domingo, 16 de junio de 2019

El hermano mayor, por Daniel Mella


El hermano mayor, de Daniel Mella.

Editorial Comba. 182 páginas. Primera edición de 2016, esta de 2017.

Ya comenté la semana pasada que hablé con Juan Bautista Durán –el editor de Comba– para que me enviara los dos libros publicados de Daniel Mella (Montevideo, 1976), y así poder leerlos y reseñarlos. Durán publicó en 2017 la novela El hermano mayor, que había ganado en Uruguay el prestigioso Premio Bartolomé Hidalgo de Narrativa, y un año después el libro de cuentos Lava, que había ganado ese mismo galardón en su edición de 2013.
Me propuse leer los dos libros seguidos y respeté el orden de escritura por parte de su autor. Fue una buena idea, porque en El hermano mayor se dan algunas de las claves de escritura del libro de relatos.

En el tormentoso verano de 2014 murió, alcanzado por un rayo, uno de los hermanos pequeños de Daniel Mella en una caseta para socorrista («casilla de guardavidas», en el vocabulario uruguayo de la novela) de la playa, profesión que Alejandro (el nombre del hermano en el libro) ejercía durante unos meses al año. Este trabajo le permitía disfrutar de una de sus grandes aficiones: el surf.
Daniel Mella acomete la escritura de esta novela, con un gran componente autobiográfico, para exorcizar esa muerte y el dolor que ha dejado en su familia. «Su muerte va a caer un 9 de febrero, para siempre dos días antes de mi cumpleaños. Alejandro tendrá 31 la madrugada de esa fecha cuya luz jamás verá y en la que de cuatro hermanos pasaremos a ser tres»: así empieza el libro en la página 7. Por tanto, El hermano mayor se puede incluir en la llamada «narrativa de duelo», que en España nos ha dado libros como La hora violenta de Sergio del Molino, Luz de noviembre, por la tarde de Eduardo Laporte o El jardín de la memoria de Lea Vélez.

Durante la lectura de El hermano mayor, el lector se llegará a preguntar si el libro que tiene entre las manos es autobiográfico o Daniel Mella está haciendo ficción. Más de una pista indicará al lector atento que la voz narrativa de esta novela debe de estar muy cercana a la de su autor. El protagonista del libro se llama Daniel y, por ejemplo, en la página 44 el narrador nos habla del proceso de escritura de su primera novela, titulada Pogo, que coincide con el título de la primera novela que Mella publicó en la realidad.

El tiempo narrativo principal abarca más o menos dos días, los que transcurren desde la mañana en que la familia recibe la noticia de que Alejandro ha muerto alcanzado por un rayo esa pasada noche, hasta que se vela el cadáver y se esparcen sus cenizas en el mar. Durante la primera mitad del libro, el narrador retrocede hasta el pasado para hablarle al lector de su relación con Alejandro o con el resto de su familia. También nos hablará de la Negra, su exmujer, con la que ha tenido dos hijos. Daniel ha mantenido alguna relación con otras mujeres desde que se separó de la Negra, pero justo desde unos meses antes de que ocurra el accidente de Alejandro siente que se ha vuelto a enamorar de ella y está pasándolo mal, porque la Negra parece haber iniciado una relación en serio con otro hombre. El dolor que el narrador siente por culpa de su exmujer se frenará de golpe al tener que asumir la muerte del hermano menor, el cual, al romper la regla mental que dice que los padres o los hermanos mayores deben morir antes que los hijos o los hermanos pequeños, ha pasado a ser «el hermano mayor».
Durante la primera parte, Daniel se muestra irascible con su familia y su personaje no acaba de hacerse simpático. La prosa de esta novela es de efecto rápido y frase escueta y expositiva, menos poética que la empleada en los cuentos de Lava. En esas narraciones la sensación de amenaza y misterio era más fuerte que la de la novela, y la prosa ajustada, sobre todo gracias a las ricas enumeraciones y el gusto por el detalle, estaba más conseguida en los cuentos que en El hermano mayor. Al leer la novela he tenido la sensación de que había una trama muy cercana a la realidad (la muerte del hermano y la devastación que ésta provoca en la familia, que Daniel no sabe muy bien cómo afrontar) y una subtrama (la relación de Daniel con su exmujer) que se acercaba más a la ficción. Diría que me han resultado más artificiosas las páginas en las que se habla del distanciamiento de la exmujer y el nuevo enamoramiento, que aquellas que tratan la asunción de la muerte de un familiar. En general, la tensión narrativa (ya sea provocada por la realidad o por la ficción) es considerable.

Aunque en el libro no hay capítulos o partes, he sentido que El hermano mayor estaba dividida en dos partes. La que ya he comentado y una segunda en la que, en vez de hablar del presente narrativo (asunción de la muerte) y de la relación de Daniel con su familia o su ex, se hablaba de un pasado más remoto, en el que el narrador, haciendo metaficción, expone su relación con la escritura, y además –siguiendo con esta nueva subtrama–, se adentra en el futuro del tiempo narrativo principal. Es decir, va a dejar atrás los dos días posteriores a la muerte del hermano para contarnos el proceso que le llevará a escribir sobre esa experiencia.
Yo he disfrutado más de esta segunda parte que de la primera. Las páginas metaficcionales del libro se han convertido en mis favoritas. Aquí nos encontramos con algunas de las claves compositivas de la novela: «En lo que estaba escribiendo casi nadie decía lo que había dicho ni hacía lo que había hecho. Es más, todos tenían los nombres cambiados. Y en lugar de cinco hermanos, como en la realidad, en el libro éramos cuatro. A Pablo, el del medio, lo había tenido que dividir entre todos los demás» (pág. 128).

Al comentar los cuentos de Lava, dije que La emoción de volar me había gustado pero que su final iba perdiendo tensión narrativa. Ahora que he leído esta novela, que en gran medida habla de los libros anteriores del autor, me doy cuenta de que era una narración más autobiográfica de lo que pensaba. Daniel Mella no solo practicó mucho el baloncesto en su adolescencia, sino que también –como el protagonista de ese cuento– perteneció a una familia de mormones. En El hermano mayor dedica más de una página a hacer un ajuste de cuentas con ese pasado religioso de su familia, unas páginas punzantes que para mí son las mejores del libro. Me han gustado mucho las reflexiones que hace el autor sobre la relación que acaba existiendo entre la escritura y la lectura que hacen de ella los padres del autor. «No tengo modo de saber que lo que estoy escribiendo verá la luz un día, pero recuerdo razonar que si mi madre llegase a leer aquella escena, quedaría destrozada» (pág. 120). En este sentido, la novela se acercaba a algunos planteamientos de Philip Roth.

El tono aparentemente ligero, que acaba hablando de escritores y de sus problemas con su entorno, además de la crisis de la masculinidad al llegar a los cuarenta, me ha recordado a la prosa del escritor argentino Pedro Mairal y su novela La uruguaya.

Creo que Lava es un libro de cuentos muy bueno y que El hermano mayor es una buena novela. Daniel Mella es un escritor importante en Uruguay, que en España ha pasado algo desapercibido. Lo que es una pena, porque estos dos libros me llevan a situarlo en un puesto muy alto dentro del panorama actual de la narrativa latinoamericana.
Espero que Juan Bautista Durán se anime y acabe publicando las primeras novelas de este autor (Pogo de 1997, Derretimiento de 1998 y Noviembre de 2000), que empezó tan joven y que estuvo diez años sin escribir.

domingo, 9 de junio de 2019

Lava, por Daniel Mella


Lava, de Daniel Mella

Editorial Comba. 165 páginas. Primera edición de 2013, esta de 2018.

Hace cerca de un año me escribió a través de Twitter Juan Bautista Durán, el editor de Comba, con quien compartí espacio en la web de la revista Eñe. Juan Bautista me preguntaba si me apetecía leer El hermano mayor del escritor uruguayo Daniel Mella (Montevideo, 1976), un libro que había sonado bastante en Uruguay. En aquel momento le comenté que tenía demasiados compromisos de lectura pendientes y que quizás le pidiese el libro más adelante. Ocurrió que unos meses después, hablando con Antonio Jiménez Morato, éste me habló muy bien de Daniel Mella, y varios meses después entré en la web de la editorial Comba y estuve curioseando su catálogo. Ahí vi que además de El hermano mayor, Mella había publicado su libro de cuentos Lava. Pinché sobre este libro y empecé a leer las páginas del primer relato, que están disponibles en la web. Rápidamente me convencí de que me apetecía leer a Mella, que su prosa encajaba bastante bien con el tipo de relatos que me suelen gustar. Además, me di cuenta de que mi admirado Elvio E. Gandolfo elogiaba la obra de Mella. Así que pensé que había llegado el momento de escribirle a Juan Bautista Durán para que me enviara estos dos libros.

Daniel Mella empezó a publicar muy joven. Sus novelas Pogo (1997), Derretimiento (1998) y Noviembre (2000) aparecen cuando todavía es un veinteañero. Después dejó de escribir ­­–o al menos de publicar– hasta que apareció el conjunto de cuentos Lava en 2013. En España la editorial Lengua de Trapo publicó al menos una de las primeras novelas de Mella en 1999, Derretimiento.

Lava está formado por siete cuentos, y casi todos suelen tener al menos veinte páginas. Ya he comentado más de una vez que ésta es una distancia narrativa que me gusta mucho.

El primer cuento, Lava, es el que da título al conjunto. En él, una pareja joven, que ha decidido tener un hijo, se va a de vacaciones al sur de Chile para ver el volcán de Pucán. La descripción de los tranquilos días de vacaciones se va cargando de un sentimiento de tensión, con la amenaza del volcán nevado de fondo. La pareja deja la habitación en la que pernocta y decide irse con un joven local a una casa que alquila su tío al pie de la montaña. El cuento transita entonces entre el lirismo y la extrañeza; la tensión sigue creciendo.
En el prólogo del valioso libro de cuentos La hora de los monos del argentino Federico Falco, Antonio Jiménez Morato hablaba de las características del cuento neofantástico, un tipo de narración en la que lo contado está bastante apegado a la realidad, pero donde las reacciones de las personas o las situaciones no acaban de ser del todo verosímiles. En este sentido, para Jiménez Morato los cuentos de, por ejemplo, Raymond Carver no son realistas. El final del cuento Lava me hizo pensar en esta discusión teórica sobre el cuento. En Lava no acaba de pasar nada directamente fantástico, pero la deriva de las situaciones se hace cada vez más misteriosa y extraña. Es un cuento muy bello y emocionante. El lenguaje es ajustado, pero la mera enunciación de detalles descriptivos hace que la página se vaya cargando de fuerza poética.

Bocanada está contado desde el punto de vista de una mujer joven que ha tenido dos hijos. El cuento se centra en el parto de la segunda hija, que nace con un problema respiratorio. La tensión y la sensación de peligro también están muy bien dosificadas, con la escena final en que la mujer conversa con su marido en un taxi y donde el misterio de las relaciones humanas queda en primer plano. A diferencia de lo que hace Carver (con quien siento muy relacionada la propuesta de Mella), los finales de Mella no tratan de ser epifánicos, sino que la narración abierta tiene un punto de fuga hacia el misterio. De nuevo, un gran relato.

Después de los dos relatos anteriores, estaba empezando a suponer que los cuentos de este libro tenían un hilo conductor, el de las parejas jóvenes y los nacimientos, pero no. La propuesta de Mella es amplia y realmente variada. El narrador del tercer cuento, La esperanza de ver, es un hombre que evoca un episodio de sus catorce años, que guarda relación con el que tal vez fue su primer amor («Me preguntaba si Nicole no sería mi primer amor», pág. 53). «Nicole era chicata», leemos en la página 46. Tuve que buscar en internet qué significaba para un uruguayo la palabra «chicata» porque era algo importante en la trama. «Chicata» quiere decir corta de vista. De hecho, el protagonista acabará pensando que Nicole es prácticamente ciega. La decepción adolescente le llegará al protagonista por algo que acabará viendo y que seguramente preferiría no haber visto. Un bello cuento melancólico sobre el fin de las ilusiones en la adolescencia.

Túpelo está narrado por un uruguayo de veintiséis años que dejó su país y emigró a Bruselas. Nos hablará de los días en que trabajó en un bar llamado Túpelo. Se sucederán las descripciones de personajes variopintos y el final creará en el lector una sensación de extrañeza similar a la del final de Lava. Tensión, precisión y misterio para un final poético, abierto e inesperado. Un final donde el realismo se fragmenta y sus esquirlas se incrustan en las propuestas del cuento neofantástico.

Ahora que sabemos quizás se ha convertido en un mi cuento favorito del conjunto, y el nivel de los siete cuentos es realmente alto. Si hasta ahora teníamos aquí historias de parejas jóvenes, de un adolescente y un joven, aquí nos encontramos con una pareja en la que ambos han pasado ya los sesenta años y están empezando a tener miedo de la vejez. Después de una visita a su suegra de noventa y un años que vive en una residencia, la mujer decide no entrar en la casa que comparte con su marido y dejarse caer en la vereda. El marido la observará desde la ventana. Quizás ésta sea la situación más irreal con la que vamos a encontrarnos en este libro, un cuento muy carveriano, un cuento muy bueno y de un bellísimo final.

En La emoción de volar el narrador es un chico de catorce años que escribe un diario. En La esperanza de ver el protagonista era un adulto que evocaba su pasado a los catorce años, y por tanto la voz narrativa era la de un adulto; en La emoción de volar la voz narrativa es la de un adolescente de catorce años, en los primeros años 90, cuando Irak invadió Kuwait. Como adolescente que es, suele mostrarse exaltado e ingenuo. Este narrador juega al baloncesto (como el propio autor), le están empezando a interesar las chicas y además es mormón (como también fue el autor) y cree en la salvación y el camino de virtud que propone Jesucristo. La narración se extenderá por dos o tres años, anotaciones sobre amigos, resultados de partidos de baloncesto, reflexiones religiosas y comentarios sobre las chicas que conoce y de las que cree enamorarse. El lenguaje es menos rico que el de otros cuentos y tiene alguna torpeza buscada, para simular que está escribiendo de verdad un adolescente, como por ejemplo: «Un amigo me pide que lo acompañe a acompañar a una joven» (pág. 121) o «Tuvimos que esperar como 3 horas para subir porque había cantidad de gente para subir» (pág. 128).
La emoción de volar, con sus casi treinta páginas, es el cuento más largo del conjunto y yo estaba esperando un final explosivo en el que confluyeran sus líneas narrativas; es decir, un final en el que su enamoramiento de las chicas chocara con su fe religiosa, por ejemplo. Quizás el final me haya decepcionado un poco, porque acaba de una forma más huidiza que como pensaba. En cualquier caso es un buen cuento, dentro de un conjunto de relatos muy notable.

En Lámpara el narrador tiene cuarenta y tres años y regenta un quiosco. Recibe la llamada de unos alumnos de la universidad que están haciendo un reportaje sobre su tío, el Lámpara, que fue un músico relativamente famoso en el Uruguay de los años 70 y 80. «Supongo que el Lámpara fue para mí lo que fue para todos: un ejemplo de que había gente que estaba más viva que otra» (pág. 143). El narrador no parece pasar por un momento muy vital. El requerimiento de los universitarios hará que empiece a evocar la relación con su tío y con sus padres, dando lugar a una escritura muy melancólica y poética.

En general, Lava me ha parecido un gran libro de relatos. Daniel Mella nos muestra aquí a un conjunto de personajes muy variado, desde adolescentes que están empezando su camino en la vida, hasta personas que han de encarar la vejez y la muerte. El estilo es preciso y rico en detalles, con momentos muy poéticos. La tensión y el misterio se van expandiendo por las páginas hasta conseguir unos finales abiertos muy potentes.
En 2013 Lava ganó el prestigioso Premio Bartolomé Hidalgo de Narrativa en Uruguay; en España se publicó en enero de 2018. Diría que ha sido un libro que ha pasado un tanto desapercibido, lo cual es una pena, porque contiene cuentos muy valiosos que se merecen llegar a muchos lectores.
Me ha gustado mucho Lava. A continuación leeré su novela El hermano mayor. La semana que viene la comento.

domingo, 2 de junio de 2019

Tres circunvoluciones alrededor de un sol cada vez más negro, por Grégoire Bouillier.

Tres circunvoluciones alrededor de un sol cada vez más negro, de Grégoire Bouillier.

Editorial Hurtado & Ortega. 223 páginas.
Primera edición de 2002, 2004 y 2008; esta de 2017.
Traducción de Ona Rius Piqué y Albert Fuentes

A través del chat de Facebook, me preguntaron los editores de Hurtado & Mendoza si me apetecía que me enviaran algún libro de su editorial para reseñarlo. En un primero momento les contesté que estaba saturado de libros (lo que siempre es cierto), pero unos meses después, navegando por su web, pensé que Tres circunvoluciones alrededor de un sol cada vez más negro del francés Grégoire Bouillier (Tizi Ouzou, Argelia, 1960) tenía muy buena pinta, y se lo solicité para poder leerlo y reseñarlo. Ellos, muy amablemente, me lo enviaron.

Tres circunvoluciones alrededor de un sol cada vez más negro está formado por las novelas: Informe sobre mi persona (2002), El invitado secreto (2004) y Cabo Cañaveral (2008); o más bien debería hablar de dos novelas cortas (las dos primeras) y un relato, puesto que Cabo Cañaveral es un texto de 17 páginas.

Buscando información sobre Bouillier en internet, me encuentro con una entrevista, aparecida en El periódico de Aragón. Aquí, ante una pregunta sobre si lo que escribe es autobiográfico, contesta: «Totalmente. La idea es estar lo más cerca posible de lo que he vivido. No engañar. A veces me sorprendía escribiendo palabras tratando de reconstruir algo pasado, pero veía que no me acordaba de nada. De forma intuitiva ponía palabras en algo que ignoraba. Era una mentira y, por tanto, las tachaba. Si hubiera puesto esas palabras hubiera hecho mala literatura. En lo que no sé, hay que poner no sé. El vacío sólo se puede reflejar con silencio.»

En Informe sobre mi persona el personaje, que nos habla de su vida en primera persona, se llama exactamente Grégoire Bouillier; y a tenor de las historias exageradas y terribles (pero también cómicas) a las que el lector ha de enfrentase, había pensado que el autor se servía de su vida como punto de partida y que a partir de ahí creaba ficción. Pero, como vemos gracias a las palabras de la entrevista que muestro, según Bouillier, él no está haciendo ficción. Como narración autobiográfica, Informe sobre mi persona es un texto totalmente impúdico, y éste acaba siendo, precisamente, uno de sus mayores atractivos. La novela empieza con esta frase: «Tuve una infancia feliz», y a continuación se narra una escena impactante: un intento de suicidio de la madre, que trata de tirarse desde el balcón de la casa. El tono de este primer libro ya está marcado desde estas primeras páginas: se narra algo terrible e íntimo desde una cierta objetividad irónica y mucho sentido del ritmo. Algunas de las historias contadas son tan estrambóticas (como que cuando el autor nació su madre no podía darle el pecho y él rechazó la leche de vaca y de burra y sobrevivió porque acabó tolerando la leche de una cabra) que hacen pensar en el realismo mágico. Aunque lo que realmente está tratando de hacer Bouillier en este primer libro es volver a mirar el mundo con ojos de niño, lo que le lleva a plantear relaciones sorprendentes e inverosímiles entre los sucesos de la realidad. Así, por ejemplo, nos habla del vuelo de sus padres con él desde Argelia (donde nace el autor) a Lyon, en el que se desató una peligrosa tormenta, y con esta idea va hilando otras: «Y más adelante nunca he abandonado un amor por otro ni cambiado de vida o de situación sin que todo se convirtiera en una tormenta. La idea que me hago del cambio es indisociable a la sensación de caos. Tanto es así que a veces el alboroto me ha hecho creer en la necesidad de cambiar. Me da por pensar que si los cielos hubiesen sido apacibles entre Argelia y Lyon, habría surcado ciertos acontecimientos y quizás incluso la vida sin contratiempos.» (pág. 18)

Bouillier va relatando acontecimientos de su vida y, para centrar el recuerdo, suele empezar con una anotación sobre su edad. Así, por ejemplo, leemos en la página 62: «Nueve años. Me encuentro en el inmenso recibidor del apartamento de los Fenwick y Marie-Blanche y yo tenemos que escondernos mientras Fabrice cuenta hasta cien»: una anécdota, tal vez, sobre el despertar sexual, y de ahí salta en el tiempo treinta años para hablar de algún recuerdo de sus relaciones afectivas con mujeres. Después volverá hacia atrás en el tiempo para relatar el momento en que (recordemos que aquí no hay pudor) su hermano mayor se mete en su cama para llevar a cabo juegos sexuales con él; un hermano mayor homosexual que emigrará a Estados Unidos, donde morirá víctima del sida. Rupturas amorosas en la vida adulta, repetidos intentos de suicidio de la madre en la infancia. Todo es tremendo, pero Bouillier consigue relatarlo con mucha gracia, con sentido de la maravilla y, de una forma extraña y talentosa, hace que las rítmicas escenas de su libro acaben siendo una aparentemente ligera celebración de la vida. Y así, uno acaba de leer Informe sobre mi persona con la muy grata sensación de haberse acercado a un nuevo y atractivo escritor, que publica su primer libro pasados los cuarenta. Informe sobre mi persona fue un libro que, al parecer (yo me acabo de enterar), sonó en el mundillo literario francés de 2002 y recibió algún premio.

En la página 119 llegamos a la segunda novela, El invitado secreto. Es curioso percatarse de cómo en este libro, publicado dos años después del anterior, Bouillier juega a ser un escritor diferente al de su debut. En vez de ir pasando de una pequeña historia a otra, como hacía en Informe sobre mi persona, aquí nos va a hablar de una única historia, con una ubicación temporal muy concreta. Esta segunda novela empieza así: «Fue el día de la muerte de Michel Leiris. A finales de septiembre de 1990 o nada más empezar octubre.» Ese día le llama por teléfono una mujer con la que mantuvo una relación durante cuatro años y que le dejó de repente, sin ninguna explicación. La historia va a bascular entre dos polos: el narrador tiene la oportunidad de cerrar una herida del pasado que aún le duele, o por el contrario las heridas se van a reabrir y van a resultar todavía más dolorosas. La mujer le propone acudir a la fiesta de cumpleaños de una amiga artista, que cada año, además de invitar al mismo número de personas que los años que cumple, permite que un invitado traiga a un desconocido. Su expareja ha pensado que Bouillier puede hacer un buen papel como ese «invitado secreto» que propone el título. Bouillier empezará entonces a pensar que su ex ha querido transmitirle con esta propuesta un mensaje secreto y se debatirá entre acudir a la fiesta (que siente como una humillación) o no hacerlo.
El estilo literario de esta segunda novela ha cambiado respecto a la primera. Si en Informe sobre mi persona primaba la frase corta, el salto de una escena a otra y la asociación de ideas chispeantes, en El invitado secreto nos encontramos con frases mucho más largas, envolventes y reflexivas. Además de esto, hay otro detalle que me ha hecho pensar en el escritor austriaco Thomas Bernhard: Bouillier introduce expresiones hechas en su discurso (algo que ya hacía en Informe sobre mi persona), y las remata con expresiones del estilo «como suele decirse.» De hecho, había apuntado en mis notas sobre el libro que el estilo me recordaba a Bernhard, y unas páginas después ha aparecido su nombre en el texto (en la página 139, concretamente). Además, ahora el tono es más sobrio que el del libro anterior.

Si bien el estilo literario cambia de un libro a otro, el narrador sigue siendo el mismo. Aunque no haya referencias directas entre un texto y otro, en Informe sobre mi persona Bouillier le cuenta al lector que su escritor favorito es Homero, y en El invitado secreto hay continuas referencias a sus libros. Además, esto lo relaciona con el viaje de la sonda Ulises por el sistema solar, que da título al conjunto de los tres libros.
La clave para entender el conflicto entre el narrador y su expareja será literaria; y arte y vida quedarán perfectamente imbricados en el tramo final de la historia, con la gracia de un enredo francés al estilo de las películas de Éric Rohmer.
Bouillier añade al texto distintas fotos y documentos para mostrar que lo que cuenta es real y que está hablando de la fiesta de una artista real. Y esto da a la novela también un aire de obra de arte conceptual.

La narración Cavo Cañaveral sirve de coda a este volumen. El estilo es más parecido al de El invitado secreto que al de Informe sobre mi persona, pero con una curiosa diferencia: si bien las ideas se expresan con frases largas como en la segunda novela, en el texto aparecen cortadas de forma abrupta por puntos que no parecen corresponderse con el ritmo del párrafo y que crean una buscada sensación de discurso entrecortado. Aquí Bouillier ya es un autor relativamente conocido y nos narrará una aventura sexual que tiene lugar en provincias cuando ha salido de París para participar en una mesa redonda de escritores. El personaje femenino conoce la obra del autor y sabe que ella misma puede convertirse en material narrativo para él, lo que la llevará a alterar su conducta al relacionarse con el escritor. Así, el libro acaba con una interesante reflexión sobre la narrativa autobiográfica.

Tres circunvoluciones alrededor de un sol cada vez más negro me ha parecido un libro potente y me ha llamado la atención que haya sonado menos en el panorama literario español de lo que debería haberlo hecho. Ya sabemos que la gran literatura ha dejado de habitar de forma exclusiva en las grandes editoriales, pero no deja de ser una pena que a las pequeñas editoriales les cueste tanto acercarse al público, cuando –en realidad– están haciendo, en muchos casos, apuestas muy fuertes por la calidad literaria.
Veo en internet que Grégoire Bouillier, además de estos libros que comento aquí, ha publicado en Francia uno nuevo, titulado Le Dossier M, que salió en dos volúmenes (en 2017 y 2018) de 800 páginas cada uno. Espero que Hurtado & Mendoza, u otra editorial, se anime a publicarlo aquí, porque Grégoire Bouillier me ha parecido un escritor francés muy a tener en cuenta.

domingo, 26 de mayo de 2019

Del tiempo y el río, por Thomas Wolfe


Del tiempo y el río, de Thomas Wolfe

Editorial Piel de Zapa. 690 páginas. Primera edición de 1935, ésta es de 2013.
Traducción de Maruja Gómez Segalés

A través de Twitter entré en contacto con la editorial Piel de Zapa, cuyos editores me ofrecieron su última novedad para reseñarla. Les comenté que el libro que realmente me apetecía leer y reseñar de su catálogo, en ese momento, era Del tiempo y el río de Thomas Wolfe (Asheville, Carolina del Norte, 1900 – Baltimore, 1938) y ellos muy amablemente me lo enviaron al colegio donde trabajo.

Hacía ya años que había hojeado (más de una vez) esta novela en alguna librería y había pensado que, en algún momento, tenía que acometer el viaje literario de leer seguidos El ángel que nos mira y Del tiempo y el río, las dos grandes obras de Wolfe. Una vez aceptado el envío de esta última novela, la decisión ya estaba tomada. Entre los dos libros leí, en un fin de semana, una novela corta de otro autor, pero salvo este pequeño paréntesis he estado prácticamente dos meses dentro del mundo de Thomas Wolfe.

Sabía que la escritura de Thomas Wolfe era principalmente autobiográfica, pero no estaba seguro de hasta qué punto se podía considerar a Del tiempo y el río como una segunda parte de El ángel que nos mira. Me sentí muy feliz cuando empecé a leer Del tiempo y el río y comprobé que esta nueva novela se ensamblaba de un modo perfecto con El ángel que nos mira. Al terminar El ángel que nos mira el lector dejaba a Eugene Gant, su protagonista, paseando por su pueblo natal, Altamont en Carolina del Norte (un trasunto de su verdadero pueblo natal, Asheville), a los diecinueve años. En realidad, Eugene se está despidiendo de su pueblo, porque al regresar a casa desde la universidad del estado, sabe que ha sido admitido en la universidad de Harvard y que va a irse a vivir a su deseado Norte. Las primeras páginas de Del tiempo y el río describen a Eugene en la estación de Asheville despidiéndose de su familia, así que la narración empieza el día en el que efectivamente se marcha a Boston. Había podido imaginar que, para narrar las distintas etapas de su vida, Wolfe podía haber elegido a distintos alter egos, y que esta segunda novela iba a estar protagonizada por alguien diferente, pero en realidad se podría considerar que El ángel que nos mira (1929) y Del tiempo y el río (1935) son la misma novela, pese a algunas diferencias estilísticas debidas a la evolución del autor.

Según la Wikipedia, El ángel que nos mira contiene 180.000 palabras y Del tiempo y el río 380.000. Es decir, Del tiempo y el río es una novela más del doble de larga que El ángel que nos mira, aunque en el formato de Valdemar la primera ocupaba 733 páginas y en el formato de Piel de Zapa la segunda 690. La verdad es que hubiera agradecido que la edición de Piel de Zapa tuviera más páginas y una letra algo más grande, pero una vez que me metí en la historia, ésta me arrastró como la corriente de un río poderoso y me dejé llevar. Eso sí, creo que nunca había tardado tanto en pasar una página de un libro.

Eugene sale de Altamont hacia Harvard a los diecinueve años, aunque le queda poco para cumplir veinte. En Del tiempo y el río acompañaremos a Eugene en su paso por Boston y Nueva York, entre medias regresará por una corta temporada a Altamont, y saldrá de allí con la sensación de que no va a poder regresar jamás, que su vida tendrá que desarrollarse fuera de Carolina del Norte. En el tramo final del libro, Eugene viajará a Inglaterra, donde pasará una temporada en Oxford, y luego se trasladará a Francia, donde vivirá principalmente en París.

No sé si antes de que se publicase en 1935 Del tiempo y el río ya había aparecido en Estados Unidos alguna «novela de campus», ese subgénero tan anglosajón en el que los escritores sitúan el escenario de su obra en una universidad. Pero si no es la primera, Del tiempo y el río tiene que ser una de las novelas que inauguran este tipo de narrativa. Eugene quiere triunfar como dramaturgo y por eso acude a las clases de arte dramático del famoso profesor Hatcher. Del periodo universitario Wolfe sólo hablará de las clases que recibe Eugene de este profesor, que se convertirá en epítome de la vida universitaria del protagonista. Eugene, como tantos jóvenes, está convencido de que va a triunfar como escritor de obras de teatro, y, por supuesto, empezará fracasando. El rechazo a la obra en la que ha puesto tantas esperanzas (y aquí podríamos ver ecos de Las ilusiones perdidas de Honoré de Balzac) se producirá mientras esté en la casa de su madre en Altamont, algo que le convencerá para partir y no volver. Será aquí cuando llegue a Nueva York y se convierta él mismo en profesor.

Del tiempo y el río, como ya he apuntado, es una novela muy extensa, pero a pesar de esto el lector siente continuamente que se le está hurtando información sobre lo que ocurre con Eugene. La técnica narrativa de Wolfe consiste en describir algunas escenas o a algunos personajes con mucho detalle y luego, cuando acaba con estas escenas, se produce un salto temporal en la historia y será el lector el que tenga que rellenar los huecos en la lógica de la narración. En este sentido, las elipsis narrativas son muy marcadas y esto genera, de algún modo, un distanciamiento entre el lector y el personaje. Entre una de estas escenas significativas y la siguiente, que pueden ocupar muchas páginas, Wolfe escribe evocaciones –normalmente grandilocuentes– sobre la esencia del tiempo o sobre los grandes espacios norteamericanos. Diría que en estas descripciones poéticas (en muchos casos de viajes en tren que atraviesan Norteamérica o remontan el río Hudson) está presente la poesía de Walt Whitman, y que –como ya apunté al comentar El ángel que nos mira– estas páginas de Wolfe son un claro antecedente de la prosa del Jack Kerouac de En el camino.
En cualquier caso, conviene apuntar que estas dos grandes obras de Wolfe no son «novelas de trama»; el lector no se va a ver atrapado por puntos de giro narrativos que le hagan querer seguir siempre leyendo. La prosa de Wolfe es poética y morosa, y describe algunos de los momentos más importantes de la vida de un niño o de un joven (Del tiempo y el río habla de la vida de Eugene desde que va a cumplir veinte años hasta los veinticuatro).

Como ocurría en El ángel que nos mira, el narrador le hace ver de un modo consciente al lector que el texto que tiene entre manos es una evocación del pasado, porque en algunos momentos se adelantan detalles del futuro del protagonista. Así, por ejemplo, cuando Eugene llega a Harvard se lee: «Nunca lo supo, pero ahora un furioso frenesí se adueñó de su alma, de su vida, y se sintió perseguido por el sueño del tiempo. Diez años vendrían y desaparecerían, sin que lograra descansar un momento de ese frenesí; diez años de anhelos, de deseos, de todo lo que constituye el delirio de la vida de un joven.» (pág. 83)

Wolfe describirá sobre todo a algunos de los amigos con los que va a encontrarse Eugene, como a Francis Starwick en Harvard (al que volverá a encontrarse en París) o al judío Abe Jones, que será su mejor amigo en Nueva York. Se suele decir que la narrativa judía norteamericana parte de la novela Llámalo sueño de Henry Roth, publicada en 1934, y ya comenté en la reseña de El ángel que nos mira, que tenía la impresión de que Roth había leído este primer libro de Wolfe. En Del tiempo y el río hay una descripción de la familia judía de Abe Jones que me ha recordado mucho a lo leído sobre los judíos neoyorkinos de Henry Roth. Lo curioso es que Eugene se siente consumido por pasiones que considera oscuras e inconfesables, y atribuye a la comunidad judía una templanza de espíritu superior a la suya. Escritores judíos como Henry Roth y Philip Roth le dan en su obra la vuelta a esta idea, haciendo que sus personajes judíos se sientan desubicados en Norteamérica y que anhelen la armonía que atribuyen a los anglosajones.

Ya apunté en la reseña de El ángel que nos mira que algunos de los pasajes en los que la tercera persona cedía la voz narrativa al monólogo interior me hacían pensar en la influencia del Ulises de James Joyce sobre Wolfe. En Del tiempo y el río Eugene escribe en una de las páginas del diario que lleva en París: «Creo que la mejor prosa inglesa es la del Ulises de James Joyce.» (pág. 504)
Al finalizar El ángel que nos mira el lector sabía que el padre de Eugene se encontraba muy enfermo y acabará de morir en el primer tercio de Del tiempo y el río.  El prólogo de El ángel que nos mira estaba escrito por Maxwell E. Perkins, el editor de Wolfe, y allí contaba que había tenido que retirar muchas de las páginas de Del tiempo y el río en las que se hablaba de esta muerte sin que Eugene, que es el vehículo conductor de la narración, esté presente. Me sorprendió ver que sí que existían páginas en esta novela en las que se hablaba de esa muerte y en las que Eugene no estaba presente. ¿Son páginas quitadas y que volvieron en una versión posterior? Creo que no, que Perkins sugirió a Wolfe que retirara muchas páginas de su manuscrito y que éste lo hizo. En cualquier caso, una novela de 380.000 palabras es ya de una extensión enorme.
Me gustaría comentar que en algunas de estas páginas que hablan de la muerte del padre he sentido la intensa presencia de dos escritores a los que admiro mucho: sobre todo cuando se habla del médico Mc Guire, que pasaba en vela la noche bebiendo y pensando en una mujer, he sentido la influencia en las obras de William Faulkner y de Juan Carlos Onetti. Toda la densidad envolvente de la prosa oscura y poética de Faulkner y de Onetti estaba contenida en estas páginas publicadas en 1935.
Me ha extrañado que casi no hay escenas sexuales en Del tiempo y el río, ni durante muchas páginas se habla del deseo sexual o amoroso de Eugene, que era un tema importante en El Ángel que nos mira. Ya comenté en la reseña de esta primera novela que algunas de sus escenas de sexo explícito tuvieron que resultan escandalosas para la fecha de su publicación, 1929. ¿Aconsejó el editor Perkins a Wolfe hacer desaparecer el material de su nuevo libro que le pareciera sexualmente escabroso? Diría que sí, porque se me hizo algo raro que, de repente, en este libro, publicado seis años más tarde que el otro, durante muchas páginas, haya desaparecido el deseo sexual de Eugene.
En cualquier caso, es recomendable centrase aquí en lo que sí que está –que es mucho y talentoso– que en lo que hipotéticamente no está.

Cuando la novela se acerca a su fin y Eugene siente que está dejando atrás Francia y que ha de volver a Estados Unidos empieza a despedirse de algunos de sus amigos de París y se adelanta la información de que con algunas de esas personas no va a volver a hablar en su vida, entonces el lector siente con toda intensidad la fuerza de la vida y la juventud que se le va de los dedos. «Los ríos jamás se detienen», leemos en la página 384. Los ríos no se detienen, ni el tiempo, ni la vida, ni la gran literatura.

He estado casi dos meses leyendo a Thomas Wolfe, leyendo El ángel que nos mira y Del tiempo y el río como si se tratase de una única y gran novela río de 2.000 páginas. Sé que la extensión de estas obras puede hacer dudar a más de un lector, y que es posible que ante su escaso tiempo libre para leer acabe eligiendo obras más ligeras, pero desde luego si abre estos libros, sin buscar grandes tramas, sino simplemente el pulso y los anhelos de la vida de un joven, es posible que se acabe sintiendo tan deslumbrado como lo he acabado por estar yo. El ángel que nos mira y Del tiempo y el río son dos de las grandes obras maestras del último siglo y Eugene Gant es uno de los más grandes personajes literarios del siglo XX.

domingo, 19 de mayo de 2019

El ángel que nos mira, por Thomas Wolfe


El ángel que nos mira, de Thomas Wolfe

Editorial Valdemar. 733 páginas. Primera edición de 1929, esta de 2009.
Traducción de José Ferrer Aleu.

La primera vez que supe de Thomas Wolfe (Asheville, Carolina del Norte, 1900-Baltimore, 1938) fue en 1994, a los diecinueve años, cuando me acerqué a mi primer libro de Charles Bukoswki, La senda del perdedor. Chinaski, el protagonista de esta novela, era un joven airado que deseaba ser escritor, y Thomas Wolfe era uno de esos modelos literarios norteamericanos a los que debía decidir si seguir o no. Muchos años después, en Palma de Mallorca, hablando con mis amigos Javier Cánaves y Joan Payeras, este último me recomendó fervientemente que leyera una de las novelas que más le habían gustado en su vida: El ángel que nos mira de Thomas Wolfe. Creo que yo le recomendé Llámalo sueño de Henry Roth. De regreso a Móstoles, solicité a la biblioteca que comprara El ángel que nos mira, publicado en la editorial Valdemar, y lo hicieron. Pero cuando llegó a la biblioteca no me decidí a leerlo, y así fueron pasando los años. A principios de 2019 decidí que debía frenar un poco mi lectura de novedades literarias y abordar algunos de los clásicos que me faltaban por leer. Fue entonces cuando decidí leer seguidos El ángel que nos mira y Del tiempo y el río, las dos grandes novelas de Thomas Wolfe. Por fin, después de años de haber solicitado su compra, fue cuando tomé en préstamo El ángel que nos mira de la biblioteca de Móstoles.

El libro empieza con un prólogo de Maxwell E. Perkins, que fue editor y amigo de Wolfe. En él se informa al lector de que la escritura de Wolfe era casi siempre autobiográfica, y que los personajes de El ángel que nos mira eran en realidad los miembros de la familia del autor. Además, Perkins nos habla de sus intervenciones en los manuscritos de Wolfe, al que siempre tenía que pedir que redujera el número de páginas de sus libros, que acababan siendo excesivas. En el prólogo que escribió para la reedición de la novela Nanina de Germán García, Ricardo Piglia recuerda una carta que Wolfe le escribió a Scott Fitzgerald, en la que Wolfe se oponía a la poética de la contención y apostaba por una literatura que dejara de lado la elipsis y la discreción e incorporara acontecimientos en la novela sin jerarquizarlos: «No te olvides de que un gran escritor no es sólo alguien que deja cosas afuera sino alguien que incorpora cosas y que Shakespeare, Cervantes y Dostoiesvski fueron grandes incorporadores, que de hecho incorporaban más de lo que sacaban y serán recordados por lo que pusieron».

El protagonista de El ángel que nos mira es Eugene Gant, que viene al mundo en la villa de Altamont (Carolina del Norte) en 1900. Altamont es un trasunto del Asheville natal de autor. Para hablarnos de la infancia y la adolescencia de Eugene, Wolfe se remonta hasta el abuelo del protagonista: «Un inglés llamado Gilbert Gaunt, apellido que más tarde cambió por Gant (probablemente como concesión a la fonética yanqui), y que había llegado a Baltimore desde Bristol en 1837» (pág. 27). Más tarde nos hablará de Oliver Gant, el padre de Eugene, y de los azares que le llevan hasta Altamont, donde al fin nacerá nuestro protagonista, hijo mejor de una familia numerosa. Eliza, la madre, es una mujer hacendosa, cuyo máximo deseo en la vida es comprar propiedades y acumular riqueza. Oliver es un marmolista que abrirá en Altamont un taller de lápidas y adornos funerarios. De ahí el título de la novela: el ángel que nos mira es una estatua de cementerio de un ángel que el padre de la familia tiene en la puerta de su taller.
Oliver Gant no puede controlar su adicción al alcohol, lo que hace que se vuelva violento e inestable y que entre y salga de clínicas de rehabilitación, suponiendo esto un serio problema para la convivencia de la familia Gant.
En la página 63 de la novela es cuando nace Eugene: «Esta lumbrera escogida, a la que se había dado ya nombre y desde cuyo centro deben contemplarse la mayoría de los sucesos de esta crónica, nació, como hemos dicho, en el momento más crucial de la historia. Pero quizás habrá el lector pensado en esto. ¿No? Entonces, permita que le refresquemos la memoria». Como vemos, en algunos momentos el narrador –como si se tratase de un escritor del siglo XIX– interpela directamente al lector. Sin embargo, Wolfe usa este recurso narrativo sobre todo al principio de la novela, y lo irá abandonando según se avance en sus páginas.

Durante los primeros años de vida de Eugene, Wolfe se permite la licencia poética de otorgarle pensamientos más adultos de los que le corresponderían a un bebé.
En algunas páginas, Wolfe cede la voz narrativa a sus personajes y el lector puede acercarse a sus pensamientos en primera persona. Acabo de comprobar que el Ulises de James Joyce se publicó por primera vez en 1922, y es de suponer que Wolfe lo hubiera leído antes de empezar a escribir El ángel que nos mira (publicado en 1929), porque la obra de Joyce fue muy influyente en la literatura posterior, sobre todo el recurso del monólogo interior.

En al menos dos ocasiones se menciona a Jack London en esta novela. Diría que, dentro de la tradición literaria norteamericana, el Jack London de Martin Eden es una referencia para el Thomas Wolfe de El ángel que nos mira.
Eugene –un trasunto del propio Wolfe– es un niño sensible que pronto empieza a buscar refugio en los libros. La mirada de Eugene sobre el mundo será la de un idealista, que no encuentra en el mundo real el heroísmo y los altos ideales que lee en sus libros. Este contraste entre la mirada sobre el mundo real (violento, sucio y desbordado de deseos sexuales) y el ideal transmitido por las obras artísticas será uno de los temas de la obra. Es más, diría que este camino, que ya abrió Jack London, y del que Thomas Wolfe se convirtió en alumno aventajado, es uno de los temas fundamentales de la literatura norteamericana: la narración de la peripecia de un mundo lleno de estímulos y de contrastes, y la búsqueda y el deseo de describir esa realidad con una mirada poética y salvaje, que constituyen un estilo, una impronta propia.
En muchas de las páginas de El ángel que nos mira he sentido la lectura que décadas después haría de este libro Charles Bukowski; de hecho, hay alguna escena que me ha parecido una fuente de la que Bukowski ha bebido de forma directa. Por ejemplo, el niño Eugene tiene que conseguir algo de dinero vendiendo periódicos a domicilio y le toca acudir al barrio de los negros, uno de los peores destinos del oficio, porque es posible que los compradores le dejen a deber y no le paguen. En un momento dado, tiene que ir a la casa de una bella mulata a reclamarle una deuda, y se produce una escena de turbación sexual para el joven Eugene. Hay alguna escena similar en La senda del perdedor o Cartero de Bukowski. Imagino que algunas escenas de El ángel que nos mira supondrían, por lo explícito, un pequeño escándalo para el Estados Unidos de 1929.

Llámalo sueño de Henry Roth se publicó en 1934 y se considera el punto de partida de la literatura judía norteamericana. Diría que Henry Roth había leído El ángel que nos mira cuando empezó a escribir su gran libro, que trata sobre la vida de un niño judío, hijo de inmigrantes, en el Nueva York de principios del siglo XX. He tenido la impresión de que Roth toma la experiencia americana de Thomas Wolfe, un anglosajón de Carolina del Norte, para contar su propia experiencia americana de judío en Nueva York.

La tercera parte de El ángel que nos mira habla de la marcha de Eugene a la universidad cuando aún no ha cumplido dieciséis años y su lucha por la vida en un entorno que, en principio, se muestra hostil. Eugene es un raro, un marginal, que se eleva del mundo que le rodea gracias a su cultura libresca, pero que no puede dejar de sucumbir a las tentaciones humanas, como el deseo sexual, que vive de un modo atormentado.
Uno de los veranos de la universidad, Eugene discute con sus padres y decide viajar hasta la costa para buscar algún trabajo relacionado con la guerra que se está desarrollando en Europa (la Primera Guerra Mundial). En estos capítulos de joven aventurero norteamericano en busca de trabajo he visto también al Jack Kerouac de En la carretera.

Me gustaría destacar la mirada poética de Thomas Wolfe sobre el mundo retratado, pese a su sordidez, algo que también hará William Faulkner, para quien Wolfe fue el mejor escritor de su generación.
En algún momento he tenido la impresión de que Wolfe dejaba sin desarrollar alguna línea narrativa. Por ejemplo, se describe un encuentro sexual entre Eugene y una chica, y más tarde el narrador no informa al lector sobre qué piensa Eugene acerca de esa relación, y yo como lector habría deseado conocerlo. Aunque esto que comento son minucias, teniendo en cuenta la grandeza narrativa de un libro como El ángel que nos mira.
Yo he sido siempre un gran admirador de la literatura norteamericana y me siento feliz de haberme acercado, al fin, a uno de los eslabones de su cadena histórico-literaria que me faltaban para entender el panorama de las letras norteamericanas del siglo XX. No sé si hace falta que lo diga: El ángel que nos mira es una obra maestra absoluta.

domingo, 12 de mayo de 2019

Agenbite of inwit, por Alejandro Espinosa Fuentes


Agenbite of inwit, de Alejandro Espinosa Fuentes

Editorial Contrabando. 199 páginas. Primera edición de 2019.

El 29 de abril, Aitor Romero Ortega (autor del gran libro de cuentos Fantasmas de la ciudad) y yo presentamos en Madrid la segunda novela del joven escritor mexicano Alejandro Espinosa Fuentes, que se titula Agenbite of inwit y que se ha publicado en la editorial Contrabando.
La presentación tuvo lugar en el Instituto de México en España, perteneciente a la Embajada de México, un edificio que está enfrente del Congreso de los Diputados, y en el que me hizo ilusión entrar.

Dejo aquí el texto que preparé para la presentación:


Alejandro Espinosa Fuentes ha sido alumno en la universidad de México de mi amigo Federico Guzmán Rubio, que pasó una larga estancia en Madrid. Así que cuando Alejandro me propuso presentar su segunda novela, la titulada Agenbite of inwit, no podía decirle que no. Además la presentación sería junto con Aitor Romero Ortega, un escritor al que admiro por su gran libro de relatos Fantasmas de la ciudad.

Agenbite of inwit es un libro, ya desde el título (que procede de una frase en inglés antiguo usada en el Ulises de James Joyce) profundamente literario, un libro del que podríamos decir que su tema central es la propia literatura o el propio acto de escribir.

El libro comienza con una nota preliminar en la que el propio autor juega al recurso clásico del «manuscrito encontrado», puesto que la novela que definitivamente el lector va a leer será el manuscrito que le enviará al autor un estudiante mexicano al que conoció en Madrid. Este estudiante, Esteban Gullit, dejará de ir a la universidad para dedicarse a viajar, según la versión que el mismo ha transmitido sobre su vida, aunque en realidad –durante el tiempo que abandonó la universidad– ha estado encerrado en el entresuelo del piso en el que vive, en el madrileño barrio de Lavapies, escribiendo notas bastantes desquiciadas sobre la culpa y la literatura.



Ya desde esta nota preliminar el lector recibirá las palabras de un primer enfermo de literatura, el propio autor, que será el umbral que le llevará a niveles cada vez más profundos de la enfermedad literaria.

Un Alejandro Espinosa, cuyo lenguaje mexicano se ha dejado permear por españolismos continuos («finde», «seguir el rollo», «tomar una caña»), se dedica a perseguir los pasos de Esteban Gullit, que ya se habrá suicidado cuando el primero haya recibido su manuscrito. Por su parte, Esteban se ha dedicado a perseguir a otro autor muerto: José Carlos Becerra, un autor mexicano que perdió la vida en un accidente automovilístico en el talón de la bota de Italia. Son también otros muertos los que carga Esteban consigo, puesto que se siente culpable por la muerte de su hermano mayor en México. De hecho, el título del libro –Agenbite of inwit– que, como ya apunté, proviene de una frase del Ulises de Joyce enunciaba en inglés antiguo significa «Remordimiento de conciencia».

Esteban Gullit, de 26 años, se vino a Madrid con una beca literaria y lo que realmente desea es publicar su segundo libro, un proyecto que consiste en seguir los pasos del último viaje de su admirado José Carlos Becerra. Para financiarlo trata de vender su proyecto de escritura a unos editores interesados por el legado de Becerra. Además Esteban ha conocido a una chica en Barcelona con la que desea convivir. Esteban parece no sentir demasiada simpatía por los que desea que sean sus editores, a los que no entiende tan enfermos de literatura como él y esto hará que la trama avance hacia su final contundente.
Además, Esteban recordará en la novela algunos momentos clave de su vida en México, vividos en su infancia escolar o con su hermano.
Digamos que los que acabo de enunciar serían los temas generales de la novela, los que hacen que exista un asidero real en lo contado y que, en mayor o menor medida, de forma más lenta que rápida, hacen que el personaje cambie y se alcance un final.
El narrador Esteban irá cambiado de interlocutor en sus breves notas maniacas: él mismo, su madre, su hermano, la chica que conoció en Barcelona…



Pero en realidad existe un tema más hondo en el material narrativo, un sustrato que es el que verdaderamente vertebra el texto y el del propio acto de escribir, la literatura que se retuerce para hablar de sí misma.

Las referencias y citas explícitas de obras literarias y autores son constantes: Franz Kafka, Samuel Beckett, Juan Villoro, Robert Louis Stevenson.
Pero también el texto está trufado de referencias veladas y guiños a los lectores más literarios.

Por ejemplo, en la página 49 leemos: «Antes de mi metamorfosis, llegué a Madrid a no escribir lo que no escribiría si no escribiera.», donde se parafrasea la famosa frase de Margerite Duras: «Escribir es tratar de saber lo que uno escribiría si escribiese.»

En la página 52 leemos: «En el presente siglo, a tal grado se ha convertido en burócrata el creador que el único espacio que encuentra este albatros de alas amputadas para desbordar su genio es el terreno de lo salvaje.» En el albatros de alas amputadas podemos encontrarnos con el famoso poema de Charles Baudelaire sobre el artista.

En la página 125 leemos: «El agenbite, género que comienza y acaba en sí mismo, propone inventar el yo a través de la escritura, redefiniéndola a expensas de un oyente imaginario. Es primo hermano de las vidas minúsculas, las novelas luminosas y el libro vacío. Apuesta por el confesionario portátil. Miente en busca de verdades épicas.»
Vidas minúsculas es el título de una de las novelas del francés Pierre Michon, donde se propone una autobiografía a través de la semblanza de vidas ajenas.
La novela luminosa y El discurso vacío son los títulos de dos novelas del uruguayo Mario Levrero, donde se juega a que la propia inercia del acto de escribir cree una obra literaria.
Incluso en la expresión “confesionario portátil” creo ver la huella de la novela Historia abreviada de la literatura portátil del barcelonés Enrique Vila-Matas, un espíritu constante en esta obra tan metaliteraria.

La culpa es otro de los grandes temas del libro: el narrador siente remordimientos porque se siente culpable por la muerte de su hermano.
Página 54: «El vacío no tarda en extraviarnos otra vez en el itinerario emocional que creemos que deberíamos estar cumpliendo y reaparece la culpa.»
Su propio yo, identificado con su culpa, acabará siendo uno de los interlocutores principales de las notas de Esteban.

Idea onírica: Se habla de vez en cuando de «el hombre siniestro» alguien que parece conocer a Esteban y le confronta con sus medios tras agarrarle del brazo en plena calle.
Pregunta ¿quién es o qué represente este hombre siniestro?

Literatura dentro de literatura: «Llevo tres días soñando que soy el Kafka de Becerra.», página 118.

Literatura que se deshace:
Página 124 «A veces pienso que la literatura me volvió loco y lamento el día en que creí que era una buena idea frecuentarla. Me pregunto: ¿Por qué si tengo todo lo que quiero y soy feliz estoy teorizando sobre un género literario inexistente?»
Página 135: «Estoy escribiendo una novela sin novela.»


Ironía sobre Europa:
Página 150: «Era apenas mi segunda semana en Europa y no era alérgico al gluten ni me gustaban los perros, no tenía beca ni tatuajes, ni ropa no era de segunda mano, no disfrutaba los vídeos de mapaches ni leía novedades, fumaba más e los permitido y no me intrigaba mucho el sexo con extraños. De manera que tenía todas las de perder.»





ENTREVISTA

1) «Como otros, podría alegar que sólo mediante la literatura entiendo el mundo, pero no es cierto. Amo con sinceridad la vida ajena a los libros.», escribes en la página 23. ¿Hasta qué punto sientes que esta sentencia es válida para ti? ¿Entiendes el mundo desde la literatura o te gustaría verla más desde fuera del mundo de los libros?

2) En la página 24 dice: «La vida literaria es un club de autoayuda.» ¿Hasta qué punto estás de acuerdo con tu personaje, Esteban Gullit?

3) Página 39: «¿No ha sido la premisa de mi vida la inexistencia del llamado tema?», ¿Es esta la premisa de tu vida o de tu literatura?

4) Al hilo de las referencias literarias ocultas: ¿No temes, Alejandro, que tu novela sea una propuesta para un público demasiado específico, un público al que podríamos denominar «muy literario» y que el resto de lectores se va a perder en este mar de referencias?

5) Cuando Esteban habla de Europa dice (pág. 29): «De pronto hay un atentando, o un crimen de odio, últimamente está de moda atropellar a la gente con camiones. En México eso se considera Kitsch.» Estas frases me han hecho pensar en que ahora que está de moda, como tema literario, hablar de la violencia en México, tú decides escribir una novela ambientada en Europa y que más que hablar de la realidad habla de la propia literatura, ¿no te llama la atención la violencia mexicana como tema literario?

6) En la página 52 leemos: «No es que por un lado exista una historia y por otro la forma de contarla, sino que la forma de contar es en sí la historia.» ¿Estás de acuerdo con esta aseveración?

7) A veces, cuando Esteban sale de casa se encuentra con «el hombre siniestro», un personaje que le agarra, por ejemplo, del brazo en la calle y parece saber demasiado sobre él. ¿Quién es o qué representa este «hombre siniestro»?

8) Uno de los temas secundarios de la novela es el extrañamiento de Europa para un mexicano, leer cita de página 3, háblanos de esto.

9) Al hablar de tu libro, tú mismo te has encuadrado en un supuesto grupo de «escritores raros». ¿A qué otros escritores raros te sientes unido?