Editorial Emecé. 517 páginas y 495. 1ª edición de 1946-1978; ésta es
de 2006.
Traducción de José Luis López Muñoz y Jaime Zulaika Goicoechea.
Epílogo de Rodrigo Fresán.
En mayo de 2002 leí La geometría del amor, una antología
con dieciocho cuentos de John Cheever
(Quincy, 1912-Ossining, 1982), editados por Emecé, traducidos por Aníbal
Leal y prologados por Rodrigo Fresán.
En mayo de 2002 yo no estaba pasando un buen momento y recuerdo perfectamente la
distancia con la que leía este libro, con un estado de ánimo perfectamente
inadecuado para poder disfrutar de la lectura. Llegué a ser plenamente
consciente de que en otro momento de mi vida habría disfrutado mucho más de esos
cuentos. Desde entonces sabía que le debía una nueva lectura a Cheever, y sabía
también que el día que me pusiera con ella leería, en vez de una antología, los
dos volúmenes con sus cuentos completos que siempre han estado en la biblioteca
de Móstoles esperándome. En los últimos tiempos creo que estoy adquiriendo demasiados
compromisos con las editoriales que me envían libros para reseñarlos y, a veces,
me apetece detenerme un poco y ponerme con proyectos aplazados, como esta
lectura de los cuentos completos de Cheever. Así que antes de la Semana Santa
(de 2017) saqué los dos volúmenes de la biblioteca y creo que he dedicado cerca
de un mes a su lectura. Entre medias también he leído tres novelas cortas.
Los dos volúmenes de Relatos
suman sesenta y un cuentos, que Cheever solía publicar en periódicos, sobre todo
en The New Yorker. En 1978, su editor
Robert Gottlieb le animó a reunir
sus relatos en un volumen y sacarlo al mercado. Cheever no estaba muy seguro
del proyecto, que terminó siendo un bestseller
y un éxito de crítica, ganador de numerosos premios; en palabras de Fresán,
esta publicación: «Terminó de apuntalar la condición de Cheever como clásico
viviente». En el prólogo inicial, el propio Cheever cuenta que aquí no están
todos los relatos que escribió y publicó: «Están en orden cronológico, si no me
falla la memoria, y los textos más embarazosamente inmaduros han sido
eliminados». En su epílogo, Fresán nos informa de que, en realidad, existen
sesenta y ocho cuentos más de Cheever, aparte de los sesenta y uno que tenemos
aquí, y que aún no han visto la luz por un conflicto legal entre los editores y
la familia del autor. Así que tendremos que conformarnos (por ahora) con estas
mil páginas de cuentos; lo que no está nada mal, dicho sea de paso.
Aunque Cheever apunta que los cuentos están en orden cronológico, el
editor Gottlieb se permitió alguna pequeña trampa: situó en primer lugar Adiós,
hermano mío, que no es el primero de los escritos por Cheever (de los
que están aquí) y que además es una obra maestra. Nada menos que uno de los
cuentos favoritos de Ernest Hemingway.
Adiós, hermano mío condensa
casi todos los temas del primer Cheever, que para mí sería el de los cuentos de
Relatos 1: en este cuento se muestran
las miserias de una familia de clase media-alta de la Costa Este en un ambiente
relajado, una casa que poseen en una isla y en la que se juntan los hermanos
con la madre por primera vez desde hace mucho tiempo. En algún momento se habla
de la «época de la guerra», refiriéndose a la Segunda Guerra Mundial y en cómo
ésta afectó a los personajes (algo que se repite en muchos cuentos). Las
apariencias de orden y normalidad son importantes para los personajes, que se
sienten custodios de un legado proveniente del pasado de la familia o el país
(de un periodo, en muchos casos, «anterior a la guerra»), un orden que se puede
ver alterado por comportamientos extraños o por la pérdida de valor de las
zonas residenciales (por ejemplo, al construir una biblioteca pública, como
ocurre en un cuento cuyo tema central es el adulterio). En Adiós, hermano mío (como en muchos de los cuentos de la primera
etapa), los protagonistas muestran comportamientos infantiles (que para un
lector europeo, en realidad, parecen ligados al abierto y optimista carácter
norteamericano), ya que les importan mucho los resultados de los juegos de
mesa, los deportes o quedar bien en una fiesta de disfraces. Son personajes que
añoran, casi siempre, un esplendor del pasado, y que ya están empezando a
envejecer y, por tanto, su optimismo, su confianza en el futuro, empieza a
tambalearse. Además son grandes bebedores. También tienen conflictos religiosos
(sufrirán por el pecado del adulterio, sobre todo). «Todos estaban, en
principio, perplejos y confusos, eran demasiado egoístas o desafortunados para
aceptar las reglas que garantizan la supervivencia de una sociedad, como sus
padres y madres lo habían hecho antes que ellos. En cambio, delegaban en sus
hijos el fardo del orden, y abrumaban sus vidas con falsos ritos y ceremonias»,
leemos en la página 413, en el cuento El gusano en la manzana.
El estilo es ligeramente irónico y melancólico, y se hace aquí una
ligera crítica de costumbres, que tiene poco de moralina vacía. Cheever no
reprende a sus personajes, los muestra como son, con sus contradicciones y sus
aspiraciones perdidas.
Sin embargo, en Adiós, hermano
mío hay una diferencia notable con el resto de cuentos de la primera etapa:
está escrito en primera persona. En los veintinueve cuentos de Relatos 1, no son más de cuatro o cinco
los que están escritos en primera persona. Lo normal es que nos encontremos
ante un narrador uniforme que mira a sus personajes con ironía, pero también
con piedad. El narrador suele saber de la historia contada más que los
personajes que la están viviendo y, en muchos casos, conoce los motivos de sus
acciones mejor que ellos mismos. También, sobre todo en las primeras páginas,
el narrador se hace presente y llega a interpelar al lector. Por ejemplo, en la
página 264 leemos: «Dejaron el apartamento que el señor Hatherly había
alquilado para ellos, vendieron los muebles, y fueron mudándose de un sitio a
otro, pero todo esto ‒las feas habitaciones en las que vivieron, los sucesivos
empleos de Victor‒ no merece la pena contarlo con detalle» (del cuento Los
chicos). En algunos casos, como ocurre en este cuento (Los chicos), tenemos un narrador testigo
que cuenta la historia de un tercero, apareciendo este narrador de forma muy
tangencial en la historia.
Al principio, los escenarios son lugares de veraneo en la Costa Este (por
ejemplo, los cuentos Un día cualquiera o Los
Hartley) o Nueva York. Cuando los cuentos transcurren en Nueva York, en
principio los personajes no se encuentran bien integrados en la ciudad, o bien
porque son personas de fuera que tratan de vivir sus sueños en la gran metrópoli
(por ejemplo, en Oh, ciudad de los sueños rotos Cheever nos habla de una pareja
de un pueblo que piensa que puede triunfar en el teatro de Broadway, y en Canción
de amor no correspondido, de la relación entre un hombre y una mujer
que se ven en Nueva York y tienen en común que proceden del mismo pueblo del
Medio Oeste), o bien porque describen a la clase media alta desde fuera, como
los dos cuentos seguidos en los que el protagonista es el ascensorista de unos
edificios lujosos: Clancy en la torre de Babel y La navidad es triste para los
pobres.
Hacia la mitad del primer volumen, Cheever parece descubrir el que
será uno de sus escenarios principales y más recordados: el pueblo de Shady Hill,
un suburbio de Nueva York para personas de clase media-alta que viajan en tren
hasta sus trabajos en la gran ciudad. Shady Hill es ya considerado un hito en
la imaginería norteamericana, y diría que en los cuentos de John Cheever se han
inspirado los guionistas de la serie Mad Men cuando sitúan en las afueras
las lujosas casas de algunos de los protagonistas de la serie. No estoy seguro,
pero aventuro que Cheever eligió este nombre para su pueblo (que no sé si
existe en realidad, lo he buscado en internet y no lo encuentro) haciendo un juego
de palabras con el término shady en
inglés, que podríamos traducir por «oscuro, turbio», ya que tras la aparente
opulencia de la clase-media privilegiada que habita en las casas de Shady Hill,
detrás de sus fiestas, sus cenas y sus eventos sociales, siempre parece
ocultarse el miedo a perder la juventud, los privilegios económicos, la pasión
del matrimonio… y caer en la vergüenza y la depravación de las infidelidades y
los divorcios.
Para mí, los tres mejores cuentos de Relatos 1 serían: Adiós, hermano mío, El
ladrón de Shady Hill y El marido rural, que prácticamente
son novelas jibarizadas. Este tipo de cuentos largos, donde parece que se condensan
novelas, sería el que escribe, en la actualidad, una escritora como Alice Munro, que posiblemente sea una
clara seguidora de Cheever. En general, los cuentos son largos, con una medida
de 20 o 30 páginas. Como ya he contado muchas veces, se trata de una extensión que
a mí me gusta mucho.
El nivel general de estos cuentos es muy alto, en cualquier caso, y
sería difícil decir que no he disfrutado con alguno de ellos.
Hacia el final del primer volumen empiezan a aparecer algunos cuentos
ambientados en Italia. En algún momento se menciona París o Madrid (y en uno de
los cuentos finales de Relatos 2
aparece Moscú), pero cuando Cheever quiere situar a sus personajes fuera de
Estados Unidos, y mostrar su distancia de los europeos, elige alguna de las
ciudades de Italia (normalmente Roma o Venecia). Por ejemplo, La
bella lingua trata sobre un norteamericano que, por motivos de trabajo,
vive en Roma, y se nos muestran sus dificultades con el idioma y la cultura locales.
Sin embargo, en La duquesa los personajes (salvo una mujer inglesa) son todos
italianos, y no es que se trate de un mal cuento, pero algo suena impostado en
él.
En Relatos 2 los protagonistas de los cuentos de Cheever han
envejecido con él, y ahora suelen aparecer más padres que no entienden a sus
hijos, quienes, en muchos casos, ya se han ido de casa. Los cuentos que más me
gustan de este volumen son El brigadier y la viuda del golf y El
nadador. El primero es un magnifico cuento de infidelidades y de miedo
a la muerte, con la simbólica e inquietante presencia de un refugio nuclear en
un jardín suburbano. El segundo, uno de los cuentos más recordados de Cheever
(del que incluso existe una película) trata sobre un hombre maduro que quiere
volver a casa, recorriendo el condado, nadando de piscina en piscina, un cuento
que empieza con el optimismo y la luminosidad de la juventud y acaba con la
oscuridad y la realidad de los hechos trágicos que no queremos recordar.
Aquí nos encontramos con algunos cuentos más condensados que los que
había en el volumen anterior; por ejemplo, El camión de mudanzas escarlata (que
abre el libro), por su intensidad y filos, parece un cuento de Raymond Carver; el siguiente, Simplemente
dime quién fue, sobre las tristezas de los matrimonios maduros, los
suburbios y el miedo a las infidelidades, vuelve a ser un cuento canónico de
Cheever.
Aquí tenemos más cuentos ambientados en Italia: La edad de oro o Un
muchacho en Roma, y alguno más sobre algún personaje italiano que emigra
a Estados Unidos (Clementina).
Algo curioso: podemos leer aquí dos cuentos seguidos que se escoran
hacia el género de terror, La cómoda y La profesora de música.
Me gustaría saber si estos cuentos aparecieron también en The New Yorker o Cheever se los vendió a otro tipo de publicación,
porque me ha resultado muy curioso el cambio de tono.
Ya he comentado que en estos últimos cuentos aparecen padres que no
entienden a sus hijos. En muchos casos la brecha generacional queda latente
porque los hijos se han convertido en hippies sin ambiciones que ya no anhelan
mantener el esplendor de zonas suburbiales como Shady Hill, por ejemplo en El
océano. En un cuento como La cuarta alarma, uno de los
miembros de la pareja abraza la libertad (principalmente sexual) de los nuevos
tiempos, pero el otro se ve incapaz.
Quizás en los últimos cuentos se note ya un apagamiento creativo. En
este sentido, no me ha gustado mucho el experimentalismo de Tres
cuentos.
Me ha llamado la atención que en Artemis, el honrado cavador de pozos
(el antepenúltimo cuento) aparece, por primera vez, alguna escena de sexo
explícito. Hemos dejado los recatados (en apariencia) años cincuenta del
suburbio y nos adentramos en los años setenta de Hugh Hefner. Además, una parte importante de su trama (volvemos a
tener aquí una novela condensada) transcurre en Rusia.
En resumen, estos Cuentos
completos de John Cheever los debería leer cualquier aficionado al género
del relato breve, pero también cualquier aficionado a la literatura en general,
porque John Cheever es uno de los grandes creadores del siglo XX, un clásico
norteamericano, que nos habla de la tristeza de las clases medias y de la vida.
Si uno hace una lista que contenga a cinco grandes escritores de cuentos del
siglo XX encuentro difícil pensar en excluir a Cheever.
Por cierto, estos cuentos que yo he leído los publicó Emecé, y posteriormente aparecieron en
un solo volumen en RBA. Cuando los
leí, hace ya casi un año, estaban descatalogados. Pero tengo una buena noticia:
Random House los acaba de reeditar
en España.
Para mí no hay duda: Cheever es uno de los grandes y muchos de sus cuentos son verdaderas piezas maestras del género. Suscribo tu teoría de que al llamar a su suburbio Shady Hill Cheever pretende hacer un guiño al lector: aquí no es oro todo lo que reluce, y este en apariencia idílico suburbio (el sueño americano) esconde realidades más oscuras.
ResponderEliminarUna reseña muy completa, confío en que haga que mucha más gente se anime a leer estos magníficos cuentos.
Hola Elena:
EliminarSin duda, los cuentos de Cheever son de lo mejor que ha dado el género. Y sí, ojalá más gente se anime a leerlos. Ahora, que acaban de ser reeditados, es una buena ocasión.
Saludos
Geniales los cuentos de Cheever. Sus novelas, por el contrario, no han llegado a engancharme.
ResponderEliminarGracias por la reseña
Hola:
EliminarSí, estupendos estos cuentos. La verdad es que tengo curiosidad por las novelas. Me han hablado bien de "falconer", tal vez pruebe con ella.
Saludos