Editorial Candaya. 123 páginas. 1ª edición de 2017.
Ya he comentado más de una vez que
suelo estar pendiente de las novedades de Candaya,
una de las pocas editoriales que apuestan por el mercado de alto riesgo de la
nueva narrativa en español. Por eso me llamó la atención ver en su página web
una novela con un gran título, Tener una vida, y escrita por un
desconocido para mí, Daniel Jándula
(Málaga, 1980). ¿Quién es Daniel Jándula? ¿Me he topado con él en algún rincón
de internet? ¿Somos amigos en Facebook? ¿Está Candaya apostando por un total
desconocido? En realidad, Tener una vida no es la ópera prima
de Jándula, que ya publicó en 2009 otra novela titulada El Reo pero, teniendo en
cuenta la distancia entre 2009 y 2017, es casi como si hubiera vuelto a empezar
en el mundo de las letras.
Ya he comentado también más de una
vez, a la hora de escribir mis reseñas, que no quiero leer constantemente novedades
editoriales, que mi intención es regresar a los clásicos de forma frecuente.
Aunque las novedades siempre están ahí, delante de mis narices, tentando al
crítico literario aficionado que llevo dentro. Al final me animó a solicitar
este libro a sus editores, Olga y Paco, un artículo que escribió Alberto Olmos sobre él en Mala
Fama, su sección de El
Confidencial con el sugerente título: ¿Quién soy yo para decirte que debes leer
obligatoriamente este libro?, donde le dedica grandes elogios.
Me encontré con Tener una vida en el
buzón de mi casa el miércoles 3 de enero, después de un día complicado (diez
horas en un hospital) y, según lo tomé y saqué del sobre, me apeteció sentarme
a leerlo. Al fin y al cabo había acabado, unas horas antes, un libro de Cátedra
y estaba con las notas iniciales, que bien podían aguardar unos días. Empecé Tener una vida el 3 de enero y lo
terminé el 4. Podría haberlo acabado el 3, pero estaba un poco agotado del
hospital y me dejé un tercio para el día siguiente.
Tener una vida arranca con
una gran frase: «En la pared del salón de mi casa hay un agujero que no deja de
crecer». Un narrador innominado y que el lector, por las referencias que se van
acumulando, entiende que debe de ser de la edad del autor –nacido en 1980– nos
habla con una voz que parece débil o que nos llega desde la distancia. El narrador
se ha despertado tarde la mañana que comienza su historia y esto hace que
pierda un vuelo que le iba a llevar hasta el otro extremo del mundo, a las
islas de la Patagonia en Chile. El vuelo que pierde, sabrá horas después, ha
desaparecido sobre el océano Atlántico con todos sus tripulantes.
Los elementos fantásticos se suceden
en la novela: el agujero de la pared se va agrandando y atrayendo hacia su
interior los objetos de la casa, hasta un punto en que una mesa queda
suspendida con dos patas en el aire. Tal vez Héctor, vecino del narrador y
físico de profesión, pueda ayudarle a saber qué pasa.
Además, el narrador acaba de cortar
una relación de ocho años y medio con su novia Lidia. Muchas de las páginas de
esta novela breve, que en realidad no alcanza las 120 páginas, son una
reflexión acerca de la relación del protagonista con su exnovia. Y el lector puede
acabar pensando también, que los elementos fantásticos de la realidad son simbólicos,
que la novela es más a lo Franz Kafka
que a lo Ray Bradbury, por ejemplo.
Leemos en la página 61: «Me frustra también no ser capaz de cubrir el agujero,
de impedir la sensación de vacío que me provoca perder mis pertenencias». El
narrador está perdiendo su pasado y su vida de forma literal por un agujero
metafórico mientras que en la realidad está perdiendo sus pertenencias físicas
por un agujero real en la pared de su casa. El juego planteado entre la
realidad y su representación es uno de los logros de esta novela.
Ya he comentado que la voz del
narrador parece débil o que nos llega atravesando un espacio indefinido. El
lector pronto empezará a sospechar del narrador: ¿por qué asume de forma tan
sencilla la realidad increíble de lo que le sucede? ¿Es ésta una historia de
fantasmas? ¿Quién es el fantasma?
Las páginas de la novela, además de
contar con la presencia inquietante de ese agujero que crece en la pared,
contienen pequeñas reflexiones o historias del narrador sobre su pasado o
procedentes de su imaginación. En estas páginas el tono es más poético que en las
restantes, escritas de forma más bien sobria. Por ejemplo, el narrador evoca
los paisajes que pensaba visitar en la Patagonia (y que hasta entonces conoce
gracias a guías de viaje que consulta en la biblioteca) y dice: «Las
fotografías no hacen justicia a un entorno que no cabe por los ojos, pero sí
permiten intuir que en aquel lugar viven gigantes. El viento bate el silencio
del destierro (donde van a comer manzanas los locos y los caballos salvajes) y
hace olvidar todas las utopías, hasta las de las sociedades más enfermas que
han trastornado la realidad» (pág. 15).
La novela, además de reflexionar
sobre las relaciones de pareja y su pérdida, también plantea un debate entre la
generación del narrador y la de sus padres. No se dice en qué ciudad está ubicada
la historia, pero en algún momento se habla de Madrid como de la capital, así
que el país ha de ser España y la ciudad se describe como una con costa. Sobre
los conflictos generacionales podemos leer, por ejemplo:
«Para nuestros progenitores, el viaje
no formaba parte de su ocio, aunque la memoria del lugar de origen, aun siendo
el paraje más yermo y desierto, era terreno sembrado para la melancolía, el
anhelo, o un refugio para el alma» (pág. 95).
«Me abruma la facilidad con que la
gente de mi generación se refugia en los libros de superación personal y culpa
al sistema de su propio fracaso» (pág. 120).
No falta tampoco aquí la frase
sentenciosa o subrayable: «Lo peor de esta vida sin sobresaltos es que el
aburrimiento encuentra pronto espacios en los que asentarse» (pág. 68); o
«Sabes que tienes una edad cuando el mundo te parece un rompecabezas
irresoluble» (pág. 89).
No quisiera contar nada más que pueda revelar el
argumento. En realidad, gran parte del encanto de Tener una vida se encuentra en la tensión que crea el hecho de no
saber desde qué posición vital está narrando el protagonista. Tener una vida me ha parecido una novela
inquietante, que en sus pocas páginas abre muchos interrogantes y juega con la
rotura de moldes y cauces narrativos conocidos. Tener una vida es una narración madura e inteligente, una buena
novela.
Hola David, espero leerlo esta semana, tu reseña invita a hacerlo.
ResponderEliminarHola Francisco: espero que te guste.
EliminarNo sé si leíste la reseña de Olmos. Tal vez te interese:
https://blogs.elconfidencial.com/cultura/mala-fama/2017-12-09/libro-tener-una-vida-daniel-jandula-deslumbrante_1488460/
Saludos
Hola David. Si leo lo de Olmos será en todo caso cuando lea la novela. He leído 40 páginas y me venía en mente el relato El estado natural de las cosas de Morellón. Aquí es un boquete y allá era succión cósmica, pero el encierro, la desazón y ese halo misterioso me resultan parecidos.
ResponderEliminarHola Francisco:
EliminarPues no había pensando la relación con la narrativa de Morellón, pero ahora que lo dices podría ser. Ambos autores tienen una vocación kafkiana.
Saludos