miércoles, 15 de abril de 2015

Poemas de El bar de Lee, Día Mundial del Arte

Hoy, 15 de abril, hemos celebrado en el colegio donde trabajo el Día Mundial del Arte. Se han organizado diversas actividades: pintar, tocar música, danzar, interpretar teatro y recitar poesía. La jefa del departamento de Lengua me pidió que recitara alguno de mis poemas, y yo acabé por decir que sí.
Lo cierto es que, a diferencia de las personas que publican libros de poesía (y en más de un caso parece ser una condición necesaria, más importante que la de la calidad, para que esto ocurra), yo no recito mis poemas en bares o en otros lugares parecidos.

Elegí de El bar de Lee (2013) dos poemas, uno de cada poemario que lo componen, Nieve de Móstoles era una fiesta (1998) y Llaves de El calvo del Sonora (2008). Lo que une a los dos es que hablan de la infancia, tema que podía tener en común con los chicos que iban a ser mi público (2º de bachillerato y 4º de la ESO).

Nieve es el primer poema de El bar de Lee, el único escrito en 1997. En un año en el que mi público de esta mañana no había nacido, y en el que yo no había navegado nunca por internet ni tenía teléfono móvil. En diciembre de 1997 yo quería escribir una novela, pero un sábado o un domingo nevó en Móstoles, me asomé a la terraza de mi casa, volví a mi habitación y cogí una carpeta para apoyarme y un folio para escribir. Tomé sobre el natural las primeras palabras del que iba a ser este poema, y del que –siguiendo el tono de esta primera tentativa- iba a salir todo el poemario.

Lo cierto es que me he puesto bastante nervioso al salir a recitar en el salón de actos. Al menos a la mitad de los alumnos (estaban los de todas las clases de 2º de bachillerato) les doy clase de Economía, lo que no me supone ningún problema. Pero recitar algo tan personal como mis poemas ya era otro asunto. En el segundo pase, para 4ª de la ESO, ya estaba más tranquilo.
Los alumnos han escuchado mis versos de una forma muy educada. Creo que tienen una curiosidad sincera por descubrir otras facetas de sus profesores. Otros chicos recitaban poemas de Luis Cernuda o de Blas de Otero. Me ha encantado ver cómo un chico de diecisiete años declamaba un poema propio, un desgarrado texto de desamor, siguiendo ritmos de rap, con bastante más soltura que yo. Y es que en esto del arte todos somos aprendices.



Dejo aquí estos dos poemas:


NIEVE
    
 Montevideo era verde en mi infancia                                                   
                absolutamente verde y con tranvías
                (...) era tan diferente, era verde.                                                                                                                  
                  MARIO BENEDETTI

Blanca, limpia sobre las capotas de los coches,
entre los dedos deshojados de los árboles,
leves puntadas amarillas en las copas
oscuras como un oro enlutado de tiempo
caído en el fango del invierno,
así ha caído esta noche la nieve de la infancia
sobre las capotas de los coches.

Parece ya una fotografía tan lejana,
coches antiguos, rojos desvaídos, camuflados por el esplendor
del blanco, resignados sobre el asfalto roto, enmohecido
sobre el que jugábamos al fútbol, cuando no había
tantos coches rojos cubiertos por la nieve.

Jugábamos en la calle. Veo la farola
escuálida que era un poste y el árbol
deshojado, descarnado, que era el otro, con nieve en sus horquillas
y la puerta verde que no estaba en mi infancia.

Yo era un Arconada de gomaespuma con mis guantes de gomaespuma
bajo los palos del mismísimo cielo;
a veces amanecía nevado, igual que hoy, 14 años atrás, y
nos lanzábamos bolas fulgurantes de risa, de latón y de agua
con la nieve recogida del capó de los coches
que hoy ha vuelto a caer entre los dedos huesudos
de los árboles, con pinceladas impresionistas de hojas
amarillas gastadas por el ladrido de los perros,
sobre el aparcamiento incesante de árboles marrones.
Cuando podaban esos árboles saltábamos sobre las
ramas apiladas, cavábamos túneles en ellas,
eran una cama elástica y un refugio de guerra.

Y ahora, estudiando Análisis Contable, esas ramas
vuelven a crecer igual que vuelve a caer la nieve.
Entre las nubes frías de la mañana lo observo
desde la terraza, esperanzado
de que así vuelva a crecer la infancia.

                                                                 5-12-97.




LLAVES

Como si en realidad fuesen tres hermanos
me sigue pareciendo complicado diferenciar
entre los cuentos de Andersen y los de los Grimn.
Yo aún no sabía leer, esperaba a que mi padre
regresara del trabajo y tras cambiarse de ropa
le hacía sentarse en el sofá. Como en la apoteosis
de un rito antiguo deseaba que cobrasen vida
los signos negros encerrados en el fino papel,
se abrirían para mí entonces, en aquellas tardes
primeras, las vertiginosas puertas de estos libros
que hoy conservo: La sombra y otros cuentos
de Andersen y Cuentos de Jacob y Wilhelm Grimn,
en las baratas y cuidadas ediciones de Alianza.

Se aclaraba la garganta y bajo el bigote la voz,
en ese momento el niño que era yo sucumbía
a la magia que invocaban las palabras,
magia que le conduciría a vigilar su sombra
de repente presentida como un ser autónomo,
a pensar en princesas verdaderas que detectaban
guisantes bajo una montaña de almohadas,
a interrogarse con ceño fruncido si de verdad
en algún lugar del mundo los sapos hablaban.

Ahora sé que sí: lo hacían en los estanques
de aquellas frases que mi padre conjuraba
en el sofá de casa tras su trabajo de ingeniero.
En una ocasión le pregunté si él escribía
cuentos. Yo no sabía leer pero pensaba
que quien leía cuentos debería también querer
escribirlos. Confuso, sorprendido, imaginaba.

Recuerdo entre todos uno: La llave de oro.
Un niño sale a buscar leña en un crudo
día de invierno, entre la nieve encuentra
una llavecilla de oro, después un cofre
y en él una cerradura. Y entonces le dio
una vuelta; y ahora hemos de esperar hasta
 que haya terminado de abrirlo y levante la tapa:
 entonces nos enteraremos de las cosas
 maravillosas que contiene el cofrecillo. Finalizó
mi padre abrupto la lectura. No podía creerlo,
me tomaba el pelo, tenía que saber
qué contenía el cofrecillo, necesitaba saberlo.
Insté a mi padre a que pasase el dedo
por las palabras según las repetía. Ni una más.
Éramos víctimas de un error. Llegué a coger
una lupa en busca de los restos de una supuesta
página arrancada donde, sin otra posibilidad,
tendría que encontrarse resuelto el misterio.

Puedo ver a mi padre: sonreía observando
a aquel niño que no sabía leer, su indagar
en el lomo esquivo de un libro de bolsillo.
Quizás él haya olvidado esta extraña escena
que regresa a mí con terquedad de símbolo,
porque, sin duda, lo más extraño de todo
es que tres décadas después
el niño que era yo, convertido en adulto,
aún sigue
buscando lo que había en aquel cofrecillo.


4 comentarios:

  1. Quería comentarte dos cosas:
    La primera: a mí no me gusta nada leer mis cuentos en bares. Aunque lo he hecho.

    La segunda: me han tocado tus poemas.

    Un cordial saludo.

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    1. Hola Alena:

      Yo en un bar recité una vez un poema que no era mío. Y en otro leí uno de mis cuentos.
      Estuvo simpático. Quizás no tengo los amigos adecuados para esto de los recitales, y quizás en otras circunstancias lo haría.
      Lo que me parece más raro es lo de esos poetas para los que es más importante recitar en algún sitio que pulir realmente los poemas; y eso de recitar te lleva a un mundo de relaciones parecidas a las del instituto (los guays, los no guays), y al final los recitales son acaparados por los guays, que pueden destacar más por sus habilidades sociales que por saber escribir, y al final son estos los que convencen a los editores para que les publiquen, porque tienen un público.

      Sobre este tema va la próxima novela que publico. Una novela satírica sobre el mundo de la poesía.

      Muchas gracias por tus palabras sobre mis poemas. Muy amable.

      Saludos

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  2. Me ha encantado sobre todo el segundo poema, y especialmente el final. Aunque yo sigo disfrutándolo más leyéndolo como si fuera prosa... Saludos!

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    1. Hola Caminante:

      La verdad es que la etiqueta del género, poesía, relato... creo que no es lo más importante; además ahora, en esta época de géneros híbridos, menos.
      Lo importante de verdad es que me digas que te ha gustado: muchas gracias.

      Saludos

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