domingo, 17 de febrero de 2019

El arqueólogo, por Román Piña Valls


Ediciones del Viento. 160 páginas. 1ª edición de 2018.

Román Piña Valls (Palma de Mallorca, 1966) es el editor de Sloper. En 2015 publicó mi novela Los insignes. Piña también es escritor, y de él he leído las novelas El general y la musa (2013), Sacrificio (2015) y Y Dios irrumpió de buen rollo (2015), además del ensayo La mala puta (2014), escrito con Miguel Dalmau.

Cuando vi anunciado que publicaba una nueva novela en Ediciones del Viento, se la solicité a su editor, Eduardo Riestra, y éste me la envió para que pudiera reseñarla.

El protagonista de El arqueólogo es Claudio Bersani, un profesor universitario emérito de arqueología que, al comenzar la narración –en el año 2007–, tiene setenta años. Vive en una casa de campo en la población de Cicciano, cerca de Nápoles, junto a su mujer Melina. Sus hijos ya no viven con ellos, han formado sus propias familias y Claudio y Melina tienen un buen número de nietos, que suelen visitarlos. Claudio no acaba de tener demasiado tiempo para estos nietos porque, a pesar de sus setenta años, mantiene una gran actividad laboral: clases en la universidad, libros sobre arqueología, artículos semanales para una revista especializada, presidencia de la Sociedad Arqueológica de Nápoles, colaboración en una tertulia de Radio Vaticana los miércoles, etc.
En una caseta del jardín de la casa de los Bersani vive Todor, un jardinero búlgaro que les ayuda con diversas tareas domésticas.

Aunque en la página 37 Bersani declara «Yo soy antipático por voluntad», en realidad es una persona muy extrovertida y alegre, que suele relacionarse con los demás mediante bromas. Piña es habitualmente un escritor humorístico, con tendencia al disparate narrativo (en El general y la musa, por ejemplo, nos hablaba de un Francisco Franco enamorado de la televisiva Patricia Conde). En El arqueólogo ­­–igual que ocurría en Sacrificio– mantiene la trama dentro de los límites del realismo. Si bien en Sacrificio Piña empleaba un humor muy negro, el humor de El arqueólogo es mucho más amable. Claudio Bersani es un entrañable hombre mayor, un erudito que entretiene a sus nietos con chistes, historias de la cultura clásica o narrando historias más o menos inventadas. Bersani es un erudito despistado, que igual desprecia la novela frente al ensayo, que decide él mismo escribir una novela histórica. Además es un erudito imprudente, porque ante el temor a que le asalten (a veces se queda solo en casa) ha conseguido una pistola, que oculta en su vivienda y que podrían encontrar los nietos; o bien les habla a éstos de los grandes tesoros que tiene guardados en la casa, lo que podría hacer que los niños lo cuenten en el colegio y ocurra, precisamente, lo que teme: que le entren a robar en casa.

Bersani, además de simpático, también es un hombre anticuado; alguien que, por ejemplo, no entiende el sentido del lenguaje inclusivo y que no duda en flirtear o en piropear a mujeres mucho más jóvenes que él. En el capítulo 9 se habla de Giovanna, una mujer de treinta y tantos años que trabaja para los Bersani desde hace veinte. «Bersani la piropea sin vergüenza», escribe Piña en la página 65 de su novela. Bersani también es un católico de misa semanal –aunque de credo particular– y que, como ya he escrito, acude los miércoles a una tertulia radiofónica de Radio Vaticano.

La novela se vertebra en torno a pequeñas anécdotas protagonizadas por Bersani, o bien se narra alguna peripecia vital protagonizada por alguna persona cercana a su círculo; como la citada sirvienta Giovanna, o María, una exalumna de Bersani que vive en Suiza y a quien su familia ha denunciado con la intención de quitarle la custodia de su hijo.

La novela es rica en diálogos y la prosa es correcta, sin grandes alardes metafóricos, propia de un escritor con oficio. De vez en cuando, para transmitir mayor sensación de viveza, se hace uso de más de una expresión coloquial: «le resbala», «haciendo cuchufleta», «casi le dio un patatús», etc.

En más de una ocasión –sobre todo durante el primer tramo del libro– me he encontrado preguntándome si la anécdota que estaba contando Piña en ese momento sería la que acabaría de hacer arrancar la trama. Es decir, en los primeros capítulos el narrador (la novela está escrita en tercera persona, salvo unas escasas y muy significativas páginas al final) presenta al personaje de Bersani, y el lector conocerá sus peculiaridades, gustos y manías. Después, Bersani cuenta historias a sus nietos, o se habla de la vida de otros personajes, y las páginas de la novela van pasando sin que una de estas historias cobre más importancia que las otras, lo que podría hacer que Bersani se viese forzado a tomar partido en los acontecimientos y se adentrara en algún territorio ambiguo u oscuro que rompiera con la aparente tranquilidad de su mundo, y que le hiciera transformase en otra persona. Es decir, yo como aprendiz de escritor me estaba esperando un desarrollo novelesco tradicional y terminaba los capítulos pensando que Piña había dibujado una realidad atractiva y amable, pero que a lo leído le faltaba tensión narrativa.
Es cierto que la vida de Bersani se enfrenta a pequeños conflictos: los problemas de su exalumna con su hijo, a la que quiere ayudar; un solar de detrás de su casa donde han empezado a entrar y salir camiones sin permiso (y nadie parece poder prestar ayuda a Bersani); unos mafiosos que parecen interesados en asaltar su casa; o cuando el pueblo de Cicciano sufre una inundación. Pero, como ya he apuntado, ninguno de estos problemas es suficiente para convertirse en un núcleo narrativo potente. Todos serán pequeños núcleos narrativos y el libro, como si fuese una amable novela por entregas, se articula más en torno a la idea de capítulo que a la de novela completa.

En su tramo final, El arqueólogo sufre algunos saltos temporales y esto hará (gracias al recurso de la elipsis) que, en parte, la vida de Bersani cambie y el lector la contemple desde otra distancia.
En las páginas finales (apenas cuatro) se produce al fin un cambio real, un juego en la estructura de la novela: la voz en tercera persona pasa a la primera, y el lector comprenderá que un personaje secundario del libro ha tenido más importancia en lo contado de la que había podido considerar en un principio. Me ha gustado este final, ha conseguido crear en mí una sensación de misterio y de historia más amplia y con más vuelos que la que inicialmente pensaba que había leído.

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