Este verano me escribió un correo
Víctor Balcells Matas (Barcelona,
1985) para proponerme el envío de su novela Hijos apócrifos, recién
publicada en Ediciones Alfabia.
Había conocido a Víctor en persona hacía unos dos años, una noche que quedé en
la Casa de América con mi amigo el
poeta y novelista mallorquín Javier
Cánaves, que estaba en Madrid porque participaba en un acto poético
organizado por la editorial Delirio,
donde había publicado su poemario Limpieza y absorción. Así que esa
noche en la Casa de América conocí a Fabio
de la Flor, el editor de Delirio, y a algunos escritores vinculados a su
editorial, entre los que se encontraba Víctor Balcells, que había publicado en
Delirio su libro de relatos Yo mataré monstruos por ti. Entre
este grupo de personas también estaba Javier
Serena, quien hace unos meses me pasó su novela Estación baldía, que ya
comenté en el blog. Víctor Balcells, junto a Iago Fernández, mantiene un blog de reseñas llamado Zafarranchos
Merulanos (ver AQUÍ). Nuestros blogs están enlazados desde hace tiempo.
Además (a raíz de su correo) yo le envié a Víctor mi poemario El
bar de Lee y me ha comentado que le ha gustado. Comento todos estos
datos para que quede explicada la ligera relación que me une a Víctor, cuyo
libro Hijos apócrifos estuvo envuelto
hace no mucho en una polémica de internet sobre la capacidad de un lector (o de
un crítico) de ser objetivo al comentar el libro de alguien que conoce o de
quien es amigo.
Hijos apócrifos está dividido en cuatro partes. En la primera,
situada en 1985, el joven Pablo Scarpa ha de acompañar –o perseguir en algunos
casos– al famoso escritor Ricardo Iglesias, que le ha contratado para ser su
biógrafo. Este acompañamiento o persecución le conducirá hasta un castillo de
Cracovia, a las calles de París y al pueblo de Rennes-Le-Chateau, en el sur de
Francia.
Las tres partes restantes del
libro presentan una unidad mayor entre sí, y su acción se sitúa ya en una época
más cercana a la del escritor y el lector, entre 2009 y 2011. En gran medida,
estas páginas transcurren en Salamanca, ciudad en la que ha estudiado Víctor
Balcells, y que por tanto conoce bien. Guillermo Guevara es el hijo de Ricardo
Iglesias, del que éste no quiso saber nada, y que fue concebido en la primera
parte de la novela. Gracias a la biografía de Scarpa, Guillermo va a descubrir
quién es su padre, y gran parte de la trama de la novela estará centrada en los
intentos de Guillermo de reencontrarse con su padre ausente. Casi todo transcurre
en el escenario de la ciudad de Salamanca, entre performances artísticas y recitales de poesía. Uno de los temas de
fondo de la novela será la denuncia de la vacuidad de los escritores, sus
ínfulas ridículas y su deseo desproporcionado de éxito y de reconocimiento; y también
de la vacuidad de los editores (al editor de la novela se le describe con un
cartel de NO tras la mesa de su despacho).
Víctor Balcells nació en 1985 y
la novela está escrita entre 2007 y 2012; es decir, cuando el autor tenía entre
22 y 27 años. Balcells es un escritor muy embebido de literatura: en su novela
se citan las palabras -o simplemente se habla- tanto de los personajes
escritores que él inventa como de multitud de escritores reales: W. G. Sebald,
Bergson, Kafka o Enrique Vila-Matas (éste es un chiste familiar, pues Vila-Matas
es el tío de Víctor Balcells). Además, para el lector atento, existen otras
referencias literarias más o menos veladas, como el guiño de introducir en las
frases construcciones semánticas que son títulos de novelas o de relatos; así,
por ejemplo, nos podemos encontrar con frases como éstas: “Entendí por su
mirada el terror de la soledad del
corredor de fondo” (pág. 50); “Sólo se escuchó un claro y persistente
ronroneo, interferencias, ruido de fondo”
(pág. 123); “Removía los pedazos de periódico y tenía las manos sucias, era un artista del hambre” (pág. 207); “Casa tomada. Ahora la música sonaba
amortiguada tras la puerta” (pág. 253). (La negrita es mía).
La primera parte, la
correspondiente a la voz narrativa del biógrafo Pablo Scarpa, me ha parecido lo
mejor del libro. Según he leído en internet, es la que está escrita más tarde,
y posiblemente se aprecia en ella una mayor madurez narrativa frente a las
otras tres. Me llama la atención de esta primera parte la capacidad, y el
desparpajo, de Víctor Balcells para situar la acción en una época que no es la
suya y en unos escenarios (Cracovia, París, sur de Francia) que, probablemente,
conocerá como turista. Además, el lenguaje poético empleado me ha parecido
sorprendente e imaginativo en más de un caso. Por ejemplo, así acaba uno de los
capítulos de esta primera parte: “Al principio llega el león, mata a la gacela,
come hasta la saciedad y se marcha. El cuerpo de la gacela queda tendido y
deforme en el suelo. Aparecen los buitres y sigue la destrucción, porque cuando
se entrega el alma ya no hay límites para el caos. Pasa el tiempo y sólo quedan
los huesos de la gacela. Se transforma la materia, nace el árbol. Pero a veces
el árbol no nace, queda la tierra. El pasado son buitres que comen y no se
sacian, porque en la memoria no existe la saciedad. Desearíamos castigar al
león que nos hizo daño, pero solo queda una gacela herida que no puede moverse
ni respirar. Olvidad al león. El león se fue. La única posibilidad de expiación
es el árbol que más tarde crecerá. Pero ya lo he dicho, no siempre nace un
árbol. Donde una vez hubo vida, no siempre vuelve a haber vida” (pág. 61).
Algo que me parece destacable –y
es un recurso que se emplea más de una vez en las tres partes restantes del
libro– es la capacidad de Balcells para, además de situar la acción en lugares,
en principio, muy diversos (una isla de Grecia, Estambul), no acabar esos
capítulos de forma conclusiva: se narra la acción, en principio violenta (el
hallazgo de un cadáver, el engaño que sufre uno de los protagonistas en un
prostíbulo), pero no la conclusión de esa historia. En el siguiente capítulo
los protagonistas se encuentran ya en otro lugar... Y todo esto, los personajes
escritores que persiguen a otros escritores, los viajes, la desubicación
narrativa... me ha recordado mucho al estilo de Roberto Bolaño, que me parece una de las influencias más claras de
la novela y al que se le hace un homenaje explícito al denominar a la afamada
editorial donde publican los escritores famosos del libro –y donde los jóvenes
artistas trepas desean publicar– editorial Archimboldi.
El tono de la novela es de
comedia y esto hace que las interacciones que se establecen entre los
personajes sean en algunos casos disparatadas y que las relaciones causa-efecto
resulten a veces absurdas. En muchos casos se juega directamente al
malentendido y al enredo; de “puñetero lío folletinesco” se habla en la página
295.
Este tono de comedia es, por
supuesto, absolutamente lícito, y en más de una ocasión yo como lector me he
encontrado sonriendo ante la página leída, pero también he acabado pensando que
en cierto modo este tono (que convierte los comportamientos de los personajes en
desproporcionados o disparatados) puede ser una forma de enmascarar la dificultad
del autor para crear personajes más sólidos, más consistentes, más creíbles y
humanos. La experiencia de Víctor Balcells para crear una historia procede más
de los libros que de la vida, me ha dado la impresión en más de un caso. Y
puestos a señalar ahora algún defecto más, podría apuntar que su juventud
también ha sido una rémora a la hora de crear alguna escena, remarcando en
exceso el punto sobre el que el lector ha de posar la vista. Estoy pensando en
la escena que tiene lugar en el segundo capítulo de la tercera parte, cuando el
joven escritor trepa Max Lechuga visita al gran editor Archimboldi de la mano
del afamado escritor de la editorial Enrique Bauer; y Max, desconcertado,
repite en el texto más de una ocasión que el editor va a publicarle sin haber
leído su manuscrito, cuando el lector ya estaba viéndolo por sí mismo.
Repito que lo mejor de Hijos apócrifos es la primera parte, que
ocupa más de cien páginas de la novela, y que podría haber sido en sí misma una
novela corta. Si Balcells hubiera decidido que su primera novela fuera la
primera de las cuatro partes de Hijos
apócrifos el resultado habría sido más cerrado y maduro, pero es de
celebrar que haya arriesgado con una primera novela de más de 400 páginas, lo
que nos habla de un joven autor ambicioso. Por supuesto, Hijos apócrifos no es una primera novela redonda, pero sus logros
parciales, su ritmo y la fuerza de algunos pasajes me hacen pensar que Víctor Balcells
va a ser un autor muy a tener en cuenta en España en las próximas décadas.
Los escritores se van haciendo poco a poco. Hasta los cincuenta años para vivir escribir leer ver ...... y a partir de los cincuenta la cosa ya tiene que ir teniendo una madurez. Sin prisas, un buen libro no es facil, no se escribe "el arte de la fuga" de Pitol a los veinte años.
ResponderEliminarLa idea de genialidad hace mucho daño.
Hola Francis:
EliminarSí, por supuesto es muy difícil escribir una novela maravillosa con 25 años. Pero creo que Víctor Balcells tiene madera y va a conseguir escribir buenos libros.
saludos
Hola, David:
ResponderEliminarConozco a Víctor un poco por su blog y por twitter y tengo ganas de leerlo. Creo que empezaré con el libro publicado por Delirio. Gracias por tu análisis de esta novela y por la información digamos biográfica del principio de la entrada (no tenía ni idea de que fuese sobrino de Enrique Vila-Matas).
Un saludo y buenas noches.
Hola Jesús:
EliminarSegún he oído, los cuentos de Delirio están bien.
Lo de que Víctor es el sobrino de Enrique Vila-Matas no es ningún secreto: él mismo lo cuenta en las entrevistas.
saludos