domingo, 26 de mayo de 2019

Del tiempo y el río, por Thomas Wolfe


Del tiempo y el río, de Thomas Wolfe

Editorial Piel de Zapa. 690 páginas. Primera edición de 1935, ésta es de 2013.
Traducción de Maruja Gómez Segalés

A través de Twitter entré en contacto con la editorial Piel de Zapa, cuyos editores me ofrecieron su última novedad para reseñarla. Les comenté que el libro que realmente me apetecía leer y reseñar de su catálogo, en ese momento, era Del tiempo y el río de Thomas Wolfe (Asheville, Carolina del Norte, 1900 – Baltimore, 1938) y ellos muy amablemente me lo enviaron al colegio donde trabajo.

Hacía ya años que había hojeado (más de una vez) esta novela en alguna librería y había pensado que, en algún momento, tenía que acometer el viaje literario de leer seguidos El ángel que nos mira y Del tiempo y el río, las dos grandes obras de Wolfe. Una vez aceptado el envío de esta última novela, la decisión ya estaba tomada. Entre los dos libros leí, en un fin de semana, una novela corta de otro autor, pero salvo este pequeño paréntesis he estado prácticamente dos meses dentro del mundo de Thomas Wolfe.

Sabía que la escritura de Thomas Wolfe era principalmente autobiográfica, pero no estaba seguro de hasta qué punto se podía considerar a Del tiempo y el río como una segunda parte de El ángel que nos mira. Me sentí muy feliz cuando empecé a leer Del tiempo y el río y comprobé que esta nueva novela se ensamblaba de un modo perfecto con El ángel que nos mira. Al terminar El ángel que nos mira el lector dejaba a Eugene Gant, su protagonista, paseando por su pueblo natal, Altamont en Carolina del Norte (un trasunto de su verdadero pueblo natal, Asheville), a los diecinueve años. En realidad, Eugene se está despidiendo de su pueblo, porque al regresar a casa desde la universidad del estado, sabe que ha sido admitido en la universidad de Harvard y que va a irse a vivir a su deseado Norte. Las primeras páginas de Del tiempo y el río describen a Eugene en la estación de Asheville despidiéndose de su familia, así que la narración empieza el día en el que efectivamente se marcha a Boston. Había podido imaginar que, para narrar las distintas etapas de su vida, Wolfe podía haber elegido a distintos alter egos, y que esta segunda novela iba a estar protagonizada por alguien diferente, pero en realidad se podría considerar que El ángel que nos mira (1929) y Del tiempo y el río (1935) son la misma novela, pese a algunas diferencias estilísticas debidas a la evolución del autor.

Según la Wikipedia, El ángel que nos mira contiene 180.000 palabras y Del tiempo y el río 380.000. Es decir, Del tiempo y el río es una novela más del doble de larga que El ángel que nos mira, aunque en el formato de Valdemar la primera ocupaba 733 páginas y en el formato de Piel de Zapa la segunda 690. La verdad es que hubiera agradecido que la edición de Piel de Zapa tuviera más páginas y una letra algo más grande, pero una vez que me metí en la historia, ésta me arrastró como la corriente de un río poderoso y me dejé llevar. Eso sí, creo que nunca había tardado tanto en pasar una página de un libro.

Eugene sale de Altamont hacia Harvard a los diecinueve años, aunque le queda poco para cumplir veinte. En Del tiempo y el río acompañaremos a Eugene en su paso por Boston y Nueva York, entre medias regresará por una corta temporada a Altamont, y saldrá de allí con la sensación de que no va a poder regresar jamás, que su vida tendrá que desarrollarse fuera de Carolina del Norte. En el tramo final del libro, Eugene viajará a Inglaterra, donde pasará una temporada en Oxford, y luego se trasladará a Francia, donde vivirá principalmente en París.

No sé si antes de que se publicase en 1935 Del tiempo y el río ya había aparecido en Estados Unidos alguna «novela de campus», ese subgénero tan anglosajón en el que los escritores sitúan el escenario de su obra en una universidad. Pero si no es la primera, Del tiempo y el río tiene que ser una de las novelas que inauguran este tipo de narrativa. Eugene quiere triunfar como dramaturgo y por eso acude a las clases de arte dramático del famoso profesor Hatcher. Del periodo universitario Wolfe sólo hablará de las clases que recibe Eugene de este profesor, que se convertirá en epítome de la vida universitaria del protagonista. Eugene, como tantos jóvenes, está convencido de que va a triunfar como escritor de obras de teatro, y, por supuesto, empezará fracasando. El rechazo a la obra en la que ha puesto tantas esperanzas (y aquí podríamos ver ecos de Las ilusiones perdidas de Honoré de Balzac) se producirá mientras esté en la casa de su madre en Altamont, algo que le convencerá para partir y no volver. Será aquí cuando llegue a Nueva York y se convierta él mismo en profesor.

Del tiempo y el río, como ya he apuntado, es una novela muy extensa, pero a pesar de esto el lector siente continuamente que se le está hurtando información sobre lo que ocurre con Eugene. La técnica narrativa de Wolfe consiste en describir algunas escenas o a algunos personajes con mucho detalle y luego, cuando acaba con estas escenas, se produce un salto temporal en la historia y será el lector el que tenga que rellenar los huecos en la lógica de la narración. En este sentido, las elipsis narrativas son muy marcadas y esto genera, de algún modo, un distanciamiento entre el lector y el personaje. Entre una de estas escenas significativas y la siguiente, que pueden ocupar muchas páginas, Wolfe escribe evocaciones –normalmente grandilocuentes– sobre la esencia del tiempo o sobre los grandes espacios norteamericanos. Diría que en estas descripciones poéticas (en muchos casos de viajes en tren que atraviesan Norteamérica o remontan el río Hudson) está presente la poesía de Walt Whitman, y que –como ya apunté al comentar El ángel que nos mira– estas páginas de Wolfe son un claro antecedente de la prosa del Jack Kerouac de En el camino.
En cualquier caso, conviene apuntar que estas dos grandes obras de Wolfe no son «novelas de trama»; el lector no se va a ver atrapado por puntos de giro narrativos que le hagan querer seguir siempre leyendo. La prosa de Wolfe es poética y morosa, y describe algunos de los momentos más importantes de la vida de un niño o de un joven (Del tiempo y el río habla de la vida de Eugene desde que va a cumplir veinte años hasta los veinticuatro).

Como ocurría en El ángel que nos mira, el narrador le hace ver de un modo consciente al lector que el texto que tiene entre manos es una evocación del pasado, porque en algunos momentos se adelantan detalles del futuro del protagonista. Así, por ejemplo, cuando Eugene llega a Harvard se lee: «Nunca lo supo, pero ahora un furioso frenesí se adueñó de su alma, de su vida, y se sintió perseguido por el sueño del tiempo. Diez años vendrían y desaparecerían, sin que lograra descansar un momento de ese frenesí; diez años de anhelos, de deseos, de todo lo que constituye el delirio de la vida de un joven.» (pág. 83)

Wolfe describirá sobre todo a algunos de los amigos con los que va a encontrarse Eugene, como a Francis Starwick en Harvard (al que volverá a encontrarse en París) o al judío Abe Jones, que será su mejor amigo en Nueva York. Se suele decir que la narrativa judía norteamericana parte de la novela Llámalo sueño de Henry Roth, publicada en 1934, y ya comenté en la reseña de El ángel que nos mira, que tenía la impresión de que Roth había leído este primer libro de Wolfe. En Del tiempo y el río hay una descripción de la familia judía de Abe Jones que me ha recordado mucho a lo leído sobre los judíos neoyorkinos de Henry Roth. Lo curioso es que Eugene se siente consumido por pasiones que considera oscuras e inconfesables, y atribuye a la comunidad judía una templanza de espíritu superior a la suya. Escritores judíos como Henry Roth y Philip Roth le dan en su obra la vuelta a esta idea, haciendo que sus personajes judíos se sientan desubicados en Norteamérica y que anhelen la armonía que atribuyen a los anglosajones.

Ya apunté en la reseña de El ángel que nos mira que algunos de los pasajes en los que la tercera persona cedía la voz narrativa al monólogo interior me hacían pensar en la influencia del Ulises de James Joyce sobre Wolfe. En Del tiempo y el río Eugene escribe en una de las páginas del diario que lleva en París: «Creo que la mejor prosa inglesa es la del Ulises de James Joyce.» (pág. 504)
Al finalizar El ángel que nos mira el lector sabía que el padre de Eugene se encontraba muy enfermo y acabará de morir en el primer tercio de Del tiempo y el río.  El prólogo de El ángel que nos mira estaba escrito por Maxwell E. Perkins, el editor de Wolfe, y allí contaba que había tenido que retirar muchas de las páginas de Del tiempo y el río en las que se hablaba de esta muerte sin que Eugene, que es el vehículo conductor de la narración, esté presente. Me sorprendió ver que sí que existían páginas en esta novela en las que se hablaba de esa muerte y en las que Eugene no estaba presente. ¿Son páginas quitadas y que volvieron en una versión posterior? Creo que no, que Perkins sugirió a Wolfe que retirara muchas páginas de su manuscrito y que éste lo hizo. En cualquier caso, una novela de 380.000 palabras es ya de una extensión enorme.
Me gustaría comentar que en algunas de estas páginas que hablan de la muerte del padre he sentido la intensa presencia de dos escritores a los que admiro mucho: sobre todo cuando se habla del médico Mc Guire, que pasaba en vela la noche bebiendo y pensando en una mujer, he sentido la influencia en las obras de William Faulkner y de Juan Carlos Onetti. Toda la densidad envolvente de la prosa oscura y poética de Faulkner y de Onetti estaba contenida en estas páginas publicadas en 1935.
Me ha extrañado que casi no hay escenas sexuales en Del tiempo y el río, ni durante muchas páginas se habla del deseo sexual o amoroso de Eugene, que era un tema importante en El Ángel que nos mira. Ya comenté en la reseña de esta primera novela que algunas de sus escenas de sexo explícito tuvieron que resultan escandalosas para la fecha de su publicación, 1929. ¿Aconsejó el editor Perkins a Wolfe hacer desaparecer el material de su nuevo libro que le pareciera sexualmente escabroso? Diría que sí, porque se me hizo algo raro que, de repente, en este libro, publicado seis años más tarde que el otro, durante muchas páginas, haya desaparecido el deseo sexual de Eugene.
En cualquier caso, es recomendable centrase aquí en lo que sí que está –que es mucho y talentoso– que en lo que hipotéticamente no está.

Cuando la novela se acerca a su fin y Eugene siente que está dejando atrás Francia y que ha de volver a Estados Unidos empieza a despedirse de algunos de sus amigos de París y se adelanta la información de que con algunas de esas personas no va a volver a hablar en su vida, entonces el lector siente con toda intensidad la fuerza de la vida y la juventud que se le va de los dedos. «Los ríos jamás se detienen», leemos en la página 384. Los ríos no se detienen, ni el tiempo, ni la vida, ni la gran literatura.

He estado casi dos meses leyendo a Thomas Wolfe, leyendo El ángel que nos mira y Del tiempo y el río como si se tratase de una única y gran novela río de 2.000 páginas. Sé que la extensión de estas obras puede hacer dudar a más de un lector, y que es posible que ante su escaso tiempo libre para leer acabe eligiendo obras más ligeras, pero desde luego si abre estos libros, sin buscar grandes tramas, sino simplemente el pulso y los anhelos de la vida de un joven, es posible que se acabe sintiendo tan deslumbrado como lo he acabado por estar yo. El ángel que nos mira y Del tiempo y el río son dos de las grandes obras maestras del último siglo y Eugene Gant es uno de los más grandes personajes literarios del siglo XX.

2 comentarios:

  1. Añado este título al de "El ángel que nos mira" que ya lo tengo apartado para leerlo este verano. Los buscaré en la Feria del Libro.
    Un abrazo

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