Editorial Candaya. 234 páginas. 1ª edición de 2018.
Conocí en persona a Aitor Romero Ortega (Barcelona, 1985)
en una presentación de un libro de la editorial
Candaya en Madrid. Por entonces faltaban algunos meses para que publicara
con esta editorial su libro de relatos Fantasmas de la ciudad.
El último día de la Feria del Libro
de Madrid de 2018 decidí pasarme por el Retiro para saludar a Aitor, despedirme
de sus editores, Olga y Paco, y comprar Fantasmas
de la ciudad.
Durante este último verano decidí
alejarme una temporada de las novedades literarias, y me he puesto con este
libro al comenzar el nuevo curso. Fantasma
de la ciudad está formado por ocho relatos, normalmente largos, y un
prólogo que acaba funcionando como otro relato.
En el Prólogo, Romero Ortega
nos presenta a «el escritor». No será ésta la única vez en la que denomine así
al protagonista de uno de sus relatos. El escritor regresa a su ciudad
(Barcelona) después de haber vivido fuera. «El escritor no dijo a nadie que
había regresado. Alquiló un pequeño estudio en el centro donde se encerraba
cada noche a escribir. Tenía la impresión de estar viviendo como un extraño en
su propia ciudad.» (pág. 9). Si el relato empieza en tercera persona, Romero
Ortega lo acabará en primera, jugando a romper la distancia entre narrador y
personaje, o creando a un segundo personaje que imagina al primero. En estas
primeras páginas podemos sentir ya el gusto del autor por autores como Roberto Bolaño o Jorge Luis Borges. Este Prólogo
funciona como un aviso, o un aperitivo, de lo que viene a continuación, relatos,
en general extensos, en los que los temas que se muestran aquí tendrán más espacio
para desarrollarse.
Conexión Montserrat nos habla de la obsesión del
narrador por la figura de León Trostki. Romero Ortega juega a la idea de que en
sus cuentos (o en la mayoría de ellos) no existe distancia entre él, como
escritor, y el narrador que nos propone. «León Trostki estuvo en Barcelona.»,
así empieza este relato (pág. 15), que se va bifurcando por meandros narrativos
en los que el protagonista expone aquellos momentos de su vida en los que se ha
topado con la figura del revolucionario ruso y trata de explicarle al lector el
porqué de su fascinación. El narrador recorrerá en estas páginas muchas
librerías de viejo y nos hablará de su pasión literaria, lo que se une a la
idea de vislumbrar a Trostki como un escritor perdido en la vorágine del siglo
XX. Este enfoque, la búsqueda de un escritor por otro desconocido, o al menos
desconocido en su faceta de escritor (Trostki) parece muy inspirada en las
propuesta de Roberto Bolaño, cuya figura magistral sobrevuela las páginas de Fantasmas de la ciudad como una
presencia benefactora.
Conexión Montserrat desprende una melancolía propia, sobre el pasado, la búsqueda y la
literatura, y funciona perfectamente como un estimulante relato-ensayo.
El aeropuerto del sur trata de un grupo de personas que
se quedan atrapadas en la terminal de un aeropuerto sin poder tomar su avión.
Tendrán que organizar su vida allí hasta que consigan volar. En la nota final,
Romero Ortega nos cuenta que los cuentos de este libro están escritos entre
2015 y 2017, salvo El aeropuerto del sur
que es de 2012. Diría que esta diferencia temporal se puede apreciar, ya que el
resto de los cuentos forman en conjunto un cuerpo más homogéneo y en El aeropuerto del sur se perciben más
los costurones de principiante, al ser un su homenaje explícito y rotundo al Julio Cortázar de La autopista del sur. El aeropuerto del sur es un cuento
correcto, pero inferior a la modernidad y a la seguridad narrativa mostrada en
el resto de la propuesta.
Naima con sus 45 páginas es el cuento más
largo (casi una novela corta) del libro y es posible que sea mi narración
favorita del conjunto. De entrada diré que me ha gustado mucho su estructura,
en la que se habla de Naima, una chica francesa, en tercera persona, pero se va
anticipando que le está contando su historia a un tercero, y hacía el final
éste tercero (el escritor) se descubre e interviene en la narración.
Decía que Naima es casi una novela corta porque, en gran medida, rompe con
los convencionalismos del relato. En vez de acercarnos a un momento de especial
tensión en la vida de su protagonista, nos narra casi toda su vida, desde que
es una niña en un pueblo de Francia, hasta que se convierte en una mujer siempre
en movimiento. En este relato, así como en todo el libro, son muy importantes
los viajes y los paseos. El desplazamiento y la desorientación definen, en gran
medida, a los protagonistas de Fantasmas de
la ciudad. Una idea que recuerda a las narraciones del argentino Sergio Chejfec, admirador a su vez de Juan José Saer, otro gran amante del
paseo en la literatura.
Cuando he hablado con Romero Ortega,
me ha comentado que fue gracias a mi blog de reseñas como conoció a Juan José
Saer. Así que me gusta pensar que yo he podido contribuir, aunque sea en una
pequeña medida, a que éste buen libro llegue al lector tal y como ha acabado
siendo.
Es cierto que Naima gana en su segunda parte, la que tiene que ver con la
protagonista en Argentina y el rodaje de una película de terror. Un detalle
éste muy del gusto de Roberto Bolaño.
En Hotel Torino el
protagonista viaja hasta Italia como homenaje a su padre, muerto recientemente.
Un padre barcelonés que creció amando la intensidad política y cultural de la
Italia de la segunda mitad del siglo XX. En este relato, como en la mayoría de
los que componen este libro, las referencias literarias son explícitas, Cesara Pavese, Roberto Bolaño. «¿Puede recordarse una sensación?», se pregunta el
protagonista de este relato. Una pregunta muy a lo Juan José Saer, así como esa sensación de viaje y desubicación,
reflexiones durante el paseo y los encuentros casuales con un viajero argentino
que se dedica a escribir una guía sobre Italia.
La colmena, un cuento popular urbano recrea la vida de un personaje
barcelonés, el Kubalita, supuesto hijo de Kubala, el jugador de fútbol. Siguiendo
la premisa de Borges que afirma que un relato debe ser como una novela en
miniatura, Romero Ortega recrea en dieciocho páginas la vida entera de una
persona. Su composición es simular a Naima,
donde también se recreaba toda una vida y, además, hacia el final se hace
presente el narrador de la historia. Como aquel (aunque quizás con un menor
alcance) es también un gran cuento.
Considero que Spaghetti western es uno de los
cuentos más destacados de este libro. Como en otros, tenemos aquí un viaje, en
este caso a Nashville, y una obsesión adolescente, un disco de Bob Dylan. Me
gusta que la primera parte transcurra en Nashville y la segunda en Grenoble. De
nuevo un juego de narradores interpuestos, el narrador-inventado y el
narrador-verdadero, que hace que estas historias cobren más matices al negarse
o reinventarse a sí mismas.
Fantasmas de la ciudad, con su personaje genérico «el
escritor» entronca con la propuesta del Prólogo.
Diría que sus planteamientos acerca de la experiencia del arte, sus términos
genéricos –«el escritor», «el periodista»–, sus periplos por la ciudad y la
percepción de una persona sobre la otra y viceversa, me han hecho pensar en
Sergio Chejfec tras leer a Juan José Saer.
El último relato, Puentes
de Bosnia, trata sobre una pareja española que visita la antigua
Yugoslavia y cada uno reflexiona sobre sus impresiones de aquella guerra desde
las perspectivas de sus momentos vitales (existe una diferencia de edad entre
ellos). Al leerlo he experimentado una ligera sensación de agotamiento, de
propuesta narrativa ya leída en anteriores piezas del libro. Y esto no hace que
Puentes de Bosnia sea un mal relato,
que no es, pero es cierto que en los libros de relatos de contenidos muy
homogéneos a veces se produce, hacia el final, esta sensación de repetición de
planteamientos.
Con la excepción de algunas
expresiones coloquiales que no me han gustado («salir por patas», pág. 25;
«vender como churros», pág. 27; «pensión de mala muerte», pág. 76; «estaba de
muy malas pulgas», pág. 146), el lenguaje de Fantasmas de la ciudad es, en general, elegante, con gusto por la
frase larga y angulosa.
Se nota el gran trabajo literario y
la ambición de Aitor Romero Ortega en estos relatos, que frente a la búsqueda
del relato clásico, con un nudo narrativo de gran intensidad, apuestan por la
página reflexiva y por la referencia literaria explícita («como bien escribió
Gil de Biedma», pág. 139; «cuya atmósfera atrapó Laforet como nadie», pág. 140
o una cita de un cuento de Bolaño en la página 115).
Las influencias de Romero Ortega son
claras y bien tomadas: Enrique Vila-Matas, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar,
Roberto Bolaño, Sergio Chejfec o Juan José Saer… lo que hace que su discurso se
encuadre en una narrativa de propuesta bastante moderna, en una ruptura clara
con el cuento carveriano, que tanto ha sido imitado en España.
Como ocurre en todos los libros de
relatos, no todos los textos están a la misma altura, pero nos encontramos aquí
con un nivel medio muy alto y con relatos realmente destacados (Conexión Montserrat, Naima, La colmena o Spaghetti
western).
En 2015 Aitor Romero Ortega publicó
la novela Deflagración y Fantasmas de la ciudad es su primer
libro de cuentos. Como aficionado al género, considero que el debut de Aitor
Romero Ortega en el cuento es digno de celebración.
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