miércoles, 17 de junio de 2015

La resta, por Alia Trabucco Zerán

Editorial Demipage. 287 páginas. Primera edición de 2015.
Epílogo de Lina Meruane.

Estuve a punto de ir a la presentación de este libro cuando la vi anunciada en las redes sociales hace unos meses. El libro me parecía atractivo, Chile (y en concreto el tema de la dictadura de Pinochet) es un país cuya literatura me interesa bastante. Al final, manteniéndome firme en mis propósitos de no acumular demasiados libros sin leer, ni dejarme tentar en exceso por las novedades literarias, no fui al Hotel Kafka aquella tarde. Pero la sensación de que me estaba dejando pasar un buen libro seguía ahí (esto lo iban corroborando los comentarios que iban apareciendo en internet sobre él).

Tampoco quería acudir demasiado a la Feria del Libro de Madrid, pero me conozco y me queda demasiado cerca de casa como para eludirla constantemente. El martes 2 de junio tenía que ir, al salir del trabajo, a la zona de Huertas y al regresar a casa, si quería hacerlo caminando, tenía que atravesar el Retiro. Vistar las casetas un día de diario es mucho mejor que uno de fin de semana, cuando está demasiado abarrotada (había estado también el último domingo). Me paré en la caseta de Alfabia y Demipage para saludar a Víctor Balcells Matas y Paula Roses. Al poco aparecieron por ahí los escritores Eduardo Laporte y Javier Serena. Paula nos regaló el número tres de la revista El Buen Salvaje y nos comentó sus novedades literarias, entre las que hay unos cuantos libros de escritores hispanoamericanos. Al hablarme de La resta ya no pude resistirme y la acabé comprando (me hizo un precio especial y me regaló otro libro de la editorial).

La resta ha ganado en Chile el premio de la CNCA a la Mejor Novela Inédita. Su autora, Alia Trabucco Zerán (Santiago de Chile, 1983) es debutante además. Lo que –lo digo desde ya- no deja de ser sorprendente, dada la gran madurez compositiva y estilística de la novela.

La resta está escrita a dos voces narrativas que se van dando la réplica. La primera es la de Felipe, una voz narrativa un tanto alucinada, alguien que continuamente cree toparse con muertos en su camino, unos muertos que va anotando en una librera, siguiendo una aritmética personal de fallecidos, de sumas y de restas. Felipe es hijo de desaparecidos y su orfandad es un tema central en su constitución psicológica, aunque su obsesión sea con los muertos en general y no se centre de forma particular en sus padres.

La segunda voz narrativa es la de Iquela, que al igual que Felipe ronda los treinta años. Los padres de Iquela, como los de Felipe, eran militantes antipinochetistas. Pero una de las parejas de amigos (los padres de Iquela) sobrevivió y la otra no. Unos años después del golpe de Estado el padre de Iquela morirá de cáncer, e Iquela se va a criar con una madre demasiado protectora, con la que le cuesta -en el tiempo de la novela- romper unos lazos afectivos aplastantes.

Felipe se ha criado con su abuela en un pequeño pueblo del sur, pero también –durante largas temporadas- ha vivido en Santiago con Iquela y su madre. Felipe e Iquela escuchan de niños discutir a la abuela de uno con la madre del otro: “Nosotros las escuchábamos sin querer, sin querer saber que mi madre lo tenía que cuidar como una deuda: es lo mínimo que me debes, había dicho su abuela Elsa, esto es culpa de ustedes, por andar jugando a la guerra le pasó esto a mi Felipe, algo habrán hecho los que siguen vivos, sí, algo hicieron todos ustedes.” (pág. 195-96)

La novela de Alia Trabucco se inscribe en esa etiqueta de literatura chilena que Lina Meruane llama en su epílogo “las novelas de los hijos”. En su novela Formas de volver a casa, el también chileno Alejandro Zambra apunta: “Crecimos pensando eso, que la novela era de los padres. Maldiciéndolos y también refugiándonos, aliviados, en esa penumbra”. El propio Zambra acabará percatándose de que la novela de la dictadura de Chile también es la novela de los hijos, como le ocurre a Alia Trabucco en La resta, una novela de los hijos en la que las relaciones establecidas entre los padres acaban siendo fundamentales.

La tercera protagonista de la novela es Paloma, a que Felipe se empeña en llamar “la Gringa”. Paloma es hija de exiliados chilenos y se ha criado en Alemania. Vuelve a Chile en el tiempo presente de la novela para enterrar a su madre, muerta en Alemania, el país de origen de su familia.

Paloma le ha sido presentada al lector como personaje en la primera intervención de la voz narrativa de Iquela, que se remonta a 1988, cuando las dos eran unas niñas y los padres de Paloma han acudido a la casa de los padres de Iquela para seguir los resultados electorales de la consulta que se realizó durante la dictadura para preguntarle al pueblo chileno si quería que siguiera Pinochet en el poder, y que acabó con el NO por respuesta. Se volverán a encontrar unos veinte años después (en el presente de la novela) cuando Paloma regresa a Santiago para enterrar a su madre.
Sobre Santiago están cayendo cenizas de volcán y algunos aviones no pueden llegar al país, entre ellos el que contiene los restos mortales de Ingrid Aguirre, la madre de Paloma, que son desviados hacia el aeropuerto de Mendoza en Argentina.
Paloma, Iquela y Felipe iniciarán un viaje por carreta en una furgoneta fúnebre, llamada la Generala para, atravesando la cordillera, repatriar el cuerpo de la madre de Paloma.
Los tres jóvenes, hijos de militantes antipinochetistas, iniciarán un viaje simbólico (no en vano en esta road movie se viaja en una carroza fúnebre) en busca de una madre muerta.

La voz narrativa de Iquela es más racional y contenida que la de Felipe, y gracias a ella Trabucco consigue hacer que la trama avance. También es la voz que ocupa un mayor número de páginas en el libro. La voz de Felipe, dentro de su distorsión mental convirtiendo a todo el mundo en un muerto-vivo, acaba siendo más poética, obsesiva, detenida. Para marcar su ritmo delirante sus parlamentos están escritos sin usar puntos, tan solo largas y rápidas enumeraciones de ideas separadas por comas. También en el parlamento de Felipe abunda más el lenguaje oral, y aquí es frecuente encontrarse con un buen número de chilenismos (quiltro, huacho, guarene, chúcaro, pucha…) que le dan al texto un agradable color local.

El planteamiento de la novela (con Paloma regresando a Chile, el viaje a través de los Andes…) es muy atractivo. Quizás podría apuntar que la resolución final (no quiero entrar en detalles para no estropearle la lectura a nadie) me ha parecido un tanto apresurada, usando algún truco narrativo, que abusaba de las casualidades poco verosímiles, para acabar la historia. Pero, en cualquier caso, he de apuntar que este hecho puntual no desmerece la buena sensación que me deja esta novela. Escrita con un pulso realmente firme, con un lenguaje a dos voces muy modulado, maduro y poético, que ahonda en espacios oscuros de la historia de Chile reciente (algo con lo que podemos sentirnos bastante identificados: nosotros también tenemos nuestra dictadura, nuestros muertos), y me alegra celebrar la irrupción de una nueva y potente voz literaria en el panorama de la nueva narrativa en español. Estoy convencido de que los interesados en la literatura hispanoamericana vamos a oír hablar mucho en los próximos años de Alia Trabucco Zerán.


Nota: después de haber leído su libro y escrito esta reseña me resultó agradable poder pasarme el último viernes por la Feria, visitar de nuevo la caseta de Demipage y poder darle en persona a Alia (que firmaba esa tarde) mi enhorabuena por haber escrito una primera novela tan buena.

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