martes, 23 de julio de 2019

La noche que espera, por Joan Payeras


La noche que espera, de Joan Payeras

Editorial La isla de Siltolá. 59 páginas. 1ª edición de 2019.

De Joan Payeras (Palma de Mallorca, 1973) había leído hasta ahora cuatro poemarios: Modos de ver un horizonte (2009), Calle del mar (2010), La luz y el frío (2013) y El vol de la cendra (2016). La última vez que Javier Cánaves vino a Madrid desde Mallorca, además de su última novela publicada, me trajo el último poemario de nuestro amigo en común Joan Payeras, titulado La noche que espera y editado por La isla de Siltolá.

Pensando en la trayectoria de Payeras, diría que en una década ha pasado de planteamientos poéticos propios de la corriente llamada «de la experiencia», ya que sus poemas tenían una base narrativa y cotidiana bastante fuerte, a unos planteamientos más contemplativos y con más carga simbólica. Es decir –grosso modo y simplificándolo mucho– ha pasado de hablar de televisores indiferentes y despertadores salvajes a hablar de la luz, la noche y la Tierra.

La noche que espera se divide en dos partes: El don y la condena y La noche que espera.
Ya desde el título, en la primera parte, con muchas alusiones al peso de la luz y la oscuridad en el ánimo del poema, Payeras hace un homenaje al Claudio Rodríguez de El don de la ebriedad. Éste es el primer poema de esta primera parte:

                   La luz débil abriéndose camino
                   y convirtiendo en sombra
                   lo que se yergue en la terraza.
                   El murmullo del viento
                   entre los árboles del patio.
                   La soledad que te recuerda
                   un sueño que creías olvidado,
                   una pasión dormida
                   que regresa a esta hora
                   para mostrarte que en la tarde
                   hay un verso buscándote.

                   Ve a su encuentro y merécete
                   este instante en la tierra.

En este poemario Payeras elige, en bastantes casos, el formato del poema en prosa. Así en la página 18 podemos encontrarnos con un poema que recuerda, en temática, a los de poemarios más antiguos:

                   Esto es un poema de amor. La gente ve caer la tarde tras los cristales de las cafeterías, algunas gaviotas detienen su vuelo en las aceras. Hace frío en la ciudad. Recuerdo un verso que ya he escrito y que me sitúa aquí, que anticipa este momento exacto en que voy a decir las tres letras en voz alta, y ellas saldrán a tu encuentro para volver después a mi garganta, donde se agolpa entera toda la tarde de enero de este mundo.

En más de un poema nos encontramos con la imagen de «tres niños», que simbolizan a los tres hijos del poeta. En la página 24:

Tres niños juegan en el interior de una casa. Sus voces parecen dominar la ciudad, desde donde no llega el veloz sonido de las ambulancias, los colores de los semáforos, los pasos perdidos. Allí, las calles anticipan otra tarde de invierno, y miles de hombres y mujeres esperan el descanso de la noche, la esperanza de mañana.
                   Tres niños juegan en el interior de una casa. Sus voces parecen dominar el mundo.
                                       

La primera parte de La noche que espera, como ya he apuntado, es en gran parte una celebración de la vida, a través de la celebración de pequeños instantes en apariencia insignificantes. Podemos leer el siguiente poema en la página 32:

El mejor verso está escrito. Lo que queda es el viento que viene y va, la espuma de las olas en la orilla. Lo que queda es el día, la celebración de la luz y las horas que son cartas marcadas boca abajo. Lo que queda es la noche ensayando siempre la última noche. El mejor verso está escrito. Lo que queda es la vida.

La segunda parte es la que da nombre al poemario, La noche que espera. Aquí la simbología usada sobre el día y la luz pasa a ser la de la noche y la oscuridad. Hemos de disfrutar de la vida, porque después de un tiempo nos espera la muerte, parece decirnos Payeras, en esta segunda parte más dramática. En la página 38 leemos:

                   el aire envuelto en una brisa
                   que ha encontrado la puerta,
                   la habitación y al hombre
                   que escribe versos como escudos
                   que detuvieran lo que teme.
                   No hay más:
                   la brisa y la puerta,
                   la habitación, los versos,
                   el hombre y el tiempo que pasa.

En la página 41:

                   Eran días en los que el cielo
                   custodiaba la última palabra
                   del verano que huía.
                   Quise decir amor y dije luz.
                   Cerré los ojos para ver
                   los estorninos que cubrían
                   el cielo del día siguiente.

En esta segunda parte vuelve a aparecer los hijos del poeta:

La iglesia estaba llena, y el cuarteto de Música Antigua interpretaba las canciones medievales. Al fondo, tras el último banco, bailaban los tres niños. Ajenos a los siglos que les separaban de aquellas partituras, completaban el milagro. Al salir, la oscuridad fresca de la noche también parecía decirnos, rotunda, que el tiempo no existe. Pero el concierto había terminado, y el día había muerto mientras los niños bailaban.

En la página 54 nos adentramos ya en la idea de la vejez y la muerte:

                   escondido
                   el amor calla.
                   Recuerda.
                   Y comprende al fin
                   que en la plenitud
                   de todos los días
                   escondida
                   la muerte calla.

La noche que espera es un poemario sobrio y elegante, que se une como un sólido eslabón más en la cadena de madurez y claridad poética de Joan Payeras.

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