Siguiendo con Rivera, he leído La sierva, novela editada por Alfaguara en 1992 y que fue Premio Nacional de Literatura en Argentina.
Si en El farmer el protagonista estaba solo, aquí los dos protagonistas principales también lo están; por un lado Lucrecia, la sierva, y por otro Bedoya, el amo.
La narradora es durante gran parte del libro Lucrecia, aunque no es infrecuente que entre su primera persona se deslice otra tercera.
El relato comienza con un juego o una anécdota literaria, contada por Bedoya, un juez, un hombre culto y que gusta de disfrutar de su posición de poder y dominio. En la anécdota se habla de Flaubert, de Zola, de Naná… de la vieja Europa, como una metáfora de la dominación de la mujer, en este caso de Lucrecia, hija de una mujer que ya había sido comprada por otro hombre poderoso, otro Bedoya. Lucrecia no quiere seguir siendo sierva, y desea ante todo ser patrona. Es decir, aspira a que un hombre poderoso se case con ella, y ponga sirvientas a su mando.
Pero Lucrecia vive en un mundo de valores brutales, machistas, abusadores; y sabiéndolo no tiene reparos, tampoco, en usar sus encantos para inducir a otros al crimen y así liberarse ella de sus opresores.
Lucrecia ha matado, o ha inducido a matar, antes de conocer a Bedoya; o como consecuencia de su crimen ha conocido a Bedoya, más bien, el juez del caso a investigar. (Aquí hay un interesante juego de referencia con el mundo de los cuchilleros de Borges.)
Lucrecia pasa a ser ahora la sierva del anciano y poderoso Bedoya, y en un juego de dominio mental y erótico transcurre su vida en común, sus soledades.
Al principio la novela me parecía deslocalizada. Pero en algún momento se vuelva a hablar de Juan Manuel de Rosas, protagonista de El Farmer, y de la muerte de su sucesor, Urquiza. Por tanto, la acción de la novela debe transcurrir a finales del siglo XIX o principios del XX.
De nuevo un mundo de brutalidad, de abusos, de decadencia, en el que se entrecruza el discurso poético o literario, sobre todo hablando del Martín Fierro de José Hernández “el Homero de Argentina”, le llaman los amigos (o enemigos) de Bedoya.
De nuevo, como El farmer, una novela corta e intensa, poética y descreída, centrada en la descripción de un mundo crepuscular, tal vez como metáfora del presente argentino, o del presente del mundo.
Si en El farmer el protagonista estaba solo, aquí los dos protagonistas principales también lo están; por un lado Lucrecia, la sierva, y por otro Bedoya, el amo.
La narradora es durante gran parte del libro Lucrecia, aunque no es infrecuente que entre su primera persona se deslice otra tercera.
El relato comienza con un juego o una anécdota literaria, contada por Bedoya, un juez, un hombre culto y que gusta de disfrutar de su posición de poder y dominio. En la anécdota se habla de Flaubert, de Zola, de Naná… de la vieja Europa, como una metáfora de la dominación de la mujer, en este caso de Lucrecia, hija de una mujer que ya había sido comprada por otro hombre poderoso, otro Bedoya. Lucrecia no quiere seguir siendo sierva, y desea ante todo ser patrona. Es decir, aspira a que un hombre poderoso se case con ella, y ponga sirvientas a su mando.
Pero Lucrecia vive en un mundo de valores brutales, machistas, abusadores; y sabiéndolo no tiene reparos, tampoco, en usar sus encantos para inducir a otros al crimen y así liberarse ella de sus opresores.
Lucrecia ha matado, o ha inducido a matar, antes de conocer a Bedoya; o como consecuencia de su crimen ha conocido a Bedoya, más bien, el juez del caso a investigar. (Aquí hay un interesante juego de referencia con el mundo de los cuchilleros de Borges.)
Lucrecia pasa a ser ahora la sierva del anciano y poderoso Bedoya, y en un juego de dominio mental y erótico transcurre su vida en común, sus soledades.
Al principio la novela me parecía deslocalizada. Pero en algún momento se vuelva a hablar de Juan Manuel de Rosas, protagonista de El Farmer, y de la muerte de su sucesor, Urquiza. Por tanto, la acción de la novela debe transcurrir a finales del siglo XIX o principios del XX.
De nuevo un mundo de brutalidad, de abusos, de decadencia, en el que se entrecruza el discurso poético o literario, sobre todo hablando del Martín Fierro de José Hernández “el Homero de Argentina”, le llaman los amigos (o enemigos) de Bedoya.
De nuevo, como El farmer, una novela corta e intensa, poética y descreída, centrada en la descripción de un mundo crepuscular, tal vez como metáfora del presente argentino, o del presente del mundo.
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