domingo, 8 de enero de 2023

Una flor, por Yuriko Miyamoto

 


Una flor, de Yuriko Miyamoto

Editorial Satori. 372 páginas. 1ª edición de 1927 y 1946. Ésta es de 2017.

Traducción de Hiroko Hamada y Virginia Meza

 

Este 2022 me empezó a interesar la literatura japonesa, tras volver al premio Nobel Kenzaburo Oé, del que había leído cinco libros a finales de la década de 1990. En este contexto me fijé en una bonita edición de Kokoro, la novela más famosa de Natsume Sōseki, a cargo de la editorial Satori, especializada en literatura japonesa y ubicada en Gijón. Tras leer los dos primeros libros de Sōseki ‒Soy un gato y Botchan‒ en la editorial Impedimenta, le solicité a Satori su Kokoro para poder reseñarlo, y leer el prólogo que lo acompaña, a cargo del experto en cultura japonesa y traductor Carlos Rubio. Fue mi cumpleaños y mis suegros quisieron hacerme un regalo y les señalé Una flor de Yuriko Miyamoto (Tokio 1899 – 1951), porque me había convencido la publicidad de la página web de la editorial: «La planicie de Banshū está considerada la mejor narración jamás escrita de la rendición de Japón».

 

Una flor está compuesto por tres narraciones: Una flor de 1927, La planicie de Banshū de 1946 y Hierba de viento de 1946. Las tres tienen un fuerte trasfondo autobiográfico.

Una flor, con sus cerca de 60 páginas, puede considerarse un relato largo o una novela corta. La protagonista es Asako, una mujer de veintisiete años, que trabajo como editora de una revista que está perdiendo suscriptores. Además, se quedó viuda con veinticuatro y vive con Sachiko, una profesora algo mayor que ella. Asako va a tener, durante las páginas del libro, varios encuentros con su vecino Oohira, de treinta y seis años, al que abandonó su mujer. En la página 48 podemos leer: «Asako solía decir que ella y Sachiko eran un par de botellitas de sake sagrados», y en una nota aclaratoria se nos indica que esta expresión hace referencia a dos personas que son muy amigas y que siempre están juntas. En la página 63 leemos: «Asako amaba a Sachiko, conocía la más mínima de sus manías y también sus defectos y también su hermosa bondad.»

En el relato no acaba de quedar del todo claro si Asako y Sachiko son lesbianas y mantienen una relación sentimental o son simplemente amigas. Una flor, en este sentido primero que comento, se ha reivindicado más de una vez desde la comunidad LGTBI.

Ya he dicho que estos relatos tienen un componente autobiográfico. Miyamoto se casó con Araki Shigeo, un investigador de lenguas asiáticas. En 1924 conoce a Yuasa Yoshiko, una estudiosa de la literatura rusa y traductora, y decide divorciarse de Shigeo e irse a vivir con Yuasa. Esta mujer era abiertamente lesbiana, pero en el prólogo del libro se afirma que Miyamoto rechazaba esta preferencia sexual. Al final, Miyamoto volverá a casarse con un hombre, Kenji Miyamoto, crítico literario y militante del Partido Comunista, diez años más joven que ella.

En Una flor se muestran los titubeos de la joven Asako, quien quizás está empezando a sentirse atraída por su vecino Oohira y piensa que dar rienda suelta a este sentimiento puede dañar la actual relación que tiene con Sachiko.

Según me iba acercando al final del relato estaba pensando que Miyamoto dibujaba escenas precisas, que, en muchos casos, describen escenas de la naturaleza, y que estas páginas era bellas, pero que el texto no tenía tensión narrativa. De hecho, acabé Una flor y que quedé tan desconcertado que decidí volver a empezarlo. En la segunda lectura, una lectura ya con avisado previo de lo que me iba a encontrar, más atenta, he podido apreciar mejor la sutileza del relato, que, en cierto modo, nos puede recordar a cuentos como La dama del perrito de Anton Chejov. Pero es cierto que creo haber experimentado un choque cultural al leer esta narración. Después de leer siete libros japoneses este año, por fin he tenido la sensación de que los parámetros con los que está escrito Una flor eran diferentes a los occidentales. No hay en Una flor una tensión narrativa clara, y al final no hay una explosión de sus nudos argumentales, ni un momento epifánico. El relato acaba como empezó, sin estridencias. Me gusta, sobre todo en su segunda lectura, pero sin llegar a emocionarme.

 

La planicie de Banshū, con sus más de 200 páginas, es claramente una novela. La protagonista es ahora es Hiroko, y la historia, igual que en Una flor, está narrada en tercera persona. Hiroko también es un trasunto de la propia autora.

La planicie de Banshū empieza marcando una fecha clave en la historia de Japón: «Atardecer del 15 de agosto de 1945.» (pág. 81). Éste es el día en el que Japón se rindió ante los Aliados, después de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki del 6 y 9 de agosto de 1945. Por primera vez, la población escuchará por la radio la voz de su emperador Hirohito, quien se suponía que solo hablaba con los dioses y del que los mortales no podían oír su voz. Esto último lo había leído en La presa, la primera novela de Kenzaburo Oé, donde éste recrea su visión de niño de 10 años en 1945.

 

Hiroko vive, cuando comienza la novela, en casa del hermano menor de su marido, porque éste se encuentra en la cárcel desde hace doce años por ser un disidente político. Esto está basado en la vida real de Miyamoto, cuyo marido, Kenji Miyamoto, fue arrestado en 1933 por ser del Partido Comunista, en el contexto de un país muy militarizado y que aceptaba muy mal la disidencia. Como curiosidad decir que he aprendido en este libro que, para lo que el resto del mundo fue la Segunda Guerra Mundial, un periodo que abarca desde 1939 hasta 1945, para Japón la guerra empezó en 1931 con la invasión que hicieron de Manchuria y acabó en 1945. Es decir, ellos consideran que la guerra duró 14 años.

«Lo que asomaba en el rostro de quienes escuchaban era una especie de duda profunda y de aturdimiento que no sabían cómo expresar. Habían cortado en seco la cuerda que hasta ese día había tirado de ellos haciéndoles creer que ganarían la guerra y, como si nada hubiera ocurrido, como si siquiera se hubieran caído hacia atrás debido a la fuerza de la inercia, ahora parecía que se les lanzase otra cuerda diferente y se les dijese: “Ahora agarren esta”. ¿Cuáles serían los sentimientos de toda esta gente?» (pág. 97), y este sería el tema centrar de La planicie de Banshū. Hiroko va a pasar de una casa de familiares a otra, tomando trenes en el Japón del momento, lo que le va a permitir ser testigo de un gran fresco social de desmoralización, derrota y tiempos de cambio social, con un territorio arrasado por la guerra, con soldados de vuelta a casa. «Durante la mitad del día, el tren siguió pasando entre la destrucción y, cuando los viajeros se fueron acostumbrando a ese espectáculo que se repetía una y otra vez, perdieron el interés.» (pág. 131-132)

Lo cierto es que La planicie de Banshū funciona perfectamente como un gran documento histórico de los meses que retrata, los posteriores a la rendición de Japón. La protagonista llega a pasar en tren por una Hiroshima destruida, sin saber aún los peligros de la radiación atómica. La población pensaba que aquellos últimos bombardeos eran como los anteriores de munición convencional. Pero estos días son también de esperanza para Hiroko, puesto que la Declaración de Postdam abre la posibilidad a que salgan de la cárcel los que, hasta entonces, han sido presos políticos.

Hiroko hablará de los «pueblos de viudas», que ahora se encuentran por todo Japón, y nos contará las consecuencias del conflicto desde, principalmente, el punto de vista de las mujeres. «En cierto modo, todas las mujeres de Japón pasaban noches de insomnio.» (pág. 235)

Hiroko es escritora y también ha sufrido cárcel, por sus ideas izquierdistas, y se le ha prohibido publicar. «Deseaba plasmar en una novela las emociones de una mujer, convertidas ahora en sentimientos comunes a todas las mujeres japonesas.» (pág. 234)

En este tipo de comentarios se observa, de nuevo, el trasfondo autobiográfico de estas historias, puesto que a Miyamoto, como a Hiroko en la ficción, también se le prohibió publicar sus libros.

La tensión narrativa de La planicie de Banshū es muy superior a la de Una flor, y me parece la obra más lograda de las tres que contiene este libro.

 

La tercera narración se titula Hierba del viento y tiene unas 80 páginas. La protagonista vuelve a ser Hiroko y si bien en La planicie de Banshū se esperaba con ilusión la salida del marido de la cárcel, y acaba justo antes de que esto ocurra, en Hierba del viento se habla de este reencuentro entre Hiroko y su marido Jukichi, tras doce años de separación y tan solo dos meses previos de convivencia. La salud de Jukichi se ha deteriorado tras su paso por la cárcel, pero al menos no ha muerto como algunos de sus compañeros de militancia y prisión. La «hierba del viento» es una planta que Hiroko tuvo en su casa y también en prisión y que simboliza, dentro del relato, la resistencia o la perseverancia ante situaciones adversas.

En algún momento se dice que el padre de Hiroko fue un afamado arquitecto, y este es un nuevo dato autobiográfico.

A pesar de la gran ilusión que Hiroko sentía en La planicie de Banshū ante la vuelta de su marido, la convivencia, después de tantos acontecimientos vividos, no va a ser fácil. Jukichi le echa en cara a Hiroko que se comporta ya como si fuera una viuda más del Japón de entonces. Sin embargo, la esperanza parece volver a Hiroko cuando puede volver a escribir y a unirse a un nuevo grupo literario. Además parece darse también luz verde a la libertad de que vuelva a funcionar el Partido Comunista.

 

Como ya he dicho, La planicie de Banshū es la obra más interesante y lograda del conjunto de tres que aquí se muestran de la obra de Yuriko Miyamoto, una obra valiosa y un documento histórico sobre la rendición de Japón en 1945. Una flor y Hierba del viento son algo inferiores pero no desmerece la buena calidad de este interesante libro.

 

 

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