domingo, 22 de mayo de 2016

Tres golpes de timbal, por Daniel Moyano

Editorial Alfaguara. 267 páginas. 1ª edición de 1989.

Hace dos semanas comenté aquí El trino del Diablo de Daniel Moyano (Buenos Aires, 1930-Madrid, 1992). Llevaba al menos dos años en la montaña de mis libros sin leer. Precipitó su lectura el hecho de que en Semana Santa pasé cinco días de vacaciones en la isla de Gran Canaria, gracias a la amabilidad de mi amigo Samuel Rodríguez Navarro, que es un gran lector, y que en nuestra visita a Las Palmas me mostró una librería de segunda mano que recogía libros usados y los vendía a bajo precio. De este modo, el establecimiento conseguía recaudar fondos para una causa benéfica. Me llevé dos libros de aquella librería: la primera edición de Donde van a morir los elefantes, de José Donoso, por tres euros, y la primera edición (y posiblemente única) de Tres golpes de timbal, la última novela que publicó en vida Daniel Moyano, por dos euros.

Al regresar a Madrid volví a buscar en internet información sobre Moyano y leí El trino del diablo, y más tarde ‒tras un libro de Patricio Pron‒ Tres golpes de timbal. Tras su exilio en España, Moyano publicó en la madrileña editorial Legasa, de la que nunca había oído hablar. No creo que siga en activo. Leí en una entrevista que, aunque en España no era muy leído, Moyano estaba siendo traducido al francés o al inglés y que incluso una de sus colecciones de cuentos había sido traducida al polaco, aunque no se podían encontrar sus cuentos en España, donde vivía. El caso es que un amigo convenció a Moyano para que presentara uno de sus cuentos al premio Juan Rulfo. Lo hizo y ganó entre 2.500 participantes. Esto provocó que se interesara por él la poderosa agente Carmen Balcells, y por esa razón (imagino) su siguiente novela –Tres golpes de timbal‒ se publicó en Alfaguara (un libro, por cierto, impreso en mi ciudad, en Móstoles, pero con el que me fui a topar en Gran Canaria, a más de 2.600 kilómetros de casa).

Ya comenté que me gustó El trino del diablo, que su juego simbólico y un tanto irónico me resultó bastante agradable, y que además era una novela bien escrita. Un libro digno de rescatar, como ya hizo la editorial zaragozana Tropo.

Los dos primeros párrafos de Tres golpes de timbal me parecen muy potentes:

«A más de cinco mil metros de altura, las mulas andinas trepan dejando señales rojas en la nieve, hechas con las gotas de sangre que se les escapan por la nariz. Mulitas tan livianas y ligeras que parecen nubes: pero dentro de esa aparente liviandad, el corazón les late tan fuerte que los jinetes pueden oír su golpeteo. También las palabras, en el refugio cordillerano donde escribo esta historia, suenan como latidos; y llegan a mí de la misma manera que el ruido del corazón de las mulas al preocupado oído del mulero.
Más arriba de este refugio, llamado Mirador de los Vientos, el cielo es permanentemente azul. Las nubes están siempre allá abajo. Las he visto tiritar de frío y deshacerse en lluvias que no me alcanzan. Son algo así como la intensidad que aquí tiene la altura, la que desnuda las palabras y hace sangrar las mulas. Debajo de ellas viven las aves de vuelo corto, que sólo conocen su reverso. En cambio para el cóndor, que las domina, y cuyo vuelo permite la expansión de la cordillera, casi no existen; son como el polvo en el camino».

En la página 13 el «Narrador» nos dice lo que ha ido a hacer al Mirador: «He venido aquí a poner en sonidos escritos y ordenados las historias recogidas por Fábulo Vega, astrónomo y titiritero, que son la memoria de Minas Altas, su pueblo y el mío. Él ha moldeado y fijado en sus muñecos a cuantos vivieron y murieron, para salvarlos del olvido. A lo largo del tiempo, ha ido copiando el mundo. Aparte la historia que tengo que contar, observo en unos globos eólicos la dirección y fuerza de los vientos, que anoto diariamente en unas planillas con rayas convencionales. Cada mes la bajo a Minas Altas. Desde allí mis informes cruzan la cordillera a lomos de mula, llegan al mar y recorren los observatorios astronómicos del mundo ayudando a comprender el comportamiento del planeta en estos apartados rincones de su casi despoblado Sur».

El «Narrador» desciende desde el Mirador al pueblo montañoso de Minas Altas, formado por una población huida de la destrucción de Lumbreras. Allí contempla el teatro de títeres de Fábulo para reconstruir la historia del pueblo. Este hecho central del libro –la reconstrucción mediante el lenguaje y la memoria de la destrucción de un pueblo‒ puede simbolizar del exilio personal de Moyano, que abandonó Argentina y llegó a España para no tener que convivir con la dictadura militar de Videla, pero también –como he leído en internet‒ puede simbolizar cinco siglos de historia americana, es decir, la destrucción de la cultura de los indios por los europeos.

En Minas Altas sólo viven tres clases de personas: astrónomos, muleros y músicos. Fábulo reconstruirá para el «Narrador» (que en realidad sólo ejerce de narrador durante un número corto de páginas, pues la historia –puede que escrita por el «Narrador»‒ será leída por el lector como si estuviese contada por un narrador omnisciente) la historia de su pueblo. Primero conoceremos la destrucción de Lumbreras por unos bárbaros al mando de alguien al que se llama Sietemesino, un personaje que puede ser una persona, una araña o un tiburón. Este tipo de juegos líricos y simbólicos han contribuido a sacarme en más de un momento de la historia. Así comienza un capítulo: «Tras su paso por araña, el Sietemesino llegó al mar. Allá intentó transformaciones que le llevaron años, lo que permitió que Eme creciera maravillosamente descubriendo que en sus cuerdas vocales la música había escondido la belleza más extrema que puede haber en una voz» (pág. 41). Eme Vega es huérfano, fue un bebé superviviente a la destrucción de Lumbreras. En su voz, el pueblo desea guardar su memoria y, para ello, desde la costa, se hará traer un instrumento musical fantástico, que nunca se vio en la cordillera: un piano. Además debe evitar que el Sietemesino capture a un gallo blanco, que contiene las palabras de la canción del pueblo.

Toda la novela está impregnada de un aire onírico, de realismo mágico y cuento tradicional. Personalmente considero que, para que una narración tan libre como ésta funcionase, las leyes que rigen el mundo fantástico creado deberían ser más claras. El lenguaje es uno de los grandes protagonistas de esta novela, con momentos líricos destacables, pero la laxitud de la narración y esa capacidad para convertir, por ejemplo, al Sietemesino ahora en persona, ahora en araña, provocaban que me saliese de la novela en muchos momentos que me parecían carentes de tensión. Si cualquier cosa puede pasar, entonces no existe la emoción de saber qué ocurrirá, o cómo van a salir los personajes de una situación concreta.

Yo soy un gran admirador de H. P. Lovecraft y disfruto mucho de las atmósferas que consigue en sus cuentos y novelas más destacados, pero algo parecido a lo que me ha pasado con Tres golpes de timbal me ocurrió al leer el primer volumen de sus Obras completas, editado en Valdemar (un libro del que disfruté a lo grande, y todavía más con el volumen dos): al llegar a la novela La búsqueda en sueños de la ignota Kadath, una historia protagonizada por Randolh Carter (un habitual del mundo lovecraftiano), me pareció que los elementos fantásticos, que en otras historias resultaban contenidos, en ésta se encontraban desbordados.

Como ya he escrito, busqué información sobre Moyano en internet, leí entrevistas que le hicieron hace más de veinte años, y me interesó lo que leí acerca de él. Moyano me cae muy bien y su figura de escritor herido es del agrado de mi mente creadora de mitos literarios. Además, después del comienzo de la novela transcrito, mi disposición hacia ella era muy positiva, pero lo cierto, y me duele decirlo, es que su lectura me ha decepcionado. No sé si es un mal libro (está muy bien escrito), pero a mí su propuesta no me ha llegado como deseaba. El texto de la contraportada finaliza con esta frase: «Un mundo que sólo se cumplirá tras el placentero esfuerzo de un lector cómplice». La verdad es que yo, después de todo lo leído sobre Moyano, cumplía bien con mi cometido de lector cómplice, y no me importa demasiado esforzarme a la hora de leer (aunque el placer de la lectura parece contradictorio con cualquier tipo de esfuerzo), pero no ha habido suerte con esta novela.


Tres golpes de timbal estaba destinada a un lector cómplice que no era yo.

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