domingo, 18 de marzo de 2018

Miedo en el cuerpo. 25 años de terror con Valdemar, por Varios Autores.


Editorial Valdemar. 848 páginas. 1ª edición de los textos: siglos XIX, XX y XXI. Esta edición es de 2012.
Varios traductores.

En el verano de 2015 leí Felices pesadillas. Los mejores relatos de terror aparecidos en Valdemar. Una antología de cuarenta cuentos que los editores de Valdemar habían seleccionado en 2003, buscando en sus libros publicados en los últimos veinticinco años (1987-2003). Como aquel libro funcionó y (según les pude escuchar a los propios editores en la Feria del Libro de Madrid) tuvieron que dejar fuera muchos relatos que merecían estar dentro de la antología (una de las premisas era que la antología sólo podía contener un cuento por autor), sacaron un segundo volumen titulado Malos sueños. Felices pesadillas 2. En mayo de 2017, por mi cumpleaños, mi novia ‒conocedora de mi afición por la lectura de cuentos de terror en verano‒ me regaló Miedo en el cuerpo. 25 años de terror con Valdemar, pensando que era el segundo volumen de las antologías de cuentos de Valdemar y no el tercero, como en realidad es. Esta situación me fuerza a leer el segundo volumen en algún momento, tal vez en el verano de 2018.

Entre julio y agosto de 2017 pasé quince días de vacaciones en México y decidí tomar de casa para el viaje Miedo en el cuerpo. Pensé que, si me llevaba una novela, más de un día no podría leer, y no me gusta acercarme a las novelas sin continuidad. Un libro de relatos era lo más adecuado. En el viaje me dio tiempo a leer la mitad de la antología. Ya en Madrid acabé el resto en unos cuantos días de vacaciones.

Si la gran mayoría de los cuentos de Felices pesadillas eran del siglo XIX, los de Miedo en el cuerpo son más bien del XX. En esta última antología, los cuentos están ordenados como en la primera: por la fecha de nacimiento del autor. Esto hace que, en más de un caso, no se lean cronológicamente. Me habría gustado que se indicara la fecha de publicación original de cada cuento, porque si un autor vive, por ejemplo, ochenta años, no es lo mismo que haya publicado su cuento con veinticinco años (en 1925, por ejemplo), que con setenta (en 1970, por tanto).

A mí, como admirador que soy del trabajo de Valdemar, me ha resultado muy interesante el prólogo de Miedo en el cuerpo, donde se habla de la historia de la editorial.
Si Felices pesadillas contenía cuarenta relatos, Miedo en el cuerpo tiene treinta y cinco.

Miedo en el cuerpo se abre con un cuento de Edgar Allan Poe, el titulado El hombre de la multitud. Ya lo había leído en la antología Pioneros. Cuentos norteamericanos del siglo XIX, editada por Menoscuarto. Éste es en realidad un cuento más de atmósfera misteriosa que de terror, que se lee con agrado.

El ojo invisible o El albergue de los tres ahorcados de Erckman y Chatrian es un cuento potente sobre los quehaceres de una bruja y el que será su vengador.

En esta antología también aparece Ambrose Bierce con Desapariciones misteriosas, un cuento formado con microrrelatos con una temática común, que es la que apunta el título. Me gustó más El clan de los parricidas que aparecía en Felices pesadillas. Y ésta podría ser una tónica general de lo que ocurre en Miedo en el cuerpo: cuando un autor aparece en las dos antologías, el cuento seleccionado para el primer libro suele ser mejor. Lo que significa que el criterio de los editores de Valdemar para elegir los cuentos de la primera antología era el más indicado, o al menos yo coincido con él.

La casa del juez de Bram Stoker, sobre un estudiante que, buscando un lugar tranquilo para preparar unos exámenes, acaba en una casa encantada por el espíritu de un juez malvado, es un cuento muy divertido (para mí lo terrorífico es, en la mayoría de los casos, simplemente divertido).

El Horla de Guy de Maupassant ya lo había leído en un librito de Alianza 100. Un cuento muy redondo sobre el terror a lo invisible y a la locura.

El sótano de la plaga de Robert Louis Stevenson me decepcionó bastante. Incluso diría (con dolor) que es el cuento que menos me ha gustado de Miedo en el cuerpo; su anécdota histórica queda muy perdida y su inclusión en esta antología parece algo forzada.

Me ha gustado El fabricante de monstruos de William Chambers Morrow. Su científico loco que desea realizar experimentos en humanos es divertido y desasosegante. Un relato que cae en lo gore de forma asombrosa para la época.

La sonrisa muerta de Francis Marion Crawford propone un misterio, pero el autor da demasiadas pistas y el lector puede descifrarlo antes de tiempo. Sus elementos góticos acaban siendo excesivos.

Historia verdadera de un vampiro, del Conde Stanislaus Eric Stenbock, es un cuento correcto, pero creo que no resulta novedoso frente a otros cuentos de vampiros que ya he leído, como por ejemplo Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu.

La mujer lobo de Clemence Housman es uno de los cuentos más largos de la antología. Me gusta más su comienzo que su resolución. Su ambientación inicial está muy lograda; después, el desarrollo y la conclusión resultan un tanto excesivos. Me recuerdo leyendo este cuento en un hotel de Puebla y la verdad es que es una imagen bastante agradable.

El conde Magnus de M. R. James ya lo había leído. Valdemar tiene un libro con los cuentos completos de M. R. James que es realmente muy recomendable. James es uno de los maestros del cuento de terror, y en este cuento queda demostrado su dominio del género. La historia no está contada de forma directa, sino a través de las anotaciones de un estudioso. Esta distancia entre narrador y protagonista de la historia hace que se acreciente el misterio de lo narrado y que la escritura sea más sutil que la de otros autores de terror, que acaban cayendo en el cliché y en lo pulp.

Tengo ganas de leer alguno de los libros de cuentos de Arthur Machen que ha publicado Valdemar, y empecé a leer La pirámide resplandeciente (el cuento de esta antología) con interés. Se plantea un misterio, con amigo detective del protagonista, que prometía, pero el final me ha resultado algo decepcionante.

El valle de la muerte de Ralph Adams Cram me parece un correcto cuento de terror que me sirve para reflexionar sobre varias cosas. En él, como en otros cuentos de la antología, un narrador cuenta a terceros (en torno a un café, por ejemplo) un suceso acaecido hace muchos años. El suceso es éste: en el pasado acabó encontrándose con un fantasma, un vampiro o un lugar maldito (como es el caso del presente cuento). El protagonista sobrevive al encuentro y por eso puede narrarlo en el futuro. La fuerza de este tipo de cuentos reside, en gran medida, en la atmósfera creada, porque el núcleo narrativo acaba siendo simple: en mi pueblo había una persona, un lugar extraño… y un día pude contemplarlo cara a cara. Lo vi y no me ocurrió nada. El valle de la muerte es un relato sencillo pero efectivo, la atmósfera y los detalles están bien captados y me gusta la técnica del protagonista que narra la historia a terceros muchos años después (una técnica presente en bastantes de los cuentos aquí reunidos).

De Robert W. Chambers se habló bastante cuando se puso de moda True detective, ya que se decía que la atmósfera de la serie estaba tomada de sus cuentos de él, en concreto de su serie sobre el Dios amarillo. Digo desde ya que El signo amarillo es uno de los cuentos que más me ha gustado de Miedo en el cuerpo. Su atmósfera inicial, con un pintor al que empieza a desasosegar la presencia de un extraño guardián de la iglesia que queda enfrente de su casa, está conseguida, y el cuento da un giro para entrar en un territorio inesperado cuando los protagonistas tengan que enfrentarse a la presencia de un libro extraño y maldito, que me ha recordado al Necronomicon de Lovecraft. Por este tipo de cosas apuntaba al principio que me habría gustado un orden cronológico de la publicación inicial de los relatos, para poder comprobar si realmente Chambers se vio influido por Lovecraft o fue al revés.

La marca de la bestia de Rudyard Kipling es otro de los mejores relatos del libro. Como ya ocurrió con el cuento de Kipling que contenía Felices pesadillas, este autor suele destacar en una antología de este tipo. Si en La extraña cabalgata de Morowbie Jukes (el cuento de Felices pesadillas) conseguía llevar al lector hacia el desasosiego sin usar elementos fantásticos, en La marca de la bestia elige directamente el tono fantástico, pero sin renunciar a una descripción verosímil y contenida de los personajes y el exótico ambiente de la India. Cada día tengo más ganas de leer el libro de Cuentos completos de Kipling de la editorial Acantilado.

Negotium Perambulans de Edward Frederic Benson, sobre una casa poseída por la presencia de un ser extraño en un pueblo, es un buen cuento en el mismo sentido en que lo era El valle de la muerte de Cram, pero desde luego no brilla tanto como La habitación de la torre, el cuento de Benson incluido en Felices pesadillas. También debería decir que La habitación de la torre es uno de los mejores relatos de terror que he leído nunca.

Un profesor de egiptología de Guy Boothby me ha parecido más un cuento fantástico que terrorífico. Un cuento sobre una chica a la que consiguen trasladar al antiguo Egipto transformada en un personaje histórico. No me acabó de convencer.

Cuando empecé a leer La nave abandonada de William Hope Hodgson tuve la impresión de que ya lo había leído en la antología Mares tenebrosos (también de Valdemar), pero en realidad no lo había hecho. Lo curioso es que La nave abandonada está ambientado en el mismo mundo de mares tormentosos y luego en calma, con pecios fungosos a la deriva de otros cuentos de Hodgson, como Una voz en la noche. Cada día estoy más convencido de que debería leer la antología de Hodgson de cuentos de terror en el mar que también sacó Valdemar.

Tigresa, de David H. Keller, lo leí el verano pasado. Formaba parte de la antología Los hombres topo quieren tus ojos y otros relatos sangrientos de la Era Dorada del pulp. Y sí, para qué negarlo; Tigresa es un relato muy pulp (y divertido también).

Muerte de un dios de Henry S. Whitehead, sobre un caso de magia negra en Haití, es un relato convincente y da color a una antología como ésta. Recuerdo que en Felices pesadillas también había un relato similar y me gustó bastante.

Me ha gustado La señora Lunt de Hugh Walpone. Es un cuento de fantasmas bastante bien escrito. En Felices pesadillas había otro cuento de Walpone titulado La máscara de plata que también me gustó bastante. Esto me hace pensar que tal vez debería leer La noche de todos los santos, el libro de Hugh Walpone publicado por Valdemar. «Todas las historias de este género dependen de su verosimilitud para conservar el interés», escribe Walpone en la página 507 y, por supuesto, tiene razón.

Creo que es la tercera vez (al menos) que leo El modelo de Pickman de H. P. Lovecraft. Lo cierto es que me gusta más el cuento La llamada de Cthulhu, incluido en Felices pesadillas, pero El modelo de Pickman también es un gran cuento. Uno de los mejores del libro, para mí que soy un gran seguidor de la obra de Lovecraft. Al leer su cuento no dejo de pensar que muchos de los otros cuentos de esta antología parecen un juego por parte de los autores, pero que Lovecraft parece creer de verdad en lo que escribe, y esta es una diferencia fundamental entre los demás autores y él.

En el cuento de Lovecraft se cita al siguiente autor incluido en esta antología: Clark Ashton Smith. Tengo ganas de leer a Smith desde hace muchos años, desde que sé que es uno de los integrantes del llamado Círculo de Lovecraft. El jardín de Adompha es uno de los cuentos más originales de Miedo en el cuerpo. En él, Smith crea un mundo fantástico que tiene que ver con una fantasía medieval (con reyes y magos) y en este escenario sitúa su eficiente historia macabra.

Frank Belknap Long es otro autor perteneciente al Círculo de Lovecraft. Por eso en su cuento Los perros de Tíndalo el personaje, gracias a una droga, consigue visitar un pasado de la Tierra muy anterior al hombre y descubre allí la presencia de seres Primigenios, muy al gusto de Lovecraft.

En la página 579 llegamos a uno de los maestros del pulp: Robert E. Howard. Su cuento El valle de lo perdido, incluido en Felices pesadillas, fue uno de los que más me gustaron de este libro, debido a su mezcla delirante de géneros. Los moradores bajo la tumba ‒el relato de Miedo en el cuerpo‒ tiene algún elemento en común con el anterior, pero su vuelo es a menor escala. Howard me parece un narrador pulp puro, y es otro de los autores de Valdemar de los que me apetece leer una antología.

Conocía a Fritz Leiber más como autor de ciencia ficción que de terror. Su cuento La chica de los ojos hambrientos me ha gustado porque los terrores que plantea me han resultado modernos, con la presencia de la publicidad en juego y la sutileza de no acabar de mostrar de qué clase de “monstruo” está hablando; aunque el lector intuye que se traba de un cuento de vampirismo.

En El horror de Salem, Henry Kuttner recrea algunos de los mitos de brujería de esta localidad. Es un buen cuento, en cierto modo entroncado temáticamente con El ojo invisible o El albergue de los tres ahorcados de Erckman y Chatrian, que es el segundo cuento de esta antología. Esto también hace, en cierto modo, que la propuesta de Kuttner suene a clasicismo un tanto impostado.

Me ha gustado leer El demonio negro de Robert Bloch (ya saben, el escritor de la novela en que se basa la película Psicosis de Alfred Hitchcock) porque es un cuento del que había oído hablar. En la Narrativa completa de Lovecraft (también publicada por Valdemar) existe un cuento en el que se narra la muerte de un nuevo joven amigo del autor, que se podría identificar con Bloch. Este cuento era una reacción a otro de Bloch en el que habla de su relación con un autor muy parecido a Lovecraft, que acaba muriendo de forma dramática. El demonio negro es ese cuento.

El pequeño asesino de Ray Bradbury me ha gustado porque el terror que se plantea en él está lejos de clichés. Un matrimonio joven tiene un bebé, y la madre empieza a tener miedo de él porque piensa que no es un bebé normal. Su miedo empieza a contagiarse. Me gusta cómo juega Bradbury con los miedos del hombre moderno. Además, mantiene la ambigüedad para el lector de saber si se trata de un cuento fantástico o psicológico.

Con Los hijos de Noah de Richard Matheson me ha ocurrido lo mismo que con el cuento anterior, que también me ha parecido muy moderno. Aquí el terror emana de unos policías de pueblo que detienen, por exceso de velocidad, a un hombre a las tres de la mañana.

El prodigio de los sueños de Thomas Ligotti lo había leído ya en el libro Noctuario. No es el cuento de este libro que más me gustó; me parece que había en él otros mejores. Sin duda, es un buen cuento de terror y Ligotti uno de los mejores defensores del género en la actualidad.

Me ha sorprendido para bien Compañeras de labor, del que, hasta ahora, pensaba que sólo era un dibujante y escritor de cómics, Alan Moore. El cuento habla de dos brujas condenadas por sus crímenes a ser quemadas en la hoguera. Los escenarios pueden ser tan antiguos como los de los cuentos de Poe, pero el tratamiento es mucho más moderno. Sobre todo es moderno en lo referente a la libertad sexual con la que expone sus temas.

No me ha acabado de convencer El pecio de la muerte de Simon Clark y John B. Ford, porque me parece que son dos escritores relativamente jóvenes (nacidos en 1958 y 1963) jugando a escribir un pastiche que no les corresponde. El pecio de la muerte es un texto sobrecargado, con una adjetivación excesiva. Los términos «maligno» o «misterioso» se repiten de forma impía.

Mucho más que el anterior, me gustan los dos cuentos con los que acaban la antología: ¡Levantaos! de Jay Alamares y El fin del mundo tal como lo conocemos de Dale Bailey. El primero sobre zombis y el segundo sobre el apocalipsis. Me gustan porque los dos escritores son conocedores de los convencionalismos del género, y juegan con ellos desde la ironía y el humor. En el primero, los zombis leen a Sartre, y en el segundo el autor le cuenta al lector que no piensa explicarle por qué el protagonista del cuento es el único que no muere cuando todos los hacen. ¿Quién da más?

No estaba seguro de ir a lograrlo, pero al final he hablado un poquito de cada uno de los treinta y cinco cuentos que componen Miedo en el cuerpo. Es posible que Felices pesadillas sea una antología de cuentos de terror más redonda que ésta, pero la que hoy traemos aquí, al elegir cuentos más modernos, también tiene grandes piezas y al final resulta un libro muy entretenido.

Ya lo he dicho muchas veces: me lo paso muy bien leyendo cuentos de terror en las vacaciones de verano y, en general, Miedo en el cuerpo no me ha defraudado en absoluto. En gran medida, me ha dado la diversión adolescente que estaba buscando. Imagino que el verano que viene leeré Felices pesadillas 2.

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