Editorial Páginas de espuma. 166 páginas. 1ª edición de
2016.
El gran cuentista Óscar
Esquivias publicó una columna en el periódico 20 minutos, en la que hablaba
de los libros de relatos que había leído en los últimos meses y le habían
gustado. Allí nombraba El letargo de Rafael José Díez, Mala letra de Sara Mesa, Nuestra historia de Pedro Ugarte (Bilbao, 1963) y mi Koundara.
Yo colgué un enlace a esta noticia en Facebook y Ugarte comentó en mi muro que
iba a tratar de buscar Koundara.
Entonces le propuse un intercambio de libros y, no mucho después, me llegó a
casa Nuestra historia, dedicado por
el autor. Unas semanas más tarde le concedieron el premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en España
durante el último año. Lo que me alegró y acrecentó mis ganas de acercarme a
él. Lo he leído a principios de diciembre, tras estar casi un mes con Solenoide
de Mircea Cărtărescu.
Nuestra historia consta de diez relatos relativamente largos
(como me gustan a mí). El primero se titula Días de mala suerte y es un cuento para conquistar lectores. En
él, un hombre de mediana edad, con mujer y dos hijos, ha realizado malas
inversiones y ha de pagar cada mes cuatro hipotecas. La idea de comprar casas
en la playa como inversión (en aquella época de España en la que parecía que
todo el mundo podía hacerse rico) no ha salido bien. Días de mala suerte es un cuento social sobre la crisis
española, que entronca con la última etapa de cuentista de Raymond Carver,
con aquellos cuentos poéticos y dolorosos de Tres rosas amarillas; un cuento sobre la culpa al estilo de El elefante de Carver. Días de mala suerte no sólo es un cuento
sobre la crisis económica española, sino (y sobre todo) sobre las relaciones
humanas, las relaciones de los padres con sus hijos y las de pareja. En Días de mala suerte se muestran las
inseguridades que los errores económicos provocan en la autoestima del narrador
y cómo éstos podrían dañar la relación.
Sobre las
inseguridades en las relaciones versa la temática de más de uno de estos
cuentos, que muestran la realidad desde un punto de vista masculino. Así, en el
segundo cuento, titulado Verónica y
los dones, también se habla sobre el posible deterioro de una relación.
Aquí, una mujer parece tener el don de adivinar los deseos más íntimos de las
personas que la rodean y convertirse en una gran «regaladora», algo que a su
marido se le da muy mal. Éste es un cuento agradable, pero frente al primero,
que era muy bueno, me parece algo inferior. Días
de mala suerte era un cuento de «personajes» y Verónica y los dones es un cuento de «idea»; es decir, este último
está construido en torno a una ocurrencia ingeniosa y no en torno a la
interacción de unos personajes, que quedan definidos en función de esa
interacción. Ya lo comenté cuando analicé Un paseo por la desgracia ajena de Javier Moreno: yo
prefiero los cuentos de personajes por encima de los de ideas.
Algo parecido a lo
comentado con el segundo cuento me pasa con el tercero –Vida de mi padre–, que nos habla de la relación que se establece
entre el narrador (un adolescente al comienzo del relato) con su padre, en
función de un hecho casi fortuito.
En realidad, tanto
el segundo cuento como el tercero son buenos; están construidos de forma muy
sólida, pero a mí me gusta más la propuesta del primero, que es similar a la
del cuarto: La muerte del servicio.
En él, un grupo de amigos de la adolescencia y la primera juventud se reúnen,
después de muchos años, en la casa de fin de semana de la familia de uno de
ellos, situada junto a un lago. Éste es, de nuevo, un cuento de personajes,
cuya melancolía burguesa por la juventud perdida me ha hecho pensar en los
cuentos de John Cheever. El cierre de La muerte del servicio está muy logrado.
En este cuarto
relato me llamó la atención que el protagonista se llamara Jorge, igual que en
los dos cuentos anteriores. Tras leer una entrevista a Pedro Ugarte, descubro
que Jorge es un personaje habitual de su narrativa (Nuestra historia es mi primer acercamiento a ella, aunque me sonaba
su nombre, al menos desde que Ugarte quedara finalista del premio Herralde
en 1996 con Los cuerpos de las
nadadoras), y que habla de él en varios de sus libros. Yo he acabado
leyendo los cuentos de Nuestra historia
como si fuesen todos independientes y no como si algunos de ellos hablaran de
un mismo personaje.
El quinto cuento,
titulado Enanos en el jardín,
empieza de forma similar al primero y el segundo, con una crisis de pareja. Si
bien el escenario y los personajes de Ugarte suelen proceder del País Vasco, me
ha gustado aquí el cambio de ubicación. Pues, para tratar de mejorar su
relación, la pareja protagonista decide pasar unas vacaciones en Fuerteventura.
La extrañeza se origina cuando no paran de toparse con un curioso personaje, de
no muy claras intenciones, llamado Gilberto. Si bien Nuestra historia está compuesto por relatos realistas, aquí se
consigue alguna escena bastante chocante y misteriosa. De nuevo, un cuento con
un gran cierre. La parte no contada del relato hace de éste una pieza muy
sugerente.
Aquí, como en
otros cuentos del volumen, el narrador hace reflexiones bastante interesantes sobre
la realidad. Por ejemplo, he anotado ésta: «Los recuerdos tienen menos densidad
que los sentimientos, por eso la vida de los viejos es infinitamente más leve,
más ligera; por eso los viejos se van diluyendo poco a poco, mientras que la
vida de los jóvenes tiene la consistencia de los metales pesados» (pág. 58).
Mi amigo
Böhm-Bawerk, donde de nuevo nos
encontramos con un Jorge (esta vez a punto de jubilarse), se adentra en la
humorada y el surrealismo. Aquí nuestro Jorge, con su tranquila vida de barrio
de las afueras, empieza a recibir en el bar donde recae por las tardes las
raras visitas de un hombre rico, con el que va a establecer una relación de
amor-odio. Es un cuento curioso, que rompe con la seriedad dramática de algunos
de los anteriores. En la misma línea que éste se encontraría el relato El hombre del cartapacio, sobre
humillaciones y delirantes escenas laborales. Ugarte vuelve a usar el humor
para hablar de las relaciones sociales y laborales.
En Para no ser cobarde volvemos al
dramatismo y las dificultades de las relaciones, con una pareja que va camino
de un pueblo perdido en el que –supuestamente– el hombre, que vuelve a ser el
narrador de la historia, pueda realizarse escribiendo una novela, espoleado por
la mujer, cuando ni él mismo ve muy claras sus opciones en la narrativa. Aquí
el entorno natural cobra una gran importancia compositiva, igual que ocurriría
en un cuento norteamericano, al estilo de los de Raymond Carver o Tobias
Wolff.
Voy a hacer una
llamada vuelve a ser, como el
segundo y el tercero, un cuento de «idea» más que de personajes, pero aquí la
idea (de corte social) me ha acabado pareciendo más potente que las
anteriormente mencionadas y este cuento me ha gustado más que los mencionados.
En Opiniones sobre la felicidad
volvemos a las relaciones familiares, pero ahora –frente a los cuentos leídos
anteriormente– los personajes son de clase social más baja, y las relaciones
creadas entre ellos más conflictivas. Un cuento tenso para acabar el libro.
Este año el premio
Setenil batió su récord de participación, con 117 libros de relatos
presentados. Lógicamente, no conocía ni un diez por ciento de ellos (aunque sí
había leído a tres de los diez finalistas), pero sí he leído a los ganadores de
convocatorias anteriores, y Nuestra historia
de Pedro Ugarte, por su solidez y profundidad, me parece un libro adecuado para
continuar consolidando el prestigio de este galardón. Me ha gustado.
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