viernes, 19 de agosto de 2011

La casa en Mango Street, por Sandra Cisneros

Editorial Vintage Books (Random House). 110 páginas de novela, 17 de prólogo. 1ª edición de 1984, ésta de 2009.

La casa de Mango Street es la primera novela de Sandra Cisneros (Chicago, 1954), una escritora estadounidense cuya familia es de origen mexicano. En la biblioteca de mi madre, desde hace años, está otro libro suyo, titulado Caramelo, cuya contraportada había leído hacía mucho y que realmente no recordaba que fuese de la misma autora hasta después de comprar La casa de Mango Street.

Este libro, como conté en la entrada anterior, lo compré en una librería de Providence, que estaba en la calle Angell, enfrente del solar donde se encontraba la casa en la que nació H. P. Lovecraft.
Los motivos que me llevaron a adquirirlo fueron los siguientes:
1) Al hojearlo me di cuenta de que era muy fácil de comprender en inglés (su idioma original), y quería volver a leer algo en este idioma.
2) Me interesa el tema de la inmigración o la diferencia; la idea (como en el caso de Henry Roth, por ejemplo) de cómo se desenvuelve una comunidad dentro de otra más grande me atrae.
3) Este libro estaba en los estantes de todas las librerías a las que entré en Estados Unidos en un lugar destacado, porque esta edición de 2009 corresponde a la del 25 aniversario desde el año en que fue publicado, 1984. Y esto hacía que pareciese un libro importante y desconocido por mí.
4) Me apeteció comprar un libro en una librería tan cercana al lugar de nacimiento de H. P. Lovecraft, uno de los mitos de mi adolescencia.

He dejado durante unos días aparcada la Antología del cuento norteamericano a cargo de Richard Ford, libro de unas 1.200 páginas y del que aún no he llegado a la mitad, porque una vez que vuelva a trabajar, en septiembre, será más difícil leer en inglés usando un diccionario, y he leído esta pequeña novela.

Al finalizar el libro es cuando me he acercado al extenso prólogo de 17 páginas en el que la autora comenta su obra 25 años después de ser publicada, y algunos más desde que fue escrita, lo que empezó a ocurrir en 1980. Aquí se nos dice que ella, a sus 25 ó 26 años, tras conseguir la ansiada independencia de la casa de sus padres, estaba trabajando en una serie de estampas (“vignettes”) en las que mezclaba recuerdos propios con historias que le contaban los alumnos del colegio donde había empezado a dar clases.
De esta forma va creando la voz narrativa de una niña, Esperanza Cordero, que empieza a convertirse en adolescente en un barrio de los suburbios de Chicago, donde vive principalmente población de origen hispano.
Hasta que se enfrente a la escritura de esta novela, Sandra Cisneros se había dedicado a la poesía. En su prólogo nos dice (las traducciones son mías) que: “llevaba escritas cincuenta páginas, pero todavía no pensaba que eso era una novela” (…) “Yo escribía esas cosas y pensaba en ellas como en pequeñas historias, aunque sentía que estaban conectadas unas con otras”.
Una reflexión que me asaltó tras este párrafo: como ya comenté en el blog, la idea de fragmentariedad del movimiento Nocilla lleva dando vuelta por el mundo unas cuantas décadas.

Después, Cisneros dice algo que no me acaba de gustar: “Ella (se refiere a sí misma en una foto de joven) también quiere que la gente que normalmente no lee libros también disfrute con estas historias. Ella no quiere escribir un libro que un lector no vaya a comprender y pueda sentirse avergonzado por no comprenderlo”. En otras palabras, Cisneros quiere escribir para todos los públicos, como suelen hacer los escritores de bestsellers, y este tipo de declaraciones, de forma indirecta, parecen invalidar a una parte importante de la gran literatura: el Ulises de James Joyce o El ruido y la furia de Faulkner, por citar dos de las obras más influyentes del siglo XX; que quedarían invalidadas desde un punto de vista en principio progresista, pero que no deja de ser condescendiente: en vez de desear una buena educación para todo el mundo, que le pueda llevar a disfrutar del Ulises de Joyce -si así lo desea- se conforma con dar a los pobres una literatura más simple.

Las estampas que escribe Cisneros retratan la visión inocente de Esperanza sobre el mundo, a veces describen a una vecina, a su hermana, a su amiga, a la tienda de la calle…, personas que viven en un entorno en principio hostil y cargado de privaciones, y para las que Esperanza crea una salida a través del mundo de los sueños o la lírica. Esperanza nos muestra un mundo machista, sin muchas expectativas (sobre todo para la mujer) desde una perspectiva más ilusionante que de denuncia.

Existen dos problemas que han llevado a que este libro no me haya convencido:
1) las estampas que dibuja Cisneros parecen el cuaderno de notas de un escritor que está preparando una novela. Reúnes el material sobre el que quieres trabajar y luego elaboras la trama. Tienes el fondo, ahora hace falta la historia. Aquí el fondo se convierte en el todo.
2) la prosa me resulta demasiado naif y a menudo su lírica cae en un sentimentalismo cursi. En el prólogo Cisneros nos dice: “La última frase (de cada pequeña historia o viñeta) debe sonar como las notas finales de una canción de mariachis –tan-tán- para decirte cuando la canción esta hecha”. En realidad es sobre todo en estas últimas frases donde en vez de sentir la belleza poética buscada, he sentido el peso de la sensiblería cursi.
Pondré algún ejemplo: Entre la página 26 y 27 se habla de una vecina, Marin, una chica algo mayor que Esperanza, que ha venido de Puerto Rico para cuidar de sus primos pequeños, cuyo novio se quedó allá, en su isla, y ella, Marin, no puede casi salir de casa. Este es el párrafo final: “Marin, bajo la luz de la calle, bailando consigo misma, está cantando la misma canción en otro lugar. Está esperando a un coche que pare, una estrella que caiga, a alguien que cambie su vida”.
Otro ejemplo, en las páginas 33-34 se habla de Darius, que es un chico al que no le gusta el colegio, casi siempre se comporta como un estúpido, y persigue a las chicas con petardos. Esperanza nos describe un momento epifánico vivido con él: un día Darius señala el cielo lleno de nubes; y de entre todas llama a los demás la atención sobre una que se parece a palomitas de maíz. El micorrelato acaba: “Esa es Dios, dijo Darius. ¿Dios?, preguntó alguien. Dios, dijo él, y lo hizo ser simple”.

La verdad es que como obra literaria, escrita en inglés, sobre la inmigración latina en los Estados Unidos, me gustó mucho el libro Los boys (Drown es su título original) del escritor de origen dominicano Junot Díaz, una obra también compuesta por relatos entrelazados, pero, a mí entender, cargados de más enjundia literaria que esta obra de Sandra Cisneros.

La casa de Mango Street se usa en colegios norteamericanos como libro de iniciación a la lectura, y esto me parece una buena idea. A los 14 años se deben leer libros como éste para algún día poder disfrutar de otros como el Ulises de Joyce o El ruido y la furia de Faulkner. Yo, a mis 37 años, no era el lector adecuado para este libro.

5 comentarios:

  1. Hola, David.

    Antes de nada, elogiar tu capacidad de leer en inglés. A mi esas cosas me impresionan. Bueno, soy fácilmente impresionable, no creas.

    Respecto a lo de Nocilla para mi el principal problema es que su obra se presentó como novela y entiendo que de los tres libros el único que merece ser llamado de esa manera es el Lab, el último. En cuanto a la experimentación que en ello se supone estoy de acuerdo contigo. No se ha inventado nada con esa obra, aunque tiene su aire propio.

    De la autora que reseñas no puedo decir nada. A veces he estado a punto de leer a Junot Díaz, de momento no tengo pensado acercarme a él.

    Por cierto, hablando de obra exigente he dejado los cuentos completos de Fogwill a falta del último, que es muy cortito. Lo voy a saborear despacito pues ya supongo que me va a gustar tanto como el resto. Fogwill exige al lector, estira y estira las frases y tiene un inmenso e interesantísimo anecdotario que hace brillar sus historias. Creo que voy a releer los que tenga marcados como mejores, así que haré un par de entradas sobre al argentino. David, no he leído el Ulises ni El ruido y la furia. No se lo digas a nadie, ¿eh?

    Un saludo.

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  2. Hola:
    Lo de leer en inglés lo hago de vez en cuando-, y la verdad es que tardo bastante, aunque es cuando uso el diccionario. A veces no lo uso y me voy inventando el signficado de las palabras que no sé por el contexto, hasta que llevo al momento de bloqueo.
    Quería leer el inglés, porque me vi muy verde conversando durante mis vacaciones: pero luego al leer recuerdo bastante vocabulario y eso e anima.

    Yo también lo pensé del movimiento nocilla: eran personas que venían de la poesía y escriben textos y lo llaman novela porque esa es la palabra que vende; la poesía y los relatos no venden y la novela sí. El truco: sigue escribiendo poesía o relato y llámalo novela.

    Yo he leído los dos libros de Yunot Díaz, y Los boys me gustó más que La maravillosa y breve vida de Oscar Wao (esta última la leí también en inglés).

    Fogwill me gustó bastante. Y el Ulises y Rl ruido y la furia los leí entre los 20-22 años y me impactaron mucho.

    saludos

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  3. Hola David:

    Este libro me entusiasmó mucho al comienzo, tenía la sensación de que la prosa era sencilla pero agradable. Después de un rato ya me pareció un poco soso y al final lo terminé por inercia lectora, me cuesta ejercer ese derecho de dejar las lecturas inconclusas.

    Un saludo,

    Sonia

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  4. Hola Sonia:

    Sí, la verdad es que éste es un libro fácil de leer, pero también como digo en la entrada me parece que tiene poca enjundia.
    A ver si te lees Los boys de Junot Díaz y nos cuentas qué te parece.

    saludos

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