domingo, 29 de enero de 2023

La fórmula preferida del profesor, por Yoko Ogawa


 La fórmula preferida del profesor, de Yoko Ogawa

Editorial Tusquets. 308 páginas. 1ª edición de 2003: ésta es de 2022

Traducción de Juan Francisco González Sánchez

  

En 2022 leí diez libros de autores japoneses. Una corriente lectora que no tenía prevista al empezar el año, pero sobre febrero o marzo me acordé de lo mucho que me gustaba Kenzaburo Oé, el premio Nobel de 1994, del que leí cinco libros en la segunda mitad de la década de los 90. Volví con Oé y me encantó el reencuentro. Esto hizo que me interesara por leer más literatura japonesa. Sobre mayo o junio de 2022 vi que Tusquets sacaba una nueva edición de La fórmula preferida del profesor (2003), la obra más famosa de la escritora Yoko Ogawa (Okayama, 1962). Este libro, hasta ahora, lo publicaba en España la editorial Funambulista, que tiene más novelas de Ogawa. No sé si Tusquets habrá comprado los derechos sobre este libro o sobre todos los de Ogawa y los irá sacando en los próximos años. Sé que también tiene el de La policía de la memoria, que se publicó en Japón en 1994, y que ha tenido mucho éxito recientemente en el mundo anglosajón tras su traducción al inglés.

Así que me llegó al correo electrónico la publicidad con las novedades de Tusquets y vi este libro en medio de mi corriente de lecturas japonesas y me apeteció leerlo por varios motivos: porque era japonés, como ya he dicho, y también porque estaba escrito por una mujer. Como suele ser habitual, cuando busco en internet información sobre los escritores más representativos de un país, con ganas de empaparte en su literatura, las referencias suelen ser masculinas. De los diez libros japoneses que leí en 2022 solo había leído uno escrito por una mujer: Una flor de Yuriko Miyamoto. También sabía que La fórmula preferida del profesor había sido un bestseller en Japón, con más de dos millones de ejemplares vendidos y adaptación cinematográfica. Por tanto, existía un riesgo de que se tratase de una novela comercial y no literaria. De todos los elogias que acompañaban a la nota de prensa de Tusquets me convenció uno, el de Kenzaburo Oé, que dice de Ogawa: «capaz de dar expresión a los elementos más complejos de la psicología humana en una prosa sutil pero penetrante».

 

En realidad, yo pensaba acabar 2022 releyendo La otra historia de los Estados Unidos (1980), el ensayo histórico de Howard Zinn. Pero el 29 de diciembre, tras llegar al capítulo en el que Zinn iba a hablarme de las implicaciones de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, decidí darme un descanso del libro de historia, y tomar algo más ligero para acabar el año. Así leí La fórmula favorita del profesor en los días finales de 2022 y los iniciales de 2023.

 

La acción de la novela se sitúa en 1992. Más de una vez se señalará que ese verano tendrán lugar los Juegos Olímpicos en Barcelona. La historia está contada en primera persona por una empleada del hogar, que nunca nos revelará su nombre, de veintiocho años, que trabaja para la agencia Aurora. La narradora tiene un hijo de diez años, al que conoceremos por el apodo de Raíz Cuadrada, nombre cariñoso que le pondrá «el profesor», el peculiar cliente del que la narradora nos va a hablar. «Para mi hijo y para mí, él era simplemente “el profesor”». Ésta es la primera frase del libro y acercarme a ella me hizo pensar, de forma inmediata, en Kokoro (1914), la obra más famosa de Natsume Soseki. El narrador de Kokoro nos hablará de la relación de amistad que estableció, cuando era un joven, con un hombre adulto, al que llamará siempre con el apelativo de «Sensei», que significa «maestro». No estoy seguro, pero tengo la impresión de que Juan Francisco González Sánchez, el traductor, ha podido traducir el término japonés «sensei» por «maestro» y, de esta forma, en el original esta vinculación de la obra de Ogawa con el clásico de Soseki era más evidente. Tras acabar la novela, considero que Kokoro de Soseki es una clara influencia para La fórmula preferida del profesor, porque en esta novela de Ogawa se habla de la relación de amistad, admiración y aprendizaje de una mujer joven y su hijo por un hombre adulto que podría ser el padre de ella y el abuelo de él.

En otros libros japoneses he observado también que se elude el nombre de los personajes, o de algunos de ellos, y se los denomina con apodos. Esto también ocurre aquí.

 

La narradora recibe el encargo de trabajar en la casa del profesor, que tiene fama de ser un cliente difícil. Han sido ya nueve las asistentas que han pasado por allí y han sido retiradas del servicio. A la narradora le explicará una anciana viuda, cuñada del profesor, cuáles serán sus funciones en la casa y cuáles son las particularidades de su cliente. El profesor, un hombre que parece un anciano, pero que apenas sobrepasa los sesenta años (tiene sesenta y cuatro), en su juventud pudo estudiar la carrera de Matemáticas en la prestigiosa universidad de Cambridge inglesa y convertirse en un prestigioso profesor universitario. Sin embargo, en 1975 sufrió un accidente de coche y, desde entonces, su memoria a corto plazo solo dura ochenta minutos. Sus recuerdos son los mismos que tenía en 1975, en la fecha del accidente, y cada día es para él un nuevo comienzo. El profesor lleva prendidos con pinzas a su chaqueta papelitos que le ayudan ‒supuestamente‒ a recordar las cosas importantes. En uno de ellos dibujará, con trazos de niño, la silueta de su asistenta para poder recordarla cada mañana. Las matemáticas es el lenguaje con el que el profesor puede relacionarse con el mundo. Así cada día, preguntará a su asistenta, que vuelve a ser una persona que ve de nuevo por primera, por su número de calzado o su fecha de cumpleaños, y de estos números conseguirá encontrar curiosas relaciones con otros, que consiguen ligar de un modo poético a las personas.

Cuando el profesor descubre que la asistenta tiene un hijo de diez años, le pedirá que lo traiga a su casa, cuando salga del colegio, no le gusta pensar que el niño ha de esperar solo en su casa o en la calle a que llegue su madre, solo por atenderlo a él. Entonces el niño ‒apodado Raíz Cuadrada‒ comenzará a entablar una relación de amistad, al igual que la madre, con el profesor.

Antes de llegar al primer tercio de la novela, sabremos que la asistenta se quedó embarazada muy joven y que dio a luz a los dieciocho años, sin que el padre de su hijo quisiera hacerse cargo de la situación. En realidad, repitió la historia de su propia madre, también madre soltera. De forma sutil, sin que se remarque casi nada, el lector verá que el profesor empieza a representar una figura paterna para la narradora, así como para su hijo.

A medida que la narradora va conociendo al profesor, surgirá en ella ‒al igual que en su hijo‒ una fascinación por las matemáticas. En gran medida La fórmula preferida del profesor es un canto de amor hacia las ciencias exactas, tan a menudo odiadas por muchos estudiantes. En este sentido, la novela podría ser una buena forma de tratar de transmitir comprensión y algo de entusiasmo hacia las matemáticas en el entorno escolar. Yo he sido, durante bastantes años, profesor de matemáticas en 3º de la ESO y sé de lo que hablo. «De mi época del colegio me había quedado tan mal recuerdo de esa asignatura que la simple visión de un libro de texto se me atragantaba y, sin embargo, hablar con el profesor sobre ese tema suponía todo un alivio, y yo empezaba a ver las matemáticas con una perspectiva completamente nueva, nítida; en definitiva, comprensible.», nos dirá la narradora en la página 46.

También entre el profesor y el niño surgirá la amistad porque los dos comparten la pasión por el baseball. El niño desde un punto de vista más pasional, y el profesor desde su visión estadística, pero al final ambos se irán influyendo mutualmente.

 

La composición de las escenas de la novela es muy japonesa, con frecuentes fugas poéticas para describir el clima o la flora. Así, por ejemplo, en la página 11 podemos leer: «Era una tarde gris y lluviosa de principios de abril, y estábamos los tres en el estudio del profesor, en una penumbra apenas rota por la luz de una bombilla.»

 

El lector atento se percatará de que el 1992 del que habla la narradora es una evocación, y que está narrando desde algún punto del futuro (luego sabremos que es desde comienzos del siglo XXI). De forma sutil, el lector comprenderá que la narradora ya no tiene relación con el profesor y será al final de la novela que descubrirá el porqué. Este tipo de composición crea en las páginas del libro una sensación de futura pérdida y de futilidad de la vida y la experiencia humana.

 

Pese al elogio comentado de Kenzaburo Oé, en algún momento tenía la sensación de que la novela podía escorarse hacia una narración comercial y no literaria. Es decir, temía que la autora evitara los conflictos narrativos a favor de una narración «bonita» o puramente «sentimental». Aunque debo apuntar que en esta novela el lector no se va a encontrar con grandes conflictos entre los personajes, sí me parece que la narración es sutil e inteligente y no acaba cayendo en lo cursi, que era un peligro serio. Sí tengo la impresión de que existen en esta novela algunas concesiones, aunque sean leves a una narración «para todos los públicos». Por ejemplo, el profesor está especializado en una rama de estudio de las matemáticas que no sé si existe: la del estudio de los números naturales: números primos, perfectos, etc. De este modo, lo que aparece en la novela sobre teoría matemática puede ser comprendido por cualquier lector, por muy lego que sea en la materia.

En algún momento me ha parecido que la novela rompía levemente sus reglas sobre los ochenta minutos de memoria del profesor, y éste parecía recordar cosas que yo tenía la sensación de que habían ocurrido al menos dos o tres horas antes.

En cualquier caso, he de decir que la lectura de La fórmula preferida del profesor me ha gustado, ha conseguido conmoverme y me ha parecido muy agradable. Los tres personajes principales están bien perfilados y son entrañables, siendo ésta una gran historia sobre la amistad y el deseo de entenderse de las personas.

Me ha llamado la atención un comentario que me ha dejado un comentarista de mi canal de YouTube llamado Nicolás Bascuñán sobre esta novela: «Lo interesante de ese libro de Ogawa es que se trata de un contrapunto peculiar en su obra: el resto de sus libros son oscuros, extraños y juegan con las perversiones sexuales y psicológicas.» Esto me ha interesado mucho y es posible que en 2023 vuelva con esta autora.

2 comentarios:

  1. Leí esta novela hace algo más de dos años. Me sorprendió por eso de qu las matemáticas no suelen tener un protagonismo importante en un relato. Esto ya es algo a favor de la narración; luego está como bien dices las fugas poéticas que realiza la narradora, típicas de la literatura japonesa.
    En su día hice reseña de la novela. “Te dejo aquí el enlace a la misma” por si te apeteciera echarle un vistazo.
    Un saludo, David

    ResponderEliminar