Editorial Demipage. 287 páginas.
Primera edición de 2015.
Epílogo de Lina Meruane.
Estuve a punto de ir a la
presentación de este libro cuando la vi anunciada en las redes sociales hace
unos meses. El libro me parecía atractivo, Chile (y en concreto el tema de la
dictadura de Pinochet) es un país cuya literatura me interesa bastante. Al
final, manteniéndome firme en mis propósitos de no acumular demasiados libros
sin leer, ni dejarme tentar en exceso por las novedades literarias, no fui al
Hotel Kafka aquella tarde. Pero la sensación de que me estaba dejando pasar un
buen libro seguía ahí (esto lo iban corroborando los comentarios que iban apareciendo
en internet sobre él).
Tampoco quería acudir demasiado a
la Feria del Libro de Madrid, pero me conozco y me queda demasiado cerca de
casa como para eludirla constantemente. El martes 2 de junio tenía que ir, al
salir del trabajo, a la zona de Huertas y al regresar a casa, si quería hacerlo
caminando, tenía que atravesar el Retiro. Vistar las casetas un día de diario
es mucho mejor que uno de fin de semana, cuando está demasiado abarrotada
(había estado también el último domingo). Me paré en la caseta de Alfabia y Demipage para saludar a Víctor
Balcells Matas y Paula Roses. Al
poco aparecieron por ahí los escritores Eduardo
Laporte y Javier Serena. Paula
nos regaló el número tres de la revista El Buen Salvaje y nos comentó sus
novedades literarias, entre las que hay unos cuantos libros de escritores
hispanoamericanos. Al hablarme de La resta ya no pude resistirme y la
acabé comprando (me hizo un precio especial y me regaló otro libro de la
editorial).
La resta ha ganado en
Chile el premio de la CNCA a la Mejor Novela Inédita. Su autora, Alia Trabucco Zerán (Santiago de Chile,
1983) es debutante además. Lo que –lo digo desde ya- no deja de ser
sorprendente, dada la gran madurez compositiva y estilística de la novela.
La resta está escrita a dos voces narrativas que se van dando la
réplica. La primera es la de Felipe, una voz narrativa un tanto alucinada,
alguien que continuamente cree toparse con muertos en su camino, unos muertos
que va anotando en una librera, siguiendo una aritmética personal de fallecidos,
de sumas y de restas. Felipe es hijo de desaparecidos y su orfandad es un tema
central en su constitución psicológica, aunque su obsesión sea con los muertos
en general y no se centre de forma particular en sus padres.
La segunda voz narrativa es la de
Iquela, que al igual que Felipe ronda los treinta años. Los padres de Iquela, como
los de Felipe, eran militantes antipinochetistas. Pero una de las parejas de
amigos (los padres de Iquela) sobrevivió y la otra no. Unos años después del
golpe de Estado el padre de Iquela morirá de cáncer, e Iquela se va a criar con
una madre demasiado protectora, con la que le cuesta -en el tiempo de la novela-
romper unos lazos afectivos aplastantes.
Felipe se ha criado con su abuela
en un pequeño pueblo del sur, pero también –durante largas temporadas- ha
vivido en Santiago con Iquela y su madre. Felipe e Iquela escuchan de niños
discutir a la abuela de uno con la madre del otro: “Nosotros las escuchábamos
sin querer, sin querer saber que mi madre lo tenía que cuidar como una deuda:
es lo mínimo que me debes, había dicho su abuela Elsa, esto es culpa de
ustedes, por andar jugando a la guerra le pasó esto a mi Felipe, algo habrán
hecho los que siguen vivos, sí, algo hicieron todos ustedes.” (pág. 195-96)
La novela de Alia Trabucco se
inscribe en esa etiqueta de literatura chilena que Lina Meruane llama en su epílogo “las novelas de los hijos”. En su
novela Formas de volver a casa, el también chileno Alejandro Zambra apunta: “Crecimos
pensando eso, que la novela era de los padres. Maldiciéndolos y también
refugiándonos, aliviados, en esa penumbra”. El propio Zambra acabará
percatándose de que la novela de la dictadura de Chile también es la novela de
los hijos, como le ocurre a Alia Trabucco en La resta, una novela de los hijos en la que las relaciones
establecidas entre los padres acaban siendo fundamentales.
La tercera protagonista de la
novela es Paloma, a que Felipe se empeña en llamar “la Gringa”. Paloma es hija
de exiliados chilenos y se ha criado en Alemania. Vuelve a Chile en el tiempo
presente de la novela para enterrar a su madre, muerta en Alemania, el país de
origen de su familia.
Paloma le ha sido presentada al
lector como personaje en la primera intervención de la voz narrativa de Iquela,
que se remonta a 1988, cuando las dos eran unas niñas y los padres de Paloma
han acudido a la casa de los padres de Iquela para seguir los resultados
electorales de la consulta que se realizó durante la dictadura para preguntarle
al pueblo chileno si quería que siguiera Pinochet en el poder, y que acabó con
el NO por respuesta. Se volverán a encontrar unos veinte años después (en el presente
de la novela) cuando Paloma regresa a Santiago para enterrar a su madre.
Sobre Santiago están cayendo
cenizas de volcán y algunos aviones no pueden llegar al país, entre ellos el
que contiene los restos mortales de Ingrid Aguirre, la madre de Paloma, que son
desviados hacia el aeropuerto de Mendoza en Argentina.
Paloma, Iquela y Felipe iniciarán
un viaje por carreta en una furgoneta fúnebre, llamada la Generala para, atravesando la cordillera, repatriar el cuerpo de
la madre de Paloma.
Los tres jóvenes, hijos de
militantes antipinochetistas, iniciarán un viaje simbólico (no en vano en esta road movie se viaja en una carroza
fúnebre) en busca de una madre muerta.
La voz narrativa de Iquela es más
racional y contenida que la de Felipe, y gracias a ella Trabucco consigue hacer
que la trama avance. También es la voz que ocupa un mayor número de páginas en
el libro. La voz de Felipe, dentro de su distorsión mental convirtiendo a todo
el mundo en un muerto-vivo, acaba siendo más poética, obsesiva, detenida. Para
marcar su ritmo delirante sus parlamentos están escritos sin usar puntos, tan
solo largas y rápidas enumeraciones de ideas separadas por comas. También en el
parlamento de Felipe abunda más el lenguaje oral, y aquí es frecuente
encontrarse con un buen número de chilenismos (quiltro, huacho, guarene,
chúcaro, pucha…) que le dan al texto un agradable color local.
El planteamiento de la novela
(con Paloma regresando a Chile, el viaje a través de los Andes…) es muy atractivo.
Quizás podría apuntar que la resolución final (no quiero entrar en detalles
para no estropearle la lectura a nadie) me ha parecido un tanto apresurada,
usando algún truco narrativo, que abusaba de las casualidades poco verosímiles,
para acabar la historia. Pero, en cualquier caso, he de apuntar que este hecho
puntual no desmerece la buena sensación que me deja esta novela. Escrita con un
pulso realmente firme, con un lenguaje a dos voces muy modulado, maduro y
poético, que ahonda en espacios oscuros de la historia de Chile reciente (algo
con lo que podemos sentirnos bastante identificados: nosotros también tenemos
nuestra dictadura, nuestros muertos), y me alegra celebrar la irrupción de una
nueva y potente voz literaria en el panorama de la nueva narrativa en español.
Estoy convencido de que los interesados en la literatura hispanoamericana vamos
a oír hablar mucho en los próximos años de Alia Trabucco Zerán.
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