domingo, 23 de marzo de 2025

Los testamentos, por Margaret Atwood

 


Los testamentos, de Margaret Atwood

Editorial Salamandra. 506 páginas; primera edición de 2019.

Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino

 

En mi reseña anterior, dedicada a El cuento de la criada (1985), ya comenté que de Margaret Atwood (Ottawa, Canadá, 1939) había leído dos de sus novelas menos famosas: Resurgir (1972) y Por último, el corazón (2015). Por fin me decidí y saqué de la biblioteca de Móstoles El cuento de la criada (1985), y su segunda parte Los testamentos (2019). Treinta y cuatro separan la publicación de ambos libros. Es muy posible que el éxito de la serie de Netflix de El cuento de la criada, que se estrenó en 2017, llevara a Atwood (quizás alentada por los productores) a escribir una segunda parte de su novela más famosa. Debemos saber también que Los testamentos se publicó el año que la autora cumplía ochenta años. Estas circunstancias hicieron que me acercara a esta segunda novela con algo de recelo.

 

Según el resumen de la contraportada, Los testamentos comienza cuando han pasado quince años desde los acontecimientos narrados en El cuento de la criada, pero en realidad el lector se enfrentará a las páginas de esta segunda parte sin unos referentes temporales demasiado claros del tiempo transcurrido entre una narración y otra. De entrada debería señalar que –por si alguien lo estaba esperando– Defred, la protagonista de El cuento de la criada, no aparece en Los testamentos, o aparecerá solo al final, como una referencia vaga, como un posible pariente de alguna de las protagonistas de Los testamentos. Este libro acabará usando el mismo recurso con el que terminaba El cuento de la criada: en un encuentro de historiadores del futuro, interesados en conocer el pasado de la república de Gilead, se comentarán algunos testimonios que les han llegado de esa época que desean analizar.

 

En Los testamentos se intercalan las voces narrativas de tres mujeres. La primera será la de Tía Lydia, personaje que sí que aparece en El cuento de la criada. Tía Lydia ejercía de jefa en el centro de formación para criadas al que acudió Defred. En Los testamentos, Tía Lydia es una mujer mayor, que vive en Casa Ardua –una especie de convento donde viven todas las Tías, que actúan como un cuerpo de sacerdotisas o monjas en la jerarquía de Gilead– y que ha decidido escribir un testimonio (algo que puede traerle problemas) sobre sus experiencias en Gilead. Antes de que el cambio de régimen tuviera lugar, Lydia era una reputada jueza, que tras el golpe de estado será conducida, al igual que otras muchas mujeres que se dedicaban a la justicia, a un campo deportivo. Allí tendrá que tomar la decisión de ser aniquilada o convertirse en un activo para el nuevo gobierno. Lydia debe, en la actualidad, relacionarse y tomar decisiones con el Comandante Judd, un personaje que –sabremos al final– quizás aparecía en El cuento de la criada, pero esto será solo una conjetura. Lydia, en el tiempo narrativo de la novela, parece cansada de la república de Gilead, que para ella está perdiendo sus valores (en los que quizás nunca creyó) debido a la corrupción moral de sus mandatarios, y parece dispuesta a trabajar por su caída. La Tía Lydia, en su texto manuscrito, que ha de esconder cada vez que deja de escribir, interpela a un hipotético lector del futuro.

La segunda narradora será Agnes Jemima, que empezará a contar su historia desde que es una niña de seis o siete años. Agnes ha nacido en la república de Gilead y –a diferencia de los personajes de El cuento de la criada– solo puede hablarnos de este mundo. Pertenece a una familia adinerada y su destino, después de acudir a una escuela de señoritas, donde no la enseñarán a leer y escribir (algo solo permitido en Gilead a las mujeres que ejercen de Tías), su destino será casarse con un Comandante. Al igual que ocurría en El cuento de la criada, en Los testamentos se nos muestra que Gilead vive en un estado de guerra continuo. Esta idea del «estado de guerra continuo» aparecía en 1984, donde George Orwell sostenía que era necesaria, aunque fuese falsa, para mantener a la población siembre sometida al poder. Los problemas en torno a sus orígenes y su identidad pronto empezarán para Agnes.

 

La tercera narradora es Jade, una adolescente de Canadá, que vive con sus padres, unos activistas en contra de las costumbres de Gilead, a las que consideran bárbaras. Es posible que Jade no sea quien realmente ella piensa que es y que su pasado (y también su futuro) tengan que ver mucho con Gilead. Pronto la trama de la novela hará que su aparentemente apacible vida en Canadá empiece a correr peligro.

 

Tanto Agnes como Jade serán narradoras orales, ya que están grabando sus recuerdos en magnetófonos, sin que los historiadores del futuro tengan demasiado claro si esas grabaciones se realizaron en uno de los refugios de Mayday, la asociación que lucha por la caída de Gilead desde dentro, aunque también con conexiones en el exterior.

 

Aunque el lector al principio piensa que las tres voces narrativas están evocando el mismo momento del tiempo, al final se dará cuenta de que no tiene por qué exactamente así. De hecho, durante gran parte de la narración sentí que Agnes y Jade era dos adolescentes de la misma edad, en el mismo momento del tiempo, para descubrir, más tarde que se llevan casi diez años. Con este detalle me ha parecido que Atwood demostraba gran pericia narrativa.

 

Como comenté al hablar de El cuento de la criada, en esta novela la tensión narrativa iba creciendo lentamente hasta acumularse de forma muy eficiente en el tramo final. En este sentido, Los testamentos es una novela más de «acción». Esto no evita que también haya reflexiones sobre el mundo creado y el lector conocerá nuevos detalles del funcionamiento de la república de Gilead. En este sentido, he tenido la sensación de que el mensaje crítico y antimachista de este libro se hace bastante más explícito en esta segunda novela que en la primera; resultando, por tanto, en este sentido El cuento de la criada una novela más sutil que Los testamentos.

 

En la página 354 leemos: «Por ejemplo, el lema de todo lo que había en el Muro solía ser Veritas, que significa “verdad” en latín, aunque luego habían borrado las letras con un cincel y las habían borrado con pintura.» En esta frase he querido ver un homenaje explícito de Margaret Atwood a su admirado George Orwell, porque en Rebelión en la granja también existe un muro en el que, al principio de su revolución, los cerdos escriben sus mandamientos animalistas, para, más tarde, ir acortándolos o tachándolos.

He leído Los testimonios con agrado y me ha parecido la obra de una escritora solvente, con mucho oficio, teniendo además consciencia de que había escrito esta novela ya cerca de sus ochenta años; pero es justo señalar que El cuento de la criada me ha parecido una obra más conmovedora, sutil y magistral en su planteamiento y desarrollo. En otras palabras: Los testamentos es una buena novela, mientras que El cuento de la criada es una obra maestra.

 

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