto», una expresión que me
lleva a pensar en su mundo interior, su inmovilismo. El narrador también
perseguirá a una «sombra», que quizás sea un trasunto de él mismo.
Durante una primera
parte que identifico como la que está contada con una voz narrativa masculina
(pág. 11-52) la narración me parece más intimista. De hecho, creo que el estilo
de estas páginas es muy lírico, con una poética de la desesperación que me ha
hecho pensar en Una temporada en el invierno, una de las obras en prosa del
gran poeta Arthur Rimbaud. «Ya no
amo el hastío. Las rabias, los desenfrenos, la locura cuyos arranques y
desastres tan bien conozco, –me he despojado de toda esa carga. Valoremos,
pues, sin vértigo, la amplitud de mi inocencia.», leemos en la página 35 de Una temporada en el infierno (edición de
Hiperión). «En cuanto a la felicidad establecida, doméstica o no…, realmente no
puedo. Soy demasiado evanescente, demasiado débil. La vida florece gracias al
trabajo, –vieja verdad. Pero la mía, en concreto, no tiene suficiente peso,
alza el vuelo y se aleja flotando por encima de la acción, ese amado apoyo del
mundo.»
«¡Bah, hagamos todas
las muecas imaginables. Decididamente, estamos fuera del mundo. Ningún sonido
ya. Mi sentido del tacto ha desaparecido.» (pág. 45)
«¡Por el momento, estoy
sumida en el fondo del mundo.» (pág. 51)
«Me acostumbré a la
alucinación pura y simple: veía, con toda claridad, una mezquita donde había
una fábrica, una escuela de tambores compuesta por ángeles, calesas por los
caminos del cielo, un salón en el fondo de un lago; los monstruos, los
misterios; un título de vodevil erguía espantos ante mis ojos.»
Se puede considerar Una temporada en el infierno, publicado
en 1873 el testamento literario de un joven-viejo Rimbaud de 19 años. Leí este
libro hace ya más de veinte años. Acabé pensando que Rimbaud decidía dejar la
literatura porque su pureza, su deslumbramiento, iba a conducirle a la
autodestrucción del suicidio.
Danielle Collobert
decidió seguir esta senda hasta el final. Me parecen, en cuanto a esta idea de
Rimbaud, significativas las páginas 41-43 de Asesinato. Así empiezan: «Tengo un mar interior, no muy grande,
pero me llena por dentro. No es un agua tranquila, remansada, como suele
decirse. Según los días, las horas, se expande, me sacude.» En estas páginas
Collobert habla de su condición de artista. De ese mar interior, que a veces
parece un pozo, donde se ahoga y que a la vez, paradójicamente, le sustenta.
A partir de la página
53 la voz narrativa pasa de ser la de un hombre a la de una mujer. Desde esta
página, los cortes de la narración se vuelven más dinámicos. Collobert juega a
la disolución del sujeto: masculino, femenino, un nosotros, un «él», una
sombra.
En esta página 53 una
mujer comienza a seguir a una anciana que ha visto en un café.
Página 53 de Asesinato:
«Entré en el café y la vi inmediatamente al fondo delante de mí. Me quedé
quieta enseguida».
Relación con poema Pensamientos
de Deola, de Pavese, página 33: «Deola pasa la mañana sentada en el
café / y nadie la mira»
En estas páginas en las
que la poeta sale de sí misma y contempla a los otros (las gaviotas en la playa, los viajeros de los
trenes, los obreros, los bebedores del café…) he sentido de forma más acusada
la influencia de la poesía de Cesare
Pavese.
En la página 89-90
podemos leer dos páginas sobre un anciano que me han recordado a algunos de los
poemas de Pavese. El poema de Collebert
comienza así: «En la otra orilla vive un hombre viejo. Creo que es necesario
que hable de él un día. Su casa es grande y puedo divisarla desde mi puerta. Lo
veo a veces, sentado delante de la suya en un banco de piedra, inmóvil.»
En poema Pasa
el tiempo de Pavese, pág.
104: «En cierta ocasión, aquel vejete, sentado en la hierba, /aguardaba»
Estas páginas se pueden
relacionar con poemas como Pensamientos de Deola de Pavese
(pág. 33 de la edición de Poesías completas de Visor), Manía de soledad (pág.
55), Pasa
el tiempo (pag. 104) o La paz reinante (pag. 120)
En Asesinato, en la página 71 leemos: «Somos cuatro en torno a él.
Está muerto. En pleno campo, extrañamente, en pleno campo, a pleno sol, con
delicadeza.
No ha sido nada
trágico. Los ruidos de la campiña no se detuvieron, de repente. Cayó de
rodillas y después se desplomó a un lado.»
En las Poesías completas de Pavese, página 96,
tenemos el poema Revuelta, que también habla de un muerto y comienza así: «El
muerto está retorcido y no mira las estrellas: tiene los cabellos pegados al
adoquinado. La noche es más fría. Los vivos regresan al hogar, todavía
temblando.»
Las últimas páginas de Asesinato (119-126) parecen retomar la
voz narrativa en primera persona y masculina del principio. Vuelven aquí los espacios
interiores, la reflexión antes que el movimiento. Collobert retoma la idea de
la muerte: «Uno no muerte solo, lo matan, por rutina, por imposibilidad,
obedeciendo a su inspiración. Si todo el tiempo he hablado de asesinato, a
veces de forma velada, es debido a eso, a esa manera de matar.» y acaba así:
«Camino tambaleándome, y la habitación negra no se vacía aún del eco incesante
de mis pasos – mis pies inseguros, que buscan, buscan en la arena, lentamente,
el fin.» (pág. 126)
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