De Sabato había leído, hace al menos una década, El túnel y Sobre héroes y tumbas. Recuerdo que ambas novelas me gustaron bastante. De El túnel me atrajo la contundencia existencialista de lo narrado, su fuerza hacia lo fatal. El ritmo de Sobre héroes y tumbas era otro, quizás adolecía de un deseo exagerado de trascendencia; en todo caso El informe sobre ciegos, contenido en la novela, me pareció magnífico.
Leyendo ahora este libro de ensayos, El escritor y sus fantasmas, una indagación sobre el sentido de escribir y leer novelas, comprendo mejor los intereses de Sabato como creador.
Según he leído en Internet, la figura de Sabato se encuentra cuestionada en la actualidad por más de un escritor y lector; es fácil, también, encontrar sobre este ensayo detractores en la red.
Para empezar, debería decir que me ha interesado leerlo, que con bastantes ideas de las expresadas estoy de acuerdo (hay bastantes cosas de las que habla Sabato con las que es fácil estar de acuerdo) y otras con las que no.
Suele ocurrir, sobre todo al leer poéticas, que cada poeta reivindica como el camino del poema verdadero aquel tipo de poesía que él practica, despreciando todas las demás: el escritor de poemas en prosa nos dirá que los poemas en prosa son los únicos que le llegan como lector, lo mismo hace el seguidor de los poemas clásicos y defiende la métrica respecto al verso libre, el poeta social no puede ni ver a los poetas del yo…
Algo similar se observa en este ensayo, Sabato expone como única línea de una novelística seria precisamente la que él ha llevado a cabo: la que vendría de Dostoievsky y llama “novela psicológica”.
Así atacará a los escritores que practican técnicas cinematográficas en sus obras, lo que le parece absurdo ya que se trataría de enfoques distintos sobre la realidad. Sería como querer hacer con un avión lo que se debe hacer con un submarino, nos dice.
Atacará también a la novelística social, pues le parece reduccionista llevar a cabo el análisis de la sociedad en su conjunto, sin partir del individuo, al fin y al cabo fruto de su tiempo y de la sociedad en la que vive, y por tanto sus ideas, sus conflictos internos, tendrán que ser sociales.
Ataca a quien quiera eliminar las ideas de la novela, ya que toda gran novela le parece un terreno propio para expresar ideas. De hecho, de lo más interesante del libro es la relación que el autor establece entre la filosofía y la novela, entendiendo esta última como un mecanismo para expresar las ideas filosóficas que atormentar a un individuo en una época. Las relaciones entre filósofos y escritores son nutridas, y las citas son interesantes.
Con las ideas anteriores me siento de acuerdo, además de con otro apunte del que no he hablado: el profundo interés que siente Sabato por la literatura como forma de vida, como camino para entender el mundo, que comparto.
Me siento en desacuerdo cuando Sabato acaba cayendo en la misma forma de pensar reduccionista que parece estar combatiendo. Así podemos leer frases como estas:
La tarea central de la novelística de hoy es la indagación del hombre, lo que equivale a decir que es la indagación del Mal. (página 189)
La invasión brutal y desenfrenada de la técnica occidenta ha producido estragos que ya empiezan a advertirse en el Japón: el suicidio de artistas y escritores es revelador. (página 191)
Me suena a moralina ese Mal que Sabato ve en la técnica, como si antes hubiese sido de otra forma, como si las pulsiones de una sociedad tuviesen que ver con el uso de las señales de humo, el correo, el teléfono fijo o móvil, como si no se pudiera concebir una literatura de celebración o de cualquier otro tipo.
Al abrir sólo las puertas de la literatura a lo psicológico, a lo que a veces llama lo irracional del hombre (que relaciona de forma unívoca con la angustia), acaba negando otras facetas de la literatura, por ejemplo, la lúdica. Siguiendo esta idea rechaza la casi totalidad de la obra de Borges (páginas 69 a 81), a la que considera un simple juego de ideas filosóficas, una evasión de la verdadera realidad del hombre, y piensa que de Borges sólo podrán perdurar esos poemas en los que evoca una calle, un atardecer…
Pienso que en los relatos de Borges, en sus juegos con las paradojas del tiempo, de la asimilación de una verdad y luego de su reverso, en el doble, en el infinito, en el laberinto… en todo eso que Sabato rechaza por su naturaleza de juego, también está la esencia del hombre, su inquietud frente al mundo, y no sólo en su angustia metafísica ante el mundo; digamos que esos juegos, esas indagaciones, ampliarían, desde mi punto de vista, la metafísica del hombre lejos de reducirla.
Casi siempre leo literatura y no reflexiones sobre la literatura. En cualquier caso, ha sido interesante cambiar.
Leyendo ahora este libro de ensayos, El escritor y sus fantasmas, una indagación sobre el sentido de escribir y leer novelas, comprendo mejor los intereses de Sabato como creador.
Según he leído en Internet, la figura de Sabato se encuentra cuestionada en la actualidad por más de un escritor y lector; es fácil, también, encontrar sobre este ensayo detractores en la red.
Para empezar, debería decir que me ha interesado leerlo, que con bastantes ideas de las expresadas estoy de acuerdo (hay bastantes cosas de las que habla Sabato con las que es fácil estar de acuerdo) y otras con las que no.
Suele ocurrir, sobre todo al leer poéticas, que cada poeta reivindica como el camino del poema verdadero aquel tipo de poesía que él practica, despreciando todas las demás: el escritor de poemas en prosa nos dirá que los poemas en prosa son los únicos que le llegan como lector, lo mismo hace el seguidor de los poemas clásicos y defiende la métrica respecto al verso libre, el poeta social no puede ni ver a los poetas del yo…
Algo similar se observa en este ensayo, Sabato expone como única línea de una novelística seria precisamente la que él ha llevado a cabo: la que vendría de Dostoievsky y llama “novela psicológica”.
Así atacará a los escritores que practican técnicas cinematográficas en sus obras, lo que le parece absurdo ya que se trataría de enfoques distintos sobre la realidad. Sería como querer hacer con un avión lo que se debe hacer con un submarino, nos dice.
Atacará también a la novelística social, pues le parece reduccionista llevar a cabo el análisis de la sociedad en su conjunto, sin partir del individuo, al fin y al cabo fruto de su tiempo y de la sociedad en la que vive, y por tanto sus ideas, sus conflictos internos, tendrán que ser sociales.
Ataca a quien quiera eliminar las ideas de la novela, ya que toda gran novela le parece un terreno propio para expresar ideas. De hecho, de lo más interesante del libro es la relación que el autor establece entre la filosofía y la novela, entendiendo esta última como un mecanismo para expresar las ideas filosóficas que atormentar a un individuo en una época. Las relaciones entre filósofos y escritores son nutridas, y las citas son interesantes.
Con las ideas anteriores me siento de acuerdo, además de con otro apunte del que no he hablado: el profundo interés que siente Sabato por la literatura como forma de vida, como camino para entender el mundo, que comparto.
Me siento en desacuerdo cuando Sabato acaba cayendo en la misma forma de pensar reduccionista que parece estar combatiendo. Así podemos leer frases como estas:
Me suena a moralina ese Mal que Sabato ve en la técnica, como si antes hubiese sido de otra forma, como si las pulsiones de una sociedad tuviesen que ver con el uso de las señales de humo, el correo, el teléfono fijo o móvil, como si no se pudiera concebir una literatura de celebración o de cualquier otro tipo.
Al abrir sólo las puertas de la literatura a lo psicológico, a lo que a veces llama lo irracional del hombre (que relaciona de forma unívoca con la angustia), acaba negando otras facetas de la literatura, por ejemplo, la lúdica. Siguiendo esta idea rechaza la casi totalidad de la obra de Borges (páginas 69 a 81), a la que considera un simple juego de ideas filosóficas, una evasión de la verdadera realidad del hombre, y piensa que de Borges sólo podrán perdurar esos poemas en los que evoca una calle, un atardecer…
Pienso que en los relatos de Borges, en sus juegos con las paradojas del tiempo, de la asimilación de una verdad y luego de su reverso, en el doble, en el infinito, en el laberinto… en todo eso que Sabato rechaza por su naturaleza de juego, también está la esencia del hombre, su inquietud frente al mundo, y no sólo en su angustia metafísica ante el mundo; digamos que esos juegos, esas indagaciones, ampliarían, desde mi punto de vista, la metafísica del hombre lejos de reducirla.
Casi siempre leo literatura y no reflexiones sobre la literatura. En cualquier caso, ha sido interesante cambiar.
A veces pienso que la escritura en Sábato es algo así como su propio purgatorio, o también, como un respiradero por donde salen los gases tóxicos de su vida. Cuando leo algo de él percibo esa tendencia a un poco resentida a olvidar los juegos y a estancarse en una sobriedad y seriedad de ideas que, más allá de ser iluminadas por su habilidad intelectual, denotan una monótona tristeza. Pero se lo adjudico a que él, Ernesto, escribe más para su propio bien, su propia catarsis, que para un público en general. Cosa que me parece válida, pero que transmite una existencia humana restringida a un solo aspecto de la vida.
ResponderEliminarHola Javi:
EliminarLa verdad es que leí las novelas de Sabato hace ya muchos años, El túnel y Sobre héroes y tumbas. En su momento me gustaron mucho. No leí Abaddón el exterminador.
No sé qué pensaría ahora de él; leí algunas palabras muy negativas sobre Sabato de Aira, que no comparto, pero tal vez al cabo de los años...
saludos