domingo, 3 de enero de 2021

Plata quemada, por Ricardo Piglia

 


Plata quemada, de Ricardo Piglia

Editorial Anagrama. 227 páginas. 1ª edición de 1997; ésta es de 2015.

 

De Ricardo Piglia (Adrogué, provincia de Buenos Aires, 1940 – Buenos Aires, 2017) había leído hasta ahora buena parte de su obra: las novelas Respiración artificial, Blanco nocturno y El camino de Ida; sus libros de cuentos La invasión, Prisión Perpetua y Los casos del comisario Croce, su ensayo El último lector y sus diarios Los diarios de Emilio Renzi. Sabía que a Plata quemada se la considera una de las novelas más destacadas de Piglia, uno de mis autores favoritos de los últimos tiempos. No he había acercado a ella porque estuvo envuelta en un escándalo en Argentina, cuando le fue concedido a Piglia allá el premio Planeta, acusando a la editorial de haber concedido un premio pactado de antemano por una novela que Piglia ya tenía contratada previamente. En realidad, pensándolo en frío, lo llamativo es que algo así sea motivo de escándalo en Argentina, cuando en España el hecho de que el premio Planeta (como tantos otros correspondientes a editoriales privadas) está concedido de antemano es de sobra conocido y aceptado. «¡Qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!», decía el policía de Casablanca en el local de Rick. Pues eso. Que hubiera polémica con el premio Planeta concedido a Plata quemada no rebaja, en cualquier casa, el aliento literario con el que Piglia pudo escribirla. Y, tras acabarla, digo ya que se ha convertido en uno de sus libros favoritos para mí, que soy un gran admirador. Vi la novela en La Casa del Libro de Gran Vía, en Madrid, y sentí el impulso de comprarla y de leerla de forma inmediata. Como así hice.

 

Según la contraportada, «esta novela cuenta una historia real. Se trata de un caso de la crónica policial que tuvo como escenarios Buenos Aires y Montevideo en 1965.» Al comentar en las redes sociales que estaba leyendo esta novela, un contacto argentino me señaló que, en realidad, no se trataba de una verdadera novela de no ficción sobre un crimen real, al estilo de A sangre fría de Truman Capote, sino que Piglia se había inventado casi todo. Llegó un momento que casi me convenció de que la novela al completo era una ficción, pero algún otro contacto me hizo ver que el caso policial sí que había existido en el Río de la Plata de 1965. He leído algún artículo de la prensa uruguaya (sobre todo uno del escritor Leonardo Haberkorn) donde se precisa que, aunque el caso policial fue real, Piglia se tomó más de una licencia poética al recrearlo. En las páginas finales de la novela, Piglia ha dejado un epílogo, que empieza con estas palabras: «Esta novela cuenta una historia real.» (pág. 221), al final del epílogo narra el encuentro en un tren con la novia de uno de los atracadores del banco, y dice que así es cómo comienza su interés por la historia. Este encuentro, al parecer, es falso; o más bien, también forma parte de la ficción. Me parece un juego interesante sobre los límites de la ficción y el periodismo o la novela de investigación. Piglia le hace creer al lector que todo lo que ha leído se ha basado en entrevistas con los testigos, reproducciones de los juicios, los informes policiales o psiquiátricos, y puede que no sea así, que, con el sustrato de un caso policial real, lo cierto es que haya construido una ficción. En algún momento de la novela, Piglia recrea los pensamientos de personajes que van a morir en el tiempo narrativo del libro y, por tanto, no existe posibilidad real de que pueda haber accedido a esos pensamientos en una investigación personal.

 

La discusión sobre la realidad o no de lo narrado me parece interesante, pero no es determinante para el disfrute de esta novela. Que lo contado esté basado en un informe policial o provenga de la imaginación de Piglia no hace a la obra literaria más o menos valiosa; el triunfo de un libro como Plata quemada (o de cualquier otro) ha de ser literario, ha de contener una verdad en su propia lógica, sin necesidad de apoyarse en el dato que provenga de la pura realidad.

 

A finales de 1965 un grupo de delincuentes comunes recibe un soplo sobre un furgón que ha de salir de un banco, en San Fernando, un barrio residencial a las afueras de Buenos Aires, con el dinero de los sueldos de una compañía, y organizan un asalto. El atraco no va a ser nada sofisticado; de hecho, la banda de criminales retratados en Plata quemada pertenece a «la pesada», que es, como en jerga argentina, se designa a un grupo de criminales violentes y con facilidad para usar armas de fuego. En el atraco están involucrados miembros de la policía, pero el grupo de delincuentes decide jugársela y huir con el dinero sin repartirlo con ellos. La idea será permanecer unos días en un departamento de Buenos Aires, para pasar poco después a Montevideo, donde tienen preparado otro departamento y esperar allí a que se calmen las aguas.

 

En el primer capítulo Piglia presenta a sus personajes y el escenario en el que se va a cometer el crimen. Entre el elenco de personajes destacan «los mellizos»: «Los llaman los mellizos porque son inseparables. Pero no son hermanos, ni son parecidos.». Dorda es grande y rubio, un tipo casi sin palabras,  el «Gaucho Rubio» le llaman. Un tipo que, como nos recordará su informe psiquiátrico de la cárcel oye voces dentro de su cabeza, a las que siente como una interferencia de radio. Dorda procede del interior, del campo, donde empezó a matar pequeños animales, hasta que pronto asesinó a una persona, iniciando una carrera de «criminal nato». El Nene Brignone es flaco y además es la voz de Dorda, con el que parece entenderse por gestos. Dorda y Brignone también son amantes, aunque ninguno se consideraría a sí mismo como un «homosexual». En gran medida, Plata quemada es una novela sobre «vieja masculinidad», sobre un mundo de hombres que confían en la violencia y la agresividad como un modo de vida, en un mundo de hombres cuya idea de gallardía y valor es la de morir antes de entregarse a la policía, la de morir matando. «La escuché como si me encontrara frente a una versión argentina de una tragedia griega. Los héroes deciden enfrentar la muerte y resistir, y eligen la muerte como destino.», escribe Piglia en el epílogo, en la página 225 del libro.

 

Uno de las grandes logros de la novela es la mezcla de registros lingüísticos, desde el puramente periodístico, al policial, al psiquiátrico, y sobre todo al propio de los criminales rioplatenses, «Yuta», «cana» o «taquería» serán, por ejemplo, tres sinónimos de «policía». Otro de los logros de Piglia es su capacidad para contar la historia sin juzgar a los personajes. En realidad, tanto policías como criminales parecen pertenecer al mismo mundo siniestro. Piglia no enfrente a la luz contra la oscuridad, ni al orden frente al caos, sino a dos haces de oscuridades diferentes que chocan entre sí. Además se habla también aquí de los «crímenes ideológicos», puesto que las bandas políticas y terroristas que luchaban por la vuelta de Perón al país en más de un caso han devenido, y se han mezclado, con la delincuencia común. «Los pistoleros se cortan, en el momento de ser detenidos, con yilé, en los antebrazos y en las piernas para no ser picaneados. “Si hay sangre no hay picana, porque con la corriente te vas en seco”.», (pág. 60) así se habla de las torturas policiales.

 

Me ha gustado que también aparece en Plata quemada como personaje Emilio Renzi, un joven periodista que está realizando una crónica del caso. Renzi es el alter ego de Piglia, que aparece en más de uno de sus libros. En Plata quemada se hace una descripción de Renzi (con anteojos y pelo enrulado) que coincide con la del mismo Piglia. En Los diarios de Emilio Renzi, Piglia usaba a este personaje para hablar de sí mismo. En estos diarios, Piglia mostraba en muchos momentos su interés por el género policial. Si bien en obras como Blanco nocturno, homenajea a autores como Raymond Chandler, en Plata quemada parece homenajear a los libros de crímenes reales, como el que ya he citado A sangre fría de Truman Capote.

El final del libro me ha parecido muy bello, intercalando las violentas escenas de un tiroteo entre la policía y los delincuentes con los recuerdos de la infancia de Dorda. En estas páginas, Piglia consigue que el lector sienta empatía y compasión por Dorda, el «criminal nato».

Ricardo Piglia es un autor de grandes páginas, de grandes rachas literarias en sus libros, y en más de un caso sus novelas acaban por írsele de las manos o por desinflarse. Plata quemada me ha parecido tal vez su libro más redondo; una obra de arte muy lograda.

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