domingo, 4 de enero de 2015

Atila, por Javier Serena

Editorial Tropo. 176 páginas. 1ª edición de 2014.

Hace dos años comenté en el blog la novela La estación baldía de Javier Serena (Pamplona, 1982). Y conté también cómo conocí a Javier en una reunión de poetas. Desde entonces hemos cambiado alguna impresión por internet, hemos coincidido de casualidad en la Feria del Libro de Madrid; y hemos quedado dos veces más para hablar de libros. En una me comentó su lectura de mi novela El hombre ajeno, y en la otra, durante el último diciembre, me regaló su nueva novela Atila, una semana antes de que llegara a las librerías.

Atila además de ser el nombre de la última novela de Javier (acompañado del subtítulo Un escritor indescifrable) es el título del último libro que escribió antes de suicidarse en el París de 1990 Aliocha Coll, escritor, nacido en Madrid en 1948, aunque educado allí de donde eran sus orígenes: Barcelona. Aliocha Coll es el personaje central de la novela de Javier Serena.

Cuando Javier me comentó que su nueva novela iba a aparecer en la interesante editorial zaragozana Tropo me preguntó si me sonaba el nombre del escritor secreto, o maldito, o lunático, Aliocha Coll. Resultó que yo recordaba su extraño nombre (en realidad un pseudónimo en honor a uno de los personajes de Los hermano Karamazov de Fiodor Dostoyevski; su verdadero nombre era Javier Coll) de una semblanza aparecida en el Abc cultural escrita por Patricio Pron (se puede leer AQUÍ). Entre otras cosas, Aliocha Coll es famoso (y nunca este adjetivo ha sido tan mal empleado, porque Aliocha Coll no es famoso en absoluto) por ser el único autor de la agencia literaria de Carmen Balcells que no consiguió alcanzar ningún tipo de éxito. Javier Serena supo de Aliocha Coll a través de algunos cuentos o artículos de Javier Marías, que frecuentó su amistad. La figura de Coll creció en la fantasía de Javier Serena (nos cuenta en el epígrafe del libro) hasta desembocar en la ficción que hemos leído al acercarnos a su Atila, una ficción mucho más convencional –apunta Serena- que la propuesta por Coll. “Un tipo de literatura más bien imposible”, apunta Marías que era la de Coll.

Coll publicó en la Alfaguara de 1982 la novela Vitam venturi saeculi, un libro al parecer rompedor y vanguardista, de difícil lectura. Coll, procedente de una familia burguesa catalana, después de abandonar la carrera de medicina se traslada a París para ser un bohemio, o un mártir, de la literatura. Coll no quiere trabajar y escribir, no quiere replegarse a ningún convencionalismo social, sólo quiere escribir desde la pureza, sin ningún imperativo comercial. Esto le acaba conduciendo, pese a su cultura y su inteligencia, a un tipo de escritura minuciosa y oscura, una escritura de la que él parece ser el único receptor posible; una literatura no ya complicada sino incomunicable. Y a pensar de esto, su última novela Atila, apareció póstumamente en la editorial Destino.

En esta novela, Serena no trata de reconstruir la vida real de Aliocha Coll, sino que a partir de una imagen central, obsesiva para él –la del escritor que se va aislando del mundo, tan absorto en su obra que llega a olvidarse de vivir, e incluso que llega a olvidar que el objetivo de una novela debería ser el de entretener o comunicar a otros- inventa una ficción. Los personajes secundarios del libro (el padre de Aliocha, o su primo, o el narrador) son inventados. Según el nombre que aparece en la wikipedia, el padre del Aliocha real tiene un nombre diferente al de esta ficción. Y pese a que los rasgos esenciales de la vida de Aliocha están extraídos de la realidad, las peripecias narrativas que describe Serena en Atila son ficcionales.
Atila está contado por un narrador sin nombre del que llegamos a saber que es periodista cultural de una revista llamada El paseante. Conoce a Aliocha, primeramente de forma postal, a raíz de tener que preparar un artículo sobre los nuevos narradores españoles de los 80.
La novela comienza en febrero de 1990, y por tanto unos meses antes de que Aliocha se acabara suicidando en octubre de ese año. La idea del suicidio está adelanta en la narración desde la página dos, convirtiéndose en un leitmotiv del libro. El lector sabe que la novela acabará con la muerte de Aliocha. Atila comienza con una de las últimas visitas a París del narrador para encontrarse con Coll, su amigo cada vez más desvalido. En la segunda parte (que comienza en la página 43) el narrador retrocede en el tiempo para hablarnos de cómo conoció a Aliocha tres años antes. De tal modo que la novela está narrada a partir de la muerte de Coll.

Cuando comenté La estación baldía apunté que el estilo de Serena era denso en metáforas, y que a veces caía en un exceso de adjetivación. Cuando comencé a leer Atila, tras las primeras páginas, tuve la impresión de que el estilo denso en metáforas y frases largas de Serena seguía cayendo en el exceso de adjetivación, pero tras unas primeras dudas iniciales, he de señalar que este ligero problema, este titubeo de su novela anterior, ha sido superado con una escritura en la que lo perdido en densidad descriptiva se ha ganado en elegancia narrativa.

El narrador reconstruye la vida de Aliocha desde la fascinación y el respeto. Duda del sentido de la obsesión de Aliocha pero no de su pureza: “Hacía muchos años que Aliocha ya estaba atrapado sin remedio en un infierno circular: había puesto tanto empeño en escribir, que había terminado sordo y ciego, extraño a todo cuanto le rodeaba, tan desorientado frente al vértigo del mundo que sus libros estaban abocados al más sólido hermetismo.” (pág. 77) “Era lo  mismo que culparle por haber luchado hasta la locura y el fracaso por cumplir su sueño de escritor.” (pág. 118)

“Si había una razón por la que emprendía aquellos viajes no era otra que conocer mejor esa extraña fiebre que padecía desde hacía tanto tiempo. Era un hombre verdadero como pocos, con una mente lúcida e impenetrable al mismo tiempo, infundido de tal talante épico que a veces parecía que viviera en la ciudad igual que si la hubiera conocido cien años atrás, perdiéndose en largas rutas que le conducían por brumosas callejuelas pobladas de leyendas y por los cementerios apartados de los artistas condenados.” Así nos habla el narrador en la página 72 sobre los motivos que le llevan a acercarse a Aliocha. Serena utiliza en esta novela la técnica del narrador testigo, el periodista cultural sin nombre que cuenta la historia nos acerca al personaje retratado desde su experiencia directa,  a través de las conversaciones telefónicas que tiene con Carlos Valls, el primo de Aliocho, o desde la mera conjetura.

Creo que la novela hubiera mejorado si la información suministra al lector sobre este narrador hubiera sido mayor. Estoy pensando en Nick Carraway, el narrador testigo de El gran Gastby de Scott Fitzgerald, encargado de acercarnos a la vida de Gastby; o en el Arturo Belano de Estrella distante de Roberto Bolaño, que nos acerca a la vida de Carlos Wieder. El narrador testigo de Atila nos introduce en la vida del personaje de la obra y si a través del retrato de Aliocha en este caso, nos hubiera acercado más a él mismo, a un personaje con sus luces y sombras particulares, la novela hubiera podido alzar más el vuelo. Sin embargo, no quiero con este matiz de forma, con este juego de la novela que podría haber sido, afear el logro conseguido por Javier Serena en Atila: el uso de un lenguaje elegante para mostrarlos, a través de vívidas escenas de desesperación y efímeros brotes de vida, la esencia de un ser –Aliocha Coll- atrapado por la literatura, víctima y paladín trágico del arte de la novela.

Me comentó Javier Serena que las novelas de Aliocha Coll están en la biblioteca del Retiro, y que debería echarles un vistazo. Lo hice. En un sillón de la biblioteca leí algunas de las páginas del Atila de Aliocha Coll: una escritura hermética, incomunicable, extraña, tal vez culta y elegante. Una literatura de la diferencia.


miércoles, 31 de diciembre de 2014

Las mejores lecturas de 2014 y algunas reflexiones

Antes de escribir la lista de las mejores lecturas de 2014, he revisado la del 2013 (se pueden ver todas mis listas de fin de año pinchando en la etiqueta de abajo). Además de destacar diez lecturas realizadas en 2013, escribí una lista de propósitos lectores de año nuevo. Algunos han sido cumplidos, en mayor o menor grado, y otros no lo han sido en absoluto. Voy a hacer un repaso de esos propósitos. Las negritas son los propósitos del año pasado:

1) Me está gustando la idea de leer varios libros seguidos de un autor. Las tres novelas seguidas de José Donoso han constituido uno de los grandes momentos lectores de este año. Para 2014 quiero repetir con Donoso. Tal vez haga algo similar con Guillermo Cabrera Infanta o con Manuel Puig.
He repetido con Donoso y he leído dos libros más de él: El obsceno pájaro de la noche y Cuatro para Delfina (seguidos). Repetiré en 2015 con Donoso, que está empezando a ser una de mis lecturas de verano.
De Guillermo Cabrera Infante leí La Habana para un infante difunto, que me gustó pero no tanto como esperaba y no repetí con él. Aun así no le descarto para el futuro.
Con Manuel Puig aún no me he puesto, y eso que tengo tres libros suyos en casa sin leer. Espero cumplir con él en 2015.

2) No leer tantas novedades.
Creo que este punto no lo he cumplido demasiado; y quiero de nuevo tomármelo en serio. Me tendría que poner con escritores españoles de finales del siglo XIX (Pérez Galdós, Clarín, Varela) o de principios de XX (Baroja, Barea), o volver al XIX ruso o francés.

3) Leer más clásicos modernos: novelas que me faltan de escritores del boom, por ejemplo.
Leí dos libros de José Donoso, y una novela de Vargas Llosa. Debería acercarme a Roa Bastos o a escritores del preboom, como Miguel Ángel Asturias.


4) Realizar más relecturas: volver tras catorce años a leer Los detectives salvajes de Roberto Bolaño ha sido otro de los mejores momentos lectores del año.
Releí a Gabriel García Márquez: El coronel no tiene quien le escriba y Cien años de soledad; y, aunque ahora parece que no está de moda entre los escritores decir que a uno le gusta García Márquez, el reencuentro fue hermoso.


5) Leer más ensayos. Por ahora quiero leer más libros de economía, acercarme durante diciembre a La riqueza de las naciones de Adam Smith ha sido una experiencia muy reveladora (ya hablaré en el blog de este libro).
He leído más libros de economía, y me gusta saber más de la asignatura de bachillerato con la que me gano la vida. Leí a Thomas Malthus, a John Galbraith, a Paul Kurgman y a David Ricardo. En 2015 debería leer a John Stuart Mill, a Karl Marx y tal vez a Keynes o más libros de Galbraith

6) Lanzarme, por fin, con la obra de David Foster Wallace, del que aún no he leído nada.
Fui dejando a Wallace para el final y cumplí mi promesa, pero no hasta el nivel que pretendía. Leí su primer libro de cuentos, La niña del pelo raro. Tuve en las manos, más de una vez, La broma infinita. Me gustaría leer este libro en 2015 y también alguno de sus libros de ensayos.


NUEVOS PROPÓSITOS LECTORES PARA 2015:

1) Leer libros de ciencia ficción o fantasía, para reivindicar a los cuarenta al adolescente que llevo dentro. Pienso en Ray Bradbury, Kurt Vonnegut, J. G. Ballard, Philip K. Dick o Stanislaw Lem.

2) Leer a los posmodernos norteamericanos: Thomas Pynchon, William Gaddis, Don Delillo…

3) Seguir con autores hispanoamericanos: Jorge Ibargüengoitia, Manuel Puig, Miguel Ángel Asturias, César Aira, Juan José Saer…

4) Leer a los clásicos españoles del siglo XIX y del XX: Pérez Galdós, Clarín, Valera, Baroja, Barea…

5) Leer más a los clásicos del XIX ruso o francés: Stendhal, Chejov, Balzac, Dostoievski…

6) Seguir controlando mis tendencias de comprador de libros compulsivo. En julio de 2014 tuve una epifanía tras contar el número de libros que tenía comprados y pendientes de leer. Eran más de 130. Me propuse bajar esa montaña de libros por leer y usar más la biblioteca. Sin compro algo será para leerlo de forma inmediata. Desde entonces sólo he comprado 4 libros, y ya he leído tres (el cuarto es uno de economía, que no me importó comprar, aunque no fuese para una lectura inmediata). Al usar más la biblioteca puedo leer con más facilidad más libros seguidos de un mismo autor. No debo sucumbir a la compra por impuso en las librerías de segunda mano. Sin embargo, he aceptado el envío de libros por parte de las editoriales o los autores, y de estos aún tengo libros pendientes.



Ahora la esperada lista con las mejores lecturas del 2014 (el orden es el cronológico de lectura):

- CUENTOS COMPLETOS, JUAN JOSÉ SAER
- WASHINGTON SQUARE, HENRY JAMES
- CADA VEZ MÁS CERCA, ELVIO E. GANDOLFO
- HISTORIA DE MAYTA, MARIO VARGAS LLOSA
- EL OBSCENO PÁJARO DE LA NOCHE, JOSÉ DONOSO
- EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA / CIEN AÑOS DE SOLEDAD, GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
- LOS RELATOS DEL PADRE BROWN, G. K. CHESTERTON
- LO QUE A NADIE LE IMPORTA, SERGIO DEL MOLINO
- CANADÁ, RICHARD FORD
- CRÓNICAS MARCIANAS, RAY BRADBURY.


Algunas consideraciones sobre la lista:

1) He incluido dos obras de García Márquez porque las leí seguidas –igual que hace veinte años; es por tanto ésta una relectura- y considero que forman un universo muy compacto.


García Márquez: no estás de moda entre los escritores modernos, pero en este blog se te quiere bien


2) En 2014 he leído buenos libros de relatos (dos de George Saunders: Diez de diciembre y Pastoralia, La hora de los monos de Federico Falco, La marca de Creta de Óscar Esquivias o Caminos anfibios de Ernesto Calabuig) pero entre estas lecturas había dos pesos pesados: los Cuentos completos de Saer, con el que volveré en 2015, y los Cuentos del padre Brown de Chesterton. Fuera de estas elecciones he destacado Cada vez más cerca de Gandolfo (en vez de los otros citados) por llamar la atención sobre un autor de relatos tan bueno, cuya obra casi no se conoce en España.


Elvio Gandolo: a ver si de una vez te publican ya en serio en España


3) He querido incluir en la lista Lo que a nadie le importa de Sergio del Molino, porque a pesar de la juventud de su autor me sorprendió muy gratamente su madurez estilística. Creo que del Molino está empezando a ser ya uno de los autores de referencia de la nueva narrativa española.


Habrá que estar pendientes de lo nuevo de Sergio del Molino


4) Ha sido un acierto esperar hasta el último día del año para elaborar esta lista porque si la hubiera hecho una semana antes hubiera dejado fuera a uno de los libros con los que más he disfrutado en 2014: Crónicas marcianas. Es seguro que repetiré con Bradbury en 2015.

Me lo pasé muy bien en Mallorca con Ray Bradbury


5) Historia de Mayta es posiblemente uno de los libros menos conocidos de Vargas Llosa y resultó ser toda una sorpresa. Un libro inmenso sobre los límites entre la realidad y la ficción.


Bueno, Mario, creo que la siguiente suya va a ser La historia del fin del mundo


6) El obsceno pájaro de la noche es una novela ambiciosa, desmesurada, irregular, fascinante. Cada vez me gusta más José Donoso.

José Donoso: mi escritor imprescindible en verano


7) Canadá es una obra maestra, una obra sólida, de plena madurez del gran Richard Ford.

Richard Ford: a ver si este año me pongo con toda la saga Bascombe


8) Henry James es siempre tan moderno.


Henry: no me pongas esa cara de serio, hombre



9) Esperemos que 2015 sea un año de buenas lecturas para todos.

domingo, 28 de diciembre de 2014

Cenital, por Emilio Bueso

Editorial Salto de Página,  278 páginas. 1ª edición de 2012; ésta es la segunda, también de 2012.

En la Feria del Libro de Madrid de 2013, una tarde de sábado que paseaba por El Retiro, me acerqué a la caseta de la editorial Salto de Página dos veces. Una para comprar el libro Últimos días en el Puesto del Este y que me lo firmara Cristina Fallarás, y alguna hora después (entre medias me senté en el césped a leer) para comprar Cenital de Emilio Bueso (Castellón, 1974). Estaba por aquel entonces muy metido en el mundo de las novelas apocalípticas, de las que Salto de Página ha publicado bastantes.
Ese verano leí la novela de Fallarás (AQUÍ está la reseña), y entre unos libros y otros me fui olvidando del de Bueso. Le ha llegado ahora el turno, en noviembre de 2014, dentro de mi campaña “no debería comprar más libros hasta que no lea ese centenar que están aún por leer en la parte más alta de mis estanterías”.

Dentro de los desastres que podrían ocurrir para llegar a un mundo apocalíptico, Bueso elige la variante del agotamiento de los recursos, y más concretamente la del agotamiento del petróleo.

Destral, recibe una beca, para controlar los mandos de un satélite en órbita geoestacionaria. Desde su trabajo solitario observa la Tierra hasta que toma conciencia de la inminencia del apagón total. Por eso abre un blog desde el que expone sus teorías catastrofistas sobre el agotamiento del petróleo. Su objetivo es contactar con otras personas y junto a ellas abandonar la civilización para crear una ecoaldea autosuficiente. Lo que va a llevar a cabo no mucho antes del hundimiento definitivo. Cuando éste tiene lugar en el mundo, los habitantes de la ecoaldea Cenital ya están preparados y deberán hacer frente durante una larga temporada al asedio hambriento del mundo exterior.

El primer capítulo, fechado en 2007, es previo al Hundimiento (como se denomina en el libro al momento histórico en el que la sociedad occidental colapsó por el agotamiento del petróleo), y en él asistimos a la toma de conciencia de Destral. Después se irán alternando capítulos, fechados en 2014, en los que una vez pasada la época del asedio de los que huyen de las ciudades, la ecoaldea de Destral -y de los que se unieron a él- está a punto de sufrir un nuevo percance, con otros capítulos que son entradas del blog de Destral, y citas de diferentes personalidades sobre el tema del agotamiento de los recursos y el capitalismo no sostenible.

Las citas de personas tan diversas como Guy McPherson, Pedro A. Prieto, Thomas Friedman, Kenneth S. Deffeyes, el rapero Ali G o los cantantes de Siniestro Total, nos acercan al tema del agotamiento de los recursos desde una perspectiva ensayística, como un remanso de seriedad dentro del contexto de una novela que acaba siendo eminentemente gamberra.
Las entradas del blog de Destral resultan también ensayísticas, pero aquí se nos incita a reflexionar sobre la crisis mundial de 2008 y más concretamente sobre su incidencia en España, con comentarios sangrantes sobre la actuación de los bancos, los políticos, y sobre la imposibilidad de que se sostenga una sociedad basada en la idea del consumismo continuo de usar y tirar.

El cuerpo principal de la narración se sitúa en 2014, como apunté, con una ecoaldea de cien habitantes, acostumbrados al frío, a la comida escasa y a las privaciones, pero que debido a su capacidad de previsión no ha tenido que recurrir al pillaje o al canibalismo, como saben que ocurre fuera de sus muros de adobe. En el tiempo narrativo de la novela, la ecoaldea va a enfrentarse a dos situaciones que pueden modificar su precario equilibrio: las cosechas que han sembrado para el invierno no parecen dar sus frutos, y están a punto de recibir la visita de una pareja de jóvenes, que se están acercando hasta sus murallas con un coche que todavía parece funcionar con gasolina.
Destral abandonará la ecoaldea para acompañar a los jóvenes, que han solicitado ingresar en la comunidad y para la que quieren ser útil. Con ellos tratará de conseguir semillas para una nueva siembra. Este viaje puede dar lugar a más de una situación peligrosa.

Los capítulos en los que se narra la salida de la aldea de Destral con los dos desconocidos, de los que tal vez no debería fiarse, están intercalados con las entradas del blog comentadas, las citas sobre el agotamiento de los recursos, además de por otros capítulos en los que se habla de cómo algunos de los principales habitantes de la ecoaldea llegaron a ella. Estas historias suelen arrancar de las fechas previas al Hundimiento para acabar con la incorporación de esa persona (Agro, Marko, M1gue1, Simsim, Saig´o…) a la colonia.

El tono que ha elegido Emilio Bueso para escribir su libro es eminentemente gamberro. En muchas de sus frases se emplea un lenguaje muy callejero, en apariencia poco literario: “darle la vara”, “apollardar”, “alucinaba bellotas”, “la barbarie se quitó los gallunbos y nadie se sorprendió al ver lo empalmada que iba.”, etc.; pero combinado con frases cortas y precisas, no exentas de metáforas imaginativas, acaban creando un lirismo desencantado, de poesía cenital (por seguir con los juegos planteados en el libro). También, aun usando este lenguaje directo, callejero, se plantea aquí una reflexión sincera, profunda, sobre el tema del agotamiento de los recursos, sobre el que Bueso parece haberse documentado bastante: en dos ocasiones se hacen llamadas a pie de página para explicar términos propios de las personas preocupadas con el fin de la civilización: “picolero” o “Peak Oil Aware”. Además la novela también está bien documentada a la hora de hablar de cómo se puede crear una ecoaldea, usando un vocabulario muy específico: “filtrando agua con zeolitas para lavar la ropa”, leemos, por ejemplo, en la página 25.

El principal de defecto que puedo encontrar en un libro como Cenital es que la historia principal, la que hace mover la trama (salida de Destral de la ecoaldea), ocupa más o menos un tercio del número total de páginas, y el resto estará ocupado por las entradas del blog, las citas y la historia de los personajes relevantes, que son casi relatos independientes de la historia. Posiblemente lo más difícil al crear una historia como ésta sea alzar ante el lector un mundo sugerente y poder contar en él una historia, haciendo que la trama avance, y que ese avance suponga cambios para los personajes. Entre las páginas que han de narrar esa evolución el autor irá explicando cómo se ha llegado hasta ahí, pero sin perder nunca la perspectiva de que lo que le importa al lector es la historia principal. En este sentido una novela apocalíptica como Plop, del argentino Rafael Pinedo, me resulta más lograda que Cenital (Plop sigue siendo para mí el referente moderno de la novela apocalíptica, por encima de La carretera de Cormac McCarthy, como ya he apuntado en más de una ocasión). Con esto no quiero decir que Cenital no me haya gustado, que lo ha hecho y bastante. El mundo propuesto aquí por Emilio Bueso es poderoso, sugerente y poético, pese a tratarse de una poética de la destrucción, aterrador por lo cercano y real de lo narrado, y la novela se lee en todo momento con interés (de hecho, la leí en poco más de dos días), y tan sólo podría lamentarme de que no haya decidido desarrollar más la trama principal.

Me he quedado con ganas de más Emilio Bueso.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Canadá, por Richard Ford

Editorial Anagrama, 510 páginas. 1ª edición de 2013; esta de 2014.
Traducción de Jesús Zulaika.

Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944) siempre ha sido uno de mis escritores norteamericanos favoritos, desde que en septiembre de 1998 leí el conjunto de relatos Rock Springs. Por entonces ya había leído casi todos los libros de Raymond Carver y en Rock Springs me encontré con un cuentista de un nivel similar. También he leído los libros de cuentos o novelas cortas De mujeres con hombres y Pecados sin cuento, y las novelas Incendios, El periodista deportivo y El día de la independencia. Estas dos últimas protagonizadas por Frank Bascombe, uno de los personajes más emblemáticos de la narrativa norteamericana de las últimas décadas. Estas novelas las saqué de la biblioteca de Móstoles y cuando apareció Acción de gracias, la tercera parte, que también llegó a la biblioteca, no recuerdo por qué no la leí en su momento. Quizás, aventuro, tenía muchos libros pendientes en casa y Acción de gracias es una novela bastante larga. Cuando en septiembre de 2013 apareció Canadá (lo vi por primera vez en el verano de 2013 en una librería  de Copenhague, en inglés) y empezó a recibir encendidos elogios en la prensa especializada supe que era un libro que acabaría leyendo, aunque en aquel momento me hubiera propuesto leer más libros de la montaña que tengo pendiente en casa y no sucumbir tanto a la mesa de novedades. De todos modos, solicité su compra a la biblioteca de Móstoles y lo trajeron a los pocos meses. Sin embargo, no he leído este libro sacándolo de la biblioteca de Móstoles, sino que paseé hasta la de Retiro para ver si tenían libros de Stanilaw Lem (esta es otra historia) y al final me acabé llevando el libro de Ford. Lo cierto es que llevaba meses dudando si leía Canadá o me sacaba de la biblioteca de Móstoles la trilogía de Bascombe y me leía los tres libros seguidos. Esto último me gustaría hacerlo en 2015.

El narrador de Canadá es Dell Parsons que, desde 2011 y a punto de jubilarse de su trabajo como profesor, empieza a recordar los sucesos clave para su vida que tuvieron lugar en 1960, cuando tenía quince años. El primer párrafo del libro es un prodigio, pues en él Ford nos descubre el núcleo narrativo de la novela, y las 500 páginas restantes platearán un acercamiento a los hechos desvelados en ese primer párrafo y a sus inmediatas consecuencias. Reproduzco aquí este párrafo inicial:

“Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después. El atraco es la parte más importante, ya que nos puso a mi hermana y a mí en las sendas que acabarían tomando nuestras vidas. Nada tendría sentido si no se contase eso antes que nada.
Nuestros padres eran las personas de las que menos se podría pensar que atracarían un banco. No eran gente rara, ni evidentemente criminales. A nadie se le hubiera ocurrido pensar que estaban destinados a acabar como acabaron. Eran personas normales –aunque, claro está, tal afirmación queda invalidada desde el momento mismo en que atracaron el banco”.

Estoy tratando de recordar cómo era la construcción de los relatos de Ford. En ellos siempre tomaba a sus personajes en el momento en el que iba a ocurrir algo trascendental que supondría un antes y un después en su vida: el abandono de la pareja, el descubrimiento de una infidelidad, la muerte de un progenitor, etc., lo que en la narrativa se suele llamar “el momento epifánico”: en ese momento clave que narra la historia el protagonista va a descubrir algo sobre sí mismo, que el lector podrá descubrir con él o que tendrá que imaginar.
En realidad Canadá está construido como uno de estos relatos de Rock Springs de veinte páginas: Dell nos acerca al momento clave en el que cambió su vida, pero no se detiene en sugerir el cambio (momento epifánico), ya que éste se dio en el pasado y ha moldeado toda su vida, y desde ahí (desde una narración en círculos concéntricos que se expanden como ondas desde una convulsión central), desde el hombre que ha llegado a ser, desde la sabiduría de los años, trata de explicarse a sí mismo su historia y la de su familia.

El padre de Dell, Bev Parsons, militar de profesión (aunque en 1960 ya se ha salido del ejército), ha de cambiar muchas veces de destino por temas laborales, y Dell y su hermana Berner han acabado por sentir que no son de ninguna parte, aunque llevan asentados en Great Falls (Montana) desde 1956. Allí donde van no suelen hacer muchos amigos, a lo que ha contribuido su madre Neeva, que, a diferencia del padre, sí tiene formación universitaria y ha tendido a mostrar una mirada de superioridad (como hija de inmigrantes en la Costa Este americana) sobre los ciudadanos del interior del país, con los que prefiere no tener mucho trato. Como en Rock Springs, Ford elige para este libro centrar su historia en el corazón rural de los Estados Unidos.

Dell Parsons tiene quince años y la reconstrucción de su personalidad adolescente, de sus anhelos y de su visión del mundo en 1960 –aunque el personaje esté narrando desde sus sesenta y cinco– es uno de los grandes logros de Canadá. El hecho fundamental del libro ya quedó expuesto en la primera frase y, como algo ominoso, pende sobre la cabeza de los cuatro miembros de la familia Parsons. Dell nos habla de sus padres, de cómo era su personalidad, intentando averiguar por qué llegaron a hacer lo que hicieron, como una clave para entender su propia vida: “Pero culpar a los padres de las dificultades de tu propia vida no te lleva a ninguna parte” (pág. 23).

Como en otras narraciones de Ford (tal vez influenciado por clásicos norteamericanos como Ernest Hemingway o Jack London), según avanza el libro y la acción se acaba trasladando a Canadá (así lo prometía el título de la novela), la fuerza de la naturaleza, como motor de aprendizaje vital, se va haciendo más trascendente en la vida de Dell. Recuerdo otras narraciones de Ford en las que la caza también tenía su importancia compositiva.
Tal vez, si pensamos en la soledad y el desamparo en los que Dell se sume una vez que sus padres han de asumir las consecuencias de sus actos, podríamos llegar a pensar en una novela dickensiana. En algún momento de la lectura llegué a realizar la asociación Ford-Dickens, pero existe una clara diferencia: en Charles Dickens la acción, la peripecia, define a los personajes, y en Richard Ford es la reflexión sobre la peripecia lo que acaba definiendo a los personajes, ya que en esta novela los hechos se van adelantando constantemente a lo narrado, lo que, lejos de descubrir alguna clave al lector antes de tiempo, consigue que éste siempre quiera leer más para alcanzar el punto de los acontecimientos narrados que le fueron adelantados de una forma sutil, velada.


He escrito al principio que el primer párrafo de este libro es prodigioso, pero no menos prodigiosas son las 500 páginas que se despliegan a partir de ahí. Canadá es la obra de un maestro de la narración en pleno uso de sus facultades. Lejos de experimentalismos, de fragmentariedad posmoderna; como un Clint Eastwood de la escritura, Richard Ford despliega ante nosotros una historia brillantemente clásica, una historia esencial de no muchos elementos (una familia: padre, madre y dos hijos, y su desintegración; y un entorno adulto para un chico de quince años: violento, ajeno, difícil de comprender), que intenta desvelar los secretos de la existencia (“Es un misterio cómo somos. Un misterio”: pág. 96). Richard Ford, desde su magisterio, desde su madurez, ha escrito una obra maestra, un clásico perdurable.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Antología de Gerardo Diego: Antonio Machado (7)

Tenía un poco abandonado el tema de los poemas en el blog. Sigo hoy con la Antología de Gerardo Diego.
El séptimo poeta que antóloga Gerardo Diego en 1934 para su Poesía española, antología (contemporánea) es Antonio Machado (Sevilla, 1875  – Colliure, 1939).

Si el anterior poeta era su hermano Manuel, creo que Antonio no necesita ninguna presentación, siendo uno de los poetas españoles más conocidos del siglo XX. Tengo el libro de sus obras completas a medias, sin embargo. He de retomarlo.
Al menos dos veces he estado en su casa museo de Segovia.



Dejo aquí unos poemas de la antología. Son del libro Campos de Soria.


VII
¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, oscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria
donde parece, que las rocas sueñan,
conmigo vais. ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!


VIII
He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria —barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra—.
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!
¡Oh, sí!  Conmigo vais, campos de Soria, 
IX
¡Oh, sí!  Conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita.
Me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?

¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!

domingo, 14 de diciembre de 2014

La niña del pelo raro, por David Foster Wallace

He leído el libro en una versión más antigua,
pero no encuentro la portada en la red
Editorial Mondadori. 405 páginas. 1ª edición de 1989; ésta de 2000.
Traducción de Javier Calvo.

Hasta ahora no había leído ningún libro de David Foster Wallace (Ithaca, Nueva York, EE.UU., 1962 – Claremont, California, 2008), lo que no deja de ser extraño. Había leído muchas críticas a sus libros según aparecían en prensa, y uno de mis amigos lectores me lo había recomendado más de una vez. Creo que estaba ya casi convencido de empezar a leerlo cuando llegó la noticia de su suicidio, y esto contribuyó a que haya aplazado mi acercamiento a este autor hasta 2014. Si cuando Foster Wallace se suicidó yo hubiera tenido veinticinco años le hubiera empezado a leer esa misma semana aquejado de fiebres mitomaniacas; pero se suicidó cuando ya había cumplido treinta y cuatro, y su suicidio me hizo suponer que se iba a poner insoportablemente de moda, y empezar a leerlo entonces me pareció poco elegante. Respecto a que se iba a poner insoportablemente de moda tenía razón, pero quizás ya no tanta en que no debía de haberle leído por eso.
Otro factor que me hacía dudar de si Foster Wallace iba a ser mi escritor era el hecho de que parecía más famoso por sus ensayos que por su narrativa, y esto hacía que no le viese como un “escritor puro” (esto es simplemente un prejuicio personal).

En alguno de los comentarios del blog, el poeta y reseñista de Estado crítico José Martínez Ros me recomendó empezar la lectura de Wallace por su primer libro de relatos, La niña del pelo raro. Decidí hacerle caso, aunque lo cierto es que más de una vez he hojeado en la biblioteca La broma infinita o los libros que recogen sus ensayos. Y lo cierto es que, si no recuerdo mal, esta no es la primera vez que saco de la biblioteca de Móstoles La niña del pelo raro; pero en la ocasión anterior algún otro libro se cruzó en mi camino y éste lo acabé devolviendo sin leerlo. Ahora, por fin, como me propuse a finales del año pasado, me he acercado a mi primer libro de David Foster Wallace.

En la contraportada de La niña del pelo raro se afirma que ésta es una recopilación de diez relatos; aunque por la extensión de alguno de ellos (superior a las cincuenta páginas de una caja de edición apretada y con la letra no muy grande) bien podríamos hablar de novelas cortas, o directamente de novelas, ya que el último relato del libro –titulado Hacia el oeste, el avance del imperio continúa- supera las 160 páginas y es claramente una novela y no un relato.

El primer cuento, Animalitos inexpresivos, empieza de un modo que me llama la atención: una primera escena con dos niños abandonados en una carretera que no parece tener conexión con lo leído a continuación; hasta que unas cuantas páginas después el lector comprende la trascendencia de esa primera escena en el relato (o más bien novela corta). Este relato, sobre el amor entre una joven ejecutiva de un programa de televisión y una de sus concursantes me ha parecido, una vez acabado el libro, que condensa ya muchos de los temas que le interesan a Wallace: el análisis de la cultura popular norteamericana, sobre todo la que gira en torno a la televisión, con nombres de programas reales y en más de un caso con personas reconocibles a los que él dota de una personalidad que se adecua a la de su relato y que no parece pretender alcanzar la verosimilitud real.
Estos relatos han aparecido en revistas antes de hacerlo en formato de libro, y el libro está publicado cuando el autor tiene como máximo veintisiete años. Si un relato como Animalitos inexpresivos está escrito por Wallace cuando éste tiene unos veinticinco o veintiséis años no me caben dudas sobre las enormes expectativas que despertó su talento precoz. Animalitos inexpresivos es un relato que me atrapa de forma inmediata; una pieza clásica con algunas peculiaridades (no conectar de forma directa las escenas, crear su historia sobre programas de televisión conocidos, sobre personas reales, insertar en el cuerpo de la historia recortes de periódicos de la época narrada o citas…) muy personales, hace que éste sea un texto potente. Las metáforas y comparaciones que se usan en el texto están muy acordes a la época (“cielos que resplandecen como aftershave2, por ejemplo, en la pág. 44).

Menos me gusta el siguiente relato, Por suerte, el ejecutivo de cuentas sabía practicar la reanimación cardiopulmonar, que por su número de páginas sí que se adapta más a lo esperado de un relato. No hay nombres aquí, las personas son su profesión; alineadas en la gran empresa; pero al final les tocará compartir su angustia.

La niña del pelo raro, contada en primera persona por un triunfador republicado, con amigos punkies, aficionado a quemar a las personas y con más de una idea racista, me ha parecido muy divertido, muy irreverente.

Lyndon es otra de las piezas más destacadas del libro. En esta novela corta un joven homosexual nos narra su relación laboral con el presidente Lyndon Baines Johnson. Este relato desarrolla las características comentadas al hablar del primero: crear personajes a partir de personas reales de la cultura popular norteamericana, y en el cuerpo del relato se intercalan citas de biografías que relatan la época y apuntan características de los personajes retratados aquí.

John Billy me parece un divertimento, una narración sobre una América rural y deprimida que Wallace no se toma en serio en ningún momento. Una narración surrealista, desenfrenada y delirante, una parodia del relato épico, del western moderno. En estas narraciones irónicas y delirantes es donde me parece que más patina Wallace. Él no quiere a sus personajes, ni siente compasión por ellos, lo que hace que el lector no sienta ninguna vinculación emocional con ellos. John Billy tiene alguna imagen poética, conseguida, pero desde luego baja el nivel después del contenido y soberbio relato que es Lyndon.

Aquí y allí sobre los problemas de convivencia de una pareja joven, que muestra al psicólogo sus miserias, me ha parecido una narración fría.

En Mi aparición volvemos a encontrarnos con el mejor Foster Wallece que he empezado a conocer en este libro; de nuevo el tono es contenido y nos encontramos con unos personajes tan bien construidos como los de Lyndon o los de Animalitos inexpresivos; de hecho Mi aparición tiene mucho que ver con este último relato: también aquí la historia se teje en torno a un programa de televisión: una actriz de series es invitada al programa Late Night with David Letterman. Su marido y su agente diseñarán toda una estrategia para que Letterman no la deje en ridículo que hará que nuestra actriz se replantee sus relaciones sentimentales. Un relato soberbio.

Di nunca vuelve a suponer una bajada de nivel en el libro. No me llegó la historia de varios personajes entrelazados por los que Wallace no parece sentir mucho aprecio.

Todo es verde es un cuento de dos páginas. Correcto, muy clásico; me recordó a alguno de los cuentos más cortos de Raymond Carver.

Hacia el oeste, el avance del imperio continúa, como ya apunté al principio de la entrada, es con sus más de 160 páginas una novela. En ella se van a reunir en el corazón de Illinois todos los actores que han aparecido en anuncios de McDonald´s para realizar un macroanuncio. Esta novela es abiertamente metanarrativa, el narrador continuamente va interrumpiendo lo contado para reflexionar sobre la construcción de su historia, e ironiza sobre el material que constituye lo narrado. Lo cierto es que hubiera preferido leer una historia sin tanto juego metaficcional, sin tanto experimentalismo; igual que ocurre en los cuentos con los que he conectado menos de este conjunto, Wallace vuelve a mostrarse aquí cínico, sarcástico con unos personajes que sólo parece querer ridiculizar. De nuevo tenemos algunas escenas brillantes, algunas reflexiones de talento y en más de un caso una sensación de deriva narrativa, -parafraseando a uno de los personajes de la novela- de alarde de chico con talente que parece decirle al lector: «Mira, mamá, sin manos».

En resumen La niña del pelo raro me ha parecido un conjunto de narraciones muy versátil, de muy diverso tono en el que un joven David Foster Wallace se encuentra todavía en proceso de hallar su voz y modular su talento. Curiosamente las narraciones que menos me han gustado han sido las más experimentales, como John Billy, Aquí y allí y Di nunca; y las más conseguidas han sido de las que se desprendía un aire más clásico y de compasión hacia los personajes tratados, como Animales inexpresivos, La niña del pelo raro, Lyndon y Mi aparición. Cuatro narraciones magníficas que ya por ellas mismas justifican la lectura de este libro.

El joven David Foster Wallace me ha parecido un narrador dotado de un gran talento. Es seguro que repetiré con él. Me apetece el libro de ensayo Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer y la novela La broma infinita.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Recuerdo de Salvador Benesdra, por José Luis Díaz-Granados

Hace unas semanas recibí un correo del escritor y periodista colombiano José Luis Díaz-Granados, con un artículo que había escrito sobre los días que compartió –en 1989 y en la RDA- con el gran escritor argentino Salvador Benesdra, cuya novela El traductor posiblemente sea lo mejor que leí en 2013 (ver aquí reseña). Todo el artículo tiene ese aire de encuentro entre escritores perdidos de los libros de Roberto Bolaño
Le pedí permiso a José Luis para compartir el artículo sobre su relación con Benesdra en el blog y él me lo dio. Aquí está:



RECUERDO DE SALVADOR BENESDRA

Por JOSÉ LUIS DÍAZ-GRANADOS*


El autor de esta crónica (en el círculo) y Salvador Benesdra (en primer plano) junto con otros compañeros, caminando por las calles de Weimar, RDA (Abril de 1989).

El 2 de enero de 1996, el narrador argentino Salvador Benesdra se suicidó arrojándose del balcón de su apartamento del piso 10 en su ciudad natal. Benesdra, quien solo dejó dos libros, legendarios y controvertidos ---El traductor, novela de 600 páginas, que había sido finalista del Premio Planeta en 1995, y El camino total, un insólito libro de autoayuda “para gentes en tiempos de crisis” ---, se ha convertido a casi dos décadas de su muerte en un escritor de culto y su novela estelar ha sido comparada con Adán Buenosayres de Marcehal y Rayuela de Cortázar.
Benesdra, nacido en Buenos Aires en 1952 fue un lector precoz que antes de los diez años dominaba seis idiomas, incluido el japonés, y leía con la misma pasión textos filosóficos de Budismo Zen, Junger y Wittgenstein y escritos revolucionarios de Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Mao Zedong. Hizo estudios de psicología en la Universidad de Buenos Aires y vivió Europa durante las dictaduras militares argentinas en los años 70 y 80.

Salvador Benesdra (a la derecha) escucha a la traductora Christiane Becker. Al fondo, el autor de esta crónica con la periodista mexicana Alicia Alarcón y la sicóloga mexicana Elda Aranda Borbón. (Weimar, RDA, 1989).

El traductor, cuyo manuscrito fue rechazado por una docena de editoriales, apareció póstumamente en Ediciones de la Flor y más tarde fue reeditada por su entrañable amigo Elvio Gandolfo, quien escribió un prólogo revelador y entusiasta sobre el autor y su obra. Esta novela, obesa e inclasificable, está escrita en el entorno de la caída del Muro de Berlín y recrea la trayectoria vital de Ricardi Zevi, un traductor que trabaja en una editorial marxista en los años finales de la década del 80. Al mismo tiempo relata la historia de amor del protagonista con una dama cristiana evangélica que le es infiel, por lo cual el traductor la obliga a prostituirse. Y de manera simultánea inventa un sistema filosófico que ha de llevarlo a disciplinas espirituales hacia dimensiones superiores.
La novela, según cada lector específico, puede resultar la interminable y tediosa alucinación de un enfermo mental como también la evidencia de una literatura de altas dimensiones estéticas y humanas. En la vida real, Benesdra estuvo recluido en el Hospital Saint Anne de París a finales de los 70 por problemas psicóticos y allí lideró un amotinamiento en solicitud de una mejor calidad en los hábitos elementales de vida. Cinco años después regresó a su patria y allí se dedicó al periodismo en diarios y revistas de izquierda y a actividades sindicales, aunque la verdad, su mayor obsesión fue la de escribir ese maravilloso y extraño mamotreto narrativo que le dio el pasaporte a la inmortalidad literaria.
*  *  *
Conocí a Salvador Benesdra y compartí día a día con él durante un largo mes ---abril de 1989---, en la República Democrática Alemana, seis meses antes de la caída del Muro de Berlín. Dirigentes políticos y sindicales, artistas, periodistas, escritores y activistas de izquierda de América Latina, fuimos invitados por el gobierno de Erich Honecker a un evento de amistad entre la RDA y nuestro continente.
Recuerdo de manera especial a ese argentino blanco y delgado de bigote negro y espeso bajo la mirada fulminante, compañero de todas las horas y de todos los recorridos; sus indagaciones punzantes, críticas y en ocasiones irónicas, a cada uno de los representantes del gobierno al final de cada charla o conferencia sobre los diferentes temas que nos presentaban. En varias ocasiones planteó la posibilidad de radicarse unos meses en la RDA, sin respuesta precisa. Recuerdo cómo se burlaba de mi disciplinado comportamiento en cada acto, tanto en Weimar, la ciudad de Goethe y Schiller donde nos hospedamos la mayor parte de la estancia, como en Berlín Oriental, Potsdam, Gera, Sitzendorf, Erfurt, Mühlhausen, Jena, Leipzig, Mellingen y otros históricos poblados de la legendaria Alemania.
En Berlín, una noche salí del Hotel “Under den Linden” a tomar un poco de aire, cuando oí la voz de Salvador que me llamaba por mi nombre. Llegaba de ver la representación de Don Giovanni de Mozart, acompañado por el escritor uruguayo Juan Carlos Mondragón y el musicólogo brasilero Ennio Scheff, y quería tomarse un trago de korn, una especie de vodka de trigo alemán. Nos lanzamos a caminar por la “Frederichstrabe”, pasamos por en Berliner Ensembler, el célebre teatro de Brecht, y terminamos en el “Berie Berliner”, departiendo con un montón de parejas jóvenes que fumaban y bebían cerveza sin parar. No me olvido como reía a carcajadas, al igual que sus compañeros, con mis chistes y anécdotas de personajes colombianos. En todo momento brindábamos por la alegría de vivir y por la paz en Colombia.
Benesdra se concentraba sobremanera en las exposiciones y documentales que nos proyectaban en cada evento, para después hacer preguntas audaces y polémicas. Pero en general, expresaba su horror ante las barbaridades cometidas por el nazismo. Contemplaba atónito las escenas de la película Desnudos como lobos, basada en la novela del escritor comunista Bruno Arpizt sobre las atrocidades de la Gestapo, pero nunca lo vi tan sobrecogido como cuando nos llevaron al antiguo campo de concentración de Buchenwald. La visión de los hornos crematorios, los testimonios de las más aberrantes torturas a los seres humanos, los campanazos de ultratumba que obligaban a guardar un fúnebre silencio y la orgía de crueldad y muerte que se respiraba en aquel ambiente, dejó mudo y paralizado de terror a este delgado y frágil compañero argentino que por aquel tiempo debía tener 36 años de vida.


Visita al antiguo Campo de Concentración de Buchenwald. De izquierda a derecha: el poeta colombiano José Luis Díaz-Granados, la sicóloga mexicana Elda Aranda Borbón, el escritor uruguayo Juan Carlos Mondragón, la periodista mexicana Alicia Alarcón y el escritor argentino Salvador Benesdra. (En la antigua República Democrática Alemana, abril de 1989).

Benesdra tenía un temperamento fluctuante. Yo le tenía cierto temor por sus reacciones sorpresivas. De pronto se quedaba mirándome y se burlaba de algún gesto o comentario mío. Otras veces me criticaba con dureza alguna opinión política. Un día le pedí que me tomara una foto junto a una placa que decía “Pablo Neruda Strabe” y me regañó: “No te pongas tan trascendental”. Entonces me reí y le agradecí la lección. Esa noche, después de la cena, yo escuchaba con mucha atención a un dirigente polaco de filiación cristiana y noté que desde la mesa de enfrente, solitario, Benesdra no dejaba de observarme. Como vio que yo escuchaba con devota atención al dirigente, no pudo contenerse y se pasó a nuestra mesa donde comenzó a hacerle toda clase de preguntas sobre las relaciones del cristianismo y el comunismo. Recuerdo la frase lapidaria del polaco: “Si dos hombres no saben convivir, no valen ni el comunismo ni el cristianismo, ni nada”.
La amistad intensa y controversial que sellamos en esa primavera alemana de 1989 Salvador Benesdra y yo, desapareció una vez nos despedimos a fines de abril cuando ya comenzaban a ondear en Berlín Oriental las banderas de los trabajadores para conmemorar su día emblemático. Nunca más tuve noticias de ese ser excepcional y querible que pasaba fácilmente de la risa torrencial al silencio y a la melancolía reflexiva, hasta esta mañana decembrina de 2014 cuando por casualidad consulté una página de literatura argentina y encontré con jubiloso asombro que, luego de su trágica muerte de la cual yo no sabía, se había convertido en un escritor de culto, con sobrados merecimientos, lo sé, y desde ahora con el más afectuoso recuerdo por parte de este compañero de viaje que nunca lo olvidó.


JOSÉ LUIS DÍAZ-GRANADOS (1946), poeta, novelista y periodista colombiano. Es autor de 30 libros de diversos géneros literarios. Su poesía se halla reunida en El laberinto (1968-1984) y La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003). Su novela Las puertas del infierno (1985) fue finalista del Premio “Rómulo Gallegos”. Ha escrito numerosos textos para niños lo mismo que libros de ensayos y artículos de prensa. Reside en Bogotá donde se desempeña como profesor universitario.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Pastoralia, por George Saunders

Editorial Alfabia 242 páginas. 1ª edición de 2000; ésta de 2014.
Traducción de Ben Clark

Ya comenté a principios de año el libro Diez de diciembre de George Saunders (Amarillo, Texas, 1958); libro publicado en 2013 en Estados Unidos y que casi de forma simultánea lo publicó Alfabia en España. El libro recibió muy buenas críticas y Saunders se ha convertido en un autor destacado entre los amantes del relato (o simplemente de la literatura) estadounidense. Pero este no era el primer libro de Saunders que se publicaba en nuestro país; de hecho Pastoralia fue publicado por Mondadori en 2001. Alfabia, como nos indica en las solapas de sus libros, se ha propuesto volver a reeditar y a traducir toda la obra de George Saunders. Lo que sin duda es una buena noticia, porque no es frecuente que los libros de relatos adquieran mucha popularidad, y Saunders es un escritor que bien merece una porción de reconocimiento en nuestro país.

Pastoralia está formado por una novela corta (de unas 80 páginas en el cuerpo generoso de letra que usa Alfabia: si este volumen tiene 242 páginas, cuando lo tradujo Mondadori tenía 168) y seis relatos, que van desde las diez páginas hasta las cuarenta).

La novela corta se llama precisamente Pastoralia y el narrador comienza su historia con la siguiente frase: “Debo admitir que no estoy pasando por mi mejor momento”. Una frase muy significativa dentro de la poética de la derrota que practica Saunders en sus cuentos; sus personajes siempre pertenecen a la otra América, trabajadores que sufren explotación laboral, niños u hombres de mediana edad que tienen una imagen no demasiado positiva de sí mismos.

La acción de Pastoralia transcurre en un parque temático. El narrador y su compañera de trabajo, Janet, reconstruyen la vida en una cueva prehistórica. Ambos han de comportarse como trogloditas para un número cada vez menos numeroso de visitantes. En Diez de diciembre un cuento también estaba ubicado en un parque temático; y este espacio artificial crea una imagen alucinada para hablar de la convivencia humana. Los recortes laborales han llegado al parque temático y el jefe de Pastoralia intenta presionar al narrador para que acuse a su compañera de negligencia en el trabajo y así poder despedirla. En realidad, Janet –y esto el narrador lo sabe- no es una buena troglodita. El conflicto moral queda planteado de un modo grotesco, no exento del humor negro que surge de la desesperación.
Los personajes de esta novela corta, como del resto de composiciones del libro, tienen un nivel cultural bajo y Saunders juega a inventar un lenguaje en sintonía con sus pensamientos y sus construcciones lingüísticas. Este aspecto de la narrativa de Saunders ya lo comenté al hablar de la dificultad de traducción que supone una literatura como ésta. Ben Clark, el traductor, ha optado por intentar recrear un lenguaje equivalente en español, introduciendo errores gramaticales en las notas que escriben los protagonista (el discurso de los narradores de los relatos suele ser un poco más elevado que el del resto de personajes), y expresiones y frases hechas que a veces me descolocan un poco (“en plan”, “me raya”…) que yo, que trabajo en un colegio, las asocio más con el habla adolescente que con el habla de adultos de bajo nivel económico-cultural. En cualquier caso la tarea de traducción de George Saunders no me parece fácil, y el trabajo de Ben Clark vuelve a ser destacable.

Más elementos me llaman la atención de Pastoralia: en este mundo distorsionado del parque temático casi nos acercamos a una verdadera distopía, que no ocurre en un futuro cercano, sino que está ya –y esto la hace más aterradora- entre nosotros: precariedad laboral, alienación, explotación, competitividad entre trabajadores pobres… Sí que podríamos hablar, en realidad, de un verdadero elemento de ciencia ficción: la presencia de robots que dan vida a diversos animales. En este sentido la narración de Saunders es muy rica en la presencia de elementos sorprendentes.

En Pastoralia encontramos más rasgos propios del estilo de Saunders, que ya identifiqué al hablar de Diez de diciembre: el enfrentamiento de los puntos de vista de los personajes. La narración en tercera persona cede en muchos casos la voz narrativa a los personajes, y estos dejan fluir libremente su conciencia. Casi tan importante como lo que les ocurre en la realidad será lo que sueñan que podría ocurrirles, y la constatación de la mirada que tienen ellos sobre los demás o lo que creen percibir de la mirada de los otros sobre ellos forma, en muchos casos, la esencia de lo contado en estos cuentos.

Winky en vez de situarse en un parque temático, lo hace en otro escenario, puramente norteamericano y por tanto puramente capitalista: una sesión de autosuperación impartida por un gurú. Tenemos obligaciones morales hacia nuestros familiares, parece decirnos Saunders aquí, y lo que en realidad va a hacer el gurú de la autosuperación con su cantinela barata sobre lo que tú te mereces es intentar evitarnos el sentimiento de culpabilidad de nuestros actos egoístas. No te desprendes de tu hermana enferma sino que sigues los pasos de un inteligente gurú sobre la búsqueda de la felicidad personal. Igual que en Pastoralia nos encontramos en esta segunda narración con una sutil crítica a la alienación del ciudadano de clase media-baja norteamericano.

Roblemar nos habla de otra familia disfuncional, de miembros de clase media empobrecida: el narrador trabaja como stripper, y mantiene a su hermana y su prima, ambas semianalfabetas y con un hijo al que cuidar como madres solteras. En este relato sorprende la irrupción de lo fantástico dentro de la crítica social que plantea.

El fin de FIRPO en el mundo es la narración más corta del conjunto y también una de las más intensas. Un niño recorre en bicicleta su barrio, en su mirada hacia las casas que ve descubriremos los miedos con los que vive, la visión de los otros sobre él le está convirtiendo en un marginado.

La infelicidad del peluquero es, de nuevo, casi una nouvelle. En este caso el narrador se siente inferior a los demás por un defecto físico que trata de ocultar siempre que puede (nació sin los dedos de los pies), pero que le ocasionará una profunda frustración sexual y miedo a la pareja. El trabajo que hace Saunders para mostrarnos las diferencias existentes entre su vida y sus fantasías me ha parecido de lo mejor de este libro.

En La cascada se platea una situación propia de los relatos de Saunders: dos personajes se cruzan y el autor nos acercará a la visión que cada uno tiene del otro; una visión distorsionada de la realidad que nos hace pensar en lo poco que se llegan a conocer en realidad las personas, en lo aisladas que viven. Este relato, en cuanto a intencionalidad y composición, me ha recordado al último de Diez de diciembre, al titulado precisamente como el título del libro.


Igual que me pareció que Diez de diciembre era un gran libro, Pastoralia me lo vuelve a parecer. Aunque, quizás añadiría una consideración más, en Diez de diciembre encontré algún cuento (de diez) de un nivel inferior a los que resultaron ser mis favoritos, pero en Pastoralia las seis historias me han resultado de un nivel de calidad y exigencia artística muy parejo. George Saunders es un escritor muy original y potente dentro del panorama actual norteamericano, y es de destacar que su fuerte sea el relato, un género que normalmente funciona peor en España que la novela. Un escritor muy recomendable, esperaremos con ganas el rescate de su obra por Alfabia.