Editorial Random House. 210 páginas. 1ª edición de 2017
De Sergio del Molino
(Madrid, 1979) había leído hasta ahora tres libros: No habrá más enemigo, La
hora violeta y Lo que a nadie le importe. Le conocí
en persona en el Encuentro de Blogs
literarios que tuvo lugar en el Media-Lab Prado de Madrid en 2012 y, desde
entonces, me aficioné a sus títulos. Estuve también en la presentación de La
España vacía en 2016 y tengo firmada la primera edición. Este libro
tuvo mucho éxito y ya va por la octava o novena. Sin embargo, aún no he leído
este libro. El motivo es absurdo: me propuse compaginar la ficción con los
ensayos económicos, y al ser La España
vacía un ensayo (pero no de economía) mi subconsciente ha ido postergando
su lectura. Así que cuando apareció La
mirada de los peces me pareció un sinsentido pedírselo a la editorial si no
había leído aún su anterior obra. Pero La
mirada de los peces es una novela y por tanto no rompía mis reglas de
lectura. Y además, y simplemente, los adictos a la entrada de nuevos libros en
casa somos así. Basta de justificaciones.
Cuando leí algún comentario positivo en Facebook sobre la nueva novela
de Del Molino, afirmando que hablaba de los 90 y que era una novela generacional,
me apeteció leerla. Se la solicité a Random
House y desde la editorial me la enviaron muy amablemente.
Siguiendo la línea narrativa de exploración de la propia vida que
inició Del Molino con La hora violeta
y continuó con Lo que a nadie le importa,
el narrador y personaje de La mirada de
los peces es el propio Sergio del Molino. Por tanto, la unidad entre estos
tres libros es, lógicamente, muy fuerte: la misma voz narrativa, la misma
mirada sobre el mundo y los mismos escenarios, que para el lector de Del Molino
empiezan ya a ser familiares (la mujer Cris, el hijo Daniel…), y no sólo para
el lector de sus novelas, porque quien sigue a Del Molino en Facebook siente
que está leyendo en esta red social páginas sueltas de sus libros, y sabe que
algunos de sus materiales y anécdotas son trasferibles desde un soporte al
otro.
El hilo narrativo principal de La
mirada de los peces es un hecho de carácter dramático: Antonio Aramoyana,
antiguo profesor de Filosofía en el instituto de Del Molino y conocido
activista social y político de la ciudad en la que ambos viven –Zaragoza– se
está despidiendo de sus familiares y amigos. Como buen nietzscheano, ante el
deterioro de su cuerpo (tiene que tomar cada día treinta y una pastillas y
moverse en una silla de ruedas) ha decidido suicidarse. En este caso, el
suicidio sería una afirmación de su voluntad, un corolario a sus años de
militancia en movimientos como Derecho a una Muerte Digna. Cuando conoce la
decisión de su antiguo profesor, Del Molino empieza a escribir sobre su
relación con él en unos cuadernos. En más de un momento se juega a la
metaliteratura: Del Molino reflexiona sobre la propia escritura de estos
cuadernos que no sabe si acabarán siendo un libro. El tiempo narrativo, nos
dice, ha de ser el presente, y no una carta dirigida a un muerto, por más que
su profesor haya ya fallecido cuando se encuentran ya ordenadas todas las
páginas que constituyen la novela. Del Molino quiere mostrar en su libro a un
Aramoyana vital, y para ello, además de escribir sobre los encuentros que tiene
con él en torno a 2016, cuando ya ha tomado la decisión de suicidarse, empieza
a recordar la época en la que le conoció, a mediados de los años 90 en un
instituto de un barrio periférico de Zaragoza. Para Del Molino, Antonio Aramoyana
es el profesor estimulante que encuentra en un mar de aburrimiento. Pero si
bien, como ya he apuntado, el hilo narrativo principal de esta novela es hablar
de su profesor, Del Molino también acaba hablando de sí mismo, de aquel que fue
en los años 90 y que ha dado forma al adulto que es ahora.
La mirada de los peces no
pretende bucear en los motivos que llevan a Aramoyana al suicidio, ni
cuestionar la propia idea del suicidio, tampoco pretende hacer la hagiografía
de un santo que cree en el laicismo y la educación pública, sino que quiere
mostrar al antiguo profesor y presente amigo, sus luces y sombras (siempre
partiendo de la base de la admiración y el entendimiento). En este sentido es
significativo un párrafo que encontramos en la página 202: «Es lo que siempre
admiré de Antonio, que hiciese lo que le daba la gana. Por eso me gustaba más
de cerca que de lejos. Por eso le prefería en el aula antes que en la calle, en
el café antes que en la tribuna, en la conversación antes que en los libros. Me
gustaba donde me podía dar ejemplo y no donde quería darnos ejemplo. Donde se
dan los abrazos y no caben los aplausos.»
Además de mostrar las luces y sombras de Aramoyana, Del Molino quiere
en La mirada de los peces enfrentarse
a las suyas propias, a las correspondientes a un chico de barrio periférico,
vestido con camisetas de grupos heavies y melena a juego. En esos recuerdos
destaca el análisis que hace de su coqueteo con la estética abertzale, más por
afán de provocar que por convencimiento político.
«No tengo creencias, sólo un puñado de ideas vagas que van cambiando
de página en página. Mi mente es como mis libros, sin línea cronológica
coherente, divagadora, obsesiva y olvidadiza a la vez», leemos en las páginas
186-87 y esto puede explicar algunas de las opiniones que Del Molino lanza con
contundencia en sus libros o en su Facebook, donde –como ya he señalado– se
dan, en más de una ocasión, confluencias significativas. Me he percatado de que
alguna reflexión o anécdota reseñada en La
mirada de los peces la conocía ya de su Facebook.
Me sorprende la capacidad de Del Molino para divagar con gracia, para
hila recuerdos y metáforas con los que alumbrar hechos del pasado que explican
los del presente, mediante ingeniosos juegos interpretativos que le permiten
pasar de hablar de Aramoyana a la suciedad de su barrio de Zaragoza, por
ejemplo. Es la Del Molino una narrativa de la divagación con encanto, al estilo
del articulista profesional (de frase bella y sorprendente) que era Francisco Umbral.
La periferia de Zaragoza (ciudad que no conozco) empieza a ser ya para
mí un lugar literario, los descampados de Ángel
Gracia en Campo rojo se funden con los de Del Molino, que también caminó
por las mismas calles plagadas de nazis que Miguel Serrano Larraz transita en Autopsia (libro que cita Del
Molino poco después que sus páginas me llevaran a mí a evocarlo).
Me lo planteé al leer Lo que a
nadie le importa y me lo vuelvo a plantear ahora: Del Molino me parece muy
bueno haciendo lo que hace; su personaje (él mismo) tiene mucho encanto y su
capacidad para hilar anécdotas significativas y con gracia parece no tener fin.
¿Es esto cierto? ¿No tendrá que cambiar Del Molino en algún momento su estilo
narrativo y escribir de otra forma por puro agotamiento de la fórmula que
practica? Ahora Del Molino se ha convertido en un escritor de éxito,
posiblemente el de mayor éxito de su generación, y esto se refleja en el libro.
Sin embargo, él trata de quitarse importancia y para ello se refiere a sí mismo
con términos como «imbécil» o «monstruo», que restan pompa a su presunta figura
de triunfador. ¿Hasta qué punto se puede hablar de familiares, amigos y
compañeros de trabajo con total sinceridad en una obra literaria?, ¿el miedo a
herir al otro supone una limitación a la propia indagación que el texto
pretende hacer sobre la realidad? «Había
un escritor ahí, pero su propia conciencia de la libertad, su propio orgullo de
persona independiente, cada vez más frágil y cada vez más necesitada de la
amabilidad ajena, le impidieron traspasar ese umbral que todo escritor ha de
cruzar para entrar en la literatura, el del pudor.», leemos en la página 100. Y
sí, en La mirada de los peces se
traspasa el umbral del pudor, pero ¿se hace hasta el final? ¿Se podría ir más
allá con una novela que camuflara lo autobiográfico con el escudo de la ficción
como hace, por ejemplo, Philip Roth?
¿Es la autoficción también autolimitación? No sé si Del Molino tendrá que
cambiar su forma de escribir en el futuro, pero por ahora sí sé que La hora violeta, Lo que a nadie le importa y La
mirada de los peces son tres novelas de gran coherencia y valor literario.
Tengo que leer pronto La España vacía,
y, claro, seguir leyendo a Del Molino en Facebook mientras espero a que escriba
su próximo libro.
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