Mi amigo el escritor mexicano Federico Guzmán Rubio
publicó hace unas semanas en la revista digital Letras libres un artículo sobre
el cuento contemporáneo en español. Lo curioso del artículo es que cita 37
cuentos de otros tantos autores y cada uno de ellos está enlazado al cuento.
Así que esta es una gran posibilidad de leer algunos grandes cuentos españoles
e hispanoamericanos de autores jóvenes.
Dejo aquí el comienzo del artículo y también el enlace
a la revista, desde cuyos enlaces se puede acceder a los 37 cuentos:
Antología
involuntaria: el cuento contemporáneo en español en 37 clics
Además de redes sociales, porno japonés
y casinos en línea, internet nos trajo la promesa de una mayor circulación
entre las diferentes literaturas en español. El porvenir era promisorio; el
resultado, no tan distinto del de las estafas nigerianas.
En
doscientos años de historia independiente, son pocos los momentos en que la
literatura en español ha logrado trascender las fronteras nacionales para
establecer un diálogo continental y transoceánico. Esos efímeros momentos han
coincidido con las tres cimas indiscutibles de nuestra literatura: el
modernismo, la vanguardia y el boom (este último con sus predecesores y uno que
otro de sus herederos). Queda por responder la pregunta de si esas obras
imaginadas, escritas y publicadas en distintos puntos de la geografía hispánica
fueron posibles gracias a la comunicación transnacional o si, por el contrario,
esta resultó inevitable ante la contundencia de las obras.
Los
factores con que se ha explicado el surgimiento de estos movimientos son muchos
y convincentes: el nomadismo de sus protagonistas, el surgimiento de revistas
dispuestas a publicar literatura en su lengua más allá de las fronteras
nacionales y de la redacción, la influencia compartida de otras literaturas, el
surgimiento de mitos culturales cohesionadores, la militancia más o menos
comprometida en los mismos credos políticos, el establecimiento de una
industria editorial de relativa pujanza, la búsqueda de una estética común. El
problema de estas explicaciones es que, si bien responden a los periodos para
los que fueron formuladas, podrían aplicarse por igual a otros en que la
situación es distinta, casi opuesta. Como el nuestro.
En el
papel, con la globalización como telón de fondo y la homogeneización de las
referencias culturales (altas y bajas), la consolidación de los grupos
trasnacionales creó en algún momento, con sus premios en dólares y sus
poderosos departamentos de mercadotecnia y prensa, la ilusión de que fomentaría
el intercambio de distintas literaturas nacionales, adjetivo, este último, que
incluso parecía pasado de moda. La realidad fue la contraria: solo un grupo
reducido de autores son publicados en distintos países, y, más allá de su mayor
o menor calidad, la mayoría responde a una estética común, que combina, a
grandes rasgos, la corrección política y los escenarios universales o
prestigiosos (Europa y Nueva York) con un español neutro e intercambiable, sin
mayores marcas locales. Las apuestas más interesantes e incluso subversivas de
los sellos trasnacionales, que por supuesto las hay, suelen quedar confinadas
en sus países de origen, en espera de que se cumpla la anhelada promesa de
exportación. Las editoriales independientes, por su parte y salvo algunas
excepciones, sobre todo en España, tampoco se han mostrado particularmente interesadas
en fomentar el intercambio literario trasnacional.
Explicar
el poco tráfico de las literaturas nacionales fuera de su ámbito resulta
complicado, si no inexplicable, más allá de la indiferencia, el provincianismo
y la falta de curiosidad, y no es el propósito de este recorrido. Lo que se
pretende aquí es justamente lo contrario: aprovechar el material existente en
la red para brindar una panorámica del cuento contemporáneo que se escribe en
español, o, al menos, del cuento contemporáneo en español que encontramos en
línea.
Al
inesperado afianzamiento de las literaturas nacionales, o a su declive frente a
otras opciones lectoras –del bestseller de calidad o de
nula calidad, casi siempre anglosajón, a la novela negra nórdica–, habría que
agregar, en el caso de la circulación del cuento, el desprecio o el recelo que
ambos universos editoriales, grandes grupos e independientes, y otra vez con
sus debidas excepciones, guardan ante el género. A pesar de los recurrentes
reportajes condescendientes que anuncian la vida de la que goza, el cuento se
encuentra en franco declive editorial, tanto en libros como en publicaciones
periódicas. Esto no es una novedad: el cuento, uno de los géneros más antiguos
y uno de los que mayores alegrías ha dado en la literatura latinoamericana,
siempre ha sobrevivido en estado moribundo, con sus consecuentes mejorías y
recaídas. No es de extrañar, entonces, que haya encontrado un refugio idóneo en
internet, ese enorme limbo que posterga o disimula la desaparición definitiva
de todas las cosas.
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