domingo, 5 de julio de 2015

La campana de cristal, por Sylvia Plath

Editorial Pocket Edhasa. 383 páginas. 1ª edición de 1963, ésta es de 2013.
Traducción de Elena Rius.

Recuerdo haber leído sobre la obra y la vida de Sylvia Plath (Boston, 1932 – Londres, 1963) en algún suplemento cultural de los años 90, y recuerdo haber sentido fascinación hacia su imagen joven, atractiva y trágica. Fue en 1998 cuando compré su libro de poemas más famoso, el titulado Ariel. Un libro de poemas que no acabé de leer en su momento, no llegué a conectar con su poesía, en muchos casos surrealista (no quiero hablar más sobre Ariel, porque habrá una reseña sobre este libro el próximo domingo). Sin embargo, desde hace mucho tenía pendiente leer la única novela de esta poeta, La campana de cristal. Es uno de los relatos que escribí hace tiempo uno de los protagonistas leía este libro, lo que tenía una simbología en el cuento (yo sabía de qué iba la novela aunque no la hubiese leído), y aunque sólo fuese por esto me parecía que le debía una lectura. Hace unas semanas (creo que ya meses) se la vi en clase a una de mis alumnas de segundo de bachillerato, una alumna aficionada a la literatura de autores como Irvine Welsh, Ernest Hemingway o George Orwell (éste último autor lo conoció gracias a que yo mando en primero de bachillerato para mi clase de economía la lectura de Rebelión en la granja, de lo que siento muy contento). Comenté el libro con mi alumna y le pedí que me lo dejara una vez que lo hubiera acabado. A veces siento envidia de ese pequeño grupo de alumnos del colegio donde trabajo que se han aficionado a la literatura y están ahora leyendo a Jack Kerouac, por ejemplo. Me da un poco de rabia cuando les veo acercarse a libros fundamentales, que en muchos casos yo ya he leído y que ya no podré leer por primera vez, pero en otros casos esos libros no los he leído –como ocurría con La campana de cristal-, mientras me pierdo en un mar de novedades literarias.

Así que después de tantos años de rondar la lectura de La campana de cristal, por fin me he acercado a ella.
Este libro está escrito en 1961y en él Sylvia se acerca – a través del alterego que supone su protagonista, Esther Greenwood- a acontecimientos de su vida que tuvieron lugar en 1953. En junio de este año Sylvia se trasladó de Boston a Nueva York para trabajar como becaria en la revista Mademoiselle. En agosto, de vuelta a la casa materna, se intenta suicidar ingiriendo pastillas. Se había escondido en el sótano de la casa y fue encontrada al tercer día. Se salvó porque el exceso de pastillas tomadas la obligó a devolver. Tras este episodio fue ingresada en un centro psiquiátrico. En 1954 pudo, sin embargo, regresar a la universidad.

La novela comienza con Esther Greenwood, una joven de diecinueve años, en Nueva York. Ella procede de un pueblo a las afueras de Boston y ésta es la primera vez que sale del estado de  Massachusetts. Ha ganado un premio de redacción convocado por una revista de moda, y junto con otras chicas de cualquier rincón de Estados Unidos comparte estancia en el hotel Amazon. El premio les permite conocer a personas famosas en el campo en el que han ganado su premio y trabajar como becarias para la revista.
La narración de las semanas que Esther pasa en Nueva York está contada con gracia y sentido del ritmo. Diría que estas páginas están influenciadas por El guardián entre el centeno de J. D. Salinger, publicado en 1951. Esta primera mitad del libro (las semanas en Nueva York) funcionan como una novela de iniciación, muy en la tradición narrativa americana: los acontecimientos se suceden de forma rápida y el lector se hará una composición de la personalidad de los personajes según reaccionan a los sucesos más que por sus reflexiones. Pero existen ciertos elementos aquí que nos hacen pensar que lo leído supera en cierta forma a la clásica novela de iniciación: un aire sombrío se cierne de forma constante sobre las aventuras de Esther en Nueva York. Ésta es la primera frase de la novela: “Era un verano extraño, sofocante, el verano en el que electrocutaron a los Rosenberg y yo no sabía qué estaba haciendo en Nueva York.” El enunciado “yo no sabía qué estaba haciendo en Nueva York” entronca con la poética de El guardián entre el centeno, con el nihilismo aventuro beatnik, pero la forma de señalar el tiempo -“el verano que electrocutaron a los Roseberg”- nos da ya el tono del estado de ánimo de Esther. En la segunda página Esther nos pone al corriente que no puede apartar de sus pensamientos la cabeza del cadáver que le había mostrado Buddy Willard, un joven estudiante de medicina de su mismo pueblo natal y que parece destinado, según la visión tradición del mundo de la década de 1950 en Estados Unidos, a ser su marido. Esther se relaciona con las otras chicas que han ganado el premio de escritura, conoce a gente en un Nueva York sofocante, pero muchas de las metáforas con las que explica la realidad tienen que ver con la muerte y la oscuridad.
El fin de la estancia en Nueva York de Esther se acerca y desde la revista que le concedió el premio le piden la realización de una foto. “No quería que hicieran la foto porque iba a llorar. No sabía por qué iba a llorar, pero sabía que si alguien me hablaba o me miraba con demasiada atención, las lágrimas brotarían de mis ojos y los sollozos brotarían de mi garganta y lloraría durante una semana.”, leemos en la página 162 y a partir de aquí vamos a comprender que el verano se ha torcido definitivamente para Esther.
Vuelve a su casa materna en el pueblo de Boston. Y aquí parece empezar, aunque no esté marcado en el texto, una segunda parte de la novela. Se baja del tren y va al encuentro de su madre. Así queda descrito el momento: “Una calma veraniega extendía su reconfortante mano sobre todas las cosas, como la muerte” (pág. 181).

Los planes de Esther no funcionan: no ha recibido la beca de creación que estaba esperando, tal vez intente escribir una novela de trasfondo autobiográfico…, pero los pensamientos negativos irán apoderándose de ella y la idea del suicidio cobra cada vez más fuerza. Hasta que lo acabará llevando a cabo la Esther de la novela de una forma similar que lo llevó la Sylvia de la realidad. Entonces empezará para Esther un peregrinar por diferentes instituciones psiquiátricas. Atrás quedan para ella y el lector los días de Nueva York, que, a pesar de la losa amenazante con que estaban narrados, constituirán el pasado agradable de la novela.
Lo curioso es que se percibe entre una parte y otra de la novela un cambio de tono: el estilo rítmico, con metáforas negativas, de la primera parte, da pie ahora a un estilo más seco, más cerebral. Sylvia Plath elige un estilo más aséptico, más plano, para describir las etapas de desequilibrios psíquicos más fuertes de Esther; y esto hace que se dé la paradoja de que las semanas aventureras de Esther en Nueva York parezcan estar narradas por una persona desequilibrada y las de su estancia en psiquiátricos estén narradas por alguien perfectamente cuerdo.

La campana de cristal se convirtió en un mito del movimiento feminista estadounidense cuando fue publicada la novela en este país en 1971 (primeramente se hizo en Gran Bretaña en 1963, con el seudónimo de Victoria Lucas, semanas antes del suicidio de la autora). Parece ser que el problema psiquiátrico de Sylvia Plath sería un trastorno bipolar que en la época no fue tratado de la forma más adecuada. Llegó a recibir (igual que la Esther Greenwood de su novela) electroshocks.
La campana de cristal está escrita en 1961 y narra acontecimientos de una década antes, el tema de la libertad femenina está muy presente en este libro:
“El problema era que yo detestaba la idea de trabajar para los hombres de cualquier forma que fuera.”  (pág. 124)
“Yo no podía soportar la idea de que una mujer tuviera que tener una vida pura de soltera y de que un hombre pudiera tener una doble vida, una pura y otra no.” (pág. 133)
“Lo que odio es la idea de estar a merced de un hombre –le había yo dicho a la doctora Nolan.” (pág 347)
En la página 349 aprovecha un permiso del hospital psiquiátrico para acudir al médico y comprar un diafragma: “Estoy trepando hacia la libertad, libertad del temor, libertad de no casarme con la persona inadecuada.”


Quizás en la segunda parte Sylvia Plath aceleró el proceso de escritura (he leído en internet que el libro fue escrito en un periodo breve de tiempo), y esto hace que en algunas de sus escenas se abuse de las elipsis y que no quede del todo clara la relación entre los personajes; pero sin duda, La campana de cristal es una lectura intensa, de gran potencia, escrita con las entrañas, que tras finalizarla, cuando Esther puede retomar su vida, nos deja el poso de una inquietante pregunta que en realidad nos apela a todos nosotros: “¿Cómo podría yo saber si algún día en la universidad, en Europa, en algún lugar, en cualquier lugar, la campana de cristal con sus asfixiantes distorsiones, no volvería a descender?” (pág. 378)

4 comentarios:

  1. He aterrizado aquí por azar, buscando cosas de Bellow. Me han servido. Y me anoto empezar algo de Saer. Un cordial saludio

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    1. Hola Javier:

      Me alegra que le haya interesado el blog. Espero que disfrute de sus lecturas.

      Saludos

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  2. ¡Qué envidia me dan tus alumnas, David! Las mías no leían a Plath ni por casualidad, a lo más que llegaban era a Stephen King y sobre todo a las historias vampíricas tan de moda en su momento (¡y aún hoy según creo!)
    Yo a Plath llegué leyendo blogs y sobre tod a través de una entrada de David del blog "Las lecturas de Mister Davidmore" referida a autores de libros únicos. Leí "La campana de cristal" y me causó una bárbara impresión que comenté en mi blog.
    Tu entrada me ha interesado mucho, especialmente cuando citas la relación de tono con "El guardián entre el centeno" de Salinger.
    Un abrazo

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    1. Hola Juan Carlos: tampoco te pienses que todos mis alumnos leen a escritoras como Sylvia Plath, que también leen las sagas de vampiros o no leen nada. Lo de esta chica es bastante excepcional, aunque lo cierto es que este año he tenido unos grupos en bachillerato en los que extrañamente se leía bastante y cosas bastante interesantes.

      Saludos

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