domingo, 12 de febrero de 2017

Ravelstein, por Saul Bellow

Editorial Alfaguara. 332 páginas. 1ª edición de 2000.
Traducción de Roser Berdagué.

En los últimos años, considero que dos de las mejores novelas que he leído son Herzog (1964) y El legado de Humboldt (1975), ambas de Saul Bellow (1915, Montreal-2005, Massachusetts). Compruebo en mi blog que la primera la leí en 2011 y la segunda en 2013. El tiempo pasa rápido y muchas veces deseo leer más obras de un determinado autor, pero los azares de la lectura (entrar en una librería de segunda mano y encontrar alguna primera edición de los años 70 de un autor hispanoamericano, por ejemplo) siempre me llevan a otra parte. Visité la biblioteca de Móstoles en septiembre, después de unos meses de verano lejos de ella, para –como siempre– hojear sus libros. Llevaba años pensando que tenía que leer Ravelstein. En la biblioteca de Móstoles también tienen Las aventuras de Augie March, la novela de 1953 que llevó el nombre de Saul Bellow al primer plano de la ficción norteamericana, y que también leeré algún día. Otra vez volví a sacar de su anaquel Ravelstein y a pasar sus páginas. No pensaba pedirla en préstamo, pero sucumbí a un impulso: de repente tuve la impresión de que estaba leyendo demasiadas novedades literarias, de las que suelo disfrutar, pero esta tendencia a veces me aparta de autores que me han gustado mucho. Finalmente, decidí sacar Ravelstein de la biblioteca.

Ravelstein fue la última novela de Saul Bellow, que publicó a los ochenta y cinco años. Póstumamente, en 2001, salió a la luz una colección de relatos del autor.

En Ravelstein, Chick, un escritor entrado en la setentena, trata de cumplir con el encargo que uno de sus mejores amigos (Abe Ravelstein) le hizo antes de morir: escribir una biografía sobre él que no eludiera las partes más escabrosas de su vida.

Abe Ravelstein es un profesor de filosofía política que, a sugerencia de Chick, ha escrito un ensayo en el que muestra las ideas que ha estado enseñado a sus alumnos universitarios durante las últimas décadas. El libro se ha convertido en un éxito y Ravelstein puede disfrutar, a su vejez, de un gran poder económico. Ravelstein es un erudito, capaz de dar conferencias sobre Rousseau a los franceses o de Maquiavelo a los italianos, un profesor que elige a sus alumnos y los instruye sólo si descubre en ellos un gran potencial: «Para poder estudiar con Ravelstein era imprescindible leer a Jenofonte, Tucídides y Platón en griego» (pág. 63). Además, Ravelstein es un sibarita al que le gusta vestir con chaquetas de 4.500 dólares y cenar en los mejores restaurantes de París. Ha formado a varias generaciones de políticos norteamericanos y otro de sus grandes placeres consiste en conocer los entresijos del poder. Para tal fin tendrá instalada una centralita de teléfonos en su casa, lo que le permite tener conexión directa con sus exalumnos, muchos de los cuales trabajan en la Casa Blanca o el Pentágono.

La novela comienza con un tono alegre: Ravelstein, que viaja con Nikki (su joven amante oriental), ha invitado a Chick y a Rosamund (su actual pareja, también bastante más joven que él, que fue alumna de Ravelstein) a París. Ravelstein quiere agradecer a Chick que le haya animado a escribir su libro sobre filosofía política, pues le ha permitido gastar dinero al nivel que siempre había deseado. Todos compartirán hotel con Michael Jackson, y esta coincidencia servirá para mostrar algunos de los contrastes que encuentra el narrador entre la alta y la baja cultura. En cierto modo, Bellow, entre bromas, critica el empobrecimiento cultural de Estados Unidos: «En otro tiempo había en nuestro país una comunidad literaria considerable, medicina y derecho aún eran “las profesiones eruditas”, pero en las ciudades americanas de hoy ya no cabe esperar que los médicos, abogados, empresarios, periodistas, políticos, personalidades de la televisión, arquitectos o comerciantes puedan hablar de las novelas de Stendhal o de los poemas de Thomas Hardy. De vez en cuando, uno se tropieza con un lector de Proust o con un maniático que se sabe de memoria páginas enteras de Finnegan’s Wake. Cuando me preguntan por Finnegan, digo siempre que me lo reservo para la residencia geriátrica. Mejor entrar en la eternidad de la mano de Anna Livia Plurabelle que con los Simpsons agitándose en la pantalla del televisor» (pág. 72). Si usted había pensado que el autor de Herzog nunca hablaría en uno de sus libros de los Simpsons, se equivocaba.

Chick interpela en más de una ocasión al lector para recordarle que se encuentra escribiendo y que lo que quiere mostrar son diferentes facetas de la personalidad de su amigo. El tono luminoso de París se va volviendo más lúgubre cuando regresan a Estados Unidos y Ravelstein descubre que ha contraído el virus del sida. Hacia el final descubrimos que Chick está tratando de escribir sobre Ravelstein unos cuantos años después de su muerte.

Al igual que pasaba en novelas como Herzog o El legado de Humboldt, la narración de Ravelstein es prolija en saltos temporales, en los que se muestran encuentros del narrador con otros personajes que, al haber estado relacionados con Ravelstein, pueden arrojar una nueva luz sobre su personalidad poliédrica y ayudarle en la composición de su personaje. En Ravelstein, estos saltos temporales son más bruscos que en otras novelas del autor, y la sensación de narración un poco fuera de control se acaba haciendo patente. Ya he apuntado que, cuando se publicó esta última novela, Bellow tenía ochenta y cinco años, y creo que en ella ha perdido ya parte del impulso de sus grandes obras, pero esto ocurre, principalmente, a la hora de organizar el texto, porque en lo que se refiere al regate en corto, Ravelstein sigue siendo una narración repleta de chispa y agudezas. Considero que Saul Bellow es uno de los escritores más inteligentes y cultos del siglo XX. Sus citas filosóficas o sobre cultura clásica griega y romana son las de un erudito, pero su sentido del humor (en muchos casos sobre la condición de ser judío en Estados Unidos, algo de lo que ha bebido, por ejemplo, Woody Allen, pero también muchos otros escritores como Philip Roth) goza en esta última novela de buena salud.

Cuando en el año 2000 se publicó este libro, se produjo un pequeño revuelo. No escapó a la crítica norteamericana el detalle de que el personaje de Ravelstein estaba basado en la figura del filósofo Allan Bloom, que murió en 1992 y fue amigo de Bellow. Efectivamente, Bellow instó a Bloom a escribir un libro sobre sus ideas filosóficas y políticas, que llegó a convertirse en un referente para el conservadurismo anglosajón (Allan Bloom fue invitado a la Casa Blanca por Ronald Reagan, y a Inglaterra por Margaret Thatcher), y que le permitió gastar dinero como lo hace Ravelstein en la ficción. La polémica surgió porque Bellow señala en su novela que Ravelstein murió de sida, mientras que en la realidad nunca se dijo esto sobre Bloom. Bellow tuvo que declarar que Ravelstein era una ficción y que en realidad no sabía de qué murió exactamente su amigo Allan Bloom. Indagando en internet, he comprobado que para muchos de los personajes de esta novela existe un equivalente en el mundo real. Sin ir más lejos, escuché un YouTube una entrevista al autor, en la que le oí hablar de un episodio clínico que sufrió a los ocho años, que le hizo estar hospitalizado en Montreal y que casi acaba con su vida. Este episodio lo cuenta Chick en la novela, atribuyéndolo a su propio pasado.


En definitiva, Ravelstein es una novela un tanto deslavazada en su construcción, pero cuyas páginas contienen la inteligencia, la chispa y el encanto del mejor Bellow. Si alguien no ha leído nunca a este autor, le recomiendo que se acerque en primer lugar a novelas como Herzog o El legado de Humboldt, concretamente a las cuidadas nuevas traducciones de la editorial Galaxia Gutenberg.

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