Federico Falco (General
Cabrera, Argentina, 1977) ha publicado una nouvelle
(Cielos
de Córdoba, Editorial Nudista, 2011), una obra de teatro (Diosa
de Barrio, Editorial La propia cartonera, 2010), poemarios (Aeropuertos,
aviones, Ediciones ¿Qué vamos a hacer hasta las seis?, 2006, y Made
in China, Ediciones Recovecos, 2008), además de libros de cuentos (222
patitos, Editorial La Creciente, 2004, La hora de los monos,
Emecé, 2010 y, más recientemente, Un cementerio perfecto, Eterna
Cadencia y Demipage, 2016).
Si quieres leer la reseña que escribí sobre Un cementerio perfecto pincha AQUÍ.
La hora de los monos, el libro de relatos que publicaste en 2010,
contenía diez relatos. Tu nuevo libro, Un
cementerio perfecto, contiene sólo cinco relatos, pero son, en general, más
largos que los anteriores. ¿Te sientes ahora más cercano a la nouvelle?
La nouvelle es un formato
que me gusta mucho, uno de los que más disfruto. A pesar de eso, no sé si me
siento más cercano o no a escribir nouvelle.
En general, no pienso demasiado en qué formato final tendrá lo que escribo.
Sigo a los personajes, exploro el mundo que va surgiendo, tiro de algunos
hilos, y veo qué pasa, qué sale. Trato de que la historia crezca orgánicamente
a partir de eso y, por esta razón, su extensión y su formato en general son más
resultados con los que me encuentro, que planificaciones o decisiones tomadas a
priori. Creo que la extensión de estos relatos tiene más que ver con un cierto afincarse
en esos «mundos», que con una búsqueda por un formato específico.
Has publicado cuentos, poesía,
una obra de teatro y una nouvelle.
¿Leeremos alguna vez una novela larga de Federico Falco?
Como te contaba antes, mi forma de trabajo es muy poco estructurada.
Trato de que las cosas vayan surgiendo en la propia escritura y nunca sé muy
bien a dónde me llevan. Por eso, no puedo responder con certeza a tu pregunta.
Me es imposible saber si alguna vez aparecerá una novela. Tiendo a pensar que
no será así. En general, porque hay cierta brevedad, cierta contención de las
formas breves que me seducen. Pero veremos qué depara el futuro.
Como lector, ¿con qué género
literario disfrutas más?
Definitivamente, con el cuento. También con la nouvelle, pero sobre todo con el cuento. Dentro de la narrativa,
esos son mis dos formatos favoritos. Aunque, a decir verdad, creo que con lo
que más disfruto, siempre, es con la poesía.
En el prólogo a la edición
española de La hora de los monos
(Salto de página, 2014), Antonio Jiménez Morato habla con mucho entusiasmo de
la literatura que se está haciendo en la provincia argentina de Córdoba. ¿Qué
está ocurriendo ahora mismo en Córdoba a nivel literario?
Muchas cosas, como siempre. Y superpuestas. Hace ya varios años que no
vivo en Córdoba, así que no puedo dar un panorama completo y en profundidad,
pero hay autores jóvenes, que tienen entre 20 y 30 años que están empezando a
publicar. Autores de la generación intermedia y, también un poco mayores, que
comienzan recibir el reconocimiento que se merecen. También nuevas voces,
algunas de gente de más edad, que empezó a escribir más tarde y que en los
últimos años ha comenzado a publicar. Córdoba es una ciudad con mucha vida
cultural, un campo amplio, con zonas de tensión, pluralidad de voces, y una
energía constante que se alimenta mucho de la vida universitaria, pero también
de otras disciplinas (pienso en el teatro independiente, el cine, las artes
plásticas, la música). Al ser una ciudad relativamente pequeña, los cruces se
dan con mucha facilidad. Pensar en la literatura que se escribe en Córdoba
dejando afuera lo que sucede en esas otras artes sería un poco injusto.
En este prólogo de Jiménez Morato,
también se menciona que te incomoda que a tus cuentos se los tilde de
«narraciones realistas». Después de haber publicado Un cementerio perfecto, que contiene cuentos como Silvi y la noche oscura o La actividad forestal, ¿te has
reconciliado con el realismo o sostienes que narraciones como las que cito no
se deben encuadrar dentro de esta corriente narrativa?
Cada lector tiene libertad de leer, entender y encuadrar los textos
como quiera. En ese sentido, no vale de mucho lo que yo pueda decir al respecto.
Mi problema con «las narraciones realistas» es que tienden a disimular la cesura
que existe entre el mundo de las cosas y las palabras con que se lo nombra.
Desde mi punto de vista, esa siempre ha sido una relación imposible, fracasada
y, al mismo tiempo, una relación que me obsesiona. El lenguaje no puede dar
cuenta de la complejidad de lo real. Es una herramienta, la única que tenemos a
mano, pero una herramienta mellada, un tanto tosca. En algún momento, hace
mucho tiempo, descubrir esto, casi vivirlo en el cuerpo, me hizo replantear mi
relación con la escritura, cambiar mi forma de escribir. A partir de entonces,
renuncié por completo al intento de la mímesis, de la representación. Para mí,
ninguno de los cuentos que mencionas transcurren «en nuestro mundo», ni
siquiera en mundos demasiado reconocibles. Sino más bien en mundos paralelos,
ultra simplificados, estetizados. En lo personal, más que como malas copias de
lo real, prefiero pensarlos como pequeñas construcciones autónomas, dibujos de
trazo que se inventan sobre la marcha, pequeñas fantasías, imaginaciones. La
postura tal vez sea cuestionable, pero, a la hora de enfrentar el teclado, es
la única que me permite dar el salto hacia la escritura. Si tuviera que
pensarme como un escritor realista, quedaría paralizado por el miedo y la
impotencia y ni siquiera podría sentarme a escribir.
Me ha parecido observar que en Un cementerio perfecto hablas más de la
muerte y de personajes cercanos a ella que en La hora de los monos. ¿Te sientes obsesionado por la vejez y la
muerte?
Durante los años en que escribí el libro viví de cerca la muerte de
varios seres queridos. También el envejecer de ciertos cuerpos, ciertos
paisajes. Y, junto a eso, la nostalgia por estar lejos, por las propias
pérdidas, por el propio paso del tiempo. No creo que todo eso haya llegado a
convertirse en una obsesión. La escritura, más bien, fue la forma que encontré
para procesar lo que me pasaba y que no sabía cómo sentir, cómo decir. Escribir
fue la forma que encontré para poder atravesar esos tiempos.
¿Cuando escribes un cuento
partes de alguna anécdota real, de una persona que conoces, de un suceso leído
en el periódico… o creas desde cero?
En general, soy bastante lento para escribir. Tardo mucho en encontrar
la historia. Dejo y retomo, voy escribiendo varios proyectos al mismo tiempo.
El impulso inicial suele ser diferente en cada caso. Antes, con mis primeros
libros, casi siempre partía de anécdotas, de pequeñas historias que me contaban
o que yo presenciaba. Después, eso fue cambiando. Ahora provienen cada vez
menos de anécdotas y en general se originan en mi propia experiencia: de algo
entrevisto, de alguna sensación, de una imagen. Pero al ser tan lenta la escritura,
y al sufrir tantos cambios los borradores, por lo general ese impulso inicial,
provenga de una anécdota, o de mi propia imaginación, siempre se pierde en el
camino, o se diluye, o queda afuera, o cambia tanto que ni yo mismo lo
recuerdo. En todo caso, lo importante es que siempre es algo que despierta mi curiosidad,
mis ganas. Es algo un poco intuitivo: acá hay algo que me resuena, un lugar
donde vale la pena raspar a ver qué sale.
Las cinco narraciones de Un cementerio perfecto están ambientadas
en la Argentina rural. ¿No te interesa hablar de la vida en una gran ciudad?
Supongo que, mientras escribía estos cuentos, la vida en la ciudad no
era algo que me llamara particularmente la atención. Tiene que ver, creo, con
estar lejos de mi pueblo, de mis seres queridos, de los paisajes que quiero. A
lo mejor, la escritura fue una forma de construir mis propios mundos naturales
a los que escaparme.
¿Cuál es el cuento de Un cementerio perfecto que más te ha
costado escribir y por qué?
La actividad forestal. Lo
empecé a escribir en Córdoba, en el 2005 o 2006. Lo abandoné y lo retomé
infinidad de veces. La historia cambió mucho, me costó encontrarla. Había una
imagen ahí que me atraía: la del plástico de un vivero zumbando en el viento,
protegiendo flores, algo frágil, bello y, al mismo tiempo, efímero y costoso.
Al principio era la historia de un matrimonio mayor, un japonés casado con una
argentina, con los hijos lejos. Después me centré en el japonés. Tardé años en
darme cuenta de que la historia en realidad pasaba por la mujer. Y todavía
tardé más en descubrir que el verdadero cuento estaba en cómo ella había
llegado allí. Para el 2015 ya tenía el principio y el final y una buena parte
lista, pero faltaba algo al medio. Recién pude terminarlo a fines de ese año,
cuando me invitaron a participar del programa Bogotá contada. En Colombia me llevaron de visita a los grandes
cultivos de rosas de exportación y estar ahí, caminar entre los claveles y las
rosas, charlar con algunas de las mujeres que trabajaban en el cultivo me ayudó
a encontrar las escenas que hasta entonces se me habían escapado.
¿Podrías hablarnos de cuál es
tu particular canon de escritores de cuentos argentinos?
Sin orden de prioridades: Antonio Di Benedetto, Daniel Moyano, Hebe
Uhart, Fogwill, Gandolfo, Marcelo Cohen, Ana María Shua. Los cuentos de Juan
José Saer, de Sara Gallardo, de Rodolfo Walsh, de Silvina Ocampo, de Bioy
Casares.
Y fuera de Argentina, ¿cuáles
son tus escritores de cuentos favoritos?
¡Muchos! Chejov, por supuesto. Y Turgenev, y Katherine Mansfield, y el
Joyce de Dublineses. Hemingway, Scott Fitzgerald, Isak
Dinesen, Djuna Barnes, Salinger, Cheever, Flannery O’Connor, Carver, Alice
Munro, Mavis Gallant, Steven Millhauser, Lydia Davis. La rusa Ludmilla Petrushevskaya.
Los cuentos de Cesare Pavese, de Italo Calvino.
Y entre los latinoamericanos, Rulfo, Onetti,
Felisberto Hernández, Lispector, Bolaño, Rubem Fonseca, Julio Ramón Ribeyro.
Seguro estoy dejando muchos afuera.
Un cementerio perfecto se ha publicado casi de forma simultánea en
Argentina –en la editorial Eterna Cadencia–, y en España –en la editorial
Demipage–. ¿Cómo está siendo esta experiencia de la publicación simultánea en
dos países?
Es raro cómo los libros van encontrando sus propios caminos, arman
cada uno sus recorridos. Por supuesto, al estar lejos, viví la publicación en
España desde una cierta distancia, la seguí más por las redes sociales que por
otra cosa. Pero siempre es una alegría que los libros empiecen a circular, que
se lean, que los lectores se los apropien, así que en este caso fue una alegría
por partida doble.
¿Estás escribiendo ahora mismo
un libro nuevo? ¿Nos puedes hablar de él?
Tengo ahí entre manos una serie de proyectos y textos. Algunos tienen
ya un buen tiempo de maceración y siento que llegó el momento de terminarlos.
Otros, se quedaron afuera de este libro porque sentí que, por su formato o su
temática, desentonaban con el conjunto. Entonces prioricé los que me parecían
que se relacionaban mejor y dejé estos borradores en carpeta, por un tiempo.
Ahora los estoy retomando y trabajando de a poco, saltando de uno a otro.
Todavía no encontré un núcleo en común que los aglutine como libro, pero
supongo que ya aparecerá. Es cuestión de esperar y tener paciencia.
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