domingo, 14 de octubre de 2018

Fantasmas de la ciudad, por Aitor Romero Ortega


Editorial Candaya. 234 páginas. 1ª edición de 2018.

Conocí en persona a Aitor Romero Ortega (Barcelona, 1985) en una presentación de un libro de la editorial Candaya en Madrid. Por entonces faltaban algunos meses para que publicara con esta editorial su libro de relatos Fantasmas de la ciudad.
El último día de la Feria del Libro de Madrid de 2018 decidí pasarme por el Retiro para saludar a Aitor, despedirme de sus editores, Olga y Paco, y comprar Fantasmas de la ciudad.

Durante este último verano decidí alejarme una temporada de las novedades literarias, y me he puesto con este libro al comenzar el nuevo curso. Fantasma de la ciudad está formado por ocho relatos, normalmente largos, y un prólogo que acaba funcionando como otro relato.

En el Prólogo, Romero Ortega nos presenta a «el escritor». No será ésta la única vez en la que denomine así al protagonista de uno de sus relatos. El escritor regresa a su ciudad (Barcelona) después de haber vivido fuera. «El escritor no dijo a nadie que había regresado. Alquiló un pequeño estudio en el centro donde se encerraba cada noche a escribir. Tenía la impresión de estar viviendo como un extraño en su propia ciudad.» (pág. 9). Si el relato empieza en tercera persona, Romero Ortega lo acabará en primera, jugando a romper la distancia entre narrador y personaje, o creando a un segundo personaje que imagina al primero. En estas primeras páginas podemos sentir ya el gusto del autor por autores como Roberto Bolaño o Jorge Luis Borges. Este Prólogo funciona como un aviso, o un aperitivo, de lo que viene a continuación, relatos, en general extensos, en los que los temas que se muestran aquí tendrán más espacio para desarrollarse.

Conexión Montserrat nos habla de la obsesión del narrador por la figura de León Trostki. Romero Ortega juega a la idea de que en sus cuentos (o en la mayoría de ellos) no existe distancia entre él, como escritor, y el narrador que nos propone. «León Trostki estuvo en Barcelona.», así empieza este relato (pág. 15), que se va bifurcando por meandros narrativos en los que el protagonista expone aquellos momentos de su vida en los que se ha topado con la figura del revolucionario ruso y trata de explicarle al lector el porqué de su fascinación. El narrador recorrerá en estas páginas muchas librerías de viejo y nos hablará de su pasión literaria, lo que se une a la idea de vislumbrar a Trostki como un escritor perdido en la vorágine del siglo XX. Este enfoque, la búsqueda de un escritor por otro desconocido, o al menos desconocido en su faceta de escritor (Trostki) parece muy inspirada en las propuesta de Roberto Bolaño, cuya figura magistral sobrevuela las páginas de Fantasmas de la ciudad como una presencia benefactora.
Conexión Montserrat desprende una melancolía propia, sobre el pasado, la búsqueda y la literatura, y funciona perfectamente como un estimulante relato-ensayo.

El aeropuerto del sur trata de un grupo de personas que se quedan atrapadas en la terminal de un aeropuerto sin poder tomar su avión. Tendrán que organizar su vida allí hasta que consigan volar. En la nota final, Romero Ortega nos cuenta que los cuentos de este libro están escritos entre 2015 y 2017, salvo El aeropuerto del sur que es de 2012. Diría que esta diferencia temporal se puede apreciar, ya que el resto de los cuentos forman en conjunto un cuerpo más homogéneo y en El aeropuerto del sur se perciben más los costurones de principiante, al ser un su homenaje explícito y rotundo al Julio Cortázar de La autopista del sur. El aeropuerto del sur es un cuento correcto, pero inferior a la modernidad y a la seguridad narrativa mostrada en el resto de la propuesta.

Naima con sus 45 páginas es el cuento más largo (casi una novela corta) del libro y es posible que sea mi narración favorita del conjunto. De entrada diré que me ha gustado mucho su estructura, en la que se habla de Naima, una chica francesa, en tercera persona, pero se va anticipando que le está contando su historia a un tercero, y hacía el final éste tercero (el escritor) se descubre e interviene en la narración.
Decía que Naima es casi una novela corta porque, en gran medida, rompe con los convencionalismos del relato. En vez de acercarnos a un momento de especial tensión en la vida de su protagonista, nos narra casi toda su vida, desde que es una niña en un pueblo de Francia, hasta que se convierte en una mujer siempre en movimiento. En este relato, así como en todo el libro, son muy importantes los viajes y los paseos. El desplazamiento y la desorientación definen, en gran medida, a los protagonistas de Fantasmas de la ciudad. Una idea que recuerda a las narraciones del argentino Sergio Chejfec, admirador a su vez de Juan José Saer, otro gran amante del paseo en la literatura.
Cuando he hablado con Romero Ortega, me ha comentado que fue gracias a mi blog de reseñas como conoció a Juan José Saer. Así que me gusta pensar que yo he podido contribuir, aunque sea en una pequeña medida, a que éste buen libro llegue al lector tal y como ha acabado siendo.
Es cierto que Naima gana en su segunda parte, la que tiene que ver con la protagonista en Argentina y el rodaje de una película de terror. Un detalle éste muy del gusto de Roberto Bolaño.

En Hotel Torino el protagonista viaja hasta Italia como homenaje a su padre, muerto recientemente. Un padre barcelonés que creció amando la intensidad política y cultural de la Italia de la segunda mitad del siglo XX. En este relato, como en la mayoría de los que componen este libro, las referencias literarias son explícitas, Cesara Pavese, Roberto Bolaño. «¿Puede recordarse una sensación?», se pregunta el protagonista de este relato. Una pregunta muy a lo Juan José Saer, así como esa sensación de viaje y desubicación, reflexiones durante el paseo y los encuentros casuales con un viajero argentino que se dedica a escribir una guía sobre Italia.

La colmena, un cuento popular urbano recrea la vida de un personaje barcelonés, el Kubalita, supuesto hijo de Kubala, el jugador de fútbol. Siguiendo la premisa de Borges que afirma que un relato debe ser como una novela en miniatura, Romero Ortega recrea en dieciocho páginas la vida entera de una persona. Su composición es simular a Naima, donde también se recreaba toda una vida y, además, hacia el final se hace presente el narrador de la historia. Como aquel (aunque quizás con un menor alcance) es también un gran cuento.

Considero  que Spaghetti western es uno de los cuentos más destacados de este libro. Como en otros, tenemos aquí un viaje, en este caso a Nashville, y una obsesión adolescente, un disco de Bob Dylan. Me gusta que la primera parte transcurra en Nashville y la segunda en Grenoble. De nuevo un juego de narradores interpuestos, el narrador-inventado y el narrador-verdadero, que hace que estas historias cobren más matices al negarse o reinventarse a sí mismas.

Fantasmas de la ciudad, con su personaje genérico «el escritor» entronca con la propuesta del Prólogo. Diría que sus planteamientos acerca de la experiencia del arte, sus términos genéricos –«el escritor», «el periodista»–, sus periplos por la ciudad y la percepción de una persona sobre la otra y viceversa, me han hecho pensar en Sergio Chejfec tras leer a Juan José Saer.

El último relato, Puentes de Bosnia, trata sobre una pareja española que visita la antigua Yugoslavia y cada uno reflexiona sobre sus impresiones de aquella guerra desde las perspectivas de sus momentos vitales (existe una diferencia de edad entre ellos). Al leerlo he experimentado una ligera sensación de agotamiento, de propuesta narrativa ya leída en anteriores piezas del libro. Y esto no hace que Puentes de Bosnia sea un mal relato, que no es, pero es cierto que en los libros de relatos de contenidos muy homogéneos a veces se produce, hacia el final, esta sensación de repetición de planteamientos.

Con la excepción de algunas expresiones coloquiales que no me han gustado («salir por patas», pág. 25; «vender como churros», pág. 27; «pensión de mala muerte», pág. 76; «estaba de muy malas pulgas», pág. 146), el lenguaje de Fantasmas de la ciudad es, en general, elegante, con gusto por la frase larga y angulosa.
Se nota el gran trabajo literario y la ambición de Aitor Romero Ortega en estos relatos, que frente a la búsqueda del relato clásico, con un nudo narrativo de gran intensidad, apuestan por la página reflexiva y por la referencia literaria explícita («como bien escribió Gil de Biedma», pág. 139; «cuya atmósfera atrapó Laforet como nadie», pág. 140 o una cita de un cuento de Bolaño en la página 115).
Las influencias de Romero Ortega son claras y bien tomadas: Enrique Vila-Matas, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Roberto Bolaño, Sergio Chejfec o Juan José Saer… lo que hace que su discurso se encuadre en una narrativa de propuesta bastante moderna, en una ruptura clara con el cuento carveriano, que tanto ha sido imitado en España.
Como ocurre en todos los libros de relatos, no todos los textos están a la misma altura, pero nos encontramos aquí con un nivel medio muy alto y con relatos realmente destacados (Conexión Montserrat, Naima, La colmena o Spaghetti western).
En 2015 Aitor Romero Ortega publicó la novela Deflagración y Fantasmas de la ciudad es su primer libro de cuentos. Como aficionado al género, considero que el debut de Aitor Romero Ortega en el cuento es digno de celebración.

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