Editorial Baile del Sol. 149
páginas. 1ª edición de 2013.
Ya he comentado en el blog que Javier Cánaves (Palma, 1973) y yo somos
amigos, y además compartimos editorial. Hace no mucho él leyó mi poemario El
bar de Lee y escribió una introducción similar a ésta para preceder a
sus reflexiones sobre mi libro (ver AQUÍ). Ya he comentado en el blog un
poemario y las dos novelas anteriores de Cánaves, publicadas también en Baile del Sol.
En la entrada correspondiente a
su segunda novela, Los artistas, finalicé apuntando que sabía que Cánaves tenía
una tercera novela, pendiente de publicación en Baile del Sol, que se
relacionaba con las dos anteriores –La historia que no pude o no supe escribir
y Los
artistas–, y que todas ellas forman una especie de trilogía sentimental.
Piscinas iluminadas
cerraría en principio una etapa creativa de Javier Cánaves y es posiblemente su
mejor y más desolada novela hasta la fecha.
En Piscinas iluminadas, como en los dos libros anteriores, Carlos, el
protagonista, sería también un trasunto del propio autor: “En mi caso concreto,
necesito de los elementos autobiográficos para crear un marco referencial, para
no andar perdido. Esto, de algún modo, es una confesión de mis limitaciones
como aspirante a escritor (y son tantas)”, apunta el narrador en la página 118
del libro. “No se trata de un libro escrito contra nada ni contra nadie si
exceptuamos al propio autor, es decir, yo” (pág. 109).
Como ya comenté, La historia que no pude o no supe escribir
versa sobre el fin de la juventud y la constatación de la pérdida de brillo de
las relaciones adultas, y Los artistas
analiza la sensación de fracaso de un treintañero que tuvo en su juventud
sueños artísticos, y que, aunque ha publicado algunos libros y ganado algunos
premios, no se encuentra en el lugar que piensa que le debería corresponder.
El tema central de Piscinas iluminadas sería el de la
derrota total. Carlos, un hombre que se encuentra en la treintena –aunque
posiblemente ya más cerca de los cuarenta que de los treinta– pasa en sus
páginas un extenuante verano mallorquín con la aparente tarea de dejarse llevar
por la autodestrucción, convencido de que “nada sirve para nada”.
De nuevo la ciudad es Palma de
Mallorca, y el protagonista tiene una edad muy similar a la del autor al escribir
este libro. Cuando las obligaciones laborales o maritales no se lo impiden, el
narrador se encierra en su casa, en el “cuarto del ordenador”, para llevar a
cabo lo que denomina “su tarea autojustificativa”, que no es otra que la de
escribir historias que tienen que ver en mayor o menor grado con su vida, un
tema que entroncaría con la sensación de fracaso de Los artistas. Aunque aquí se lleva la sensación de fracaso un poco
más allá, ya que no se sueña con ninguna gloria ni posteridad, si no tal solo con
abandonarse del mundo, ya que “nada sirve para nada”.
El título, Piscinas iluminadas, actúa como símbolo: desde la terraza de su
casa, más de una noche, Carlos observa la piscina iluminada de su urbanización:
“Hay algo hipnótico en las piscinas iluminadas” (se repite la frase varias
veces en la novela); desde esa terraza que en el pasado fue símbolo de la unión
con su mujer, Luisa, de la que ahora, en el tiempo de la novela, se siente cada
vez más distante. Desde el símbolo del que fue su ideal de felicidad (la
terraza), Carlos contempla ahora el espejo profundo, hondo, de la piscina, que
parece simbolizar el abismo o la derrota, o simplemente la desgana.
Si apunté que en Los artistas Cánaves consigue crear una
atmósfera de derrota, opresiva y densa, que emularía la de las obras de Juan Carlos Onetti –autor al que admira–,
en Piscinas iluminadas he creído
detectar otras influencias. La novela me ha parecido profundamente nihilista, y
el homenaje a El extranjero de Albert
Camus me parece claro. Durante las escasas semanas en las que transcurre el
tiempo de la novela, se insiste en la idea del calor, del verano asfixiante de
Palma: “El calor y la elegancia no son compatibles”, apunta el narrador; además
la frase “Es el calor” la pronuncia varias veces para justificar su
comportamiento errático, igual que Meursault –el extranjero– acabó disparando a
alguien en la playa porque hacía calor.
Otra de las influencias sería Michel Houellebecq, heredero también
del existencialismo y del nihilismo francés; ya que en Piscinas iluminadas, como una diferencia respecto a sus novelas
anteriores, Cánaves insiste en la idea del sexo por el sexo, usando un lenguaje
para describirlo más vulgar que el de sus pasadas novelas. Un sexo
desprejuiciado que, en todo caso, tampoco consigue aliviar la sensación de
perdición del hombre.
Y también me ha parecido
percatarme de la influencia de Thomas
Bernhard, ya que en Piscinas
iluminadas hay frases o párrafos que van repitiéndose a lo largo de sus
páginas como en las construcciones musicales de Bernhard.
Carlos conduce por la isla de Mallorca,
sin encender el aire acondicionado del coche a pesar del calor asfixiante, toma
cafés en terrazas mientras subraya los libros que lee, acude a una oficina a
trabajar, donde piensa que a pesar de los años que dedicó a estudiar realiza
tareas irrelevantes que cualquiera podría llevar a cabo, bebe solo, no se
comunica con su mujer, se masturba, contempla por la noche la piscina iluminada
de su urbanización desde la terraza… Y también se encierra en el “cuarto del
ordenador” para llevar a cabo su “tarea autojustificativa”.
Respecto a este último punto se
usa un tema de construcción narrativa que me ha parecido ingenioso: el narrador
nos dice de vez en cuando que se halla en la ciudad de Lanka, en un quinto piso
sin ascensor, donde se encuentra con Sophie, una atractiva mulata que responde
a todos sus requerimientos sexuales. El lector acabará deduciendo que ese
quinto piso sin ascensor se corresponde con el cuarto de escribir de Carlos, y
que Lanka y Sophie simbolizan su fantasía de evasión, o en términos freudianos
simbolizan el “ello” (donde los deseos sexuales y de evasión se cumplen).
Ya he apuntado al principio de la
entrada que Piscinas iluminadas me ha
parecido la mejor de las tres novelas de Cánaves, su obra narrativa más madura
y desolada. Le puedo achacar un problema, que sería el mismo que detecté en Los artistas, y que el mismo Cánaves
apunta como limitación de su escritura en la cita de la página 118 del libro
que he recogido antes: su prosa se parece demasiado a su poesía, y en cierto
modo el párrafo narrativo está concebido como un poema en el que el autor se
explica a sí mismo la realidad. Es decir, el autor, antes que dejar fluir la
narración, opina sobre todos los temas de los que habla, y en este sentido la
novela es muy discursiva. Es muy frecuente encontrarse con párrafos como éste:
“La vida se alimenta de la
violencia nacida de la contradicción. Entre lo que somos y querríamos ser,
entre lo que tenemos y querríamos tener, entre lo que soñamos y la realidad que
nos rodea. Una disputa silenciosa e invisible que recorre cada centímetro de la
ciudad, cada poro de nuestra piel. Hay un pálpito extranjero en cada imagen o
gesto, un amago de abismo, una segunda intención desconocida. Basta escarbar un
poco, fijar la mirada en un punto cualquiera, rozar con disimulo la mano de un
viandante que pasa por nuestro lado. Todo podría estallar, en cualquier
momento. Esto es la belleza, la violencia agazapada, el grito amputado, este
disfraz de normalidad siempre a un paso de disolverse. Apuro mi copa. Observo
cómo las polillas se disputan la luz de la farola, el ritual de los enamorados
en la noche, la silueta elástica de un gato en la acera. Luisa ya se habrá
acostado. Puedo verla al otro lado de la cama, al otro extremo del hilo.
Necesito sexo sucio, amnesia, que algo estalle. Pago mis consumiciones. Camino
solo por una ciudad en estado de sitio. Mi sombra se estira como una mentira
dicha sin pestañear” (pág. 57).
El párrafo anterior podría ser un
poema, está bellamente escrito y en él el autor opina sobre la vida y el mundo;
y éste podría ser un ejemplo claro de cómo escribe el Cánaves novelista, que se
acaba pareciendo mucho al Cánaves poeta. Opinar sobre todo lo narrado tiene un
riesgo al construir una novela: el ritmo se ralentiza y no se permite al lector
hacerse una idea propia sobre los hechos narrados, porque estos son
continuamente explicados. Esto es interesante siempre que la visión del
narrador sea muy original y se tendría que ver entonces la novela como una
narración híbrida entre la novela, el diario y el ensayo (aunque como opinión
personal diría que es un recurso del que no conviene abusar en una novela,
donde la narración debería fluir más oxigenada); pero esto mismo (la mirada
original) es muy difícil conseguirlo siempre, y así se corre el riesgo de caer
en el lugar común, como ocurre en alguna ocasión en Piscinas iluminadas, y hacer que la trama avance poco en hechos
narrados.
En todo caso, reitero que Piscinas iluminadas en la mejor de las
tres novelas publicadas por mi amigo Javier Cánaves y que ha conseguido,
gracias a muchas de sus páginas, transmitirme la angustia vital del
protagonista al enfrentarme a mis miedos como hombre de mediana edad, que
también se encierra en el “cuarto del ordenador” para llevar a cabo una “tarea
autojustificativa”.
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