domingo, 4 de septiembre de 2016

El espectáculo del tiempo, por Juan José Becerra

El espectáculo del tiempo, por Juan José Becerra.
Editorial Candaya. 525 páginas. 1ª edición de 2015; esta de 2016.

En mayo y junio de este año, los editores de Candaya, Paco y Olga, empezaron a mostrar mucho entusiasmo en las redes sociales por la publicación de esta novela de Juan José Becerra (1965, Junín, provincia de Buenos Aires). Son editores que miman mucho lo que publican, pero por este libro (y también por Anatomía de la memoria del mexicano Eduardo Ruiz Sosa) parecen sentir una predilección especial.
Empecé a buscar información sobre El espectáculo del tiempo y vi que el libro lo publicó el año pasado la editorial Seix Barral de Argentina. En la prensa argentina se han escrito entusiastas reseñas sobre él. Así, por ejemplo (cita recogida en la contraportada), Daniel Guebel, de Clarín, escribe: «El espectáculo del tiempo es un gran libro, una obra maestra; le damos de antemano el premio escalafonario de libro del año, y diría también que su autor, Juan José Becerra, es “el” gran novelista argentino». Quien siga mi blog sabrá que siento una especial predilección por la literatura argentina, y, por tanto, después de leer las reseñas que encontré de la novela, me apeteció leerla. Me puse en contacto con los editores de Candaya para que me la enviaran. Me comentaron también que Becerra quería que el libro apareciera en España en su editorial porque el autor ya había publicado con ellos otra novela en 2012: La interpretación de un libro. Olga y Paco, tan amables como siempre, me enviaron el libro, que llegó justo un día antes de que me fuera a pasar dos semanas al norte de Mallorca. Me pareció una señal y decidí llevarme la novela conmigo. Al estar de vacaciones he podido dedicar bastantes horas del día a leer y, a pesar de sus 525 páginas, lo acabé en ocho días, un tiempo impensable si llego a tomar el libro en época de trabajo.

El otro libro que me llevé a Mallorca fue Los hombres topo quieren tus ojos, la antología de relatos de la era dorada del pulp que Jesús Palacios seleccionó para la editorial Valdemar. Esta antología, sobre el submundo pulp del Weird Menace, era muy divertida y loca, y el propio Palacios afirmaba que los cuentos incluidos no habían sido seleccionados por su calidad literaria, sino porque cumplían una serie de requisitos formales y eran representativos de un tipo de narración que se dio en Norteamérica en la década de 1930. Me lo pasé muy bien con este libro, pero recuerdo perfectamente la sensación que tuve la mañana que empecé a leer El espectáculo del tiempo después de haber acabado el último relato de la antología de Jesús Palacios: bien, me he divertido en la hamburguesería, he recordado la sensación adolescente de comerme un whopper y de disfrutar de una película de Spielberg, pero ahora toca volver a hacerse mayor y recordar el camino recorrido sobre el refinamiento del gusto, y el disfrute del delicatesen de la gran prosa.

El protagonista de El espectáculo del tiempo ha nacido en 1965, como el autor, y se llama Juan Guerra (un nombre que parece una contracción de Juan José Becerra). Durante el tiempo principal de la novela (luego hablaré del tiempo, tal vez el gran protagonista de este libro), Guerra regenta en su ciudad natal, Junín (al norte de la provincia de Buenos Aires) los cines Lumière, que parecieron abrirse para languidecer lentamente.
La novela está organizada en capítulos (aunque sería casi más adecuado hablar de fragmentos narrativos) encabezados por una fecha, que marca el tiempo narrativo del capítulo o fragmento. La voz narrativa es la de Juan Guerra y los fragmentos recogen principalmente algunos de los momentos más destacados (o más recordables) de su vida, que se extiende hasta algunos episodios de la vida de sus padres o de sus amigos.
Además de la fecha de nacimiento y el parecido en el nombre, en un momento de la novela (pág. 126) un personaje interpela al narrador: «¿Y vos sos escritor?». Así que los paralelismos entre narrador y escritor parecen aumentar. En otras páginas, la voz narrativa reflexiona sobre lo escrito: «No me llama para nada la atención ver que no cumplí con lo que me juré –no citar escritores en la novela‒ cuando hoy, 24 de septiembre de 2012, releo este párrafo» (pág. 32) o «Silvia también es mi mujer de ahora, 5 de diciembre de 2014, cuando (eso espero) leo este libro por última vez» (pág. 154). También, de forma irónica, en algún momento se interpela al posible lector extranjero de la novela: «Cuatrocientos pesos. Para el lector internacional interesado en economías emergentes, en esos días equivalían a cuatrocientos dólares» (pág. 17); o: «Esa última escena era el armisticio en versión cómic de la masacre de indígenas que arrumbó a las comunidades más antiguas contra la cordillera de Los Andes y les quitó la base vital de su cultura: la caza del ganado silvestre, las orgías y las masacres de sobremesa (este comentario es exclusivo para los lectores y turistas extranjeros que creen que el sujeto vernáculo de la pampa es el gaucho)» (pág. 458).

En la página 73 encontramos un párrafo que puede ser una de las claves compositivas del libro: «Pero querer dormir no fue dormir. Apareció el insomnio y el terror de no poder salir de la nube negra en la que estaba, y en la que no pasaba nada, salvo que el tiempo se iba, cayendo pesadamente al mismo abismo del que había salido (esa noche me volví cronofóbico y, tal vez, nació este libro). Era la angustia típica que produce el tiempo cuando se lo ve pasar en vano, surgida de lo que todavía no llega, y de lo que aún no se va, y que provoca un stress vago y específico, el de estar aquí, ahora, en la nada del presente: una nada vivida».

Podría pensarse que Juan Guerra (al que Martín Prieto le dedica dos líneas en el libro Breve historia de la literatura argentina porque alguna vez escribió cuentos) juega a recordar algunos momentos de su vida, pero en realidad, a lo que juega es a la reconstrucción. En la página 432 leemos: «1976, 1979, 1987, 1988 No sé qué hice». Sin embargo, en los fragmentos narrativos en los que sí desarrolla los recuerdos, en ellos no parece haber fisuras. Salvo en una ocasión (en la que el narrador constata que en un relectura ha detectado un error en el recuerdo, y por tanto en lo escrito sobre él), al lector le llega siempre una información precisa de un momento de la vida del narrador en 2004 o 1992, por ejemplo. Se recrean los hechos y las sensaciones que provocan los hechos. Además, en más de un fragmento la recreación de los hechos incluye el uso de un vocabulario técnico de una precisión (por ejemplo, cuando se habla del club de aviación de Junín) que escapa a la capacidad del recuerdo.
Además de la vida del protagonista, éste también recrea la vida de otros personajes, principalmente de su padre y de algunos amigos (la de Lorenzo Costa principalmente) con una precisión imposible para tratarse del recuerdo de una narración oral sobre los hechos acaecidos a un tercero. Sobre este aspecto reflexiona la propia novela: «La ilusión de remontar el tiempo solo podía cumplirse, en la apariencia de los hechos –en los hechos, nunca‒, con un regreso al espacio donde el espacio se conservaba muerto aunque pareciera vivo» (págs. 499-500).


Los fragmentos narrativos avanzan a saltos aparentemente sin orden, aunque es cierto que en más de una ocasión se concatenan varios, encabezados por la misma fecha. Juan Guerra recrea algunos hechos de su vida y parece eludir otros; por ejemplo se habla mucho de sexo, y de la relación con algunas de sus amantes (Mónica, Bárbara y Silvia, principalmente), pero no de la relación con sus hijos. De refilón, el lector recibe la información de que en 2014, el narrador tiene ya cuatro hijos.

Aunque el narrador decide no hablar de sus hijos, sí que se explaya, sin embargo, al desgranar la relación que mantiene con su padre, un hombre tan contradictorio como imprevisible. El padre es una de las grandes creaciones de la novela. También me ha gustado mucho el desarrollo de la historia de amor enfermizo del amigo del narrador, Lorenzo Costa, con su amante Laura Vázquez. Si se reunieran todos los fragmentos en los que se desarrolla esta subtrama podríamos obtener una gran novela corta.

Ya he comentado al principio que es posible que el gran personaje de esta novela, más que Juan Guerra, sea el Tiempo, y la percepción que las personas conseguimos tener de él, de su pérdida o su evolución, de la conciencia, como dice un astronauta argentino en un discurso, de que el tiempo humano es insignificante frente al tiempo del cosmos.

Juan José Becerra juega en esta novela a la destrucción de las estructuras narrativas. Si El espectáculo del tiempo lo hubiera escrito un autor que disfruta tanto de la precisión matemático-narrativa de sus novelas como Mario Vargas Llosa, el lector habría acabado percatándose de que los recuerdos alternados (sobre el padre, sobre su amigo Lorenzo, sobre el trabajo en el cine…) habrían acabado cumpliendo un patrón. No existe tan patrón en la novela, lo que podría llegar a desesperar a algún lector amante del orden y las tramas que avanzan de forma cronológica. Ésta es la novela de un cronófobo, como ya apuntamos, y el tiempo fluye, se detiene, se expande…

La estructura, el juego reconstructivo de los recuerdos, también se rompe de forma patente en alguna ocasión. El caso más claro creo que es éste: en 2006 Juan ha quedado con Mónica (que fue su primera novia) y ven pasar por la carretera una caravana de autos deportivos. El siguiente fragmento narrativo también nos remite a 2006 y nos empieza diciendo que Juan y Mónica contaron los autos, eran casi cien. Aquí dejamos de leer sobre Juan y Mónica y la voz narrativa empieza a describirnos la historia del viaje de esos autos y se acerca a la mirada de un periodista deportivo que ha de cubrir el evento. Especulo sobre el significado narrativo de este tipo de fragmentos: Juan Guerra es escritor e inventa historia sobre lo que ve, historias imaginadas que, después de los años, acaban teniendo la categoría de recuerdos reales. En otra ocasión se recrea también la historia de un asesino norteamericano tras la lectura de una noticia en un periódico.

En otros momentos se reproducen hechos históricos de otros siglos: por ejemplo, cuando Juan nos habla de los cines Lumière, la narración se va hasta 1895 para hablarnos de la relación entre los hermanos Lumière en el momento de inventar el cinematógrafo. O cuando Juan nos habla en el 2002 de su madre y dice que nació en el pueblo de Morse, en el fragmento siguiente nos vamos a 1844 para reproducir la historia del invento del código Morse.

Si bien el narrador es Juan Guerra y la mayoría de las páginas de la novela reproducen su escritura, también hay otros acercamientos a la narración: se reproducen las páginas de un diario, un poema gauchesco moderno, el discurso de un astronauta, un email…

Creo que lo que menos me ha gustado de la novela son unas anotaciones de los años 2000 y 2001, que se corresponden con las páginas 309-343 en las que Guerra describe el contenido de unos vídeos de carácter sexual que ha grabado en compañía de su amante. Lejos de resultar eróticas, estas páginas parecen, más bien, una descripción forense. Quizás el autor quería hablarnos de la relevancia, pero también de la repetición, de los momentos sexuales, pero creo que lo hace durante un número excesivo de páginas.

Dentro de la tradición argentina, el Juan José Becerra de esta novela tal vez podría entroncar con Juan José Saer, el escritor de Santa Fe, al que siempre le gustó analizar cómo se formaba la percepción de la realidad de sus personajes.

El tono narrativo de Juan Guerra es desapasionado, a veces levemente irónico y a veces triste («La felicidad no es un tema de la literatura», nos dice en la página 131 y esto explique quizás que el autor hable tanto de su padre pero no de sus hijos). En muchas de sus páginas, la prosa de esta novela es deslumbrante, y no por exuberancias coloristas ni barroquismos, sino por su precisión e inteligencia a la hora de analizar el paso del tiempo y los motivos conductuales de los personajes.

Juan José Becerra ha escrito con El espectáculo del tiempo una novela muy ambiciosa, que tiende tanto a la dispersión como al fragmento narrativo sublime, una novela que trata de emular el flujo del tiempo, que nos habla de la condición humana y que, en su propia propuesta, lleva implícita su refutación: el tiempo humano es insignificante.

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